CAPÍTULO 17

Los ojos de Lenore se abrieron con un parpadeo y quedaron fijos en una cara preocupada, manchada de hollín, que se inclinaba hacia ella. Un dejo de sonrisa le afloró a los labios al levantar la mano, y Ashton se la tomó con apresurada suavidad, para depositar un beso en los finos dedos.

La mirada de la joven recorrió lentamente el interior del dormitorio; yacía, totalmente vestida, en su propia cama. Meghan estaba junto a la cabecera, mojándole la frente con un paño empapado.

Robert Somerton se había instalado a los pies y parecía bastante desconcertado. Alguna imagen vaga parecía oscurecer su semblante, y Lenore parpadeó para aclarar la vista. Sin embargo, cuando volvió a fijar su atención en el anciano, un rostro diáfano volvió a distorsionar el que veía, hasta que la mandíbula tomó forma cuadrada, el pelo se tornó oscuro y los ojos, verdes. Una arruga perforó la frente de la joven; muy confusa, desvió la cara. -¿Qué pasó? -preguntó, en un susurro áspero.

La frente de Ashton se relajó al contestar:

- Creo que te desmayaste, querida.

- Sí, señora, eso -concordó Meghan, de inmediato.

- Pero ¿cómo llegué hasta aquí?

- La trajo el señor Wingate, señora -informó la criada.

Lenore trató de levantarse de la cama, al recobrar la memoria, pero volvió a cerrar los ojos ya recostarse en las almohadas, pues el cuarto giraba vertiginosamente alrededor del lecho. Ashton le posó una mano en el hombro, instándola mudamente a descansar. Ante ese contacto, las pestañas de seda se levantaron, expresando su ansiedad: -¿Y tu herida? ¿Es grave?

- Sólo un roce, señora -le aseguró él-. Meghan se ha ofrecido a vendármela.

Lenore emitió un suspiro tembloroso.

- Me asustaste.

- Lo siento, amor mío. No era mi intención.

- No, pero alguien la tuvo, por lo visto. ¡Ese hombre quería matarte!

- Creo que sí -admitió él-. Y lo mismo debo decir de los otros. -¿Qué otros? -Lenore buscó ansiosamente en su cerebro hasta recordar que había visto otro cuerpo despatarrado sobre la plataforma-. ¿Eran dos?,

- Me parece haber contado cuatro -corrigió él, tranquilamente. -¡Cuatro! -exclamó ella, incorporándose sobre un codo-. ¿Cómo te las arreglaste para salir con vida?

- A fuerza de talento, señora. -Los ojos de color avellana centelleaban-. Al parecer, tengo cierta aptitud para la lucha.

Lenore se dejó caer en las blandas almohadas, muy seria ante esa broma.

- Oh, Ashton, todo lo tomas a broma. ¿No sabes que esos hombres hubieran podido matarte?

- En aquel momento se me ocurrió. -¿Qué querían?

- Mi corazón, si no me equivoco.

Ella lo miró con un gesto intrigado. -¿No eran ladrones?

- Asesinos. Al parecer, los envió un hombre.

- Pero ¿quién? -La sospecha fue inmediata-. ¿Malcolm?

Robert Somerton se apresuró a intervenir, sacudiendo la cabeza en un rápido gesto negativo.

- Vamos, muchacha, no vas a echar la culpa de todo este alboroto al pobre Malcolm. Fue ese tal Titch, anoche. Malcolm me contó lo que pasó en el Bruja del Río. Ha sido él. Tenía muchos motivos para buscar la muerte de Wingate.

- Pero Horace está arrestado -argumentó ella.

Robert mostró las palmas, encogiéndose de hombros. -¿Y qué? Habrá pagado a los asesinos anoche para que trabajaran. Ashton estudió al anciano por un largo instante.

- Horace jura que es inocente. -¿Y usted le cree? -Robert soltó una breve carcajada-. Si le cree, anda mal de la cabeza.

- Digamos, simplemente, que no descarto otras posibilidades. -Ashton inclinó la cabeza, pensativo-. Lo que me asombra es que Marelda haya corrido en defensa de Horace, y qué tenía contra Malcolm para asegurar que las joyas regaladas a Lierin le habían sido robadas a una amiga suya, hace más o menos de un año. Dijo que, al verlas por primera vez, no hubiera podido asegurar que fueran las mismas, pero después de pensarlo mejor se sintió segura. -¿Robadas? -Lenore apoyó una mano en el sitio que había ocupado el collar-. Tráelas, Meghan.

Es preciso entregárselas al jefe de policía, para que pueda investigar la denuncia de Marelda.

Meghan corrió a la cómoda y, después de abrir un compartimiento secreto, se volvió con la boca abierta. -¡No están, señora! ¡Han desaparecido!

Lenore, intrigada, frunció el ceño, sacudiendo la cabeza.

- Pero si yo misma las puse allí, anoche.

- Sí, señora, yo la vi -afirmó la mujer, igualmente perpleja. -¿Viste entrar a alguien en mi habitación mientras yo no estaba?

- Al señor Sinclair. Vino esta mañana, temprano, pero al descubrir que usted no estaba se fue, furioso. No se quedó mucho tiempo, señora. -¿Y no regresó?

- Bueno, eso no podría decirlo, señora. Cuando volvió de la tienda, me mandó… -Echó un vistazo hacia Somerton, como si le costara seguir hablando en su presencia-. Dijo que usted necesitaba ropa. Cuando volví de llevárselas a usted, él ya no estaba. -¿Y los dos guardias? -insistió Lenore.

- Cuando bajé, al amanecer, estaban durmiendo en la sala, y se fueron con el señor Sinclair.

Aparte del muchacho de los recados, la cocinera y yo, sólo quedan su padre y el señor Evans, que anduvieron por toda la casa hasta que usted volvió. Yo diría que cualquiera de ellos pudo haberlas tomado, señora.

- Sólo Dios sabe en qué manos están ahora. Malcolm se ha ido, pero el señor Evans volverá esta noche.

- No irán a culpar a mi amigo de este robo -declaró Robert-. Si quieren mi opinión, alguna otra persona metió la mano por aquí… Y tuvo tiempo de sobra para hacerlo mientras estábamos en la ciudad. -Echó un vistazo a Ashton, por un momento. Luego, bajo la mirada dubitativa de éste, se encogió de hombros-. Y también es posible que Horace haya enviado a sus hombres para que se encargaran de eso mientras otros malhechores distraían a Wingate. Como anoche te pusiste esas joyas para la fiesta, estaba enterado de que las tenías. Sea como fuere, la cierto es que han desaparecido y es difícil que las podamos recobrar.

Lenore se levantó cuidadosamente y, con ayuda de Ashton, se sentó en el borde de la cama esperando que el mundo dejara de dar vueltas. -¿Te sientes mejor ahora? -preguntó Ashton, preocupado. Ella asintió con la cabeza, cautelosamente.

- Me siento mucho mejor… pero estoy muerta de hambre. Meghan, riendo, corrió a la puerta.

- Voy a decirle a la cocinera que ya se siente mejor, señora. Usted y el señor pueden bajar cuando quieran.

Robert, a su pesar, la siguió hasta la puerta.

- Yo… eh… creo que también me voy. -Clavó su mirada interrogante en Ashton, como si no le gustara dejarlos solos-. ¿Viene, señor Wingate?

- Dentro de un momento -respondió el plantador, esperando decididamente a que el anciano se retirara y cerrara la puerta.

Robert dejó escapar un bufido despectivo. -¿No ha causado ya bastantes dolores al venir a esta casa, que ahora quiere hacer de mi hija una cualquiera?

Ashton levantó la cabeza para clavarle una mirada desdeñosa.

- Creo que uno de nosotros debe retirarse, señor Somerton. Al parecer, no tenemos gran cosa que decirnos. El anciano miró a su hija de soslayo.

- Bueno, ya sé con quién prefieres quedarte.

La puerta se cerró tras Robert y Lenore observó a Ashton, cuyos músculos tensos reflejaban claramente la ira. Con una tierna sonrisa, le deslizó los brazos al cuello y besó su frente arrugada.

- No importa lo que diga -susurró-. Sea Lierin o Lenore, te amo.

Él se inclinó para mordisquearle una oreja.

- Estás demasiado vestida.

De pronto ella recordó algo. -¿Y la tienda?

- Desapareció, por desgracia.

- Lástima. -La voz de Lenore sonaba débil de pena-. Era tan… cómoda.

Una sonrisa se dibujó en la boca masculina.

- Tenemos lo que la hacía cómoda, señora: nuestro amor. No necesitamos nada más que eso.

- Yo necesitaría algo de comer -bromeó ella.

