CAPÍTULO 4

Era en la sala donde se reunía la familia Wingate antes de cenar. Dedicaban el momento a la conversación ya goces tranquilos: una copa de jerez, unos sorbos de alguna bebida más fuerte, unas cuantas puntadas más al tapiz o alguna tintineante melodía tocada en el clave. A veces, las sonoridades del violoncelo fluían por la casa, ya a dúo con el otro instrumento, ya solo, como esa noche.

Las esperanzas de Marelda aumentaron al oír los compases, pues sabía que sólo Ashton, en la casa, podía dar vida al instrumento con tanta calidez. Era hombre de muchos talentos, un perfeccionista que se esforzaba por tener éxito en todo.

Se detuvo frente al espejo del vestíbulo para una última mirada apreciativa. Llevaba el pelo negro peinado con arte, para acentuar su seducción: lo había recogido en densas ondas hacia un costado, donde pendía en un manojo de bucles que oscilaban bellamente detrás de su oreja. Llevaba su vestido de tafetán de color rojo oscuro, con la esperanza de que Ashton estuviera presente en la cena; al saber que no tendría una desilusión, esbozó para sus adentros una sonrisa presuntuosa.

Estaba segura de que la elección de ese vestido era un golpe genial por su parte. La sensación de voluptuosidad estaba creada por sendas almohadillas cosidas por dentro de la camisa, que levantaban sus pechos pequeños. El corpiño parecía incapaz de contener aquella estructurada plenitud y amenazaba con descender por de- bajo de la línea pudorosa, revelando tonos más oscuros del seno.

Cualquier hombre tendría dificultad para no prestar atención a es- cote tan atrevido, y como Ashton era un digno representante de su sexo, era de esperar que se mostrara susceptible. Claro que semejante exhibición podía escandalizar a las ancianas, pero si logra- ha ganar la consideración de Ashton y despertar sus instintos varoniles, la exposición habría valido la pena. No pensaba permanecer cruzada de brazos mientras la pelirroja se aprovechaba de su Invalidez.

Después de avanzar subrepticiamente hasta la puerta de su adversaria, arrimó el oído a los pulidos paneles para escuchar cualquier movimiento en el interior. Se oía la voz de Willabelle, pero en tono bajo y apagado, que hacía inaudibles las palabras.

No tenía importancia. Marelda estaba segura de que la perezosa no se dignaría salir de la cama para participar de la cena. No había hecho el esfuerzo en toda la semana, como si se regodeara en su fragilidad.

«¡La muy tonta!», se burló Marelda. «Mientras ella languidece, débil y pálida, entre las almohadas de encaje, yo me quedaré con Ashton. Él no dejará de arrepentirse por haberla presentado como su esposa perdida.»

Descendió la escalinata canturreando alegremente. Se sentía animosa al tener a Ashton tan a su alcance. Después de todo, ella era muy hermosa y nada ignorante en cuanto a seducción, pues la había empleado a capricho con otros hombres. Aunque se permitía ciertos placeres, se guardaba bien de perder la virginidad, por lo cual se había ganado la reputación de mujer cruel. No se trataba de que fuera adversa a las aventuras amorosas, pero conocía los peligros de la rendición total y no quería arriesgar sus posibilidades de casarse con Ashton.

Como deseaba que la sorpresa fuera completa, amortiguó sus pasos al acercarse a la sala y buscó un punto ventajoso ante la puerta, sin que nadie la viera. Amanda y tía] Jennifer ocupaban sendas sillas cerca del hogar, concentradas en sus bordados mientras escuchaban la música. Ashton, más cerca de la entrada, parecía igualmente absorbido por sus esfuerzos. La expresión levemente melancólica de su rostro sugería un anhelo oculto, profundo, que ella no pudo sondear del todo. Temió a medias que se relacionara con la mujer del piso de arriba. ¡Eso era algo que no podía permitir!

- Buenas noches -saludó, cálidamente desde la puerta.

De inmediato consiguió la atención que buscaba. Ashton giró la cabeza y la música se detuvo abruptamente, haciendo que las dos hermanas levantaran los ojos, extrañadas. Los de tía] Jennifer se dilataron, para luego entornarse en una súbita mueca de dolor, al pincharse el dedo con la aguja.

