CAPÍTULO 16

- Lier… in… Lier… in…

Lenore, dormida, frunció el ceño y giró la cabeza en la almohada. -¿Dónde estás, Lierin? ¿Lierin? Vamos, sal de donde estés.

Estaba escondida tras un arbusto bien podado, a la sombra de la casa solariega que se levantaba detrás. Una niña pelirroja se acurrucaba a su lado, y ambas disimulaban sus risitas con la mano, en tanto los pasos se acercaban más, más…

- Lierin… Lenore… Sal… Sal de donde estés.

- Chist -advirtió a su hermana, en silencio, al ver que ella estaba a punto de estallar en una carcajada-. Si te oye nos descubrirá a las dos.

Los guijarros del camino crujían bajo los pasos vacilantes, cada vez más cerca. Al aparecer una sombra masculina, grande, en el prado cercano, ambas se apretaron contra el arbusto, esperando, casi sin respirar. La sombra desapareció al caer en la mata que las protegía. De pronto, una abeja pasó ante la nariz de las niñas, sobresaltándolas, y las dos salieron a rastras entre gritos de alarma. -¡Ajá! -resonó la voz del hombre, con un dejo victorioso, al aparecer a grandes pasos.

Desprendida del sueño, Lenore se incorporó con una exclamación, los ojos muy abiertos por el pánico. ¡La cara del retrato! ¡Era la misma de su sueño!

- Lierin… Lierin…

Un súbito escalofrío le corrió por la espalda. Se apretó contra las almohadas, tratando de escuchar por encima del frenético latir de su corazón. Esa voz, ¿había salido de sus sueños para atormentarla?

- Lierin..

- Lierin… -¡Ashton!

El nombre se encendió en su cerebro al comprender que lo oído no formaba parte de ninguna fantasía. ¡Era Ashton! Se arrojó de la cama y abrió de par en par la puerta para salir a la galería. Al llegar a la balaustrada buscó frenéticamente al que debía estar allí, sin duda. Pero ¿dónde? Miró a lo lejos, revisando ansiosamente los terrenos y la costa. Por fin, un ruido cercano le hizo bajar la vista.

A11í, justo debajo de ella, la silueta alta se recostaba contra un poste del porche inferior. -¡Ashton! -susurró-. ¿Qué haces ahí?

- Ah, ¡Lierin, mi reina! -llamó él, y se alejó algunos pasos para hacerle una gallarda reverencia- Por fin os he hecho salir de vuestra cámara. Mi alma desesperaba por tan largo fracaso, pero ahora tiembla al sonido de vuestra voz.

- Vete a tu casa, Ashton -le rogó ella, quejosa, temiendo lo que Malcolm pudiera hacer si lo sorprendía-. Vuelve a tu tienda y acuéstate a dormir.

- No, mi señora. -Él sacudió la cabeza, tambaleándose-. Sólo si tengo vuestro dulce y suave seno para apoyar la cabeza. -¡Aquí está Malcolm! -le recordó ella, desesperada. -¡Lo sé! ¡Y eso es lo que me atormenta! He maniobrado con mis alfiles lo mejor posible, pero él sigue ahí, reteniendo a mi reina. -¡Te oirá! Por favor, vete. Si te encuentra aquí es capaz de matarte.

Ashton reflexionó un momento sobre eso y echó la cabeza atrás, con una risa sofocada.

- Que lo intente cuando guste, señora. -¡Lo hará! y tú no estás en condiciones de defenderte.

- Ah, señora, no me preocupa defenderme. Es a vos a quien debo proteger. Pongo mi espada a vuestros pies, ofreciendo mis servicios… y mi brazo para protegerlos, junto con cualquier porción de mi persona que podáis necesitar. -Se adelantó un paso-. Derrotaré al arrogante enemigo que os ha capturado y luego os llevaré a vuestro lejano castillo -Moviendo un brazo en derredor, indicó la enorme tienda en donde había establecido su hogar- ¡Helo allí! Está aguardan- do vuestra presencia, mi señora. -¡No puedo ir contigo! -susurró ella, desesperada-. y ahora vete, por favor…

- No me marcharé sin mi dama -declaró él, con firmeza. Durante un segundo mantuvo una postura de terca resolución, pero de inmediato cayó de rodillas. Quedó tendido como un muñeco de trapo, con las largas piernas bajo el cuerpo y las manos apoya- das en la hierba. Levantando la cabeza entre los hombros, gimió.