Ashton comenzó a reír, pero se interrumpió con una mueca, apretándose el costado.

- No me tortures con chistes, querida.

Lenore, preocupada, apartó la camisa ensangrentada para examinar la herida.

- Hay que curar eso.

Ashton se pasó una mano por el pelo. Olía a humo. -¡Necesito un baño!

- Eso se puede solucionar. Diré a Meghan que te haga preparar agua inmediatamente.

Él le deslizó una mano bajo las enaguas. -¿Tiene que ser inmediatamente?

Los ojos verdes adelantaron la respuesta.

- Supongo que puede esperar unos minutos.

Ashton puso en práctica su habilidad para trabajar con botonaduras.

- Dijiste que tenías hambre. -¿Quién piensa en comer, cuando hay cosas más divertidas? -preguntó ella, con una sonrisa coqueta.

Mucho más tarde, Lenore, recién bañada y adecuadamente vestida, abrió la puerta que daba a la buhardilla y subió la escalera. Del Á guila Gris habían venido varios hombres, pero después de asegurarse de que nadie había resultado herido en el incendio recibieron instrucciones de regresar al barco y de vigilar cualquier actividad extraña alrededor de la casa.

Ashton descansaba en el cuarto de Lenore, pero ella se sentía inquieta, como si algo, detrás de la muralla que cerraba su memoria, la llamara por señas.

Ahora sabía cómo había llegado a su colisión con el coche de Ashton, pero aún debía comprender lo del asesinato de ese hombre… y el atentado contra su propia vida. La asustaba pensar que alguien, cuyo rostro había visto una vez, deseaba su muerte. Si era sólo porque ella podía dar testimonio de un asesinato, ese hombre aún debía estar acechándola… y ella ignoraba su identidad.

El calor de la buhardilla puso inmediatamente un brillo de sudor en su piel, pero no pensaba pasar allí mucho tiempo. Sabía lo que buscaba: el retrato del hombre que la perseguía mentalmente cuando miraba a su padre. Retiró la cubierta de tela para contemplar aquella mandíbula cuadrada. Ya no le parecía tan severa, pues en sus sueños se había convertido en algo querido. Deslizó una mano temblorosa sobre el óleo seco y; en imágenes breves, vio una mano diminuta acariciando esa misma mandíbula. El hombre depositó un beso en la cabecita pelirroja. Lenore parpadeó, experimentando los mismos sentimientos cálidos que aquella niña. -¿Robert Somerton? -susurró. Y agregó, con nueva seguridad-: Eres mi padre. Tú eres Robert Somerton.

Su corazón dio un brinco de alegría. Cegada por las lágrimas, estrechó el retrato contra sí y dio un paso hacia la trampilla… sólo para tropezar con algo grande que le bloqueaba el camino.

Era el enorme baúl que había tratado de abrir en su visita anterior. Ya había olvidado que estaba allí. Sus dedos rozaron las correas que lo cerraba; creía recordar una imagen de criados cargando el arcón en un carruaje, mientras ella, de pie junto a Malcolm a la puerta de esa misma casa, se despedía de los invitados, vestida de organdí celeste; al parecer, los estaban felicitando por la boda reciente.

Cuando la última pareja se retiró, Malcolm la tomó en sus brazos y ambos se besaron largamente antes de entrar, riendo. Mentalmente, ella vio la escalera y, después, la puerta de su dormitorio, cerrada. A través de una neblina oscura, miró su propia imagen en un espejo. Tenía los ojos algo melancólicos, no del todo felices, como si deseara un imposible. El mentón se afirmó ya los ojos verdes subió una expresión decidida. Irguió la espalda para retocar su peinado, pero en eso su corazón echó a galopar acababa de ver una silueta de pie tras la puerta de cristales, que estaba abierta.

El hombre no era apuesto, pero ella lo conocía bien: lo había visto en sus pesadillas. Pero ahora no gritaba ni estaba amenazado de muerte por el atizador. La niebla se despejó, y pudo ver que el hombre avanzaba rápidamente, rogándole con los gestos que guardara silencio.

Miró a su alrededor, nervioso, como un pequeño hurón. Por fin avanzó hacia el tocador y recogió un trozo de pergamino doblado, que le había entregado algo antes. Después de desplegarlo, se lo puso en las manos, instándola a leer. Lenore sintió el mismo fastidio que en esos momentos, pero sin saber la causa. El hombre le puso en las manos otros artículos, cada uno de los cuales aumentó su inquietud. Por fin él levantó una mano y retrocedió, instándola a seguirlo, a seguirlo…

Las pestañas de Lenore se agitaron al borrarse las imágenes, dejándole la mente clara. Miró el baúl, con la súbita certeza de que necesitaba ver su contenido. Era preciso procurarse una herramienta fuerte para hacer saltar la cerradura, y decidió que buscaría algo en cuanto hubiera reemplazado el paisaje de la chimenea por el retrato de su padre.

Bajó cautelosamente llevando la pintura y acercó una silla al hogar para cambiar los cuadros.

Después de poner el paisaje fuera de la vista tomó asiento en un sillón para esperar al que se había presentado como su padre.

Apenas media hora después lo vio entrar, con la nariz metida en un libro.

- Hoy hace calor -comentó él, aflojándose la corbata-. Hasta los peces están queriendo escapar de esa caldera.

Y rió entre dientes, festejando su propio chiste. Pero su sonrisa murió de inmediato al encontrarse bajo la grave mirada de Lenore. Se alejó un poco, carraspeando, y fue a servirse una copa, con la que tomó asiento en el sofá, recostado hacia atrás. De pronto quedó petrificado. Su boca se abrió lentamente, expresando sorpresa ante el retrato. -¡Por Dios! -exclamó, bruscamente erguido. La expresión de Lenore no había cambiado. Las facciones del anciano se nublaron. Después de tragar una buena cantidad de whisky, se pasó una mano por la boca. -¿Puede decirme una sola cosa? -pidió ella, en voz baja.

El tomó otro sorbo. -¿Qué deseas saber, niña? -¿Quién es usted?

Él brincó en el asiento, agitado. -¿A que te refieres hija?

- No creo ser… -¿No crees ser que?

El parecía perplejo.

- Su hija -completó Lenore, tranquilamente.

El la miró atónito. -¡Caramba, claro que lo eres!

Ella respondió con un lento ademán de negativa.

- No, no lo creo. -¿Qué es esto? ¿Otra pérdida de memoria? -preguntó él, casi furioso. Y soltó una risa breve, desdeñosa-: Creo que ya hemos pasado por esto.

- Sí -concedió ella-. Pero ahora comienzo a ver las cosas con claridad. -Levantó la mano para señalar el retrato, pero él bajó la cabeza, como si lo avergonzara contemplarlo-. Mi padre es éste. -¡Pero por Dios, muchacha, has perdido la cabeza! -acusó él. -¿No será que comienzo a recobrarla? -¡No sé a qué te refieres! -El anciano se levantó de un salto para pasearse, inquieto-. ¿Qué bicho te ha picado? Ese maldito Wingate viene a esta casa y tú, de pronto, expulsas a todos los que te aman…

- El nombre que figuraba en su libro de teatro… es el suyo, ¿verdad? Edward Gaitling, actor shakesperiano.

El anciano, gimiendo, se retorció las manos. -¿Por qué me atormentas así, niña? ¿No sabes que te quiero? -¿Sí? -el tono de Lenore era dubitativo. -¡Por supuesto! ¡Soy tu padre! ¿Cómo no amar a mi hija?

Lenore se levantó de un salto, furiosa. -¡Basta! ¡Usted no es mi padre! Es Edward Gaitling. No hay más motivos para que siga fingiendo. -Señaló el retrato una vez más-. Mi padre es ése. ¡Ese es Robert Somerton! ¡Y quiero saber quién soy yo! Si en verdad soy Lenore Sinclair, ¿qué necesidad había de toda esta farsa?

Edward Gaitling abrió los ojos, sorprendido.

- Oh, pero sí eres Lenore, en verdad, y Malcolm es tu esposo.

Ella sacudió la cabeza, en dolorosa confusión. Había albergado la esperanza de que la respuesta fuera distinta.

- Entonces, ¿a qué toda esta comedia? ¿Por qué se ha presentado como mi padre? -¿No te das cuenta, muchacha? -Él se acercó con la mano tendida, en una súplica-. Estabas en la casa de Wingate, convencida de ser Lierin y de estar casada con él, junto a un hombre que declaraba con toda energía ser tu marido. Necesitabas algo más que la palabra de Malcolm para equilibrar las cosas. -¿Y por qué no pudo ser mi verdadero padre el que lo hiciera?

- Porque está en Inglaterra, hija, y Malcolm temía lo que pudiera pasar entre ese hombre y tú.