Mientras succionaba el dedo herido, miró a la joven con un gesto de perturbación.

- Dios del cielo -exclamó Amanda por lo bajo, hundiéndose en el sillón con la mano apretada al cuello.

Sólo Ashton tomó con naturalidad la aparición de la joven. Se levantó con una sonrisa de tranquila diversión.

- Buenas noches, Marelda.

Ella señaló el clavicordio. -¿Te molestaría que tocara contigo?

- Oh, por favor -replicó Ashton, levantando también la mano a modo de respuesta cortés.

Esperó a que ella se hubiera instalado y volvió a su silla. Marelda deslizó los dedos sobre el teclado, como leve práctica; luego le hizo una señal con la cabeza, para que recomenzara, y la encantadora melodía se reinició, llenando la casa con sus sones.

De pronto irrumpieron las teclas del clavicordio, y los fluidos acordes de las cuerdas quedaron prontamente sofocados bajo las notas fuertes, resonantes, que parecían ir medio compás adelantadas o atrasadas con respecto al violoncelo.

Tía} Jennifer puso mala cara ante ese ataque al teclado; aunque trató de seguir con su tapiz, su esfuerzo sólo sirvió para conseguir nuevos aguijonazos de la afilada aguja. Amanda desviaba la cara para que no se viera su ceño, fruncido del dolor, pero tendía a marcar el compás con la cabeza, como en un intento inconsciente de indicar el tiempo a Marelda. Ashton, al notarlo, contuvo una sonrisa y, por misericordia hacia las dos ancianas, llevó la pieza a un gracioso final.

Por un momento se dedicó a probar las cuerdas, como si estuviera descontento con su propia ejecución. Marelda, mientras la esperaba, dejó el banquillo y se aproximó al aparador, donde había una bandeja de plata con botellas de cristal. De espaldas a Ashton, tomó una copa de vino y se sirvió una generosa medida de coñac. Luego fue a detenerse ante el hombre que atraía todo su interés.

Ashton echó una mirada aprensiva hacia su huésped: el busto de Marelda tensaba el escote de su vestido. Sus propias mejillas enrojecieron ante esa impúdica exhibición de un valle azul magenta aso- mando por el vestido. El gran reloj de péndulo dio la hora, hecho que la anciana aprovechó para distraer la atención de los demás. -¿Dónde se habrá metido Willabelle? A esta hora debería estar entrando y saliendo para vigilar la mesa o para dar prisa a la cocinera.

Ashton respondió sin molestarse en levantar la vista.

- Probablemente está en la cocina, fastidiando a Bertha hasta ponerla frenética.

Aquel tópico había irritado siempre a Marelda.

- Das demasiadas alas a tus sirvientes, Ashton. Willabelle maneja la casa como si fuera suya.

El anfitrión, deliberadamente, hizo que el violoncelo chirriara, con lo que aquella arpía retrocedió un paso. Luego, como si estuviera muy atento a su tarea, inclinó el oído hacia las cuerdas que estaba afinando.

Pero Marelda no estaba dispuesta a descartar el tema.

- Mimas demasiado a los sirvientes. Cualquiera diría que son de la familia, por el modo en que los malcrías.

- No los malcrío, Marelda -afirmó él, con serena firmeza-. Eso sí: empleé una buena suma de dinero para adquirirlos y no veo ningún motivo para devaluar mis inversiones maltratándolos.

- Se dice que hasta les das dinero por sus servicios, para que, al cabo de varios años, tengan la posibilidad de comprar su libertad. ¿Sabes cuáles son las leyes sobre la manumisión de esclavos?

Ashton levantó poco a poco la mirada, notando apenas su exhibición, sin escándalo ni interés.

- Cualquier esclavo que prefiera su libertad a todo la demás deja de tener valor para mí, Marelda. Escapará a la primera oportunidad, y si la encadeno me es inútil. Cuando alguien está decidido a irse, le permito pagar su propio valor con su trabajo y los embarco hacia sitio seguro. Es así de simple. No falto a ninguna ley.

- Lo que me extraña es que alguien trabaje para ti.

- Creo que ya hemos analizado el éxito de Belle Chene. No veo motivos para entrar en más detalles.

