CAPÍTULO 7

¡Nueva Orleans! El portal del Mississippi, lustrosa perla del Delta: una ciudad amada por santos y pecadores a la par, sitio, de días perezosos y noches apasionadas, rica, siempre en expansión, con una mezcla inigualable de culturas y costumbres. Paraíso donde cada uno podía buscar el propio, donde el tiempo pasaba sin esfuerzo, como el río amplio y lodoso que chapoteaba en sus riberas.

Paisajes y sonido daban sabor a la ciudad, en tanto los aromas incitaban los sentidos de quienes paseaban por sus calles. Era, sin duda, un edén para los amantes.

Desde el momento en que los Wingate desembarcaron, su estancia se convirtió en una aventura que, en vez de traer recuerdos a la mente los originaba. En el puerto no había un solo sitio donde el ritmo: fuera apacible; por todos lados se veía una frenética actividad. Al: bajar por la planchada, del protector brazo de su marido, Lierin se sentía como si volara alto, con las aves marinas que chillaban sobre su cabeza. Miró a su alrededor, con el entusiasmo de una criatura estudiando a un grupito de vistosas cuarteronas que esperaban en un carruaje cercano. Vestían con bastante elegancia. La fascinaron con su colorido atuendo y su aspecto, hasta el momento que notó hacia dónde se dirigían sus sonrisas coquetas y sus miradas brillantes: en dirección a Ashton. Entonces comenzó a comprender los celos que atusaban esas mujeres. Ashton rió al notar que ella se acercaba, y satisfizo su deseo de demostrar la posesión pasándole un brazo por los hombros.

- Parece no importarles que seas casado -comentó ella fastidiada.

- Pero me importa a mí -murmuró él con suave fervor. Le levantó el mentón y, a la vista de todo el mundo, la besó en los labios entreabiertos, con todo amor, provocando un arrebato de risitas en el vehículo cercano.

Cuando Ashton levantó la cabeza, las preocupaciones de Lierin se habían calmado por completo. Lo acarició con una mirada tibia. -¿Esta felicidad cesa en algún momento, Ashton, o sigue aumentando sin cesar?

Él sonrió -A veces hace falta mucho esfuerzo y tenacidad para que el amor dure. La falta de uso puede tornarlo rancio.

- Ha sido tan fácil amarte, en este último mes -suspiró ella-. No me imagino esforzándome para eso. -¿Te gustaría ver el lugar donde te vi por primera vez?

Lierin asintió, ansiosa.

- Oh, sí. Quiero saber todo lo que hicimos juntos. Quiero revivir contigo esos momentos.

Ashton se inclinó hacia adelante y dio instrucciones al cochero pata que los llevara a Vieux Carré. Luego se reclinó para disfrutar del paseo, en tanto los caballos hacían resonar sus cascos en el adoquina- do muelle. Había tenido ciertos temores de hacer ese viaje con Lierin en el vapor, pues no sabía cómo reaccionaría la joven; acaso el navío podía provocarle nuevas pesadillas. La observaba con atención dispuesto a dar, en cualquier momento, la orden de amarrar, pero ella no mostraba inquietudes. Esperando que algo estimulara la memoria de su esposa, había hecho arreglos para que el hotel St. Louis les diera la misma suite donde, algo más jóvenes, exploraran los deleites de los recién casados. La vista de las calles sería la misma, con similares ruidos al abrir las altas puertas de cristales. La llevaría a los restaurantes donde habían cenado, caminarían pasando por las mismas tiendas, visitarían los mismos parques y los mismos teatros. Hasta donde estuviera a su alcance, todo sería igual. No podía hacer nada más y sólo cabía confiar en que eso bastara.

Lierin se recostó contra él, muy cómoda, apreciando el panorama que pasaba a cada lado, siempre cambiante. No sabía adónde iban, pero se sentía feliz allí, del brazo de su esposo. El coche pasó por una calle donde abundaban los hoteles y restaurantes; por fin tomó por una callejuela donde había muchos locales adornados con hierro forjado y balcones salientes. Ashton le señaló un grupo de tiendas de ropa femenina. -¡Por allí! Allí te vi por primera vez, pero tú tardaste un rato en saber que yo existía.

Lierin respondió con una risita divertida:

- Probablemente lo supe desde un principio y me limité a hacerme la ingenua. No creo que mujer alguna deje de reparar en ti.

- De todos modos, señora, me dio un susto. Cuando subiste a ese coche y te alejaste con tu acompañante, estaba seguro de que mi vida había llegado a su fin. -¿Y dónde nos conocimos?

- Ah, la providencia estaba de mi parte. -Él, sonriendo, dio otra dirección al cochero-. Una banda de facinerosos había echado una sombra de culpas sobre mi tripulación, probablemente para escapar de las penas que merecían en justicia. Sobornaron a un hombre para que hiciera un falso relato, diciendo que los piratas habían atacado otros vapores y buscado refugio en mi barco. Cuando los funcionarios reconocieron la estratagema, los malhechores ya había escapado dejándome furioso y decidido a enfrentarme a cierto juez, que estaba considerando las pruebas contra mis hombres. -¿Mi abuelo? ¿El juez Cassidy?

- Sí, señora. Un hombre sabio, que me dejó hablar a gusto, hasta que cierta jovencita acudió en defensa suya. Le estaré eternamente agradecido por eso.

El coche entró por un pasaje que se desviaba en ángulo muy agudo, con cercas de ladrillo a cada lado. Bajo las arcadas de ladrillo había portones de hierro forjado, que permitían ver jardines en flor y senderos serpenteantes. El vehículo pasó a una calle más ancha, donde las casas se apretaban entre sí. A medida que avanzaban, las mansiones ganaron tamaño y se fueron espaciando; los jardines se convirtieron en prados, cada vez más amplios, con robles y otros árboles de sombra. Por fin se detuvo ante una vivienda al estilo de las Antillas.