Para cuando tu padre llegara… ¡Por Dios, hasta podías haber tenido un hijo!

Esa exageración la horrorizó interiormente. En esa ocasión fue ella la que se retorció las manos.

- Y Malcolm lo contrató para que actuara ante mí. Edward Gaitling parecía no soportar más.

- Creo… que así fueron las cosas.

- Parece muy leal a Malcolm -comentó ella, distante-. ¿Cuánto hace que se conocen?

Edward echó otro buen trago y bajó la copa sosteniéndola con ambas manos.

- Nos conocemos desde hace mucho tiempo. -¿Desde antes de que nos casáramos?

- Yo… eh… estuve lejos… mucho tiempo. -¿Y no se le informó del casamiento?

- No… no puedo decirte nada sobre esto.

- Recuerdo una parte.

Él levantó la cabeza. -¿Sí? Creía que… no te acordabas bien.

Una sonrisa irónica pasó por los labios de la joven.

- Le dije que estoy comenzando a recordar.

El anciano arrugó el ceño y bajó apresuradamente la vista.

- Malcolm se alegrará mucho.

- En verdad, no creo. -¿Eh?

- Aun si yo recobrara toda mi memoria, eso no cambiaría nada entre nosotros. No sé exactamente por qué me casé con é1… pero lo que pueda haber existido entre ambos ya no existe.

Edward encorvó la espalda y soltó un suspiro.

- Pobre Malcolm. Te ama, ¿sabes?

- No estoy muy segura de eso, pero no importa. Ya estoy decidida. -¿Volverás a Natchez con ese Wingate?

- No veo por qué tengo que revelarle mis planes.

- Lenore soltó el aliento, y dijo, cortante-: Me gustaría que se retirara de esta casa cuanto antes.

Ya no hay ningún motivo para que se quede.

Edward Gaitling la miró, sorprendido, para acabar con un gesto de desconcierto. Dejó su copa, con un desganado ademán de asentimiento, y avanzó hacia la puerta. Después de echarle una última mirada, subió lentamente a su cuarto. Lenore oyó sus pasos en la escalera y, un momento después, el ruido de su puerta al cerrarse.

Sacudió la cabeza, tratando de rechazar los pensamientos que la acosaban, pero no pudo. Tuvo que cederles el paso. ¿Tenía derecho a ocupar el lugar de su hermana? ¿A aprovechar la devoción de Ashton por otra mujer? Él le había asegurado que la amaría, fuera Lierin o Lenore, pero ¿era cierto? ¿No estaba acaso demasiado dispuesto, después de la tragedia, a aceptar cualquier facsímil disponible? y ¿no se aprovechaba ella de ese amor para llenar cierto vacío propio?

Con un gemido interior, aceptó el peso de la culpa. Edward Gaitling le había aplicado un calificativo: ¡una cualquiera! ¡La amante de su cuñado! ¡Una adúltera!

Un frío deprimente le apretó el estómago. Al presentir que el anciano actor no era su padre, había concebido la esperanza de no ser Lenore. Aún así, si reconocía los hechos, debía aceptar como ciertos sus recuerdos de la boda con Malcolm. El vestido celeste… los invitados… el baúl…

Levantó la cabeza. Sentía la urgente necesidad de ver qué contenía ese baúl, y se dedicó a buscar unas tenazas y un martillo. Con ellos en la mano, tomó el paisaje y volvió a la buhardilla.

Ya avanzada la tarde, el calor era allí casi insoportable, pero atacó la cerradura con feroz decisión… Por fin logró desprenderla y se apresuró a levantar la tapa.

Su vista cayó sobre una bandeja vacía, y en un destello su memoria la llenó con pertenencias bien ordenadas. Recordaba sus vestidos puestos bajo el compartimiento de madera. Casi con ansiedad, levantó la bandeja y la apartó. Allí se interrumpían las imágenes… repentinamente. El fondo sólo estaba lleno de piedras grandes.

Clavó la vista en ellas, súbitamente insegura de sí misma, muy intrigada. Iba a apartarse cuando un olor extraño, desagradable y dulzón, le llegó a la nariz. Algo podrido. Sus ojos se dilataron poco a poco al posarse en las manchas pardo-rojizas que cubrían el tapizado interior.

Retrocedió con una exclamación ahogada y se golpeó la cabeza en una viga. El estómago le dio un vuelco, obligándola a cubrirse la boca con una mano temblorosa. Con la cara ladeada, para evitar cualquier posibilidad de volver a ver aquello, apretó la frente contra las vigas inclinadas. Un escalofrío le corrió por la espalda, y tuvo que cerrar los ojos con fuerza para impedir que la asaltara la pesadilla amenazante.

- No, no -gimió angustiada, pues el atizador se levantaba una vez más y descendía con crueldad homicida.

No quería ver más, pero el horror era implacable y se le filtró en el cerebro, sin dejarle ver más que i sangre! Su mente gritaba ante el horror presenciado. Por fin… la silueta alta, ancha de hombros, giró lentamente, con el manto arremolinado. El rostro estaba enfurecido, con los ojos flamígeros y la boca torcida. ¡Y ella conocía bien ese semblante! -¡Malcolm! -exclamó, abriendo los ojos. -¡Grandísima zorra! -bramó su voz, desde la escalera. Aunque ella giró en redondo para escapar, la tuvo inmediatamente detrás de sí, apretándole el brazo con una fuerza cruel. La tomó por el cabello para sacudirle la cabeza hasta que a ella se le nubló la vista. Luego se la torció hasta que estuvo a punto de romperle el cuello. Un dolor agudo cruzó la cabeza de la muchacha, pero apretó los dientes, decidida a no gemir, a no pedir misericordia. -¡Tú lo mataste! -acusó, entre los dientes apretados-. ¡Lo mataste y ocultaste su cadáver en mi baúl, para deshacerte de él!

- Hiciste mal en irte con él -graznó la voz, cerca de su oído-. Hiciste mal en escucharlo. Yo te esperaba abajo. Esperé y esperé. Era hora de tomar el barco para ir a Europa, pero tú no bajabas. En eso vino el cochero, corriendo, y dijo que alguien había robado el carruaje después de golpearlo en la cabeza. Cuando subí al piso de arriba, ya no estabas. -¿Y cómo supiste adónde había ido?

Malcolm rió sin humor.

- Por la nota que te dejó ese hijo de puta. La olvidaste sobre tu tocador. Así me enteré de quién había estado aquí y adónde te había llevado a Natchez, a hablar con su hermana, para darte pruebas de lo que decía… y para lograr la liberación de ella mediante tu testimonio. -La risa breve se cargó de desprecio-. ¡Sara, otra zorra! Ella tampoco confiaba en mí… pero me amaba. ¡Tú, en cambio, sólo deseas a ese demonio de Wingate! -¡Bígamo! ¡Asesino! Él le giró la cabeza para mirarla con ojos llameantes.

- No tienes por qué ponerte celosa, linda. Yo me encargué de ella. Ya no es más que unas cuantas cenizas. -¿Tú incendiaste el manicomio? -interrogó Lenore, horrorizada ante los extremos a que él podía llegar para alcanzar sus fines.

- Soy muy hábil para provocar incendios, querida -se jactó él-. Y me gusta hacerlos bien. Cada vez que contrato a alguien para que me haga un servicio parecido, me falla. Como ocurrió con los depósitos de Wingate, por ejemplo. Era una buena argucia para alejarlo de Belle Chene, a fin de presionarte a obrar según lo correcto. Pero debían arder todos los cobertizos y la culpa recaería sobre Horace Titch.

El muro se derrumbaba poco a poco; sus anchas fisuras comenzaban a permitir filtraciones de horror.

- Hiciste internar a Sara después de que nos conocimos, cuando el hermano todavía estaba en el extranjero y yo en Inglaterra. No sé por qué maligno desvío mental elegiste Natchez… ni por qué no la mataste.

- Había ganado la simpatía de los abogados de la familia por todas las molestias que me causó la necesidad de internarla. Hubiera sido una estupidez despertar sospechas, sobre todo porque, si se investigaba el accidente que había causado la muerte de su padre, yo me habría visto complicado.

Como los abogados estaban dispuestos a creer que su hermano no retornaría jamás, dejaron en mis manos todo lo que yo necesitaba. Me desilusionó descubrir que la fortuna familiar podía agotarse tan pronto. Acababa de apoderarme de otros ingresos cuando vino el hermano… y te apartó de mí.

- Apenas habíamos llegado a Natchez y estábamos planeando una visita a Sara, al día siguiente. ¿Cómo te las arreglaste para disponer todo tan de prisa?