Para evitar más discusiones, volvió a acariciar las cuerdas con el arco y se dedicó a tocar a un aire delicado, que fue calmando su irritación. Tenía la cabeza llena de Lierin. Había pasado por su puerta antes de bajar, sólo para enterarse, por intermedio de Willabelle, de que su esposa estaba indispuesta. Dada su necesidad de verla y ese fracaso, estaba pensativo; se preguntaba por cuánto tiempo se le ocultaría ella, si alguna vez aceptaría su condición de esposa.

Al levantar la vista creyó por un momento, que estaba imaginando la aparición surgida en el vano de la puerta. Sus manos se detuvieron, su aliento se hizo más lento, al morir lentamente la última nota de una cuerda pulsada en el súbito silencio de la sala. Muchas veces, en los últimos tres años, había formado en su mente imágenes como ésa, pero en ese momento la veía con una maravillosa realidad. -¡Lierin! ¿Había pronunciado el nombre o sólo estaba articulado en su mente?

Marelda giró en redondo, sorprendida, salpicando de coñac sus faldas amplias. Se quedó mirando fijamente a la mujer detenida en la puerta. En su interior rabiaba con abierta frustración.

Un paso detrás de Lierin, lista para prestar una mano o dar ayuda estaba Willabelle, muy sonriente, llena de obvio orgullo ante esa creación y la parte que a ella le tocara desempeñar. El ama de llaves, después de resolver para sus adentros lo relativo a la identidad de esa joven, la había aceptado como ama sin reservas y deseaba hacer la que estuviera a su alcance para ayudarla a lograr ese puesto.

Ashton se puso de pie, sintiendo el acelerado latir de su corazón, en tanto saboreaba en detalle la belleza de su esposa. La cabellera roja, recogida sobre la coronilla en un remolino flojo, bajaba en ondas suaves, apartándose de la cara. El efecto era tan seductor como el vestido, que parecía flotar a su alrededor como una nube rosada. Las mangas largas y voluminosas, de seda pura, se ajustaban a las muñecas con puños de satén que combinaban con la cinta ceñida al cuello. De ese cuello estrecho brotaba un volante espumoso, de apariencia gazmoña. Ashton sabía que las curvas plenas dibujadas por el corpiño eran humanidad pura. Aunque pálida por el esfuerzo de llegar a la sala, Lierin era la viva imagen de la belleza femenina. La imagen de Marelda desapareció inmediatamente de su cabeza.

Era como si sólo ellos estuvieran en la habitación. Cuando sus ojos se encontraron, él sólo pudo ver su rostro adorable, con verdes pozos gemelos que amenazaban tragarlo.

Una sonrisa preocupada se dibujó en los labios de Lierin, pero su mirada no se apartó de él, aunque el comentario fue para todos los presentes.

- Willabelle dijo que no habría problemas si cenaba con ustedes -murmuró, como pidiendo disculpas-. Pero no quiero molestar. Si tenían planeado otra cosa, puedo cenar en mi cuarto. -¡Ni pensarlo! -Las palabras de Ashton fueron casi un estallido. Dejó el chelo a un lado y se adelantó para tomarla de la mano-. Willabelle, encárgate de que pongan otro cubierto.

- No hace falta, amo Ashton. -La mujer, riendo entre dientes, entregó a su pupila al cuidado del amo y se marchó, agregando por encima del hombro-: Ya me encargué de eso. ¡Í, señó!

- Por favor. -Lierin levantó los ojos hasta las cálidas pupilas de Ashton-. Te oí tocar. ¿No querrías continuar?

- Si me acompañas -murmuró él.

- Acompañarte… -Lierin sintió un momento de confusión hasta que él señaló el clave. Entonces se apresuró a negar la posibilidad-. OH, no puedo… al menos, creo que no sé…

- Veremos si recuerdas algo. Ashton la condujo hasta el instrumento y tocó una breve melodía en el teclado, mientras ella se sentaba en el banquillo. A modo de tentativa, la joven apoyó los dedos en el sitio que ocuparan los de él y repitió las mismas notas. Festejando con una risa su propia victoria, levantó la vista. Ashton, acentuando la sonrisa, tocó un fragmento más largo, que ella reprodujo con creciente entusiasmo. Como él rozaba sus faldas, se apresuró a hacerle lugar en el banquillo y ambos tocaron a cuatro manos. Los dedos pálidos de Lierin se ocupaban de las notas altas, mientras él tocaba las graves. Para sorpresa de la muchacha, unos versos divertidos le vinieron a la mente y los cantó, con voz cadenciosa, encogiendo los hombros en un gesto de sorpresa ante esas palabras, que parecían fluir de alguna fuente desconocida. Al terminar, ambos se deshicieron en risas.