- Lierin… Lierin.. Ven a mí.

Aquella súplica atormentada destrozó el corazón de la joven, arrancándole las lágrimas. La preocupación seguía presente, pero su amor la llamaba. Sus pies descalzos volaron por la escalera. Sin parar mientes en el último peldaño, saltó al nivel inferior y salió corriendo al césped. Allí se detuvo, algo confusa, pues él había desaparecido. ¡Por completo! Echó un vistazo en derredor, buscando en el patio, iluminado por la luna, la silueta masculina que conocía tan bien. -¿Ashton? -llamó, susurrante, mientras daba un paso cauteloso hacia un grupo de árboles, en dirección este-, Ashton, ¿dónde estás?

De pronto lanzó una exclamación al sentirse atrapada por detrás, Un brazo le rodeó la cintura, haciéndola girar en redondo, y la alzó en vilo contra un cuerpo largo y duro. Una boca ansiosa cubrió la suya, envolviéndola en la embriagadora esencia del coñac. El beso la atravesó por entero, despertando sus sentidos.

- Ashton, compórtate como debes -rogó, sin aliento, cerrando los ojos.

Pero la lava del deseo corría ya por su cuerpo y, ante el contacto audaz, viril, el hambre iba en aumento.

- Te quiero, Lierin -susurró él-. No puedo volver sin ti.

Lenore acabó por comprender que, cuanto más tiempo se resistiera a acompañarlo, mayores serían las probabilidades de que alguien disparara contra él. «lo llevaré adonde esté a salvo», pensó.

- Ashton, iré contigo -susurró, insegura, al sentir que él bajaba los labios por la abertura de la bata-. Déjame en el suelo e iré contigo - Te llevaré en brazos.

Pero ella rió, deteniéndolo con una mano contra el pecho.

- Si lo haces, rodaremos los dos por el suelo. Estás demasiado ebrio, querido.

- Tomé algunas copas -admitió él, con aire levemente ofendido.

- Algunas! -Lenore, con una suave risa, entrelazo los dedos a los de él, en un gesto amoroso-..

Tomaste algo más que algunas copas, querido.

Le tiró suavemente del brazo y ambos avanzaron, tamba1eándose por el patio iluminado por la luna. El trataba de detenerse con frecuencia para abrazarla, pero Lenore lo apremiaba con una dulce promesa:

- En la tienda, tesoro.

Al llegar a su destino, Ashton recogió la solapa de la tienda, cediéndole el paso. Lenore se paseó por el interior, asombrada, pues no esperaba tanto lujo; era difícil apreciarlo de una sola vez.

Ashton la miraba, con esa vacilación entre viril y aniñada, que formaba parte de su encanto. ¿Cómo negarle algo cuando miraba así? Pero era preciso… por su propio bien.

- Te amo -susurró, con una tierna sonrisa- y me quedaré un rato, pero necesito más tiempo para aclarar mis ideas.

Ashton soltó un suspiro desilusionado y asintió, a su pesar, mientras comenzaba a desvestirse.

Lenore, consciente de que el espectáculo comenzaba a afectarla, desvió la mirada, bajo un profuso rubor. ¡Si él hubiera sabido cuanto la deseaba!

Ashton se quitó las botas y, con la cabeza entre las manos, tomó una actitud de intensa depresión. Aquello oprimió el corazón de Lenore, pero era necesario contenerse. Moviéndose con paso ligero, apartó el lujoso cubrecama y abrió las sábanas.

- Ven a acostarte, Ashton -imploró.

Él la miró con una pregunta muda.

- Me quedaré contigo un rato, pero después debo regresar a la casa. Ashton, con un suspiro, acabó de desvestirse y se sentó en la cama, sin más intentos de cumplir con las indicaciones. Lenore, intrigada, se acercó: él tenía los ojos cerrados y el ceño muy fruncido, como si entre las cejas le palpitara un dolor. -¿Ashton? -susurró.