- Cometisteis el error de viajar en coche por tierra, querida mía. Yo partí inmediatamente en barco y subí por el Mississippi. Teníais que dar descanso a los caballos y pasar la noche en alojamientos; a mí nada me demoró. -Malcolm aflojó la mano que ceñía el brazo de la muchacha y se lo acarició, murmurándole al oído-: Hiciste mal al entrar en su cuarto en ese momento.

- Oí una discusión…

- Sí, y tu curiosidad estuvo a punto de llevarte a la tumba, amor mío. Yo no podía dejar con vida a un testigo de un asesinato cometido por mí, por mucho que me gustara. -La mano acariciante se posó en un pecho, haciéndola estremecer-. Habría sido muy fácil, si me hubieras permitido retirar secretamente el cadáver. Así habrías pensado que el hombre había desaparecido y que sólo te había jugado una mala pasada. Tampoco habrías podido hacer preguntas en el manicomio, después del incendio.

- En verdad, no comprendo cómo te funciona la cabeza, Malcolm -dijo ella, sorprendida-. ¿Piensas, francamente, que puedes seguir viviendo con tanta maldad?

- Soy muy ambicioso, querida… y la inteligencia me permite conseguir cuanto deseo.

- Si te crees tan inteligente, dime por qué llenaste mi baúl de piedras y lo dejaste aquí, donde cualquiera pudiese encontrarlo. ¿Por qué no lo arrojaste al río?

- Oh, no podía. Al menos, mientras el cochero me vigilara tanto. Me ayudó a sacarlo de la taberna e insistía en hacerse cargo personalmente del equipaje… aun cuando llegamos aquí. Yo no quería que los criados lo abrieran, de modo que me hice ayudar por él hasta traerlo aquí. Detrás de una puerta cerrada con llave no podría pasarle nada.

- Pero el cuerpo… ¿cuándo te deshiciste de él? -La primera noche que nos detuvimos en la ruta.

Tuve que sacarlo subrepticiamente de la taberna y dejarlo en los bosques. Luego llené el baúl con piedras, para que el cochero no sospechara. No imaginas cuánto lamenté que te fueras sin nuestro cochero. -¡Contratado por ti! -protestó ella-. Aun si hubiera consentido en llevarnos, habría dejado tantas huellas que nos habrías encontrado.

Malcolm se vanaglorió:

- Es una bendición contar con la lealtad de mis hombres. -¡Asesinos, ladrones y violadores!

Él rió ante esa ira creciente.

- Tengo que permitirles algunos placeres, de vez en cuando. -¿Por qué no dejaste que se apoderaran de mí? ¿Por qué fingiste que me rescatabas de ellos?

- Ah…, querida -suspiró el joven-, hay ciertos placeres que uno quiere reservar para sí mismo.

- Hubieras podido forzarme. ¿Por qué insististe en cortejarme y pedir mi mano?

- No me conformaba con migajas: lo quería todo. La primera vez que te vi me intrigó tu belleza. Cuando hice algunas averiguaciones te volviste más deseable. Creía haberte perdido… y de pronto, para júbilo mío, descubrí que mis hombres te habían tomado prisionera. Tenían proyectado pedir un rescate por ti, pero antes acordaron pasarte de mano en mano.

- Y fue entonces cuando peleaste con ellos.

- Tenía que darle visos de realidad, ¿comprendes? Cuando te entregué a tu padre, sana y salva… me convertí en un héroe. -Las cejas de Malcolm descendieron súbitamente-. Pero aun entonces te negaste a mí… y me pareció que había fracasado. Me vi rechazado, pero mis esperanzas volvieron a crecer cuando te radicaste en Biloxi. -Los dedos volvieron a apretarle el brazo; la muchacha hizo una mueca de dolor que agradó a Malcolm-. Todavía te hacías la difícil. Estabas dedicada a llorar por tu marido. -¡Sí! Y nunca debí dejar que vencieras mi resistencia. Me habría ahorrado muchos tormentos.

- Lenore resistió las punzadas de miedo, ante la mano que la acariciaba el cuello, como estudiando su extinción-. Si vas a matarme, Malcolm, acabemos de una vez. No hay nada que te lo impida.

- Ah, claro que sí, querida. -Él rió, divertido-. Por eso me casé contigo. Tu vasta fortuna me vendría de perillas. Tengo todos los documentos necesarios para probar que estamos casados. Con ellos tendré derechos sobre todo lo tuyo. Hasta hay un testamento… -¡Nunca firmé nada!

- No hacía falta, querida. Samuel Evans es muy hábil en lo suyo, y puede perfectamente poner tu firma donde haga falta. Ya ha redactado los documentos con todos los visos de legalidad. Caramba, nadie ha notado, siquiera, el retoque a nuestra acta matrimonial. No podía permitir que ese demonio de Wingate averiguara cuándo nos habíamos casado.

- A pesar de todos tus planes, Malcolm, no conseguirás nada. Si muero, todo lo que tengo, con excepción de esta casa, vuelve a mi padre. Es suyo, y suyo seguirá siendo.

Malcolm la miró con una sonrisa presumida.

- Ya me he ocupado de eso. A estas alturas, el hombre que envié a cumplir con esa tarea ya la habrá llevado a cabo. Pronto se anunciará el fallecimiento de tu padre. -¡Nooo! -gimió ella, cayendo contra él, sin fuerzas.

- Vamos, vamos, querida. No hay por qué llorar. Tu padre está en Inglaterra; tú, aquí; casi puedes fingir que está con vida. Sólo espero la noticia de su muerte para comenzar a cobrar, pues la ley indica que yo herede todo cuanto él te deje. Pero si tienes imaginación, puedes pensar que aún está vivo.

Ella, cautelosa, giró la cabeza. -¿Qué piensas hacer conmigo?

- Oh, te mantendré aquí por un tiempo, sólo para asegurarme de que no pase nada con respecto a la herencia de tu padre. No quiero que Wingate se entrometa en esto. Conozco un pequeño manicomio, junto al río, donde estarás a salvo… hasta que dejes de serme útil. -¿Y después? ¿Incendiarás ése también?

- Tal vez. Así es más fácil. -¿Y no te importa a cuántos mates para aniquilarme?

- Esa pobre gente está mejor muerta que viva.

- No todo el mundo está de acuerdo contigo, Malcolm.

- Lo sé. El guardia de Sara me descubrió y trató de detenerme. Lo maté en la cocina; después arrastré el cuerpo hasta la casa para que se quemara. Claro que, de todos modos, ya tenía decidida su muerte.

- Eres malvado, Malcolm -le acusó ella-. Engendro de Satán. Ya cansado de la discusión, Malcolm la arrastró consigo.

- Vamos. Quiero ver dónde está tu amante. -¿Amante?

El genio de la muchacha volvió a arder.

- Eso no importa Quiero ver la cara de Wingare cuando yo amenace con hacerte volar la cabeza Ella luchó con súbita desesperación, pero era difícil no prestar atención al revólver apretado bajo su mentón.

- Si crees que no puedo utilizar esto, te equivocas. Samuel Evans lleva ya algún tiempo abajando para mi y hace todo lo que le pida. Podría redactar una nota explicando por qué te quitaste la vida.

La arrastró hasta la escalera y, ciñéndole la cintura con un brazo, la llevó en vilo Ella no se atrevía a forcejear, pues estaba suspendida sobre los escalones y él parecía complacerse en amenazarla con dejarla caer.

Ante la puerta inferior, Malcolm se detuvo y le acercó la boca al oído. -¿Dónde está tu amante?

El corazón de Lenore temblaba en su pecho.

- Seria una tonta si te lo dijera.

- No importa -dijo él, sin dejarse afectar por esa falta de cooperación- Me lo dirá mi padre -¡Tu padre? -Ella trató de verle la cara, pero no pudo -¿Quién es?

- El borracho -se burló él. -¿Edward Gaitling… es tu padre?

El asombro de la muchacha era absoluto.

- Aunque no esté muy orgulloso de él, es el único de que dispongo. -¿y sabe de tus actividades?

- De muchas, supongo. Hay algunas que no aprueba, pero tiene mucho que pagar. Abandonó a mi madre cuando yo era apenas un muchachito. Sólo después de su muerte, cuando yo era ya un hombre, vino a pedirme perdón. Desde entonces ha estado tratando de purgar sus pecados. -¿Cometiendo otros? -La breve risa de la joven reveló su desprecio-. No me extraña que beba tanto. Hace falta mucho alcohol para acallarle la conciencia. -¡Bah, es remilgado! Vuelve la espalda, haciendo ver que ignora lo que pasa aquí. Todavía tiene sus dudas sobre lo de Mary, pero sabe que nos oyó hablar. Yo me limité a aceptar la necesidad de eliminarla, pero le hice las cosas placenteras hasta el final.