Reconocerla era algo difícil, pues las persianas estaban cerradas con tablas y clavos, pero el interior era poco más acogedor, oscuro y bastante morboso. Ashton abrió varias ventanas y desclavó las celosías, para que el sol entrara en los cuartos. Las siluetas fantasmales de los muebles, cubiertos de sábanas, parecían temibles centinelas, pero la presencia de esas formas inertes no había impedido que la entrada de un visitante, en tiempos recientes, que había dejado señales de su paso en la capa de polvo que cubría el suelo. Pisadas masculinas vagaban sin sentido por la parte inferior de la casa, pero en el estudio del juez las pisadas parecían llevar un rumbo determinado, pues se encaminaban directamente desde la puerta hasta un armario, para volver a la entrada sin el menor desvío. En la pared, sobre la mesa, había un par de clavos a buena distancia, como si allí hubieran pendido, en otros tiempos, dos cuadros. Ashton sólo pudo suponer de qué se trataba.

- Cuando recibí tu retrato, venía con una carta en la cual se me explicaba que correspondía a un par de cuadros regalados al juez por tu padre. El otro era de tu hermana, Lenore, y ambos estaban en posesión de tu abuelo en el momento de su muerte. El de Lenore pudo haberle sido enviado a ella, pero estas huellas son bastante recientes y, como verás, en cuanto el hombre entró a este cuarto fue directamente hacia la mesa. -¿Qué interés puede tener alguien en llevarse un retrato, habiendo tantas cosas de más valor para un ladrón? -preguntó ella, señalando el estudio con un ademán Ashton rió entre dientes. -Yo no vi esos retratos en esta casa, pero si Lenore se parece a ti, comprendo que alguien quisiera llevárselo.

- No bromees, Ashton. Alguien debió tener razones más lógicas para robar ese retrato.

Ashton se encogió de hombros. -No se me ocurre ninguna razón lógica. Nadie tenía derecho a entrar aquí, salvo con tu permiso. Tu abuelo te dejó esta casa con todo cuanto contenía. No hizo intento alguno por cambiar el testamento, aun al enterarse de que te habías ahogado. -¿Y por qué no lo alteró?

- Lenore y tu padre se marcharon disgustados con el anciano. Tal vez, a su modo de ver, yo era el único familiar que le restaba. Al menos, eso es lo que dio a entender cuando vine a visitarlo. Estaba en su lecho de muerte; murmuró algo relacionado con que yo heredaría cuanto era para ti. Por eso supongo que sabía lo que estaba haciendo. -Ashton pasó una mirada pensativa por la habitación, como si la viera por primera vez-. Mientras te creí muerta, no soporté la idea de volver aquí. Esta casa contiene demasiados recuerdos..

- Yo no recuerdo haber estado aquí, y sin embargo… -Lierin se estremeció recorrida por un súbito escalofrío y miró en derredor, con creciente fastidio-. Percibo algo aquí… -Bajó la mirada bajo el gesto interrogante de su esposo y continuó, en un susurro-: Es casi como si la casa lanzara gritos de dolor… o de advertencia…

- Ven, amor mío -la instó Ashton, con suavidad, llevándola hacia la puerta-. Ahora volveremos al hotel. No veo motivos para seguir aquí si eso te altera.

Lierin se dejó conducir afuera, pero ante el portón de entrada se volvió para mirar la casa, con su tejado en declive y las sombreadas galerías que ocupaban la parte frontal. Bajo los amplios aleros del porche más alto, las ventanas oscuras, sin brillo, parecían devolverle la mirada en medio de tristes reflexiones, como instándola a quedar- se para volver a darles vida. Las persianas de la galería inferior, cerradas con candado, estaban polvorientas y necesitaban reparación; el jardín se había llenado de hierbas secas. Una enredadera de campanillas parecía aprovechar la fertilidad del suelo, pues extendía sus tentáculos hacia el cielo, sobre el tejado. Sus ojos siguieron las espesas masas hasta el porche inferior, para volver en seguida a una de las ventanas altas. El vidrio era un vacío oscuro, que frustró sus esfuerzos de ver más allá, pero Lierin hubiera jurado que había visto un movimiento allí. La curiosidad la llevó a examinar las otras ventanas, pero todas estaban igualmente en blanco; nada se veía más allá de sus vidrios. ¿Había sido sólo su imaginación? ¿O, simplemente el reflejo de un pájaro en vuelo? -¿En que estas pensando?

Lierin se volvió con una risa ante la voz masculina que interrumpía sus cavilaciones. -¡En fantasmas! Me acosan cuando miro esta casa. -Deslizó un brazo por el de él-. Mi abuelo debe haber amado mucho esta vieja mansión. Se nota que, en otros tiempos, todo se cuidaba con atención.

Ashton estrechó la mano esbelta posada en su brazo.

- Él lo hubiera dado todo para tenerte otra vez consigo. Lierin suspiró con tristeza.

- Es una pena dejar que se deteriore.

- Podemos abrirla y contratar a unos cuantos sirvientes para que se encarguen de cuidarla, si quieres. Así, en nuestros viajes futuros podremos venir a quedarnos.

- Me gustaría.

- Quién sabe, tal vez alguno de nuestros hijos quiera vivir aquí. Lierin se abrazó a la cintura delgada de su marido y sonrió ante sus ojos chispeantes.

- Primero hará falta tener un bebé.

- Estoy a su completa disposición, señora -ofreció él con gallardo celo.

