CAPÍTULO 11

Los apagados sollozos se convirtieron en una realidad que irrumpió en el sueño de Lenore, con el mismo rudo impulso de la luz matinal. Ambos eran fastidiosos e igualmente difíciles de descartar.

A su regreso de el Bruja del Río, Lenore se había dejado caer inmediatamente en una apacible bendición de sueños, y quería pasar toda la mañana de ese modo, dejando fuera el resto del mundo.

No pudo ser. Los cuartos con numerosas ventanas al mar tienen, como problema inevitable, su completa vulnerabilidad al sol naciente. Los rayos de la aurora se extendieron por su cama, en tanto los apenados sollozos la perseguían hasta debajo de la almohada. Por fin comprendió que alguien estaba llorando en el porche.

Ya completamente despierta, Lenore saltó de la cama y, manoteando su bata, corrió a las puertas de la galería. Meghan estaba junto a la balaustrada; fuertes sollozos le sacudían los hombros y contemplaba la playa con ojos llenos de lágrimas.

Muy extrañada, Lenore siguió la dirección de su mirada y vio a Malcolm cerca del bote, junto con Robert. Otros dos hombres miraban bajo un trozo de lona tendido sobre el bote, algo que no había estado allí por la noche. La intrigó ese evidente interés por el bote, además de confundirla el llanto de la criada. -¿Qué pasa, Meghan? -Se acercó a la mujer para echarle un brazo consolador sobre los hombros estremecidos-. ¿Qué le está pasando?

La criada se esforzó por pronunciar las palabras con que responderle, pero sus esfuerzos parecían vanos; las lágrimas seguían corriendo por sus mejillas regordetas.

- Es por Mary, señora -logró decir, al fin-. Esta mañana, temprano, el muchacho de los recados iba a salir de pesca para la cena y encontró a Mary en el bote, muerta y desnuda. El comisario dice que la asesinaron. -¿Que la asesinaron? -Lenore miró a la mujer, demasiado aturdida para comprender. Mary la había impresionado como una persona dulce y servicial; parecía increíble que alguien quisiera hacerle daño. Parpadeó para retener las lágrimas, diciendo en tono horrorizado-: ¡Pero si yo misma me llevé el bote para remar hasta el Bruja del Río! El señor Wingate me trajo a la playa a eso de las cuatro de la mañana.

- Oh, señora, no diga eso al comisario. El señor Sinclair está diciendo que la mató alguien del Bruja del Río; si descubre que ese hombre estuvo en la playa seguramente lo acusará -¡Pero eso es una tontería! Yo vi a Ashton que volvía al vapor en su propio bote. Tuve más posibilidad de asesinarla que él.

Meghan sacudió la cabeza, dolorida.

- La violaron, señora. -¿La violaron? -repitió Lenore, con voz ahogada-. Pero ¿quiénes capaz de hacer semejante cosa?

- No sé, señora. Yo estaba profundamente dormida. No tuve la menor idea de lo que pasaba hasta que ese muchacho apareció en la casa gritando como loco. Pobrecita, pobre niña. ¿Y usted, señora Lenore? ¿No Vio a nadie en la playa cuando el señor Wingate se fue?

- No, a nadie -respondió Lenore. Tampoco había oído ningún ruido extraño, aparte de los ronquidos apagados que provenían del cuarto de su padre. Una vez en su cómodo lecho, había caído en un dulce olvido, pensando en Ashton, sin que nada perturbara su paz. -¿Qué hará el comisario?

- Bueno, señora, supongo que nos interrogará a todos y también a los del Bruja del Río. Mary y el cochero estaban medio enamorados; no me extrañaría que Henry cargara con la culpa. Pero parece tan buen hombre…

Las rodillas de Lenore se convirtieron en gelatina; las impresiones recibidas trataban de imponerle su horror. La visión del hombre golpeado por el atizador ya le era familiar, pero en un destello momentáneo vio la silueta del asesino, con un manto oscuro, girar hacia ella con el hierro aún en las manos. Un sudor frío le inundó por completo la piel al borrarse la ilusión, pero tardó un segundo en despejar la mente de ese miedo persecutorio y fijar otra vez sus pensamientos en el presente. Aspiró hondo varias veces para aminorar el ritmo de su corazón e hizo una observación tardía.