Su cautiva se estremeció de asco. Nunca había conocido un hombre tan maligno y depravado.

Si alguien merecía estar prisionero en un manicomio, ése era él, pues sus crímenes llegaban mucho más allá de las divagaciones de esas pobres almas.

Malcolm abrió la puerta y salió al pasillo, llevándola como si fuera una muñeca. Unos pasos apresurados resonaron por el corredor de la planta baja. La voz de Meghan ascendía en una canción sin palabras. Malcolm gruñó a modo de advertencia y le apretó la cintura con un brazo. Ella tiró de su manga, tratando de liberarse, pues dudaba que sus huesos pudieran resistir tanta presión.

- De cualquier modo voy a hallarlo -susurró él-. Harías mejor en decirme dónde está Wingate.

- En mi dormitorio -jadeó ella, atormentada.

- Qué comodidad, tener el amante en la cama hasta que una esté dispuesta… Ella se negó a responder a ese comentario. Malcolm aflojó la presión de su brazo para permitirle respirar, pero la pistola volvió a clavarse en su mentón, manteniéndola en silencio, en tanto avanzaban silenciosamente por el pasillo, hasta las habitaciones de la muchacha. La puerta estaba cerrada. Él la puso en el suelo ante la puerta, pero la aprisionó allí con su propio cuerpo.

- Estaré bien detrás de ti -le susurró al oído-. Si haces el menor movimiento por escaparte, tú o él recibirán un balazo. ¿Me entiendes?

Ella respondió con una vacilante inclinación de cabeza. -Ahora abre… con mucho cuidado.

La mano de la muchacha temblaba al cerrarse en torno del pomo. Con el corazón desbocado, empujó la puerta hacia adentro, avanzando cautelosamente.

Ashton yacía de costado, frente a la puerta. Esta durmiendo, pero al entrar ella abrió los ojos y sonrió, soñoliento. De inmediato vio el destello del arma junto a su hombro y la silueta corpulenta que la seguía. Sin aguardar explicación, se arrojó de cabeza hacia el banco puesto a los pies de la cama, donde había dejado su propio revólver bajo la ropa, sin preocuparse por su desnudez. -¡La mataré! -advirtió Malcolm, hundiendo en el cuello de la muchacha la boca de su pistola-. ¡Le juro que la mato! -dejó que el otro digiriera su amenaza por un momento-. Ahora, con cuidado, saque el arma que buscaba y deslícela por el suelo hacia mí. Si hace un solo movimiento innecesario, será ella quien pague. Y si cree que no soy capaz de matarla, ella le dirá a cuántos he eliminado ya.

La mirada de Ashton buscó la de la muchacha y leyó en ellos la aflicción; supo entonces que debían vérselas con un hombre peligroso. Siguiendo las instrucciones, retiró la pistola de entre sus ropas y, poniéndose de pie, la puso sobre la alfombra para darle un pequeño empujón.

Malcolm tomó la fina muñeca de su cautiva y le clavó otra vez la pistola.

- Recógela por el cañón y entrégamela, con la culata hacia mí. -Sonrió de placer al guardar el arma en su bolsillo-. Es extraño que los dos hayáis llegado a respetarme tanto. Parece que estáis aprendiendo. -Apoyó el brazo en los hombros de su rehén y apuntó a Ashton con la pistola-. Permitiré que se ponga los pantalones; a mi esposa le debe de gustar así, pero no es cuestión de escandalizar a Meghan. Mis hombres me habrían ahorrado mucho trabajo si hubieran sabido encargarse de usted desde un principio. -¿Qué está planeando? -preguntó Ashton, ásperamente, mientras se ponía los pantalones.

- Si quiere saberlo, Wingate, voy a llevarlo abajo. Allí esperaremos a que llegue el resto de mis hombres. Les he dicho que tengan cuida- do al entrar. No quiero que los de su barco sospechen nuestras actividades. -¿Y cuando lleguen sus hombres? Ashton pasó la otra pierna y comenzó a abrocharse.

- Entonces seremos suficientes para tratar con usted a mi antojo. Prometí a Lenore que, si alguna vez los sorprendía juntos, me encargaría de castrarlo… -¡Nooooo! El grito surgió en un gemido asustado. Una vez más, la mujer luchó contra el brazo que la retenía.

- Sé cuánto aprecias esa parte de él, querida, pero hiciste mal en engañarme con él. -¡Engañarte! -Ella se retorció, enfurecida. Aunque el brazo volvió a apretarle dolorosamente las costillas, no se quedó quieta. Ashton se adelantó, con un gruñido, pero el arma giró en su dirección, obligándolo a detenerse. La muchacha lanzó un grito asustado-. ¡No! No le hagas daño.

Haré lo que quieras, pero no le hagas daño… por favor.

- Es conmovedor ver cómo te preocupas por él, querida -observó Malcolm, con voz llena de desdén-. Podrías haber hecho lo mismo por mí mientras tuviste la oportunidad, y ahora tendrías menos problemas. -¿Acaso tú te preocupabas por mí cuando me llenabas de mentiras? -Fue sólo un pequeño detalle de bigamia -se disculpó Malcolm, tranquilamente-. Pero Sara ya ha muerto y, en cuanto a lo otro, lo arreglaremos dentro de muy poco tiempo.

Los ojos verdes se elevaron hacia la mirada sorprendida de Ashton. Sollozando, explicó:

- Malcolm ya estaba casado cuando contrajimos matrimonio. Había puesto a su esposa en el manicomio; después le prendió fuego para deshacerse de ella.

Las cejas oscuras se elevaron, asombradas.

Entonces usted es el marido de Sara -caviló Ashton, en voz alta -. Lo que ella veía aquí no era imaginación suya.

Malcolm frunció el ceño. -¿De dónde conoce a Sara?

Los hombros anchos se elevaron, indolentes.

- Usted no la mató. Ahora trabaja para mí. -¡La muy perra! -Malcolm mostró los dientes-. ¡Siempre me dio problemas!

- Si alguna vez le pone la mano encima, Malcolm, todos los problemas que le haya dado antes serán cosa de nada. No le gustó mucho esa temporada en el asilo.

Los labios gruesos se torcieron, sardónicos.

- A ésta tampoco le gustará.

Ashton volvió su atención a su amada, leyendo el miedo en sus ojos. En ese momento no podía decir ni hacer nada por consolarla.

- Cuando baje, Wingate, camine delante de nosotros -indicó Malcolm-. Ya imagina lo que será de su amante si desaparece de mi vista 0 hace cualquier movimiento súbito. -¿Piensa tenemos como rehenes a la vista de los criados y de su suegro?

- Ashton, ese hombre no es mi padre. -Ella se limpió las lágrimas que le corrían por las mejillas-. Es el padre de Malcolm.

- Sí -asintió el joven-. Ya esta altura ya tendrá bien encerrados a los otros criados. -Cruzó el cuarto con su carga e indicó a Ashton que saliera-. Vamos. Y ándese con cuidado, si le interesa esta pelirroja.

Ashton caminó tranquilamente delante del hombre, mirando de vez en cuando atrás, para saber cómo estaba Lierin. Como antes, Malcolm la llevaba en un brazo, con el arma lista en la otra mano.

Cuando los dos llegaron al vestíbulo inferior, Ashton ya estaba junto al sofá. Allí se detuvo, ante una orden del joven, y giró hacia la puerta.

- Date prisa -exclamó el rubio, por encima del hombro, dirigiéndose a Edward Gaitling que aparecía con un largo trozo de cuerda-. Ata a Wingate, y que sea pronto. Basta de errores.

Ashton miró directamente a los ojos enrojecidos del actor, pero Edward bajó la mirada con súbita prisa y colocándose detrás del plantador, le ató los brazos a la espalda con varias vueltas de soga y tres nudos firmes.

- Los tobillos también -ordenó Malcolm-. No quiero que el maldito me patee.

Edward empujó a Ashton contra el sofá y le advirtió: -Ya sabe que de nada le servirá atacarme.

Malcolm se burló de esos débiles intentos de someter al hombre por la lógica.

- Wingate sabe que, si intenta cualquier cosa, Lenore morirá. Ahora haz lo que te dije Unos pasos lentos resonaron en la parte trasera de la casa Todos los presentes se detuvieron a escuchar. Malcolm, conteniendo el aliento. Dos siluetas corpulentas asomaron por la puerta de la sala.

Uno de los hombres era pelirrojo y llevaba un par de pistolas al cinto El otro, un rifle de caza y un cuchillo envainado; una masa de pelo negro le rozaba los hombros. Malcolm los reconoció con un suspiro de alivio.

A Ashton se le erizaron los cabellos de la nuca al reconocer al segundo malhechor. -¿Éstos son sus hombres?