- Podremos hablar un poco del tema… en el hotel, digamos. En los ojos de Ashton bailaban luces verdes al mirarla. -Lo mismo estaba por sugerir. -¿Nos ponemos en marcha? -inquirió ella, con una sonrisa traviesa-. Muchas veces has dicho que nos divertimos mucho juntos. Tengo curiosidad por esa suite del hotel.

Ashton, sonriendo, la ayudó a subir al coche que esperaba. En tanto ellos se reclinaban en los asientos, el conductor azuzó a los caballos, haciéndolos tomar un trote rápido. El carruaje circuló por el camino, entre manchas de sol y de sombra. Lierin parpadeó: aquella luz desigual evocaba recuerdos dispersos de otro viaje semejante; ella estaba sentada junto a un hombre alto, de traje oscuro, que le i palmeaba la mano… ¿para consolarla? Bajó la cabeza tratando de captar sus sentimientos de aquel instante. Parecía asociado con la muerte de otra persona, pero no estaba segura; las sensaciones eran tan huidizas como la identidad de su compañero. Su figura le era extrañamente familiar, pero alguna fuente interior le revelaba que no se trataba de Ashton; era algo más corpulento… ¿y no tenía bigote?

Las imágenes la perturbaron; trató de apartarlas de su mente, tratando de que nada empañara su felicidad. Pero eran como fantasmas del pasado que jugaran al escondite en su memoria. Le pasaban velozmente por el cerebro, dejando impresiones de una silueta oscura aquí, de un murmullo de voces allá, pero siempre resistiendo a sus esfuerzos de atraerlos a la luz de su conciencia.

Soltó un suspiro de frustración. Como Ashton la mirara con una ceja arqueada en un gesto de interrogación, ella le sonrió, apoyando el brazo sobre el muslo de él.

- Me gustaría acordarme de haber estado aquí contigo. Temo haber olvidado muchas aventuras maravillosas.

- En efecto, señora, pero viviremos otras para que las lleves a casa.

La luz de la tarde se filtraba por las cortinas de la cama, encendiéndolas de blancura brillante.

De vez en cuando, una corriente de aire henchía las sedas traslúcidas, acariciando los cuerpos desnudos que yacían entrelazados. La brisa se entremezclaba con las preguntas murmuradas quedamente y los suaves juramentos de amor, mientras los besos y los suspiros caían sobre los labios bien dispuestos. Dedos masculinos rozaban un torso desnudo y acariciaban pechos dúctiles. Otros dedos, más tímidos, seguían el contorno del cuello musculoso y los fuertes contornos de un brazo bronceado. Muslos claros cedían a otros oscuros, en tanto el amor surgía con un torrente de emociones. Era el festín apacible de los placeres sensuales, un interludio feliz que se llevaba a cabo en los límites de una tienda de seda. Era la unión de hombre y mujer, la renovación de cuanto había sido y cuanto volvería a ser.

La noche era negra y algo fría; unos nubarrones bajos ponían un resplandor neblinoso sobre la ciudad. Ashton dejó a su esposa dormida y, con una bata sobre el cuerpo desnudo, salió al balcón. Una lámpara ardía con un halo de pálida luz amarilla, como un faro solitario en la oscuridad, mostrando las calles desprovistas de vida al acercarse la medianoche. Desde lejos se oía una música huidiza y ruido de festejos, atestiguando que algunos se aferraban al momento, resistiendo el paso del tiempo. Lo mismo haría él si podía cumplir semejante hazaña. Pero disfrutaba tanto de ese presente encantador que casi temía verlo nuevamente arrebatado de sus manos.

Atraído por la que amaba, Ashton volvió al cuarto y se detuvo a los pies de la cama para contemplar a Lierin. Yacía acurrucada, de costado, perdida en el sueño profundo de los inocentes. Al parecer, nada había despertado aún los recuerdos. El hecho de que ella hubiera olvidado todos los placeres que una vez compartieran era como un dolor en el fondo de la mente.

Por su parte, aquellos tres años estaban bien grabados en su memoria, aun cuando hubiera preferido olvidar unas cuantas cosas. Por ejemplo, la noche de horror en el río y, después, los días largos, atormentadores, que pasara en cama sin poder moverse. Aun cuando la tensión lo abrumaba, obligándolo a una somnolencia exhausta y despertaba siempre con la misma palabra en los labios resecos: -¿Lierin?

Y la respuesta era siempre la misma:

- No hay señales de ella. Ningún rastro. El río se la ha tragado. Después vinieron semanas de cicatrización. Cuando pudo volver a caminar, se paseó por el cuarto en inquieta angustia. Los pensamientos desquiciantes no le permitían descansar sino unas pocas horas; había terminado gritando, implorando que el alba llegara de una vez. Cuando llegaba, el día era peor que la oscuridad, pues entonces veía la silla desocupada ante su mesa, la cama donde dormía solo, el sitio a su lado que ninguna otra mujer podía llenar. Y en la fría luz del alba debía asumir, por fin, la angustiosa realidad de que su amor había desaparecido para siempre.

El viaje a la casa del abuelo había sido un dolor que se obligó a soportar después de su convalecencia. Encontró al anciano enfermo, recluido en lecho, la noticia era que Lierin no volvería a alegrar sus días fue demasiado para el juez. Aunque en la boca de Ashton esas palabras tenían un gusto amargo, lo afirmó: «Lierin ha muerto.» luego compartió el dolor con el anciano. Poco después le llegaba la noticia de que el abuelo de su esposa había fallecido.