Las pestañas se levantaron abruptamente, clavando en ella una mirada directa. Luego, soltando el aliento, él se recostó contra las almohadas. Lenore sintió que le ardían las mejillas ante esa belleza de gladiador. Con abnegada compasión, acabó de quitarle los pantalones, le puso las piernas en la cama y cubrió con una sábana su desnudez. Después de apagar las lámparas, se sentó al otro lado del colchón, en la oscuridad, Con mucho cuidado, se recostó contra las almohadas, decidida a no dormir, y se dedicó a la tarea de recordar.

- Estaba la pájara pinta… La brisa del mar sacudía con su aliento la cabellera rojiza y las largas cintas que la adornaban, en una danza frenética. Mientras la hermana canturreaba por la playa, mucho más adelante, ella lanzó una risita y deslizó su mano dentro de la que le rozaba el brazo, tanto más grande. El hombre alto se agachó para montársela sobre el hombro, cosa que ella festejó con chillidos, y ambos rieron, medio sofocados, mientras él pretendía ser un caballo y galopaba detrás de la hermanita. Los dedos finos de la niña se curvaron hacia la masa de pelo oscuro, buscando seguridad a tanta altura. Supo, sin necesidad de bajar la vista, que él tenía el rostro algo cuadrado… y los ojos intensamente verdes.

Las dos muchachitas avanzaban sigilosamente por el bosque, denso y muy sombreado. La hermana, una jovencita de apenas quince años, le pidió silencio con un dedo cruzado sobre los labios.

Ambas quedaron inmóviles, buscando con la mirada. Por fin, el venado que estaban acechando levantó la cabeza, alerta, y movió las orejas para captar los ruidos a su espalda. Echó una mirada atrás, sobre Desilusionadas, las dos niñas se reunieron. Una voz familiar llamó desde el sitio en donde había crujido la ramita:

- Lenore… Lierin…

Un hombre, vestido con un traje de caza y con un largo rifle bajo el brazo, apareció entre los árboles.

- Lenore, Lierin, ¿dónde estáis? -¿Lierin? -suspiró la voz contra su oído, antes de que unos labios calientes le rozaran la mejilla-. ¿Lierin?

- Sí -susurró ella, poniéndose de costado para acurrucarse contra el cuerpo abrigado.

- Deja que te ame, Lierin.

Las palabras se filtraron entre sus sueños. Vio una figura lejana, de pie junto a la barandilla de un barco.

- Deja que te ame, Lierin…

- Sí -balbuceó.

Vagando aún por las profundidades de la fantasía, recibió de buen grado el abrazo y se acostó.

Su corazón se echó a volar ante los besos!¡ que caían sobre su seno, y entonces comprendió que no se trataba de una ilusión. Era la realidad con toda su audacia. Sacudió la cabeza, en una muda negativa, pero su movimiento se perdió en la oscuridad. Luego todo pareció perder importancia. Estaba donde tanto deseaba: ¡en su hogar!

El tiempo dejó de existir. Ambos se deslizaron más allá del presente, hacia el embriagador mundo de la felicidad.

Más tarde, ella se quedó dormida en sus brazos, con la cabeza apoyada en un hombro fuerte y el pelo rojizo suelto sobre la almohada. Ashton aspiró su dulce fragancia, sin atreverse al menor movimiento por no despertarla, pero su corazón henchido parecía incapaz de contener su generosa alegría.

Tres horas más tarde, un bramido furioso lo despertó por completo. El sol había hecho su entrada, filtrándose por la solapa abierta de su tienda, y él abrió los ojos ante una gran sombra que bloqueaba la luz. La silueta oscura se inclinó levemente para entrar. En dos pasos largos, Malcolm estuvo junto a la cama. Su rostro se contorsionó de furia al mirar a la bella que dormía apaciblemente en brazos de su enemigo. Luego fulminó con la vista al que la observaba con tanta calma. -¡Hijo… de puta! -los labios de Malcolm se torcieron de odio.

Estiró una mano para arrebatar la sábana, pero de inmediato se encontró con la muñeca sujeta en un puño de hierro.

- Mi esposa no está adecuadamente vestida en este momento, Malcolm, y no puede recibir visitas -le informó Ashton, secamente. -¡Su esposa!

Malcolm apartó su brazo. Le ardieron los ojos ante la mirada soñolienta de la que había provocado ese arrebato. El miedo acudió de inmediato a aquel semblante encantador, y él la estudió con aire insinuante, recorriéndola con la mirada de pies a cabeza.