El joven indicó a sus dos cómplices que se acomodaran, uno ante la puerta del vestíbulo, el otro junto a las puertas de cristales. Por fin se dignó contestar a Ashton. -¿Le importa?

Ashton señaló con la cabeza al más pequeño de los gigantes.

- Ese abordó mi barco durante un ataque de los piratas. Es el que me disparó después de que Lierin cayera por la borda Malcolm soltó una breve carcajada -Y pronto tendrá su segunda oportunidad -Y otro de los suyos, el que custodiaba la casa, trabajó en la sala de máquinas por esa misma época. Sin duda saboteó el motor cuando apareció la barcaza de los piratas -¡Qué inteligente es usted, señor Wingate! -se burló Malcolm -Si esos hombres trabajan a sus órdenes, usted ha de ser el jefe de los piratas que han estado atacando los barcos. Y que atacaron el mío.

Malcoím se volvió hacia el pelirrojo. -¿Cuánto tardarán los otros, Tappy?

- Algunos llegarán en seguida -respondió el facineroso-. Otros tardarán un poco más. Y el resto está preparando el barco para cuando usted llegue.

- No podremos salir hasta después del oscurecer -replicó el jefe-. No quiero que nos sigan los hombres de Wingate.

- Ha juntado un verdadero pelotón para luchar contra un solo hombre -comentó Tappy-. Y además está herido. -¡Wingate mató a cuatro de los nuestros, esta mañana, y eso fue todo lo que le hicieron a él! ¡Apenas un rasguño! -protestó Malcolm - No voy a correr más riesgos Robert Somerton era un hombre muy rico y no quiero que nada me prive de la herencia. -¿Y qué va a hacer con este hombre? -dijo el moreno, con una -Wingate sabe que, si intenta cualquier cosa, Lenore morirá Ahora haz lo que te dije sonrisa lujuriosa.

El jefe de los piratas rió, divertido, al advertir sus ansias.

- Bueno, Barnaby, se me ocurrió que podía ser divertido recortar un poquito al señor Wingate; así la señora podrá llevarse su corazón al manicomio.

Un súbito chillido de furia quebró el aire. Malcolm cayó hacia atrás, bruscamente raspado en la espinilla por un tacón afilado. Un momento después se encontró bajo el ataque de una gata que arañaba y mordía. Cuando sus largas uñas le arrancaron sangre de la mejilla la arrojó al suelo de una bofetada. Un momento después debía desviar la pistola para detener a Ashton, que corría hacia él, bramando. Obviamente, Gaitling había olvidado atarle los tobillos.

- Vamos, dispare -lo desafió Ashton-. De un modo u otro, soy hombre muerto. Pero si dispara correrá el riesgo de que mis hombres oigan y vengan a investigar. Saben que hay problemas en esta casa. Vamos, ¿por qué no dispara? Dígales que está aquí.

Barnaby se interpuso entre los dos y empujó a Ashton contra el sofá.

- No me venga a estropear la fiesta. Me gusta la idea de recortarlo un poquito y quiero tenerlo a salvo mientras tanto. Así gritará de lo lindo.

Malcolm, presionando un pañuelo contra su mejilla ensangrentada, fulminó con la vista a la mujer, cuyos ojos despedían llamaradas verdes, y se volvió hacia el padre con un arranque de ira. -¡Pedazo de borracho inútil! ¿No te dije que le ataras los tobillos? ¿No sabes hacer nada como corresponde?

- Lo siento, Marcus -se disculpó Edward, encogiéndose de vergüenza-. No estoy acostumbrado a estas cosas. -¿Cómo, Marcus? -preguntó Ashton.

- Sí, Marcus Gaitling -respondió Malcolm-. Pero me cambié el nombre. Sinclair era el apellido de mi madre. -Con una mueca despectiva dedicada a su padre, agregó-: Ya mí me gusta más.

Tres hombres anunciaron su presencia con grandes pasos y atravesaron la puerta. Después de echarles un vistazo, Malcolm tomó a Edward por el brazo.

- Busca a Meghan y dile que vaya arriba, a preparar una maleta para la señora. Lenore va a subir con dos de estos hombres. Ellos vigilarán la puerta mientras ella se pone ropa adecuada para viajar. Si tenemos que atravesar Biloxi en un carruaje, quiero que todo parezca normal.

Mientras Edward salía precipitadamente, Malcolm levantó a su segunda esposa de un tirón y le gruñó en la cara.

- Voy a enviarte arriba, y si me das más problemas autorizaré a Barnaby para que comience a cortar. ¿Me entiendes?

Ella asintió brevemente y, echando un vistazo preocupado a Ashton, se retiró con sus dos custodios Éstos se instalaron ante las puertas de su cuarto, uno en el pasillo y el otro en la galeria.

Cuando Meghan llegó, la señora ya tenia pensado un plan Tomó el revólver que Ashton le había dado a bordo del navío y verificó la carga, en tanto daba los detalles a la doncella.

- Di al guardia de galería que me he desmayado Cuando se incline hacia mi, golpéalo con esto -Conteniendo su estremecimiento de asco, la joven puso en manos de Meghan un atizador de hierro- No hay en este cuarto otra cosa que sirva para lo que necesitamos, es decir, para dejarlo inconsciente sin que el otro guardia se dé cuenta. -Temblaba tanto que apenas podía hablar- ¿Estás dispuesta, Meghan?

La criada no tenia ninguna pesadilla que le restara el coraje -Señora, si en esto me va la vida, como creo, estoy muy dispuesta. Tomó el hierro, y la señora rechazó la tentación de pedirle que actuara con suavidad No estaba muy segura de poder resistir la repetición de un ataque ejecutado con un atizador, pero la vida de Ashton estaba en juego y ella debía someterse a la prueba.

Se acurrucó en el suelo, boca abajo, y cuando estuvo dispuesta hizo una señal a Meghan.

- Ahora llámalo… y ten cuidado.

Meghan abrió bruscamente la puerta y, con un gesto frenético que hubiera despertado la envidia de Edward, llamó al bandido apostado en la galería. -¡Venga pronto! Mi señora se ha caído y tiene un golpe en la cabeza. Venga, póngala en la cama.

Tappy entró corriendo. Al ver la silueta femenina tendida en el suelo, guardó la pistola en el cinturón y se agachó para levantarla. Un momento después, un dolor tremendo le traspasaba la cabeza.

Luego se hizo la oscuridad y él cayó, inconsciente, junto a la pelirroja.

Ésta había logrado sofocar el pánico al oír el golpe del hierro contra el cráneo. Con una mirada cautelosa, comprobó que el hombre todavía respiraba. Eso presentaba un problema que debían atender antes de dejarlo.

- Tendremos que atarlo y amordazarlo para que no pueda avisar a los otros -susurró a Meghan-.

Después de eso, quiero que te escapes y vayas a pedir ayuda. Si no han apresado a Hickory, tal vez puedas acudir a él. Que el comisario venga con todos los hombres disponibles. Estamos tratando con una banda de piratas y asesinos.

La preocupación de Meghan aumentó al ver que la señora quitaba la pistola de su víctima.

- Pero usted ¿qué va a hacer, señora? ¿Dónde irá?

- Abajo. Amenazaron con mutilar al señor Wingate si yo intentaba algo. Espero poder impedir la carnicería y darles una sorpresa que no esperan. -¿Va a volver a ese infierno? -se asombró la joven criada-. No saldrá con vida.

Una triste sonrisa curvó los labios de la joven, al recordar la imagen de un hombre alto aferrado a una barandilla de madera. Sabía, por experiencia, que no valía la pena vivir sin Ashton.

El sol se hundió más en el horizonte. Ashton, distraído, se dijo que era como la arena de un reloj: marcaba las escasas horas de su vida. Con tantos guardias apuntándole, comenzaba a perder las esperanzas de poder defenderse. Se animó un poco al oír que un carruaje ascendía por el camino. La presencia del vehículo sobresaltó a sus adversarios, hasta que Malcolm vio que dos de sus hombres ocupaban el pescante. Los malhechores se relajaron y, un momento después, un hombre corpulento entraba en la sala, arrastrando a una mujer.

- Mirad a quién encontré en Biloxi -carcajeó, presentando a su cautiva.

Estaba enrojecida y furiosa; los ojos verdes centelleaban de indignación. Malcolm quedó boquiabierto, mientras sus compañeros lanzaban exclamaciones de asombro. Edward Gaitling se dejó caer lentamente en el sofá, tal vez más confundido que nadie.

Ashton se levantó, dando un paso adelante para mirar mejor. -¿Lie…? -comenzó. Pero se interrumpió de inmediato. Las facciones, aunque similares, no eran tan refinadas. Con súbita certeza, sacudió la cabeza-. Usted no es Lierin.