En busca de alivio para su angustia, viajó al este y más lejos aún: a Europa. No quiso esa parte del universo donde Robert Somerton alimentaba su odio; no porque el hombre le diera miedo, sino porque necesitaba dejar atrás todos los recuerdos de Lierin… si le era posible.

Los viajes no lograron calmar su dolor. Entonces se entregó de lleno al trabajo. Los negocios de la familia prosperaron bajo su redoblada atención. Se dedicó a mejorar la línea de vapores que recorrían el mismo río donde perdiera su más preciada posesión.

Y entonces, cuando los dolores comenzaban a perder su filo, Lierin le había sido devuelta, por algún milagro, como un fantasma surgido de la noche. Allí estaba, reposando suavemente, donde él podía regodearse la vista con ella. Pero lo torturaban aquellos años perdidos, pues no hallaba la explicación posible para su prolongada ausencia. ¿Por qué no había vuelto a él?

- Dulce amor que me acosas, ¿adónde me llevarás ahora? -Su murmullo fue apenas audible en el cuarto silencioso-. He sido liberado de mi tormento, pero si me fueras quitada otra vez, ¿que haría?

- Era imposible pensar en la existencia sin ella. Si llegaba a ocurrir semejante cosa, revolvería el mundo entero buscándola, sin descansar hasta que la muerte le diera paz-. Ten misericordia de mi, Lierin, y quédate a mi lado por siempre jamás. No desaparezcas nuevamente pues yo dejaría de ser hombre.

No hubiera podido decir cuánto tiempo pasó a los pies de la cama. Por fin se quitó la bata y volvió a ella, apoyando sus brazos a cada lado. De pronto se dio cuenta de que la joven había abierto los ojos y lo estaba observando los brazos se alzaron para rodearlo. Cuando el cuerpo desnudo descendió sobre el suyo, sus labios se movieron, calientes y ansiosos bajo el beso. Una vez más comenzó el éxtasis, como aquella noche en que él hallara su amor.

En la bandeja que Ashton llevó a su esposa, con el desayuno, se veía una diminuta caja de madera, nada llamativa. La ocultaba un ramo de flores amarillas, hasta que Lierin lo levantó para aspirar su fragancia. Al descubrir aquella cajita tallada, estudió los ojos de color avellana en busca de una clave que le revelara de qué se trataba, pero sólo vio un destello sobre la sonrisa muda. Con todo cuidado, como si tuviera en las manos un gran tesoro, levantó la tapa y quedó asombrada ante el contenido de la cajita. Sobre un fondo de terciopelo, se veía un anillo de esmeraldas y diamantes, de inigualable belleza. -oh, Ashton… -Las lágrimas le nublaron la mirada-. Es precioso.

- Cuando te compré el anillo de bodas tenía mucha prisa. Espero que esto sirva como compensación. -No hacía falta ninguna compensación. Me siento feliz con sólo ser tu esposa.

Ashton le tomó la mano para deslizarle la joya en el dedo.

- Con este anillo yo te desposo… -Ashton bajó la cara, y los labios de Lierin se entreabrieron, esperando el beso-. Y lo que Dios ha unido -susurró-, que el hombre no lo separe… nunca más.

Aunque las ricas comidas, el alojamiento lujoso y los alegres panoramas no provocaban en ella recuerdos de cosas pasadas, Lierin florecía bajo el cuidado y las amorosas atenciones de su marido.

Los arbustos de azaleas y camelias no podían igualar su luminosidad. Como suele suceder cuando los momentos son placenteros, el tiempo pasó Con alas de Mercurio. Pronto quedó atrás el mes, y el Bruja del Río los llevó corriente arriba, una vez más. Allá se establecieron, sin esfuerzo, en la diaria rutina de amos de Belle Chene.

Se planeó una gran fiesta para presentar a Lierin a los amigos de la familia ya la comunidad, en general. Sería una ocasión festiva, con refrescos y comida en abundancia. Hicieron levantar un pabellón en los fértiles prados, donde los músicos tocarían piezas vivaces y valses románticos para quienes quisieran bailar. Las invitaciones se repartieron de boca en boca y por medio de carteles pegado en todos los postes del condado. Pronto la zona se agitaba con los preparativos.

Las costureras trabajaban día y noche, pues las damas preparaban sus prendas más finas u ordenaban otras nuevas según su condición social.

El frenesí se incrementó al acercarse la fecha fijada, y la colmena de actividad se centraba en Belle Chene. Allí se elaboraba una amplia variedad de golosinas y se sacaban de las bodegas vinos fermentados y barriles de sidra. Sobre las parrillas, donde ardían maderas aromáticas, giraban en los asadores reses de puerco y vacas. Cuando ya faltaban pocas horas para el comienzo de la fiesta, asaron sobre las fogatas grandes cantidades de pollos, gansos y pavos, mientras los sirvientes llevaban frutas a las mesas.

Comenzaron a llegar los primeros carruajes, y pronto los extensos prados se poblaron de niños que corrían y parejas que paseaban. Lierin acogió a la multitud del brazo de su esposo, aceptando con vacilación las primeras presentaciones. La animó la abierta aceptación de los joviales invitados y, con creciente sensación de estar en su i hogar, los saludó con gentil calidez.

La pareja se abrió por entre la multitud que aumentaba rápidamente para saludar a otros, hasta que al fin sólo pudieron permanecer en i un mismo sitio y dejar que los recién llegados se les acercaran como mejor pudieran. En un momento de respiro, Ashton se preguntó si alguno de sus conocidos estaría ausente en la muchedumbre. Por el contrario, experimentó cierta irritación al reconocer entre todos a unos cuantos que hubiera preferido saber lejos de su casa.