Cuando el brazo de Ashton la rodeó para acercarla a sí, la reacción natural fue relajarse.

- Eso ha sido delicioso, señora. Muchas gracias.

- El placer ha sido mío, caballero -respondió ella, alegremente.

Marelda, rechinando los dientes, vio que todos sus planes para la velada rodaban a sus pies.

Como esfuerzos malgastados. Aquellas risas alegres, aquellos mutuos manoseos daban náuseas. Era toda una humillación permanecer allí sentada, con el busto asomando por escote, mientras todos la ignoraban, mientras ese hombre devoraba con los ojos a la pelirroja. De no ser por su orgullo, se habría levantado para abandonar la habitación.

Pero no todos compartían su repugnancia. Amanda se sentía agradecida por la presencia de Lierin, que la animaba tanto como a Ashton. Viéndolos juntos, tan bien aparejados, olvidaba el atuendo de Marelda. Lierin era tan bella y femenina como su nieto apuesto, viril, y el contraste realzaba la belleza de cada uno. En verdad, formaban una pareja perfecta.

Intercambió con su hermana una sonrisa complacida; no hacían falta palabras para comunicar la mutua satisfacción. Sólo cabía lamentar que hubiera tardado tanto en conocer a ese delicioso ser agregado a la familia.

Cuando anunciaron la cena, Ashton acompañó a su esposa hacia el sitio reservado para la señora de la casa, en la cabecera opuesta a la suya. Marelda se vio obligada a caminar sola hasta el comedor, aguijoneada por los agudos cuernos de los celos, al ver que la mano de Ashton se detenía sobre aquella cintura estrecha, acariciándola. Rechazó con gesto petulante la ayuda de Willis y esperó que Ashton le apartara la silla. Cuando él lo hizo, por fin, Marelda dejó caer el pañuelo, fingiendo descuido, y aguardó deliberadamente a que él se adelantara a recogerlo para inclinarse a su vez ofreciéndole así una amplia visión de su seno. Las dos ancianas que estaban entrando, en ese momento, se perdieron ese despliegue pero Lierin reconoció la estratagema y comprendió que Willabe había dicho la verdad con respecto a Marelda. La morena estaba decidida a conquistar a Ashton, sin reservas en cuanto a las tácticas empleadas.

La mirada del dueño de la casa pasó sin emoción sobre los pechos azulados y se clavó en el pañuelo. Después de devolverlo, miró hacia atrás para observar la reacción de Lierin. Al ver su expresión intrigada, arqueó rápidamente las cejas, sin hallar otro modo de tranquilizarla en presencia de la otra.

- Nos alegramos mucho de tenerte a la mesa, querida mía -comentó Amanda, deteniéndose en la silla de Lierin para darle un palmaditas afectuosas en el brazo. -oh, ya lo creo -concordó tía Jennifer.

Aquella sinceridad conmovió a la muchacha, que parpadeó para aclarar su vista empañada con una sonrisa de gratitud.

- Son ustedes muy amables. La comida no trajo alivio para las aflicciones de Marelda. Aunque interpretaba como cautela y astucia la timidez y el recato de Lierin, observándola con la ansiedad de una serpiente lista para devorar a su presa, no lograba detectar ningún fallo definido que señalar con dedo acusador. La preocupaba la idea de que las cosas siguieran siempre así: con la usurpadora como centro de atención, mientras ella miraba desde lejos. Era difícil ignorar la alegría con que la familia y la servidumbre aceptaban a la pelirroja como esposa de Ashton.

Al terminar la comida, a Lierin comenzaron a flaquearle las fuerzas; entonces rogó que la disculparan, comprendiendo que el agotamiento podía hacer presa en ella en cualquier instante.