- Tal vez el asesino no sea un hombre de aquí, Meghan. Si Mary trababa en Biloxi antes de venir, pudo haber traído a alguien de la ciudad.

Meghan se limpió las mejillas.

- Mary no sabía mucho de esta zona, señora. Si estaba aquí cuando el amo la contrato, no habrá sido por mucho tiempo. Parece que nació cerca de Natchez. -¿De Natchez? Lenore sintió que se despertaba su atención-. De allí viene el señor Wingate.

Tal vez ella conociera.

- Puede apostar a que el comisario se lo preguntará, señora, y supongo que basta esperar a ver qué averigua. -La criada señaló con la cabeza a los dos hombres que se acercaban a la casa-. Aquí vienen a comenzar sus preguntas.

Lenore, recordando de pronto que estaba sin vestir, cerró el cuello de su bata.

- Será mejor que me ponga presentable.

- Le traeré agua -dijo Meghan con un suspiro tembloroso- Me hará bien ocuparme de mis cosas para sacarme a Mary de la cabeza.

Media hora después, Lenore estaba vestida con un traje celeste mientras la doncella recogía las guedejas rojizas en un sencillo peinado. Lenore esperaba que Malcolm le trajera la noticia del fallecimiento de Mary; por eso no le sorprendió unos golpecitos a la puerta.

Cuando la doncella lo hizo pasar, el joven se acerco a la mesa del tocador y apoyó un hombro.contra la pared, mientras contemplaba la belleza reflejada en el espejo. Se la vela fresca y serena, como una princesa de nieve; así había llegado a considerarla, mentalmente. A veces se sentía tentado a quebrar aquella fina muralla de hielo para hacer con ella su voluntad, pero no estaba seguro de cual podía ser su reacción; por eso contenía sus impulsos libidinosos. Algún día en un futuro cercano, cosecharía sin duda la recompensa a su paciente cautela.

- Supongo que Meghan te ha contado lo de Mary. -Lo dijo con una ceja arqueada y esperó la respuesta afirmativa antes de continuar-: El incidente nos tiene a todos espantados. Primero tu secuestro; ahora pasa esto. En realidad, no creo que las dos cosas estén relacionadas, pero sería más prudente que no salieras sola, sobre todo mientras ese vapor esté allí.

- Malcolm… -Lenore apoyó las manos en el borde del tocador, preparándose para decir la verdad-. Sé que vas a enojarte, pero anoche estuve en el Bruja del Río. -¿Qué? -gritó Malcolm sobresaltando a Meghan, que dejó caer el cepillo-. ¡Fuiste al barco a mis espaldas! ¡Con ese secuestrador! ¡Con el asesino de tu hermana! ¿Te entregaste a él, que hizo eso con Mary?

Lenore se levantó, con verdes chispas de furia en los ojos. Antes de liberar toda la fuerza de su enojo, miró a Meghan, que se retorcía las manos, consternada, y le hizo señas de que saliera.

- Déjanos solos, Meghan. Tengo algo que conversar con… pronunció las palabras con dificultad- mi esposo.

Meghan vaciló, preocupada por su señora, pero la esbelta mano repitió ese ademán, sin dejarle alternativa. Salió del cuarto, cerrando a sus espaldas; aunque no era dada a escuchar subrepticiamente, permaneció cerca, por si hiciera falta. No se había casado nunca, pero sabía cómo podían portarse los maridos con sus esposas, sobre todo cuando eran tan bonitas, y temía que el enfrentamiento resultara dañoso para la señora. -¿Cómo te atreves a decirme esas cosas frente a una criada? -estalló Lenore-. Para tu información, no me entregué a Ashton. Sólo fui para pedirle que se fuera. -Acalorada, echando chispas, giró en redondo y cruzó el cuarto-. Desde que estoy en esta casa he oído difamar su nombre a cada paso, y ni tú ni mi padre sabéis nada de él.

- Ah, pero tú sí -le replicó Malcolm, igualmente irritado. No tenía idea de lo que podía atraerla así en su adversario, pero ella lo había amado, de eso estaba seguro, o no se hubiera casado con él-.

Aun- que nos lo niegues, lo quieres. ¡Dime que no!