La sábana parecía tentarlo con el despliegue de elevaciones y valles; no había modo de ignorar que ella estaba desnuda bajo la muselina. Una rodilla intrusa abultaba la sábana entre los muslos de ella. Tras evaluar todos los detalles, Malcolm estudió los resultados: nunca la había visto tan hermosa.

Lo enfureció que fuera el otro quien la afectara de ese modo, y sus labios tomaron una expresión cáustica. -¿Ha dormido bien, la señora?

Lenore, sin hallar respuesta que darle, desvió el rostro hacia la tierna mirada de su compañero.

- Y ahora que se ha divertido, señor Wingate, quiero que se vaya de aquí -declaró Malcolm, lleno de ponzoña-. Ya me ha hecho bastante daño. Ahora viviré en el infierno hasta ver si brota algo de su semilla.

Un profundo rubor escarlata tiñó las mejillas de Lenore, que murmuró:

- Es mejor que lo sepas, Malcolm. En el invierno tendré un hijo de Ashton. -¡Noooo!

Malcolm se adelantó de un salto para arrancarla de la cama, haciéndola retroceder, en un gesto de terror. De pronto, con los ojos dilatados, Malcolm se encontró mirando directamente la boca de una gran pistola, apuntada a su nariz. No sabía de dónde había brotado esa arma, pero allí estaba, cubriéndole la frente de sudor.

- Le dije que, si volvía a tocarla, lo mataría. y lo dije en serio. -Ashton, con el arma amartillada dejó que la amenaza hiciera efecto, antes de mover la pistola para señalar la salida-. Y ahora váyase. ¡Ustedes dos me han engañado desde un principio! -acusó Malcolm, retrocediendo. Al ver la sonrisa dubitativa en los labios del otro, agregó-: ¡Mientras ustedes se revolcaban a gusto, yo he pasado por tonto! -¡Yo creía que era mi esposo! -estalló Lenore, incorporándose en la cama, con la sábana contra el pecho.

- Ella es mi esposa -aclaró Ashton.

Esa declaración provocó más furia en la cara bronceada.

- Si ella es su esposa, ¿por qué diablos se casó conmigo?

- Eso es lo que me gustaría saber. En verdad, no entiendo cómo Lenore pudo casarse con usted.

El brazo de Malcolm apuntó a la mujer. -¡Lenore es ella!

- Ella es Lierin -corrigió Ashton, tranquilamente.

El joven apretó los dientes, frustrado, buscando el argumento sagaz que convenciera finalmente a ese hombre. No encontró ninguno. Con un amplio gesto del brazo, ordenó a la muchacha que abandonara la cama.

- Sal de esa cama ahora mismo y ven a casa, como corresponde.

- Sería mejor que te fueras, Malcolm -respondió ella. -¿Qué? ¡No me digas que eres tímida frente a tu marido! ¡Me dices a mí que me vaya, y dejas que él se quede a mirar todo lo que tienes!

Lenore levantó la mirada a su rostro burlón.

- Me refería a otra cosa. Creo que harías bien en hacer tus maletas y abandonar la casa… esta misma mañana.

Malcolm quedó boquiabierto y dio un paso atrás. -¡No! ¡Yo tengo derecho a vivir allí! ¡Es él quien debe irse, no yo!

- No quiero correr el riesgo de que nos hagas algún daño. Quiero sentirme segura en mi propia casa. Me preocupo por mi bebé. -¿Y qué me dices de él? -Las mejillas de Malcolm enrojecieron bajo la mirada burlona de su rival-. ¿Dónde va a hospedarse?

- Donde quiera -respondió Lenore, simplemente-. Pienso pedirle que me acompañe a Inglaterra.

Allá tenía una niñera; estoy segura de que ella me reconocerá. Y no tiene rencores contra Ashton. Ella acabará con cualquier duda sobre mi identidad. -¿Y si descubres que eres Lenore?

- Pasaré largo tiempo pensando en mi situación. No es muy aceptable estar casada contigo y dar a luz un hijo de otro hombre. -¡En eso estoy de acuerdo! -se burló el joven.

Lenore paso por alto e sarcasmo.