Aun así, poco le sorprendió ver allí a Marelda. Venía del brazo de M. Horace Titch, quien se aproximaba a la línea de recepción con mucho menos vigor que ella. En realidad, se le veía intimidado. Se sometió a las presentaciones de Ashton con gestos nerviosos y se alejó de inmediato, lleno de prisa torpe. Marelda le tiró del brazo desilusionada: no había tenido tiempo para irritar a la pareja con pullas sutiles, y comenzó a regañarlo sonoramente por su falta de i buenos modales.

- En realidad, Horace, no te comprendo. Actúas como si no tuviéramos derecho a estar aquí, cuando todo el mundo sabe que Ashton ha invitado a todos los vecinos a esta fiesta. ¿Por qué eres tan cobarde?

M. Horace TItch hizo un gesto de miedo ante esos ataques, mirando en derredor, por si alguien presenciaba esos ataques verbales. A veces, el dolor de estar con Marelda era casi demasiado; pero adorándola como la adoraba, no le era posible negarle nada, aun cuando ella, descuidadamente, lo hería en su orgullo.

Mientras se efectuaban las presentaciones y se consumía el festín, Lierin cobró conciencia de que un hombre la miraba fijamente, sin haber hecho el menor intento por adelantarse para que lo presentaran. Creía reconocerlo, vagamente. Por fin recordó: era el mismo hombre a quien ella escandalizara en la posada, al besar a Ashton. Hizo un esfuerzo por no prestar atención a su descarado interés, atribuyéndolo a fantasías del hombre, pero era difícil pasar por alto esa mirada incesante..

Los ricos tonos del crepúsculo se habían extendido por el cielo cuando los sirvientes comenzaron a instalar y encender lámparas. Como obedeciendo a una orden tácita, los invitados guardaron silencio y todas las miradas se dirigieron hacia el pórtico de la mansión.

A11í vieron a la pareja en CUyo honor se daba la fiesta. Los dos se habían puesto atuendos de gala. Por una vez siquiera, las ancianas de Belle Chene quedaron mudas de asombro, contemplando a sus descendientes con silencioso respeto. Willabelle sollozaba audiblemente mientras Luella May se hada a un lado, con los dedos entrecruzaos contra los labios, como si rezara para que nada destruyera la emoción de ese momento.

Los ojos de Ashton acariciaron orgullosamente el rostro de Lierin por un breve instante. Luego se adelantó, guiando a su dama lentamente por la escalinata, dando a todos amplia oportunidad de admirar su gracia y belleza. LoS invitados le abrieron paso hasta que llegaron al gran pabellón.

A una señal de cabeza hecha por él, los músicos iniciaron un vals. Con un brazo en tomo de aquella cintura frágil, él la guió en los primeros pasos de la danza. Bañados por los colores rosados del ocaso y la seguridad del mutuo amor, describieron sus giros, en tanto los invitados se reunían en derredor para mirarlos, entre murmullos de admiración. Cuando se apagaron las últimas notas, los espectadores estallaron en un aplauso entusiasta. Ashton retuvo la mano de su esposa, que se inclinaba en una profunda y graciosa reverencia. Su voz resonaba con Orgullo al iniciar el anuncio.

- Damas, caballeros, amigos míos: quisiera presentarles a mi esposa, Lierin…

- Señor -intervino la Voz de un hombre-, creo que hay un terrible error.

El desconocido alto, de pelo pajizo, se abrió paso a codazos hasta detenerse en los escalones del pabellón, donde atrajo las confusas miradas de la pareja Wingate. Ashton lo miró con el ceño fruncido, preocupado por esa afirmación. El desconocido echó una mirada por sobre el hombro, a los rostros desconcertados que lo rodeaban, y volvió a dirigirse a su anfitrión.

- Temo, señor, que está bajo el efecto de una equivocación. La mujer a quien ha presentado como su esposa no es Lierin…

De todos cuantos escuchaban brotaron exclamaciones de sorpresa; Lierin se aferró al brazo de Ashton, súbitamente débil.

- Es Lenore Sinclair, hermana gemela de su difunta esposa. -¡No! ¡Eso es imposible! -La negativa de Ashton estalló-. ¡Es Lierin¡ -Lo siento, señor -se disculpó el desconocido, secamente-. Pero es usted quien está equivocado. -¿Qué sabe usted? -acusó Ashton-. ¿Quién es?

- Soy Malcolm Sinclair -afirmó el hombre audazmente-, el esposo de la señora.

Lierin dejó escapar el aliento bruscamente, como si alguien le hubiera dado un fuete golpe y cayó desmayada. Las luces giraban alrrredor, como si el pabellón hubiera iniciado una órbita alcohólica. Apenas se dio cuenta de que Ashton la tomaba en sus brazos, pero tenía una vaga conciencia de las confusas conjeturas que se agitaban entre los invitados. En algún punto de la multitud se alzó una carcajada femenina, con el sonido de una victoria triunfal; supuso que era Marelda regodeándose. Ashton la llevó a una silla, y ella se dejó caer debilitada, contra el alto respaldo. El doctor Franklin Page se había separado de la muchedumbre para prestar ayuda con un frasco de sales de olor. Cuando Lierin apartó la cara de aquellos cáusticos vapores, se encontró ante los ojos pardos de Malcolm Sinclair, que estaba uno o dos pasos detrás de Ashton. -¿e sientes bien? -susurró Ashton, preocupado, oprimiéndole un paño húmedo contra la frente. -¿Es cierto? -La pregunta era apenas audible-. ¿Soy esposa de él en realidad, o lo soy tuya?

Ashton le apretó la mano, en un gesto tranquilizador, y se enderezó para enfrentarse al hombre con el mentón decidido y la mente firme.