Lenore contuvo la réplica con que iba a confirmar la acusación. Deseaba admitir su amor, pero también sabía que era una tontería.

- Estando en Belle Chene llegué a respetar a Ashton… Malcolm plantó el puño en el tocador, gritando: -¡Lo que sientes es más que respeto! Ella levantó el mentón, altanera.

- No me gusta que me pongas en la boca palabras que no tengo intención de decir -declaró-.

Desde el accidente con el coche de Ashton, mi memoria es como una caja oscura dentro de mi cabeza y no tengo modo de abrirla. No recuerdo absolutamente nada de ti, pero Ashton se mostró bondadoso conmigo, y mientras viví en Belle Chene, creí sinceramente que era su esposa. Me pareció natural…

- Pero no te parece natural que yo sea tu esposo -intervino él, acusador-. ¿Es eso lo que estás tratando de decir?

- Sigues adelantándote a mis palabras y reconstruyendo lo que digo sin escucharme hasta el fin -protestó Lenore-. No era eso lo que iba a decir, en absoluto.

- Ya lo dijiste antes. Tal vez no de ese modo, pero todas las palabras significan lo mismo.

Lenore cerró los ojos y se frotó las sienes, donde palpitaba un dolor sordo. Su tensión iba en aumento y comenzaban a asaltarla visiones confusas. A través de un túnel largo y oscuro veía a Ashton, recostado contra la barandilla de su vapor; luego, unas manos retorcidas que se alargaban para apresarla, tirándole de la cabellera. Unos rostros rientes se apretaban hacia ella; dedos gruesos le desgarraban la ropa. Casi podía paladear la amenaza de violación. En su mente, gritó. Entonces, con toda claridad, vio a Malcolm junto a ella, apartando a los hombres a empujones; casi con gentileza, se inclinó para tornarla en sus brazos.

Una leve arruga le tocó la frente al mirarlo, desconcertada. ¿Era un recuerdo de él lo que había visto, o algo conjurado por su imaginación? El nunca había mencionado haberla rescatado.

- Escúchame, Lenore, escúchame bien -exigió él-. Me recuerdes o no, yo sigo siendo tu esposo y no toleraré que te escape otra vez a ese hombre.

- Con tantas amenazas de matarlo, ¿qué podía yo hacer? - gritó ella-. ¿Quedarme tranquila en mi cuarto y dejar que lo asesinaras? ¡Jamás!

- Baja la voz -le advirtió él, secamente-. El jefe de policía todavía está en la casa; podrían ocurrírsele cosas. -¡Mejor! -Se estaba volviendo atrevida, pero se sentía demasiado furiosa como para que eso le importara. Sus ojos centellearon de ira reprimida-. Quizá decida prestar a Ashton alguna protección si se entera de que lo has amenazado.

- Calla, mujer. Ya hablaremos de eso.

Y Malcolm cortó la conversación con un ademán violento.

Meghan, muy junto a la puerta, se alejó rápidamente al oír sus pasos. Por primera vez en la mañana, una sonrisa le iluminó ampliamente la cara. Había temido que su señora no supiera defenderse ante el temperamento del señor Sinclair, a veces demasiado fuerte. Habiendo cambiado de opinión, admiraba la energía de la joven.

Lenore tras la discusión con Malcolm, se sometió al interrogatorio del jefe de policía como si fuera un agradable paseo. Éste se mostró cortés, aunque algo directo. Después de presentarse con el nombre de James Coty, le preguntó cuál era su relación con el propietario del Bruja del Río, y si creía que alguno de sus tripulantes podía ser culpable de asesinato.

- Sin duda, el señor Sinclair le ha explicado lo de mi pérdida de memoria. -Ante una señal afirmativa, ella continuó-: Ashton Wintgate me confundió con Lierin, mi hermana gemela, con quien se casó hace tres años. Por un tiempo yo también estuve convencida de eso. En cuanto a los hombres del vapor, he viajado con ellos y siempre me trataron con el mayor respeto. No puedo creer que abusaran de una mujer con tanta saña, pero aun si fueran capaces, tuvieron muy poco tiempo para hacerlo, pues yo misma llevé ese bote hasta el Bruja del Río y no volví hasta las cuatro de la mañana.