- Sería muy difícil vivir bajo el mismo techo que tú, después de esta escena. Por eso te pido que te vayas antes de que yo vuelva.

- Si me voy ahora, volveré.

- No habrá motivos para que vuelvas, Malcolm. Si en verdad soy Lenore, todo acabó entre nosotros. Obtendré el divorcio. -¿Para poder casarte con él? -gritó Malcolm-. ¡Leña para los chismes!

- No puedo evitar lo que diga la gente, Malcolm, pero debo pensar en el niño.

- Sí, supongo que el pobre bastardo necesita un apellido.

Ashton petrificó al hombre con una gélida mirada.

- Es tan liberal con sus insultos como con sus amenazas, Malcolm, y ambos me están cansando.

Verificó al desgaire la carga de la pisto la-. Ya es hora de que se vaya. Tengo mucho de que hablar con la señora.

El rubio los miró por última vez y, sin poder descargar su frustración, se retiró a grandes pasos hacia la casa, mascullando y haciendo planes. Todavía no había terminado con el señor Wingate.

Ashton se levantó para envolverse las caderas con una toalla y se acercó a la entrada de la tienda. Después de cerrarla, volvió a la cama.

- Volverá, tal como dijo -murmuró-. No se dará por vencido con tanta facilidad.

- No veo motivos para que vuelva. -Lenore le estudió la cara-. ¿Qué motivos puede tener?

- Muchos, y todos se refieren a ti.

Ella sonrió; los ojos le refulgían con una combinación de amor y diversión.

- Si es tan insistente como tú, que Dios nos proteja, señor Wingate. Ashton le arrojó una sonrisa.

- Yo estaba luchando por algo que deseaba desesperadamente, señora: ¡Mi reina!

Ella dejó escapar una risita. -¿Y ahora que ganaste la partida?

Los hombros anchos se elevaron en un gesto indiferente.

- Me faltan algunas maniobras para sellar mi victoria definitiva. -¿Aún aseguras que soy Lierin?

Él se aproximó para besarle un hombro.

- No puedo creer que las dos sean exactamente iguales.

Lenore rió, nerviosa, y se tomó de su brazo para no caer de espaldas en la cama. De inmediato olvidó la protección de la sábana, que cayó hasta su cadera, en tanto le echaba los brazos al cuello para recibir su beso apasionado, con los labios entreabiertos.

Ashton echó un vistazo al pequeño reloj que adornaba el interior de su tienda, preguntándose cuánto tardaría Lierin en regresar de la ciudad, adonde había ido con el señor Evans y su padre. Tras invitarlo a almorzar en la casa cuando volvieran de Biloxi, había recibido con risas el comentario de Ashton, en cuanto a que ella era su único alimento necesario.

Sara, después de contemplar la partida del terceto desde la entrada de la tienda, esperó a que él se despidiera y se dignara prestar atención a los libros de contabilidad. El Brnja del Río todavía estaba anclado ante la costa, pero a bordo del Aguila Gris había una actividad intensa, en tanto el capitán Meyers y la tripulación comenzaban a preparar el viaje hacia el Caribe. Sara se trasladaría a un camarote del vapor, y Ashton planeaba enviarla en él a Natchez, si todo iba bien con respecto a Lierin.

Por primera vez desde que se conocieran, en la taberna, Sara se atrevió a interrogarlo sobre la mujer que amaba y cómo había llegado Lierin (o Lenore) a encontrarse en semejante situación. Ashton le contó lo que pudo y le dejó sacar sus propias conclusiones con respecto a la pelirroja. Al terminar, Sara suspiró, pensativa.

- Es horrible verse atrapada en algo tan atemorizante, sin saber si una está cuerda y es sólo una víctima de la maldad ajena… o si una está realmente loca y debe ser apartada de… todo. -Se miró las manos apretadas-. A veces me pregunto… si no me ha afectado mi propio odio, mi necesidad de venganza.

Levantó la cabeza para mirar el vado, sin ver nada dentro de la tienda.