- Por supuesto que no. Soy Lenore, la hermana. Y usted, ¿quién es, señor? -preguntó, secamente-. ¿Uno más de los rufianes que nos secuestraron en cuanto bajamos del barco?

Ashton comenzó a sonreír. Por fin rió entre dientes, con franco buen humor.

- Creo que alguien cometió un error y me envió el retrato que no correspondía. -Algo más serio, arqueó una ceja-. ¿La señora Livingston?

- Sí -confirmó ella, precavida-. ¿Y usted? -Su cuñado, Ashton Wingate -replicó él. -¿Ashton? -Los ojos verdes se abrieron de par en par, llenos de duda y extrañeza-. ¡Pero si él murió!

- No. -El plantador sonrió ampliamente-. Estoy bien vivo.

- Pero Lierin estaba segura de que Ashton había muerto -insistió Lenore-. Ella lo vio morir… y Malcolm le mostró la tumba.

Ashton arqueó una ceja, mirando al otro, que había logrado, por fin, cerrar la boca. -¿Mi tumba? ¿Y dónde fue eso? ¿Cuándo, exactamente, se la mostró?

- Lierin dijo que Ashton estaba sepultado cerca del sitio en donde los piratas atacaron al Bruja del Río. Malcolm le mostró la tumba poco después de rescatarla.

- Temo que Malcolm nos ha engañado a todos. Al menos, lo intentó. -Ashton dedicó a la señora una reverencia-. Le juro que estoy bien vivo y que soy la persona correspondiente al nombre de Ashton Wingate. Creo que su hermana lo atestiguará. -¿Dónde está? ¿Dónde está Lierin? -preguntó Lenore-. Quiero verla.

Ashton estuvo a punto de hacer una mueca burlona dedicada a Malcolm. -¿Le molestaría enviar a uno de sus hombres en busca de mi esposa?

Malcolm lo fulminó con la mirada. Luego, con un gesto de la mano despachó a un hombre con el encargo.

- Tráela abajo… y que la criada la acompañe. -En tanto su cómplice salía, el joven clavó una mirada curiosa en la mujer, que se estaba quitando los guantes-. ¿Qué hace usted aquí?

- Vine a ver a Lierin, Malcolm. Atentaron contra la vida de mi padre, y él estaba preocupado por ella. Viajó desde Inglaterra, pasan- do por las islas, y me pidió que lo acompañara hasta aquí. -¿Su padre está aquí? -preguntó Malcolm, asombrado-. ¿Dónde?

- En el carruaje. No le gustó el modo en que ese payaso nos estaba tratando y se arrojó contra él. Esos dos matones lo dejaron desmaya- do a golpes y todavía no ha vuelto en sí.

Malcolm se enfrentó al hombre que la había traído y señaló la galería. -¡Muévete, idiota! Trae a Somerton aquí, aunque sea: a rastras. Es demasiado peligroso para dejarlo solo.

Lenore mostró la misma extrañeza al ver que el hombre se apresuraba a obedecer. Luego levantó una mirada algo confusa hacia Malcolm. -¿Me equivoco al deducir que usted es el jefe de esos malhechores? Ashton, de muy buen ánimo, aprovechó la oportunidad para presentar al hombre y sus cómplices.

- Su deducción es correcta, señora. Por si usted no conociera su verdadero nombre, el señor es Marcus Gaitling, hijo de… Giró levemente el cuerpo para señalar al actor, que miró a la joven con ojos legañosos-. Edward Gaitling, actor shakesperiano. Estos son otros socios de Malcolm… y si no los presento es porque Malcolm no me ha dado todos sus nombres.

- No importa -le espetó el jefe de los piratas.

- Calma, calma -se burló Ashton.

Malcolm se volvió hacia él, en un arrebato iracundo.

- No tiene de qué vanagloriarse, señor Wingate. Aunque ella sea su esposa, de poco le servirá.

Tampoco a ella, ni al niño que está gestando. Usted morirá pronto… y ella irá al manicomio.

Lenore ahogó una exclamación, apretándose el cuello con una mano.

- No hará semejante cosa…

- Lamento decir, señora, que Malcolm es capaz de hacer cualquier cosa, mientras sirva a sus propósitos -afirmó Ashton, irónicamente-. Lo que ahora me pregunto es cómo piensa deshacerse de usted y de su padre…

Malcolm hizo una mueca burlona. -Eso será cosa fá… -¡Sáqueme las manos de encima, pedazo de facineroso!

El grito hizo que Malcolm diera un respingo y mirara en derredor, súbitamente horrorizado.

Unos pasos vacilantes acabaron con un fuerte golpe contra la pared exterior de la casa. -¡Puedo caminar solo, estúpido! Y ahora ¿dónde está mi hija? ¿Dónde está Lierin?

Unos pasos atronadores retumbaron en el vestíbulo de entrada haciendo tintinear los vidrios de la puerta como ni siquiera Malcolm lo había logrado nunca, con sus ruidosas entradas. Los piratas intercambiaron miradas de asombro, pero no tuvieron tiempo de obedecer a Malcolm, quien les indicaba salir al vestíbulo para sujetar al hombre: éste entró por cuenta propia.

Ashton había renunciado a la idea de encontrarse cara a cara con Robert Somerton, pero en cuanto puso los ojos en aquella cabeza gris y en las centelleantes pupilas verdes, comprendió que ése era, en ver- dad, el padre de Lierin Wingate. Uno de los malhechores se precipitó a sujetarlo, pero fue arrojado a un costado y cayó contra la pared, inconsciente. Robert giró sobre sus talones, con otro grito atronador. -¡Tráiganme a mi hija!

El pirata que había sido enviado en busca de Lierin pasó junto a él y entró en la habitación, evitando cuidadosamente acercarse al iracundo desconocido. Corrió hacia Malcolm y susurró:

- No la encuentro, señor. Ella y su criada… han dejado inconsciente a Tappy… y lo dejaron atado. -¡Búsquenla! -bramó Malcolm-. ¡Que esa zorra no salga de esta casa!

Ashton miró por sobre el hombro, pues había percibido cierto movimiento en la galería: una falda desaparecía junto a la puerta de cristales. Al mirar en derredor, precavido, vio que los piratas estaban reunidos junto a Malcolm, quien repartía furiosas órdenes. Enderezando la espalda, retrocedió cautelosamente hasta el umbral de la puerta y alargó hacia afuera las manos atadas. Unos dedos invisibles tiraron de las cuerdas. Era casi de noche y no quedaba mucho tiempo para ganar la libertad.

Sus cejas se elevaron con sorpresa, al sentir el peso de una pistola grande en las manos. El momento era adecuado para agradecer al ángel oculto aquel presente, pero más tarde le de- mostraría toda su gratitud.

Con disimulo, sujetó la pistola a la cintura de sus pantalones y carraspeó para llamar la atención.

- Tal vez Lierin haya subido a la buhardilla para ocultarse.

Malcolm giró en redondo y, al ver que el hombre estaba cerca de la puerta, chilló a sus compañeros: -¡Tráiganlo adentro! -¡Ya voy, ya voy! -proclamó Ashton, mientras caminaba tranquilamente hacia el sofá, con las manos siempre a la espalda.

- Prometí a esa zorra que lo iba a castrar -gruñó Malcolm-. Es hora de que Barnaby se divierta.

- Vamos, Malcolm, qué aburrido te has puesto, últimamente canturreó Lierin, entrando por la puerta de cristales.

Rezaba, con fervor, por parecer más serena de lo que se sentía. En su memoria, el dique se había roto por completo; los recuerdos fluían con vívidos detalles. Su entrada atrajo las miradas atónitas de los ladrones, confundidos por las gemelas, pero Lierin no les prestó atención.

- Ya no sabes hacer otra cosa que amenazar a la gente. Desde lo de Mary no has podido matar a nadie.

- Oyó la exclamación sorprendida de Edward Gaitling y se preguntó si, por fin, algo de lo hecho por el hijo había llegado a escandalizar al actor-. Si exageras tanto, acabaremos por no tomarte en serio.

- Maldita zorra -gruñó él-. Cuando te vi con Wingate, a bordo del barco, te tomé por un ángel.

Dije a mis hombres que lo mataran; así yo podría quedarme contigo. Pero sólo me has traído tormentos.

Ella chasqueó la lengua, como si lo compadeciera, y se encogió de hombros con aire de inocencia. Llevando un chal cruzado sobre las manos, se acercó a su padre, inmovilizado por la boca amenazadora de un arma. Los ojos de Robert Somerton centellearon de placer al verla. Ella, con una risa algo estremecida, se dejó abrazar; al hacerlo deslizó en el bolsillo del anciano la pequeña pistola que llevaba, susurrándole al oído:

- El que está sin camisa es de los nuestros, papá. El resto puede irse al infierno.