- Se enfrentó a la mirada sorprendida del policía, directamente y sin bochorno-. Fui al vapor con la esperanza de convencer al señor Wingate de que si fuera antes de causar problemas entre él y mi esposo. Si no le bastaba mi palabra para convencerse, pregunte al hombre que estaba de guardia a bordo. Tal vez él haya notado si alguien abandonó el navío después de nosotros. -¿Dice que no volvió hasta después de las cuatro? -preguntó él acariciándose el mentón, pensativo-. Eso me deja pensando cuándo se cometió el asesinato. Obviamente, a Mary la mataron en otra parte y la dejaron luego en el bote.

Lenore se sobrepuso a su reticencia para preguntar: -¿Puede decirme cómo mataron a Mary?

- Por estrangulamiento -repuso de inmediato el comisario Coty- El hombre la estranguló con tanta fuerza que le quebró el cuello.

Retrocediendo con súbita repugnancia, Lenore se dejó caer en una silla cercana a ella, con una mano temblorosa sobre la frente. Se sentía mareada y estremecida; apenas pudo responder a la promesa del policía, quien le aseguró que no descansaría hasta detener al hombre.

El jefe Coty se retiró de la casa. Lenore, inquieta, se arrastró hasta la cama, donde pasó la mayor parte del día, demasiado descompuesta para levantar la cabeza de la almohada.

El cementerio era pequeño; aun con el verde toque del verano, se veía descolorido y algo desolado. Lenore, vestida de negro, se sentía como confundida con el entorno. Tenía las mejillas pálidas y ojeras oscuras que le agrandaban los ojos. Esperó en el coche con su padre hasta que llegó el ministro, pues no quería hacer movimientos innecesarios mientras el calor fuera tan sofocante.

Unas cuantas aspiraciones de sales le despejaron el cerebro, aliviando sus náuseas, al menos lo suficiente para que pudiera abandonar el carruaje. El padre, solícito, la acompañó hasta el cementerio, donde Malcolm estaba esperando. Evitando cuidadosamente el agujero negro donde habían puesto el ataúd, levantó la mirada hacia el numeroso grupo de deudos reunidos al otro lado. Descontando al jefe de policía ya su ayudante, no halló un rostro familiar entre ellos. Como el rumor se había extendido rápidamente, mucho de ellos debían de ser simples curiosos.

Detrás de los deudos, algo a la derecha, estaba Meghan con el cochero; ambos agregaban la nota patética con sus sollozos ahogados. Lenore, compadecida se volvió hacia la dolida mujer, pero se llevó una sorpresa al ver, detrás de ellos, a un hombre bajo, de pelo oscuro y ojos líquidos. -¡EI señor Titch! -susurró apenas su nombre, pero eso atrajo la atención de Malcolm. -¿Dijiste algo, querida? -preguntó, inclinándose para oír su respuesta.

Ella señaló subrepticiamente al hombrecito con un movimiento de cabeza.

- Me sorprendió un poco ver aquí a ese hombre, nada más.

Malcolm miró por sobre el hombro y arqueó una ceja, en divertida condescendencia.

- Ah, el señor Titch. -¿lo conoces? -preguntó ella, sumamente sorprendida, pues no recordaba haber mencionado a ese hombre ni los problemas que le causara.

- Los chismes abundan tanto en Biloxi como en Natchez o en cualquier otra parte. He oído hablar de él. Y si Horace ha recorrido las tabernas que visita tu padre, ha de saber tanto de nosotros como cualquiera de los residentes. Por si no lo sabes, querida, nos hemos convertido en un gran tema de conversación, sobre todo desde que ese señor Wingate se ha aposentado en nuestras cercanías.

- Hizo una pausa, mirando por encima de la cabeza de Lenore; sus ojos oscuros se endurecieron-.

Hablando de Roma…

Lenore se preguntó quién le había amargado de ese modo el día; de pronto su corazón echó a galopar, al ver a alguien que, para ella, lo iluminaba: ¡Ashton! El hombre le llenó la mente de súbito placer…; y, de algún modo, la fortaleció para la tarea inminente.