- Veo el rostro de un hombre… y entonces pienso: ¡Lo conozco!: ¡Es el que hizo un infierno de mi vida! ¡Tomó mi nombre y lo escribió en una hoja de papel! Y entonces todo cuanto era mío pasó a ser de mi esposo, para que él hiciera con ello su voluntad, mientras me arrojaba al infierno. No tenía motivos para esperar mi fallecimiento ¡Y le divertía mantenerme viva. ¿Por qué no? Lo tenía todo con sólo mover la pluma… ¡Una pluma ajena, no la mía!

La muchacha se frotó el brazo con una mano delgada y parpadeó para alejar las lágrimas, enfrentándose a la suave mirada inquisitiva de su patrón.

- Disculpe, señor Wingate. Estoy divagando otra vez.

- No tiene por qué disculparse, Sara -murmuró Ashton, compasivo-. Creo que necesita alguien con quien hablar.

- Es cierto, señor Wingate. -Soltó un trabajoso suspiro-. Vi cómo se arruinaba mi padre… hasta acabar posiblemente asesinado, y después me encontré falsamente… encarcelada. -Levantó una mirada incierta-. No era el tipo de prisión que una imagina normalmente, señor Wingate. Era un lugar demoníaco… con cadenas y látigos… y cucarachas en la comida. Contrataron a un hombre que se ocupara de mí y no me dejara escapar… Pero lo mataron, y no sé el motivo, como no fuera que comenzara a tenerme compasión. Y ahora veo cosas que me parecen familiares… y temo lo que pueda ocurrir a otras personas… si no hablo. Pero no estoy segura de mí misma, de estar viendo lo que creo ver.

Levantó los ojos con una súplica, deseando desesperadamente que él comprendiera lo que estaba intentando decir.

- No entiende, señor Wingate? Pase demasiado tiempo allá. demasiado.

Ashton sintió que se le erizaba el vello de la nuca. No pudo hallar una respuesta adecuada.

Sara la alteraba, sin que llegara a comprender el motivo. La vio azorarse ante su propia verbosidad y, para cal- mar su inquietud, le sirvió otra taza de café. Después de aclararlo con un poco de crema y un terrón de azúcar se la entregó. Su simpatía por ella se desbordó al verle los ojos llenos de lágrimas.

Entonces dejó a un lado el café y le tomó ambas manos.

- Todo está bien, Sara -la tranquilizó-. He escuchado cuanto acaba de decirme… y creo que comienzo a comprender.

Ella lo miró, ansiosa. -¿De veras, señor Wingate?

- Sí, Sara, creo que sí.

La mujer se retiró. Ashton, con inquietud creciente, consultaba el reloj con frecuencia, lamentando que Lierin tardara en regresar, y se paseaba por la tienda, nervioso. Pasó largo rato cambiándose de ropa. Después de todo, había prometido a Lierin que por la tarde pasearían a caballo.

Inquieto, se cepilló el pelo y estudió su imagen en el espejito colgado sobre el lavamanos. Aunque una cortina de tela formaba una pared detrás del cristal, ofreciéndole cierta intimidad para vestirse, el espejo estaba colgado de un poste. A poca distancia estaba la bañera, el perchero y el baúl donde guardaba su ropa.

Cuando se inclinó para tomar el sombrero dejado sobre la cubierta del baúl, algo grande y reluciente pasó junto a su hombro, fallando apenas por el grosor de un cabello. El espejo se hizo trizas en una lluvia de astillas que cayó hacia atrás.

Él giró bruscamente la cabeza para mirar, durante una fracción de segundo, la hoja brillante que ahora sobresalía del poste cubierto de tela. Los pasos rápidos de sus atacantes, a su espalda, le hicieron sacar la pistola del baúl y girar en redondo.

Antes de que pudiera utilizarla, dos cuerpos pesados se lanzaron contra él arrojándolo contra el arcón. La cortina, arrancada de sus soportes, cayó tras él.

Vio el destello maligno de otro cuchillo alzado hacia atrás, para asestar el golpe mortífero, y envolvió el brazo en la tela, utilizándolo como escudo para amortiguar el impulso de la daga.

Apenas un segundo después, un puño asestó un doloroso golpe a su flanco. Movió la culata de su pistola, alcanzando al hombre en la sien. El facineroso cayó a su lado. Aunque eso dejaba a un solo enemigo Ashton notó que otros dos estaban entrando en la tienda.

