Capítulo 8
Aquí, en el orfanato, hay alguien especial para mí. Se llama Joel. Es un mocosete de apenas dos años de edad. Lo tuvimos en el programa de mal nutridos y salió adelante, pero tiene problemas en el corazón, un soplo, una cardiopatía congénita que quizá se resuelva con el tiempo. Se quedó en el orfanato porque no tiene a nadie, aunque eso es raro en Malaui. Nos gustamos desde la primera vez que nos miramos, él y yo. Y muchas veces pienso que es curioso que aquí, en Malaui, Joel sea la persona con la que mejor he conectado aunque solo sea un bebé de dos años.
No sabe hablar. Gritos, balbuceos y esas cosas. Pero se va solo. Es más pequeño y menudito que lo normal a su edad. Un nene formalito, que juega poco porque se cansa enseguida a causa de su problema de corazón. Voy a verlo todos los días. Joel me ve y viene a mi encuentro, con sus andares un poco vacilantes. Se coloca entre mis piernas como buscando cariño y protección y yo lo cojo en brazos. Él entonces se ríe, feliz. Jugamos un rato a cualquier cosa: a recoger piedras, al escondite, a subir y bajar despacito las escaleras que llevan al huerto... Da igual, siempre nos lo pasamos bien. Luego lo paseo un rato en brazos. Y le doy miles de besos. A él le encanta y a los demás les hace mucha gracia porque aquí, en Malaui, el beso es una caricia desconocida.
En general los malauíes, aunque son gentes de naturaleza muy cordial, no son afectuosos. Las madres no besan a sus niños. Las parejas no se besan entre sí. El saludo nunca incluye un beso. No existe el beso en Malaui. Hay pocos gestos de cariño espontáneo. Quizá tomarse de las manos. Poco más.
Pero en el orfanato sí existen los besos gracias a las sisters y gracias a todos los voluntarios que pasamos por aquí. Me alegro de que en mi cultura existan los besos. Besar a la gente que uno quiere es una de las pocas cosas bonitas de verdad. Y yo a Joel me lo como a besos.
Joel tiene una «madre» muy agradable. Se llama Crista. Tendrá como unos veintiséis o veintisiete años y es madre soltera, como Kiss. Su niña se llama Farha y también estuvo en el programa de mal nutridos, aunque ella es algo mayor que Joel. Pero ahora están bien los dos. Eso es lo más gratificante de mi trabajo con los mal nutridos, que a veces los ves salir adelante. Joel y Farha suponen un éxito no solo para mí, sino para todos los que formamos parte del programa. Viven en una casita con seis niños más, todos al cuidado de Crista. Comen en el centro, asisten a clase y son felices como cualquier niño de su edad. Aunque no como cualquier niño africano. Ese es el problema.
Algunas noches no me puedo dormir. El sueño tarda en visitarme. Es lo malo del horario malauí. Anochece demasiado pronto. La gente de aquí no suele tener luz eléctrica (ni tele, claro) en sus casas y lo aprovecha durmiendo más horas o dedicándose a encargar nuevos niños, pero yo soy incapaz de meterme a las ocho en la cama, así que dedico esos ratos nocturnos a leer o a pensar. Y pienso en Joel. Desearía quedármelo, no separarme nunca de él, llevármelo a España cuando yo me vaya. Él me necesita. ¿Qué pensaría mi familia, mis amigos, si yo regresase a casa con un niño negrito un poco enfermo? Supongo que en el fondo a nadie le sorprendería mucho. Otra extravagancia de Ada, pensarían. Sí, así me consideran todos. Una extravagante, una rarita, aunque también les parezca una buena chica. Y yo me pregunto ¿qué pasaría si yo volviese a casa con Joel? ¿Sería acertado? Bueno para quién, ¿para él o para mí? No lo sé. Pero el caso es que no dejo de pensarlo.
Parece que Chus ya está totalmente recuperada de la malaria. Paludismo por Plasmodium falciparum, reza su diagnóstico. Su partida resulta ya inevitable. Tendré que empezar a acostumbrarme a este ir y venir de gentes y de afectos. Cuando estoy a punto de empezar a querer a alguien, ese alguien se va. No hay tiempo para intimar. La semana pasada fue Marisa. Ahora sentiré mucho que Chus se marche. Es una tía cojonuda. Para mí ha sido todo un honor conocerla. Valiente, responsable, legal y consecuente. No puedo decir nada mejor de nadie.
Ella dice que volverá. Que se buscará un curro en España durante algunos meses y que ahorrará pasta para poder volver. Que está enganchada a este país. Que aún le queda mucho por vivir aquí. ¿Volverá de verdad?
Lo ha pasado mal con la malaria. Además, qué putada, enfermar de malaria ahora, después de más de un año viviendo en Malaui y justo cuando solo faltaban unos días para partir. Pero Chus dice que era su débito. El débito de todos los que han vivido un tiempo en Malaui. Quizá la hembra del mosquito anofeles me haya inoculado ya con su beso la enfermedad.
Hemos celebrado una gran fiesta de despedida. A pesar de las malas caras de las sisters hemos organizado una buena. ¡Que Chus se lo merece, caray! Una fiesta con barbacoa malauí (ya se sabe, carne de cabra), montones de cerveza y tambores. Kiss, Crista, Andrew y yo. Y todo el personal. Y sor Gwendoline, la hermana malauí. ¡Y el padre James! Un éxito. La fiesta ha durado hasta la madrugada.
¡Ritmo africano! Canciones y danzas. Y dramatizaciones. A los malauíes les encanta hacer teatro. Y luego a bailar, a ritmo de reggae y de tambor. Todos hemos bailado. Kiss y Crista moviéndose como diosas de ébano. Chus y yo agarrotadas y torpes al principio, hasta que hemos pillado el ritmo. Luego han venido un montón de críos en procesión. Todos querían despedirse de Chus. ¡Ha venido hasta mi pequeñajo Joel! Y todos a bailar. Y qué bien bailan. Con ritmo, con movimientos espasmódicos pero bien calibrados, dirigidos por Khala y por Amelia, las dos maestras de parvulitos.
Una nota divertida. El padre James me ha estado tirando los tejos durante toda la noche. Descaradamente. Sin disimulos. Incluso se ha permitido varios «piquitos» que yo le he admitido perpleja. Y baila y venga a bailar. Cogiéndome por la cintura y bebiendo whisky de su petaca, el muy pillín. Al final me he visto obligada a llamarle la atención:
—Padre... a mí no me importa, pero ¿y tu reputación?
—Por Dios, es el mismo malentendido de siempre —me contesta con su precioso acento irlandés—. Yo no soy un padre católico, soy un pastor protestante. Y no sé por qué puñetas todo el mundo se cree que soy un cura católico. ¡No, no y no! Soy irlandés de Irlanda del Norte y soy protestante. Y me quiero casar con una chica como tú.
He debido de poner una cara de tonta... Luego me he echado a reír. Y la verdad es que no podía parar. El padre James, que es un encanto, se reía conmigo a pleno pulmón.
Pero ahora Chus ya se ha ido. Y yo me siento un poco huérfana, como el huerto sin sor Juana y como mi Joel.