Un ligero movimiento de aquellos labios firmes produjo una vaga sonrisa. Ashton, con modales caballerescos, se quitó el sombrero ante ellos antes de que sus ojos se encontraran con los de ella, en una cálida comunicación, con mudas palabras de devoción que ella saboreó a fondo.

Como ya había sido descubierto por la pareja y no podía observarlos sin ser visto, Ashton se acercó a la tumba, con la esperanza de que su presencia irritara la compostura de su adversario como papel de lija. Desde allí podía observar a Lierin… o a Lenore, como ella prefería. Si él decidía elegir ese nombre, no indicaría concesión alguna de su parte, sino un momentáneo acuerdo, hasta que se pudiera aclarar la identidad de 1a joven. En el fondo, él estaba seguro de que era Lierin; si la investigación demostraba su error, le costaría retirarse con elegancia, pues amaba a esa mujer por sí misma; los recuerdos del pasado habían quedado en las sombras de otros más recientes.

Lenore lo observaba a su vez, aunque más discretamente, admirando su figura elegante. El verano le había tostado la piel, haciendo que sus ojos de avellana parecieran chisporrotear con luz propia.

El sombrío grupo aguardó, en solemne silencio, hasta que el ministro arrojó un puñado de tierra sobre el ataúd. Lenore levantó una mano para secarse las lágrimas que le corrían por las mejillas. Un sollozo ahogado brotó de Meghan, antes de que la criada se volviera para consolar al cochero, deshecho en sollozos. Robert Somerton sacó del bolsillo una petaca que se llevó a la boca con breves movimientos. Malcolm no prestaba atención, pues su estoica mirada centraba en Ashton; sólo vaciló cuando este último pasó junto a ellos. Con una rápida mirada por encima del hombro, el joven comprobó que iba hacia el señor Titch; su tensión cedió levemente.

- Buenos días, señor Titch -saludó Ashton, con un breve saludo. Luego, inclinando la cabeza atrás, echó un rápido vistazo al cielo cubierto-. Un día bastante apropiado para un funeral, ¿verdad?

- Supongo que sí -murmuró Horace, dirigiendo una mirada desconcertada hacia su interlocutor-, pero algo caluroso para mi gusto. Tal vez refresque si llueve.

- O aumente la humedad -replicó Ashton, simpático, notando el sudor que corría por aquella cara redonda. Cabía preguntarse si se debía sólo al calor o si algo estaba preocupando al señor Titch-.

Me sorprendió bastante verlo aquí, Horace. ¿Ha venido para visitar a algunos parientes?

- Sí… -Horace se mordió los labios después de esa mentira. No le molestaba decirla, pero temía que Ashton llevara la historia al jefe de policía, provocando una avalancha de investigaciones-. En realidad, Marelda quiso venir a Biloxi… para ver el océano… o algo así.

Ashton se quedó pensando en esa respuesta; recordaba haber dicho a Marelda que Lierin poseía propiedades allí. Conociéndola como la conocía, dudaba que la presencia de la pareja fuera pura coincidencia. A veces, Marelda era mujer de acción. Ashton observó atenta- mente al hombrecito. -¿Conocía usted a la mujer asesinada? Horace sorbió por las narices, pomposo. -¿Ahora se dedica a investigador, Ashton, para hacerme ese tipo de preguntas?

- En absoluto. -Ashton no dejó de reparar en ese rígido enojo-. El jefe Coty me mostró el cuerpo de la muchacha y me pareció conocida, pero no pude recordar dónde la había visto. Al verlo aquí acabo de darme cuenta. -Captó un tic nervioso en el ojo de Titch; sus manos rollizas se secaron la frente sudorosa-. ¿Me equivoco al pensar que Mary trabajó un tiempo para su hermana?

Los párpados descendieron sobre aquellas pupilas líquidas, mientras Horcice se maldecía silenciosamente por haber ido al cementerio. Aquello había ocurrido mucho tiempo antes; él pensaba que nadie lo Iba a recordar. Dominando su pánico, contestó con una bravuconada. -¿Y qué? ¡No va a cargarme con este asesinato!

- Horace, creo sinceramente que usted protesta demasiado. Nunca se me ocurrió semejante cosa. La muchacha fue violada, por si usted no se ha enterado. Ya usted no lo imagino haciendo eso.