Sacó la pistola por el revoltijo de tela y cuchillo, la amartilló y apretó el gatillo, chamuscándose la pechera de la camisa con la explosión sofocada. El asesino dio un salto y cayó, con una mancha que se extendía veloz en su pecho. Por fin quedó tendido en el suelo, muerto.

Ashton dejó caer la pistola, ya inútil, y sacó la navaja de entre la tela. Por el rabillo del ojo vio que uno de sus nuevos visitantes se precipitaba contra él, con un cuchillo de hoja ancha. Lo seguía otro, a dos o tres pasos de distancia, armado con un pico de abordaje. No había dudas sobre sus intenciones. Pensaban dejarlo desangrado antes de que el sol llegara al cenit.

Al acercarse el primero, Ashton levantó el codo, golpeando al hombre en el puente de la nariz.

Eso logró que se retirara, súbitamente dolorido y manando sangre por las fosas nasales. Ashton aprovechó la ventaja para enganchar con un pie el tobillo del hombre, con lo cual lo hizo caer hacia atrás, sobre su compañero. El malhechor soltó un solo grito, quedó rígido, con los brazos muy abiertos y abandonó el arma. Poco a poco, se tambaleó hacia adelante. El pico se le había clavado en la espalda, por el peso de su propio cuerpo contra la mano de su sorprendido compañero.

Ahora las posibilidades se habían nivelado. Ashton se enfrentó al último atacante, que sacó una navaja fina y larga de la bota y retrocedió. Al hacerlo, sus ojos echaron un vistazo detrás de Ashton, con un destello. Eso bastó para que el plantador recordara al primero, que sólo estaba inconsciente. Se arrojó a un lado justo cuando el malhechor se lanzaba contra su espalda. Hizo girar el cuchillo y el hombre chilló como un cerdo, herido en el costado. La herida no era profunda, pero el hombre, sangrando, corrió tambaleante al exterior.

El último atacó antes de que Ashton pudiera recobrarse. Una vez más, la tela desvió la puñalada. Ashton le asestó la empuñadura de su cuchillo en la sien y logró apartarle el brazo. Ambos cayeron al suelo, y la punta del estilete se clavó firmemente en el piso alfombrado. Con otro golpe a la mandíbula, el adversario rodó, pero su mano gruesa sujetó la empuñadura del cuchillo al levantarse del suelo. Los dos hombres caminaron en círculos, enfrentados, con las armas listas. Ashton paró con facilidad la primera puñalada, y el otro retro- cedió con una mancha roja en la parte superior de la manga.

Desde ese momento en adelante, no habría descanso para él. El plantador avanzó con su arma, más grande, poniendo a prueba todas sus defensas hasta hacerlo sudar, comprendiendo que su fin estaba a merced de un leve error. Por fin dejó caer su arma y se apretó los brazos contra el vientre.

Salió a tropezones a la luz del sol, donde cayó boca abajo en la plataforma.

Ashton miró en derredor, notando por primera vez que las llamas comenzaban a ascender por el costado de la tienda. El humo ya era sofocante, y el crepitar del fuego lo hizo precipitarse hacia la entrada. Iba a salir cuando vio la boca de una pistola apuntada hacía él. Por encima, el rostro sonriente del hombre que había recibido una herida superficial. Antes de que pudiera retirarse, el arma estalló, ensordecedora, y Ashton dio un paso atrás, mientras la bala abría un sendero ardiente en sus costillas.

Se apretó el costado con la mano, sintiendo la viscosidad de su propia sangre. Sofocado por el humo y con los ojos irritados, vio que el hombre reía, blandiendo una segunda pistola en la otra mano. -¡Sal para que te mate, demonio! -bramó-. ¡O puedes quedarte y morir quemado! ¡Lo mismo me da, mientras te mueras!

Ashton, tosiendo, se apartó de la entrada, buscando su propia pistola. No estaba a la vista.

Tuvo que correr al arcón, protegiéndose la cara con las manos.

No le gustaba ninguna de las posibilidades enunciadas por aquel hombre, y su intención era encontrar una distinta. Sacó su revólver del baúl y volvió a la entrada, parpadeando para aclarar la vista.