Ashton también se disculpó y, sin prestar la menor atención a la fulminante mirada de Marelda, acompañó a su esposa. Lierin, entumecida por haber estado sentada, caminaba con cierta dificultad; él, al notario, se detuvo en el vestíbulo para alzarla en brazos. Tampoco dejó de reparar en la mueca que cruzó brevemente las facciones de la joven.

- Disculpa -le dijo, afligido-. ¿Te hice daño? -No es nada-lo tranquilizó ella, apresuradamente-, sólo un cardenal que tengo en la espalda.

Con las mejillas acaloradas, se acomodó contra él, deslizándole los brazos al cuello. Cada vez que lo tocaba se sentía abrumada por la ardorosa conciencia de su virilidad. Empezaba a comprender que Marelda se negara a dejarlo. En verdad, la idea de ser su esposa comenzaba a presentar multitud de aspectos agradables.

Ashton frunció las cejas al recordar los comentarios de Willabelle sobre la magulladura de la espalda. -¿Sabes cómo te hiciste ese cardenal? Lierin respondió con un leve encogimiento de hombros.

- En el accidente, supongo.

- Willabelle opina que alguien puede haberte golpeado. ¿Recuerdas algo así?

- No, en absoluto. Y tampoco se me ocurre por qué podrían hacerme semejante cosa. -¿Te molestaría mostrarme la contusión? -preguntó él. Al ver la mirada sorprendida, algo cautelosa, de la muchacha, sus ojos chisporrotearon-. Sólo para calmar mi curiosidad, querida.

Lierin sonrió, juguetona.

- Mi estado no me permite asegurarlo, caballero, pero estoy segura de haber oído excusas mejores de varios patanes.

La sonrisa de Ashton se tomó levemente pícara.

- No he olvidado que usted tiene una bella espalda, señora, muy digna de admiración. Es forzoso disculparme si busco excusas para contemplarla. -Al llegar a la puerta de Lierin, la abrió de un empellón y cruzó el umbral con ella en brazos-. En realidad, recuerdo con mucha claridad que toda tú eres notable, suave y femenina.

Lierin se apresuró a distraer su atención hacia algo menos perturbador.

- Temo que esta noche me he convertido en una carga. Te aparto de tu familia y de tu invitada.

- Por el contrario, amor mío: te estoy en deuda por proporcio11 me una excusa para escapar.

Ella le echó una mirada de soslayo, sin resistir la tentación lanzarle una suave pulla.

- Me pareció que disfrutabas con el juego de tu invitada.

Los ojos de Ashton se posaron en su seno con llamativo brillo -He visto cosas mejores, sobre todo al mantener tratos con mi acompañante actual.

Lierin se estremeció ante ese acalorado estudio; no pudo evitar un rubor al sentir aquel estremecimiento. Con voz débil, le recordó;

- Creo que ya podrías bajarme.

A pesar del dolor sordo que le roía el estómago, Ashton retomó actitud jovial, en tanto la dejaba en el lecho, ya preparado.

- La dejo sana y salva en su cama, señora, esperando no haberle hecho ningún otro cardenal.

Pero me parece que está demasiado vestida para acostarse. ¿Necesita ayuda?

Ella rechazó el ofrecimiento con una risita divertida.

- Prefiero esperar a. Willanbelle. -¿Cómo? ¿Piensa despreciar estas manos bien dispuestas? Sin duda señora, los esposos podemos cumplir con esas funciones sin perjudicar la buena reputación de nuestras mujeres.-Los blancos dientes relumbraron en una ancha sonrisa-. Prometo comportarme como un caballero.

Lierin arqueó una ceja para expresar su desconfianza.

- Como un caballero casado, que se toma sus libertades en serio-adujo.

- Por supuesto ¿Cómo podría tomarlas si no?

Ella se echó a reír.

- En realidad no me siento segura aquí, con usted.

- Vamos, señora. ¿Acaso cree que uno es capaz de violar a su propia esposa?

- Dado cierto nivel de desesperación, sí respondió ella, pícara.

- Y lo he alcanzado, señora admitió él, de buen grado-, pero ¿Dónde comienza la confianza?