- Estoy seguro de que ella es Lierin -declaró tozudamente-. Me casé con ella hace tres años, en Nueva Orleans.

- No puede ser -replicó Sinclair, igualmente decidido-. Su esposa se ahogó en un accidente, en el río, hace justamente tres años, señor. Le digo que ésta es Lenore, la mujer con quien yo me casé. Se la llevaron de nuestra casa por la fuerza; tras una cuidadosa búsqueda descubrí un rastro que me condujo hasta Natchez. No pude, hallarla y la creí perdida para siempre, hasta que, por casualidad los vi a ambos ante la posada. La impresión de ver a mi esposa besando a otro hombre me dejó atónito, demasiado aturdido para explicarme. -Se volvió hacia Lierin alargando la mano con el sombrero, en una súplica-: Lenore, amor mío, aclara esto. Diles que eres mi esposa.

- Yo… no puedo -tartamudeó Lierin, en un torbellino de confusión-. Sé que… es decir… creo…, en verdad creo que soy Lierin.

- Tu hermana ha muerto -insistió él-. ¿No lo recuerdas?

- No -susurró ella, angustiada-. No recuerdo nada. -¿Qué te ha hecho ese hombre? -gritó Malcolm, girando hacia Ashton, acalorado y furioso-.

No sé cómo se las compuso para que pasara esto…

- Ashton no tiene nada que ver con su pérdida de memoria -intervino el doctor Page, casi serenamente, mirando al joven-. Pero lo que ella dice es cierto. No lo recuerda a usted, no recuerda nada y tal vez nunca recupere la memoria de lo sucedido antes del accidente. -¿Qué accidente? -Malcolm parecía desconcertado-. ¿De qué accidente se trata?

Ashton le dio la información, contra su voluntad.

- Fue atropellada por mi carruaje.

- No lo sabía -murmuró Malcolm. Y se volvió hacia Lierin, con ojos oscuros y preocupados-.

Tan cierto como que estoy aquí, te juro que eres Lenore Sinclair, mi esposa.

Lierin se retorció las manos en el regazo, apartando la vista de ese rostro suplicante; las lágrimas comenzaban a correrle por la cara. Luchaba contra sus crecientes temores y la presión acumulada, que amenazaba con obligarla a huir por los prados, sollozando. -¿Tiene algo con qué apoyar su afirmación? -desafió Ashton-. Obviamente, usted sabe algo sobre la familia Somerton, pero ¿qué pruebas tiene? Yo digo que ella es Lierin y usted jura que es Lenore. ¿Debo aceptar, simplemente, su palabra? -Rió cáusticamente-. Perdone usted, señor, si requiero más pruebas que su simple palabra.

- No tengo nada en estos momentos. Ashton sonrió, sardónico.

- Podría haber muy buenos motivos para que no tenga nada. -¡Tengo pruebas! -insistió Malcolm Sinclair-. Si me permite volver, le presentaré evidencias suficientes para convencerlo.

- Me interesaría verlas -aseguró Ashton-. Vuelva cuando le sea cómodo, pero no olvide que hará falta mucho para hacerme cambiar de opinión.

Malcolm se plantó el sombrero en la cabeza y, girando sobre sus talones, marchó por entre los invitados, que le iban abriendo paso. En el doloroso silencio siguiente, Ashton puso una mano en el tembloroso hombro de su esposa, apenas consciente de que los huéspedes se estaban alejando del pabellón. Tía Jennifer y Amanda se acercaron para ofrecerles consuelo, pero sus palabras tranquilizadoras parecían vacuas, sin sustancia. La velada habla perdido su alegría. Sólo la sonrisa presumida de Marelda Rousse saludó a la pareja que volvía hacia la casa. -¿No lo dije yo? -comento, echando la cabeza atrás con una risa sofocada, al ver la angustia reflejada en el rostro de Ashton-. ¿Qué pasa, querido? ¿Te comieron la lengua los ratones? ¿No tienes nada que decir?

Al ver los músculos que se tensaban en el delgado mentón del dueño de casa, Horace Titch se retorció, intranquilo, tirando a Marelda de la manga.

- Sería mejor que nos fuéramos.

La joven morena le arrojó una mirada impaciente.

- Vamos, Horace, ¿no tienes la menor dignidad?

El hombre bajito se encogió más, avergonzado, sin poder pasar por alto esa última puñalada, lanzada desde donde Ashton Wingate podía oír.

Se apartó con torpeza, palpándose la chaqueta a cuadros, como si no supiera qué hacer con las manos. Marelda, con un fuerte suspiro, cedió, aceptando su brazo para retirarse en su compañía. Debía tener en cuenta que aún quedaba mucho por conseguir mientras tuviera a este hombre bajo su dominio.

Lierin volvió al dormitorio principal y Ashton cerró silenciosamente la puerta detrás de ambos.

Ella se movía por el cuarto como si estuviera deslumbrada, desvistiéndose como por costumbre.

Ashton con el corazón lleno de miedo, se sentó en una silla para observarla, sabiéndola confusa, pero sin poder agregar nada a lo ya dicho.

Ella salió del baño con la cara recién lavada y el pelo suelto sobre los hombros. El peinador de satén que se había puesto ceñía sus curvas suaves, revelando el seno tentador. Aunque parecía no reparar en su apariencia, él sí la notó. El efecto era, tal vez, más devastador ahora que Malcolm Sinclair había lanzado una sombra de duda sobre ellos. -¿Crees que jugué sucio? -murmuró él, al ver que ella se detenía ante la ventana para mirar hacia fuera, pensativa.

Lierin se volvió lentamente, sacudiendo la cabeza.