Horace halló motivos suficientes para ofenderse por esa declaración. -¿Acaso sugiere que no soy hombre? -Elevó el volumen de su voz-. Pues le hago saber que…

Al darse cuenta de que había atraído la atención de los presentes cerró lentamente la boca, se irguió y tomó la actitud de un gallito a punto de cantar… o de estallar, lo cual habría descrito mejor su situación.

Si se jactaba de sus proezas, que otros hombres podían considerar cuestionables, estaría invitando a la policía a sospechar de él. Dejar que Ashton Wingate lo creyera impotente era igualmente desagradable. No podía decir que Corissa había dejado ir a Mary para protegerla, al saber que él la había arrastrado hasta la leñera. Recordaba vívidamente los regaños de su hermana, indicándole que tratara a las criadas y esclavas de modo más digno. Después de todo, había otros plantadores que usaban a sus esclavas a su gusto, y él creía tener derecho a ser como los otros; así lo había dicho con toda claridad. Lo que mas deseaba era que lo reconocieran como hombre hecho y derecho. Como ante las mas jovencitas no necesitaba demostrar nada, a ellas se había dedicado hasta que Marelda se dignó prestarle atención. Mary, por entonces, era muy joven… y muy inocente.

Ashton sonrió con blandura.

- Lamento haberlo perturbado, Horace.

- No se imagina cuánto me ha perturbado. -El hombrecito agitó los brazos con indignación-.

Últimamente parece que usted o sus amigos me asedian constantemente. Por ejemplo, Harvey Dobbs vino a mi casa para preguntarme si yo sabía algo sobre el incendio de su depósito. La expresión de Ashton no cambió. -También yo quería hacerle algunas preguntas al respecto, pero estos días no he tenido tiempo de dedicar al asunto la atención que merece.

- Sí, ya veo que está ocupado -se burló Horace, dirigiendo s mentón indefinido hacia Lenore-.

No es cosa mía, pero se va a hacer matar si sigue olfateando mujeres ajenas. ¿O sigue tratando de convencer a todos de que ella es su perdida Lierin?

Horace sintió la emoción del éxito al ver que el sarcástico comentario daba en el blanco.

Apenas pudo creer que había encontrado u. punto débil en la armadura del otro.

Ashton apretó los dientes, mirándolo con fijeza. Sentía la tentación de levantarlo en vilo para sacudirlo hasta que chillara como un lechoncito asustado. Apenas pudo dominar el impulso y responderle cortante:

Ya veremos cómo termina esto, Horace, tanto para usted como para mi.

Volvió la espalda al hombre y se reunió con los otros deudos, que comenzaban a retirarse.

Malcolm permanecía cerca de la tumba con el policía, sin duda tratando de convencerlo para que actuara contra Ashton. Una sonrisa irónica tocó los labios del plantador. Ese hombre haría mejor explicando dónde estaba en el momento preciso, puesto que Lierin había hablado de su visita al vapor.

El vigía, después de ayudarlo a subir a bordo, no había visto partir otro bote.

Hickory miró desde su pescante, al detenerse Ashton junto al carruaje. Siguiendo instrucciones, el negro había llevado el landó, con un tiro de dos caballos, hasta Biloxi, con el potro favorito del amo atado atrás. Estaba alojado en los establos de la ciudad, donde pudiera atender a los animales mientras esperaba la jugada siguiente. El señor Wingate había comparado sus maniobras a un juego de ajedrez, cuya finalidad era capturar a la reina; si se presentaba la ocasión y la dama estaba dispuesta, Hickory movería los caballos para llevarla a un lugar seguro, mientras Ashton se encargaba de hacer frente al adversario. Esa mañana, Hickory había sido convocado a la costa por una señal hecha desde el vapor, para llevar a su amo al cementerio.

- La señora parece decaída, señó -observó el negro. -Lo mismo estaba pensando yo -comentó Ashton, en voz alta, mientras observaba los cautelosos pasos de Lenore hacia el carruaje de los Somerton.

El padre la sostenía; en una pausa, ella estiró la mano para sujetarse del brazo paterno. -¿Le parece que ese señó Sinclair la trata bien, señó?

- Si en algo aprecia su vida, le conviene hacerlo.