El criminal no estaba allí. Salió cautelosamente a la plataforma y, con los ojos empañados, vio que el carruaje de Lierin se detenía frente a la casa. En menos de un segundo, ella corría en su dirección. Era un alivio verla, pero él comprendió de inmediato el peligro que correría si se acercaba. -¡Vete, vete! -gritó. Súbitamente giró en redondo. La risa loca sonaba detrás de él.

- Así que saliste -comentó el delincuente, asomando por detrás de un arbusto cercano. Apuntó la pistola al vientre de Ashton, acariciando el cañón con la otra mano-. La señora llegó justo a tiempo para ver cómo te vas. -Los ojos de cerdo bajaron a la pistola-. Me imaginé que habrías ido a buscar algo así, pero no tendrás tiempo de usarlo.

Ashton oyó un estallido y esperó la quemadura del disparo en el vientre. Cosa extraña: el dolor no llegó. Por un breve, incomprensible segundo, clavó la vista en el hombre que caía. Por fin volvió la cabeza hacia la silueta corpulenta, oscura, que se acercaba a toda carrera.

Era Hickory, armado con un mosquete. Después de mirar al muerto, elevó hacia Ashton sus grandes ojos.

- Lo iba a matá, señó -dijo, algo atónito.

- Así es, Hickory. -Ashton dejó escapar un suspiro aliviado-. Pero tú salvaste la situación.

El corazón de Lenore se había detenido, pero ahora batía atropelladamente. Venía corriendo, con las faldas recogidas para cruzar el prado. Al ver la mancha de sangre en la camisa de su amado, el miedo le oprimió el corazón. Una imagen aparecía y desaparecía en su mente: una silueta alta, de pie junto a la barandilla de cubierta. y se mezclaba con incontables impresiones, todas de Ashton. A caballo, sentado, de pie, con el ceño fruncido, sonriente: estaba allí, con sobrecogedora intensidad, llenando hasta la última fibra de su cerebro. Las ilusiones eran numerosas e imposibles de distinguir.

Por fin se entrometió el recuerdo de su sueño, aquel en que contemplaba su tumba en compañía de Malcolm. -¡Oh, Ashton, Ashton! -gritó, precipitándose en sus brazos acogedores. Él la estrechó con fuerza y le besó la cabellera, hablándole con voz tranquilizadora. De pronto Lenore lanzó una exclamación y se apartó con él, pues la tienda había estallado en nuevas llamas. -¡Saquen los caballos de la otra tienda! -gritó Ashton. y saltó en seguimiento de Hickory, que ya corría hacia allí. Lenore levantó la mano y se quedó mirando la sangre que brillaba en su palma. Su corazón comenzó a palpitar sordamente. Todo se tornó borroso y se fue oscureciendo lentamente en derredor. La impenetrable densidad de un sudario negro se cerró sobre ella, hasta no dejar sino una oscuridad absoluta.

En la muerta vastedad, en el medio de la noche… la hora misma de las brujas, cuando bosteza el cementerio y el infierno mismo exhala su contagio al mundo… ¡ Un punto de luz iba en aumento! ¡Una llama! ¡Fuego! ¡Un hogar! Un hogar con sus utensilios. Una mano ancha aferrando el atizador, levantándolo para descargarlo sobre la cabeza de un hombre horrorizado. Una y otra vez, hasta que el hombre cae sin vida. Un hombre cubierto por un manto, que gira lentamente, levantando otra vez el atizador. Luego, un dolor calien te, agudo, en la espalda. ¡Correr por un pasillo oscuro! ¡Pasos pesados detrás de ella! El frío aliento del miedo jadeando contra su cuello. Una puerta que se cierra de golpe tras ella, un cerrojo corrido. ¡Descolgarse desde una ventana! ¡Correr, correr! ¡No: montar a caballo!

Un sendero estrecho, árboles que pasan como relámpagos. Y luego ¡Un incendio! El asilo donde la mujer estaba prisionera. ¡No habrá socorro allí! Una forma oscura que se alza tras ella. ¡Los bosques! ¡Árboles otra vez! ¡Más de prisa, más! ¡Saltar, girar! ¡No te sueltes! ¡No caigas, o te alcanzará!

Un campo abierto hacia adelante. ¡Escapa, salta! Un tronar de cascos atrás. ¡Una yunta que se abalanza hacia ella! ¡ Oh, no!

Una vez más, la oscuridad… profunda, total, impenetrable.