- Malcolm Sinclair todavía no ha probado nada. Se acercó a él, y su mirada le llegó a lo más profundo del alma. Él separó los muslos para recibirla y le deslizó los brazos por las caderas, estrechándola contra sí. Oprimió un beso contra la curva interior de un pecho y echó la cabeza atrás para saborear la dulzura de sus labios. El corselete de seda que cerraba la prenda quedó suelto bajo suS dedos activos y la bata se abrió, dejando que su boca vagara por las colinas y valles perfumados.

Lierin se estremeció, despiertos ya sus sentidos. Para ellos, la vida volvía a empezar, palpitando en las venas con renovado vigor, conduciéndolos a alturas más grandes de las que nunca conocieran.

Dos días después, Willis entró en la sala; su inquietud era obvia para los miembros de la familia, que esperaron, tensos, el anuncio.

- Amo Ashton… -Sus ojos oscuros, pesarosos, recorrieron la habitación enfrentándose a las miradas aprensivas que se posaban en él-. Hay dos hombre' en la puerta que quieren hablá con usté y la señora. Uno es ese señó Sinclair que vino ante', y el otro dice que es el papá de la señorita Lierin… pero le dice señorita Lenore.

La desesperación anudó el estómago de Lierin, dejándola fría y estremecida.

- Hazlos pasar, Willis -pidió Ashton, perdido todo el buen humor-. Lo que deban decir, pueden hacerlo delante de toda la familia.

- Sí señó, amo Ashton -replicó el negro solemne y se retiró, encorvando los hombros.

Tía Jennifer aplicó la aguja en su tapiz, sin prestar atención a lo que hacía, mientras Amanda observaba cautamente a su nieto, que se había acercado a la silla de Lierin la muchacha, petrificada, miraba fijamente la puerta. Cuando la mano de Ashton se posó en su hombro, su espalda perdió rigidez. Entonces frotó la mejilla contra los nudillos morenos y levantó hacia él los ojos suaves, brillantes. En el silencio de la espera, los pasos que se acercaban sonaron casi como el latir de los tambores al anunciar una ejecución. De inmediato, la espalda de Lierin volvió a erguirse, y ella levantó la barbilla para recibir a los visitantes con aire sereno.

Malcolm Sinclair fue el primero en entrar en el salón, llevando en la mano izquierda un fajo de papeles y, en la derecha un cuadro bastante grande, cubierto con un paño. Uno o dos pasos atrás venía un caballero de pelo blanco, pulcramente vestido. El anciano miró con curiosidad a los presentes hasta ver a Lierin; entonces se adelantó apresuradamente para tomarle una mano con las dos suyas.

Mirándola a los ojos, se esforzó por mantener la compostura, pues le temblaba la boca y sus facciones amenazaban contraerse. Por fin, con una sola aspiración, recobró el dominio y le dedicó una sonrisa valerosa.

- Estaba enloquecido de aflicción, preguntándome qué habría sido de ti, sin saber si estabas viva o muerta. Malcolm sólo sabía que te habían secuestrado, pero no teníamos esperanzas de volverte a encontrar.

Lierin retiró los dedos de aquellas manos bien cuidadas, y miró fijamente los ojos grises, preocupados, preguntándose si el hombre habría estado llorando, pues los tenía rojos y acuosos; la nariz tenía el mismo color. La gruesa melena ondulada y el bigote, enroscado hacia arriba en las comisuras de la boca, resaltaban, muy blancos, contra la piel bronceada y envejecida. Medía media cabeza menos que el joven erguido detrás de él, y más delgado, tenía buena apariencia con la chaqueta parda, el chaleco y los pantalones.

- Lo siento, señor -murmuró Lierin-, pero temo no reconocerlo. El hombre de pelo blanco se volvió para mirar a Malcolm, asombrado; el joven se adelantó para posarle un brazo en los hombros.

- Lenore -dijo suavemente, como si temiera perturbarla-, él es tu padre, Robert Somerton.

Lierin apartó la vista, buscando en Ashton alguna negativa. -¿Es cierto eso?

Ashton sintió fijas en él las miradas de los otros hombres, pero sólo pudo sacudir la cabeza.

- Lo siento, amor, pero no puedo decírtelo. No conocí a tu padre. -Tal vez esto lo ayude a convencerse de que cuanto digo es cierto -dijo Malcolm, extendiendo el fajo de papeles hacia Ashton-.

Son las actas matrimoniales, confirmando que Lenore Somerton y yo pronunciamos nuestros votos hace más de dos años.

Ashton tomó los papeles; después de mirarlos brevemente, descubrió que, en verdad, certificaban ese acontecimiento. Luego los de- volvió con un brusco comentario:

- Yo tengo un certificado similar, que prueba mi casamiento con Lierin Somerton. Pero ninguno de estos registros demuestra quién es ella.

Los ojos de Malcolm ardían de mal contenida ira. -¡Pero él es el padre! -exclamó, señalando al hombre canoso.

- Tal vez -replicó Ashton, con un encogimiento de hombros que no lo comprometía a nada-, pero yo no puedo dar fe de su afirmación, porque no llegué a conocerlo. -¡Por Dios! ¿Qué debo hacer para convencerlo? -La ira del hombre crecía ante la inflexible resistencia del otro-. ¿Por qué diablos cree que he venido a reclamar a esta mujer, si no fuera mi esposa? No tiene sentido.

- Yo no le encuentro sentido -respondió Ashton-, pero no puedo ignorar lo que siento, y creo, sinceramente, que ésta es Lierin.

- Muéstrale el retrato, Malcolm -pidió el anciano-. Tal vez eso le revele su error.