Si puedo contenerme al desabrocharle el vestido, ¿se convencerá de que sólo pienso en su rápida curación?

- Ese argumento no me convence.

Pero Lierin se resignó, con menos resistencia de la que requería la cautela. En realidad, sentía casi que estaba arrojando al viento la razón y la prudencia. ¿Qué tenía ese hombre, que la hacía tan dócil? Era apuesto, sin duda, pero además poseía una virilidad que le resultaba muy atractiva.

- Tenga en cuenta mis palabras, señor. La confianza es muy importante en el matrimonio.

Ashton, riendo entre dientes, comenzó a luchar con los diminutos botones. Un momento después quedó súbitamente serio: el vestido, al abrirse, había puesto en relieve una fea hinchazón.

Apartó la tela un poco más para observar aquello, con lo que Lierin lanzó una exclamación.

- Calma, querida -la tranquilizó, serio-. Sólo quiero examinar bien esto. Acercó la lámpara para inspeccionar la línea de carne amoratada y abierta que le cruzaba la espalda, desde el hombro izquierdo hasta la parte media, cerca de la cintura. Su frente se arrugó con aspereza al recordar a la matrona de la varilla, pero eso había sido hecho con algo más pesado que una rama de sauce.

- No creo que esto sea consecuencia de haberte caído del caballo.

Lierin quedó totalmente confundida ante la idea de que podía haber sufrido un ataque intencional antes del accidente. No podía imaginar algo así, mucho menos recordar las circunstancias.

Cuando se volvió para analizar el asunto con él, sufrió cierta sorpresa al encontrarse bajo la fija mirada de esos ojos ardientes.

Al parecer, Ashton había cambiado de actitud, como si su afectuosa preocupación desapareciera, barrida por el deseo rabioso. Estaban tensos los músculos de su rostro bronceado; la nariz se dilataba por efectos de la respiración agitada. Lierin sintió que su corazón daba un vuelco, en frenética palpitación, y que sus sentidos despertaban abruptamente.

El calor de esa mirada le encendía una llama dentro, pero al mismo tiempo se estremeció.

Tenía miedo de que él la tocara, pues entonces cedería, temblorosa, anhelante. Para escapar de esa muda seducción, se levantó de un salto y corrió a refugiarse detrás del biombo.

Ashton tardó un momento en dominarse. -¿Quieres que te envíe a Willabelle?

- No, no creo que sea necesario.

- Quizá yo pueda ayudarte con ese vestido.

Ella rió, nerviosa, mientras desataba las cintas de sus enaguas para quitarlas de entre los pliegues rosados.

- Me parece que usted es un libertino, señor Wingate. Ashton rió entre dientes, paseándose por et cuarto.

- Eso mismo me dijiste hace tres años.

- Eso significa que no he perdido del todo el juicio. Los ojos de ambos se encontraron por encima del biombo.

- Sigues siendo tan hermosa como siempre. -¿Quieres alcanzarme la bata y el camisón que están en el armario? -pidió ella, para desviar la conversación.

Ashton eligió las prendas que mejor descubrieran sus curvas y las puso sobre el biombo.

Mientras esperaba que ella saliera, se quitó chaqueta y desabotonó el chaleco y la camisa, arrojando la corbata al respaldo de la silla.

Cuando Lierin salió de detrás del biombo, su mirada hambrienta devoró aquella espalda, apenas cubierta, aquellas caderas cimbreantes que se acercaban al tocador. La siguió como un gato salvaje tras hembra.

Lierin, al percibir su proximidad se puso rígida. Una mano se apoyó en el brazo, tensándole todo el cuerpo. Invadida por una oleada de excitación, no pudo dominar el ritmo acelerado de su corazón y se volvió para enfrentarse a toda la fuerza de aquel apetito.

Ashton estudió su reacción, acercando la cara a la de ella. Los ojos verdes parpadearon, llenos de incertidumbre, pero antes de que boca abierta pudiera capturar los labios femeninos, los párpados se alzaron y Lierin, casi entrecortada, rindió su boca.