Robert le puso un beso en la frente y la apartó para acercarse a Malcolm.

- Quiero saber qué diablos está pasando aquí. Cuando usted llevó a Lierin, a Inglaterra, creíamos que la había salvado de los piratas que mataron a su marido. Y aquí lo veo, con todo el aspecto de ser el villano de la obra -Lo es -balbuceó Edward Gaitling, desde el sofá, sirviéndose una buena medida de whisky-.

Mi hijo ha aprovechado el momento para sacar ventaja, así se pudra en el infierno.

Los ojos de Malcolm echaron chispas, pero sus labios se curvaron al mirar a Somerton -De no haber sido por mis hombres, su hija se habría ahogado. Ellos la sujetaron por la cabellera cuando ya se hundía, cerca de la barcaza. La subieron a bordo y le salvaron la vida. Debería estar agradecida por… -¡Agradecida! -le gritó Lierin-. ¡Grandísimo payaso! ¡Fue porque atacaron el barco que caí al agua! Dispararon contra mi esposo y lo di por muerto. Después, tú fuiste al campamento para cobrar tu parte y fingiste rescatarme. Oh, qué valiente eras, contra tantos… Lograste que me liberaran y después llevaste a la pobre viuda a ver la tumba de su esposo, cuya lápida habías comprado tú. ¡Una tumba vacía! -¡Pude haberla llenado! -protestó él-. ¿Habrías sido más feliz así? -¡Lo intentaste! -acusó ella-. Pagaste a tus asesinos para que lo mataran, pero él es demasiado hombre para esa gentuza.

Bamaby rió entre dientes. -Ya veremos si es tan hombre cuando yo comience a cortar rebanadas.

Lierin giró en redondo para enfrentarse a él. -¡Bellaco sanguinario! ¡Lo enviaré al infierno antes de terminar con usted!

- Oh, qué ferocidad -se burló el sucio patán-. Tengo un poco de sangre india en la venas. ¿Y sabe usted qué les gusta a los indios? -le guiñó un ojo-. ¡Los cueros cabelludos! Y el suyo me parece muy bonito.

Lierin descartó su amenaza con una mueca despectiva y se volvió hacia Malcolm.

- Cuando me llevaste a la casa de mi abuelo, vimos allí algo que nos confundió a los dos. Había desaparecido el retrato de Lenore. Al llegar a Inglaterra, ni mi padre ni Lenore supieron decirnos dónde estaba. ¡Pero tú lo sabías! Es decir, lo suponías. Sabías que Ashton estaba con vida, y te diste cuenta de que, por error, le habían enviado el retrato de mi hermana. y volviste a buscar el mío.

Querías pruebas para convencerme de que yo era Lenore… y creo que todavía estabas en la casa cuando Ashton y yo entramos.

- Sí -se burló Malcolm-. Os vi en la casa yeso me dio más ansias de separaros otra vez. Tu pérdida de memoria fue un golpe de suerte para mí. Wingate te había dado por muerta; bastaría con convencer- lo de que eras Lenore. Hasta hice que Samuel Evans cambiara tu nombre en el acta de matrimonio, para que dijera Lenore en vez de Lierin Wingate.

- Pero Ashton no era tan fácil de convencer, ¿verdad? -se jactó ella-. Desde el principio ha arruinado todos tus planes, volviendo tus maniobras a su favor.

- Ahora tengo el premio en las manos, tesoro -respondió el joven, con una risa cáustica.

Lo regocijaba pensar en la muerte de su enemigo, pero cuando se volvió hacia él, con una sonrisa de superioridad, vio en sus ojos un destello burlón. Eso puso a prueba su confianza, obligándolo a preguntarse si no había nada que asustara a ese hombre. Una vez más, hizo el intento:

- Dejaremos a Weill aquí, y Horace cargará con la culpa. Pobre señor Titch, qué bien me ha venido. Lo echaré de menos.

- Tal vez el jefe de policía no se deje engañar tan fácilmente -advirtió Ashton-. Anoche le advertí que todo parecía demasiado claro, que los ladrones podían estar utilizando a Horace como chivo expiatorio.

- Usted tendió una trampa para mis hombres. Y atrapó en ella a un conejito. Una vez que los zorros queden en libertad, será él quien pague las consecuencias.

- También fue usted quien se llevó las joyas que había regalado a Lierin -observó Ashton.

Ma1colm se encogió de hombros, sonriendo.

- Ella me sacó a puntapiés.

Una voz gangosa protestó desde el sofá:

- Marcus me aseguró que ella era Lenore…

- Al parecer, usted nos ha tomado a todos por tontos -lo acusó Somerton-. También a su padre.

Ha llegado muy lejos para casarse con mi hija.

- Lierin tenía algo que yo deseaba. -Los labios gruesos esbozaron una sonrisa-. Fortuna. Era mi mejor oportunidad. La cortejé sin cesar, hasta convencerla de que se casara conmigo. -Arrugó el ceño- Pero en nuestra noche de bodas me abandono… para ir en busca de pruebas de que yo ya estaba casado. Ni siquiera me otorgó el beneficio de la duda. Creyó en la palabra de ese hombre. -¡Porque él me mostró las pruebas! -exclamó Lierin, adelantándose-. Tu acta matrimonial, una miniatura que te mostraba con Sara y una carta, enviada a su hermano por el enfermero que habías contratado para vigilarla. El hombre comenzaba a tenerle cariño y no le gustaba lo que le estabas haciendo. El hermano fue a buscarte… y te encontró planeando tu boda conmigo. En la tarde de la ceremonia trató de advertirme; hasta me puso una nota en la mano. Pero yo estaba ocupada y sólo la leí más tarde. -¡Y me abandonaste en nuestra noche de bodas! -gritó Malcolm. -¡Sí! ¡Y no sabes cuánto me alegro de no haberme acostado nunca contigo!

En ese momento fue Ashton quien quedó boquiabierto de asombro, con la vista fija en la pareja que discutía a gritos. Y de pronto comenzó a reír entre dientes. Aquello era contagioso. Robert Somerton soltó una carcajada sorda. Lenore disimuló una risita tras las manos. La risa de Lierin tintineó en toda la habitación. Pero fue el regocijo de Ashton lo que más hirió a Malcolm.

Con los dientes rechinantes, se lanzó contra su rival y lo tomó por el cuello. Cuando iba a cerrar los dedos, oyó de pronto, inesperada- mente, un chasquido familiar. Algo se clavó contra su vientre. Al bajar cautelosamente la vista, quedó sin aliento ante el brillo opaco de una gran pistola. Las entrañas se le anudaron de miedo.

- Si no retira a sus criminales, dése por muerto -le advirtió Ashton, suavemente.

Malcolm hizo un inútil intento de acudir la cabeza. La negativa no le salió. Oyó el ruido de otra pistola amartillada y estuvo a punto de suspirar, aliviado. Pero en ese momento Barnaby chilló: -¿Cómo diablos consiguió el viejo esa pistola? ¡A ver, sujétenlo! Como gracias a un milagro, de pronto aparecieron policías armados en las puertas. El jefe Coty iba al frente del grupo. Los delincuentes huyeron hacia el vestíbulo, tratando de escapar, pero otros agentes estaban apostados en la puerta principal. Un tercer grupo entró desde atrás. -¡Meghan! -gritó Lierin, entre lágrimas de alegría-. ¡Bendita sea! ¡Logró salir y rescatamos!

El jefe Coty sujetó a Malcolm por el brazo. -Tengo entendido que usted ha estado causando muchos problemas. Para Titch será un alivio enterarse de que usted está arrestado por los crímenes que se le habían atribuido.

Robert Somerton se adelantó, en tanto el comisario se llevaba a Malcolm, y tendió una mano amistosa a Ashton.

- No sé quién es usted, joven, pero mi hija dijo que era un amigo.

Lierin rió con alegría, enlazando su brazo al de Ashton.

- Es más que un amigo, papá. -Sus ojos bailaron, atrayendo la atención de su padre-. Es mi esposo, Ashton Wingate, el hombre a quien amo con todo mi Corazón.

Robert Somerton miró a la pareja por un largo instante, con los ojos humedecidos. Por fin puso la otra mano sobre las dos que ya estaban entrelazadas.

- Me alegro de conocerlo, hijo. Es un verdadero placer recibirlo en la familia.

Lierin acarició el brazo de su esposo, murmurando:

- Me alegro de que estés conforme, papá. Ahora, tal vez, tu nieto tendrá un apellido y un padre del que estar tan orgulloso como yo lo estoy de ti.