El joven puso la pintura sobre una mesa cercana y la sostuvo con una sola mano, dejándola cubierta por un instante, mientras decía Ashton:

- A usted se le envió un retrato de su esposa, ¿verdad?.Ashton respondió con un lento ademán de asentimiento.

- Sí. -¿Y usted no tuvo ninguna duda de que se trataba del retrato de Lierin?

- No. -Por la espalda de Ashton corrió un escalofrío, en tanto el otro sonreía, satisfecho.

- En ese caso, le pido que vea esta pintura con mucha atención y me dé su opinión.

Cuando retiró el paño que cubría el retrato, los miembros de la familia Wingate soltaron una exclamación de sorpresa. Era similar al que habían mostrado a Lierin, pero existían sutiles diferencias en los rasgos faciales de la mujer, que eran más delicados, más finos. Aunque el otro retrato se parecía mucho a la mujer sentada en ese salón, no cabía duda que ella había sido la modelo del que se estaba exhibiendo.

- La otra pintura, la que usted tiene, es la de Lierin, su esposa, pero ésta es de Lenore, la mía.- Malcolm estuvo a punto de sonreír con satisfacción al ver la confusión en su interlocutor-. Dígame ahora si II ha cometido un error o no.

Amanda y tía Jennifer, igualmente preocupada, se extrañaron ante el silencio de Ashton, que tenía el ceño fruncido.

- Tal vez ahora me permita llevar a mi esposa a casa, como corresponde… -¡Por favor! -exclamó Lierin, buscando alivio en Ashton-. Por favor… no los recuerdo…

Ashton le dio en el hombro una pequeña sacudida de consuelo.

- No te preocupes, amor mío. No permitiré que te lleven. -¿Qué estás diciendo? -ladró Malcolm, furioso-. ¡No tiene derecho a retener a mi esposa aquí!

- Eso tendrá que ser resuelto ante los tribunales -estableció Ashton- No renunciaré a ella sin que se realice una investigación completa del asunto. Cuando Lierin cayó de mi vapor, hace tres años, no se hallaron restos de ella.

Malcolm bufó, despectivo:

No es la primera vez que el Mississippi se queda con un cadáver.

- Lo se, pero quiero que se hagan todos los esfuerzos necesarios para aclarar la identidad de Lierin.

- De Lenore! - corrigió Robert Somerton.

- Enviaré a representantes a la casa de los Somerton, en Inglaterra, y también a Billoxi y a Nueva Orleans para ver que se descubre. -¡Pero ese tipo de investigaciones puede tardar meses enteros! -protestó Malcolm.

- No me importa cuánto tarden -replicó Ashton, ásperamente-. Sólo me preocupa Lierin y el resultado de la investigación. Si se prueba que estoy equivocado, no podré menos que aceptar la verdad. Pero no aceptaré nada a medias. -¿Y cree que retendrá a mi esposa aquí hasta entonces? bramó Malcolm.

Ashton sonrió blandamente.

I-Al parecer, ella quiere quedarse. -¡No lo permitiré! -Los ojos pardos despedían fuego.

- Entonces tendremos que someternos a la decisión de un juez.

- En Natchez he oído hablar de usted -se burló Malcolm-. Dicen que es terco y obstinado, pero permítame asegurarle algo: antes que esto termine volverá a tener noticias mías; entonces sabrá que se ha encontrado con la horma de su zapato. Esto se puede arreglar mediante un duelo, por cierto.

Las mujeres emitieron exclamaciones sobresaltadas, esperando la negativa de Ashton. No la hubo.

- Como guste, caballero -respondió, con calma-. ¿Quiere que sea hoy mismo?

Malcolm entornó los ojos.

- Ya le comunicaré en qué momento me será conveniente.

- No deje de hacerlo, por favor. Tal vez ese enfrentamiento haga innecesaria la investigación, ahorrándome grandes molestias.

Malcolm hizo una mueca entre burlona y despectiva.

- Considerando que ya se le ha demostrado su error, parece muy seguro de usted mismo.

- Tal vez tenga motivos para estarlo.

Los ojos del joven eran fríos como el polo norte.

- Con engreimiento no se gana un duelo.

Ashton se encogió de hombros, indiferente.

- Estoy dispuesto a la prueba.

- Piensa en Lenore -advirtió Robert Somerton, apoyando una mano en el brazo de Malcolm-.

Esta conversación sobre el duelo ha de estar perturbándola.

- Tienes razón, por supuesto -dijo el rubio.

Pareció descartar el tema con facilidad. Acercándose a la mesa, comenzó a envolver el retrato, pero se detuvo cuando Ashton se acercó a él, y le dijo:

- Esa pintura estaba en la casa del juez Cassidy no hace mucho. ¿Cómo supo usted que estaba allí? -¿Qué importancia tiene? -preguntó Malcolm, cáustico.

- Cuanto hay en esa casa pertenece a Lierin o a mí. Usted entró en ella para apoderarse de ese retrato -Si trata de acusarme de latrocinio, esto es lo único que me llevé. Sabía que estaba allí porque Lenore me lo había dicho. Cuando vi que faltaba el otro, supuse que usted lo había tomado. -Así diciendo, recogió el objeto de aquella discusión y fue a detenerse ante la silla de Lierin-. No comprendo del todo tu pérdida de memoria, Lenore, pero recuerda esto, queridísima: nunca dejaré de amarte.

Y se retiró de la sala a grandes pasos, con Robert Somerton pisándole los talones.

El ruido de sus botas, al golpear el suelo de mármol en su marcha por el vestíbulo, despertó ecos en el silencio de la mansión. El ritmo seguro que Malcolm daba a sus pasos parecía declarar que estaba dispuesto a enfrentarse a cuanto desafío se le presentara.