El beso se inició como una suave búsqueda. La boca de Ashton movía con lentitud sobre la de ella, pero sus ardores encendieron como la yesca, en un chisporroteo de pasión. La mente de la joven abrió, descubriendo necesidades que ella no había sospechado. Una mano se deslizaba por sus nalgas, estrechándola contra él. Con I suave gemido, alzó el cuerpo contra el de Ashton, moldeándose a sus líneas.

Un golpecito en la puerta los volvió bruscamente a la realidad. Ashton levantó la cabeza, murmurando una maldición, y fulminó con la mirada la puerta ofensiva. Aunque se sentía tentado a ignorar la llamada, ésta se repitió con más energía e insistencia. Soltando un gruñido, se apartó de Lierin para acercarse a la ventana y abrió los cristales, a fin de que el aire de la noche le refrescara mente cuerpo.

Lierin tuvo que calmar sus propias emociones para poder pronunciar, con aparente calma: -¿Sí? ¿Quién es?

Una voz demasiado familiar respondió a través de la madera:

- Marelda Rousse. ¿Puedo pasar?

Ashton, furioso, se pasó los dedos por el pelo, murmurando agriamente: -¡Un día de éstos le voy a retorcer el cuello!

- Un momento, Marelda -pidió Lierin, y esperó a que él le hiciera una señal de asentimiento para abrir la puerta.

- Hace algunos días olvidé aquí un libro de prosa -dijo la visitante, muy de prisa, mientras entraba-. Quería leerlo antes de acostarme. No sabes cómo me relaja. -Sus ojos recorrieron la habitación hasta hallar lo que buscaba-. ¡Oh, Ashton! -Se las compuso para fingir sorpresa, a pesar de sus sospechas. Cuando reparó en la poca ropa que llevaban ambos, sus ojos se tomaron fríos, aunque no perdió la sonrisa-. Si interrumpí… algo, ejem… lo siento, querido.

La irritación de Ashton no cedió. La miraba con el ceño fruncido. Ella adivinó su fastidio y prosiguió:

- Dónde dejé ese libro… Estaba aquí, junto a la silla.

Cruzó el cuarto y recogió el volumen que había visto sobre la mesa en su primera visita a Lierin. Aunque había inventado la mentira por pura desesperación, sabiendo que Ashton aún debía estar allí, eso le proporcionaba una excusa para interrumpir cualquier juego amoroso que pudiera estar desarrollándose.

- Ah, Ashton… -se detuvo ante la puerta-. Antes de subir me pareció oír alboroto en los establos. ¿Puede haber algún problema con los caballos? Si quieres, enviaré a alguien para que averigüe. ¿O prefieres ir tú?

- Iré yo -gruñó Ashton, ya completamente furioso. -¿Deseas que me quede con Lierin mientras vas? -ofreció ella, fingiendo dulzura.

Lierin contestó por su propia cuenta, con cierta rigidez.

- No es necesario, Marelda.

- Bueno, que duermas bien, entonces. Buenas noches.

Y, después de canturrear el saludo, Marelda salió graciosamente. Ashton, rechinando los dientes, recogió su chaqueta y se la echó sobre el hombro.

- Vino a propósito.

Lierin estaba muy de acuerdo, pero no quiso aumentar su enojo.

- Ojalá no haya ningún problema con los caballos.

- Lo más probable es que sea un invento de Marelda -aseguró él. Su actitud se suavizó al estrechar nuevamente a Lierin-. Será una tortura dejarte.

.-Será una tortura si te quedas -susurró ella-. Todavía no estoy lista para eso. Vete. Cuida de tus caballos y dame tiempo para pensar.

Unos suaves golpecitos a la puerta hicieron que Ashton apartara la vista de sus registros contables. Casi al mismo tiempo, las campanadas del reloj comenzaron a dar las once. Se levantó, estirando los brazos para desatar el nudo que se le formara entre los omóplatos. Después de haber hecho un viaje inútil a los establos, ¿qué otra crisis le esperaba ante la puerta del dormitorio?

Caramba, era mucho más de lo que esperaba. Allí estaba Marelda audazmente ataviada con un peinador flotante, abierto sobre un diáfano camisón. La gasa no ocultaba nada a la vista; era poco más que una telaraña sobre el cuerpo. La cabellera oscura colgaba en un torrente sobre los hombros.

Cuando ella entro en la habitación una fuerte fragancia, aplicada con liberalidad, asaltó los sentidos de Ashton.

Marelda cerró la puerta con una sonrisa seductora y se apoyó contra ella, irguiendo los pechos pequeños hasta hacerlos tensar la tela. Sus ojos eran una invitación a extender la mano hacia todo lo ofrecido. Como él no hiciera el intento, Marelda avanzó con un movimiento ondulante, pensado para cautivar a su público.

Ashton retrocedió ante la inminente amenaza del contacto, arqueando las cejas al estudiar a la mujer.

- Creo que te has equivocado, Marelda.

- No me equivoqué, Ashton. -Los labios rojos se entreabrieron en una sonrisa seductora, mientras ella se quitaba el peinador y lo dejaba caer al suelo-. Estoy harta de perseguirte entre tu vida marital y' tus amoríos. He venido a ofrecerme, para que sepas con claridad qué tengo para darte.

Ninguna otra mujer puede satisfacer tus necesidades y deseos tanto como yo… porque te conozco mucho mejor, que las desconocidas a quienes buscas. Sólo son caprichos pasajeros… Tarde o temprano te cansarás de ellas, pero yo siempre estaré aquí, amándote.

Él sacudió a cabeza, desconcertado por esa insistencia. Si la hubiera perseguido con acalorada pasión en algún momento, sólo así se habría justificado esa negativa a dejarlo en paz.

- Lo siento, Marelda, pero… no soy el hombre que te conviene. Y aun si lo fuera, no estoy libre para aceptar tu ofrecimiento.

Ella no estaba dispuesta a ceder terreno.

- Eres bien libre si lo deseas, Ashton -suplicó, suavemente-, y yo he venido dispuesta a entregarme. Sabes que me amas. ¿Por qué lo niegas?

Ashton la miró fijamente por un instante, algo estupefacto ante ese razonamiento. Por fin dejó escapar un largo suspiro, tratando de suavizar sus palabras con una sonrisa poco sincera.

- El error es tuyo, Marelda. Sólo tuyo. Debes comprender que amo a mi esposa. -Dejó que su sonrisa se borrara y dio un énfasis lento, deliberado, a las palabras siguientes-: Amo a Lierin.

La verdad de esa frase acabó por penetrar. La metamorfosis fue instantánea. Aquella sonrisa sedosa, cautivante, se convirtió en una mueca de cólera. Los ojos negros echaron chispas. Marelda se lanzó contra él con las uñas en ristre, casi bufando, dispuesta a arañarle la cara.

- Tranquilízate, Marelda -ordenó él, con aspereza, mientras le sujetaba las muñecas a distancia-.

Con esto no vas a conseguir nada.

De la garganta de Marelda surgió un gruñido. La muchacha se liberó con una sacudida y recogió bruscamente su bata. Pasó los brazos por las mangas y se ató el cinturón con energía. El colorete y el rimel» se marcaban en su cara, torcida por la furia, dándole el aspecto de una prostituta rechazada, en amoroso desaliño. Con movimientos rápidos y coléricos, se apartó la cabellera del cuello y dio rienda suelta a varios epítetos malsonantes con voz aguda y penetrante.

Ashton enarcó las cejas, más o menos divertido por aquella breve disertación sobre posibles aspectos de sus antecesores, su nacimiento y su crianza. Ella no se dejó ninguna etapa de su vida hasta llegar al pasado reciente. -¡Pedazo de imbécil, vagabundo del río! ¡Me tientas con esos malditos pantalones ajustados, andas retorciendo las nalgas por ahí hasta obligarme a la deshonra de venir a tu cuarto! ¡Te pongo entre las manos mi tierno corazón, como una ofrenda, y tú lo haces pedazos para arrojarme como a la fruta medio comida! ¡Y después me vuelves la espalda, presumiendo, lleno de vanidad, para que busque consuelo en el capricho de cualquier desconocido! -Ya con la mano en el pomo de la puerta siguió arrojándole insultos-. ¡Basura infame! ¡Hijo de mala madre! ¡Vagabundo! ¡Hombre, bah! ¡Idiotas hasta el fin!

La puerta se cerró con un fuerte golpe detrás de ella. Un momento después, también la de su cuarto golpeaba con resonante determinación.