Lenore levantó lentamente la vista. -Necesito descansar un momento -susurró, tratando de contener la náusea que amenazaba dominarla. El día caluroso y nublado se le había hecho casi insoportable-. No me siento nada bien.

Robert le dio unas palmaditas en la mano, en un raro despliegue de afecto; los ojos enrojecidos, acuosos, daban muestras de una compasión que ella no esperaba.

- Voy a buscar a Meghan, querida. Tal vez ella pueda ayudarte. Mientras él se alejaba de prisa, Lenore apoyó la cabeza vacilante Contra el carruaje, cerrando los ojos; deseaba desesperadamente estar en su casa. Se limpió las mejillas con un pañuelo de encaje, demasiado pequeño y seco para aliviarla. -¿Puedo serte útil en algo? Las gruesas pestañas se abrieron ante la voz familiar. Allí estaba Ashton, siempre gentil. Su rostro moreno, cincelado, demostraba cariño y preocupación. La miraba con ojos suaves y tiernos. -¿Te sientes descompuesta?

Aquellos profundos charcos de esmeralda fueron más allá, hacia el hombre que avanzaba a grandes pasos en dirección a ellos.

- Vete, por favor -rogó-. Allí viene Malcolm.

Ashton no prestó atención al otro ni a los atónitos testigos. Abrió la portezuela y, sosteniéndola con un hombro, levantó a la joven en brazos para ponerla adentro. -¿Qué significa esto? -acusó Malcolm, deteniéndose junto al carruaje.

Tiró del codo de Ashton para hacerlo girar y se encontró ante una sonrisa sardónica.

- Disculpe, Malcolm, pero la señora parece sentirse enferma, y no lo vi correr a su lado.

El rostro aquilino de Malcolm enrojeció hasta la raíz del pelo; sus ojos oscuros se tornaron penetrantes como los del águila al divisar una presa. Pero en esa ocasión, la víctima no se dejaría asustar por un mero despliegue de indignación y era demasiado peligrosa para el ataque directo. Si desafiaba a ese hombre, bien podía ser Malcolm la víctima.

Al no ver en él nada más amenazador que un ceño fruncido, Ashton dio un paso atrás y saludó a la dama quitándose el sombrero.

- Buenos días, señora. Confío en que pronto se sienta mejor.

- Gracias -murmuró ella, en voz baja.

Y lanzó una mirada afligida a Malcolm, que vigilaba a Ashton mientras éste volvía a su propio coche. El odio que Malcom le tenía era claramente visible en los ojos oscuros y fríos.

Lenore bajó al vuelo la escalera, sin parar mientes en los esbeltos tobillos que asomaban bajo el camisón ni en los faldones de la bata, extendidos hacia atrás como alas, en tanto ella corría a un ritmo igual al de su acelerado corazón. Cuando estaba por iniciar su higiene matinal, había oído los furiosos bramidos de Malcolm, que reverberaban por toda la casa. No necesitó más para saber que Ashton era causa de esa ira; sólo cabía preguntarse qué había hecho esta vez para irritarlo así.

La puerta de entrada estaba abierta. Al acercarse vio a Malcolm el porche, con el rifle en las manos y una toalla colgando de hombro desnudo. Por lo visto, se había interrumpido en medio su afeitado, pues aún tenía una mejilla cubierta de espesa espuma. Estaba descalzo, con el pelo muy revuelto. Al acercarse a la puerta, Lenore aminoró el paso y observó a su esposo con cautela. El, atento a alguna actividad que se estaba desarrollando en un sitio para ella invisible, pareció no notar su proximidad. La joven arrugó el ceño, sin saber qué había despertado tanta cólera. De pronto su corazón dio un vuelco, al ver que él, con una salvaje maldición, bajaba desde el porche con un solo salto.

Lenore como afuera, con el corazón estremecido, temiendo que el cumpliera su amenaza de matar a Ashton. Un par de botes pequeños, cargados de provisiones, se aproximaban a la costa por el otro lado de una pequeña bahía. Al detenerse, Ashton y seis de sus hombres saltaron de las embarcaciones.

Unos cuantos descargaron unos bultos, en tanto sus compañeros arrastraban los botes hasta la costa. Uno de ellos levantó la vista y vio a Malcolm, que se acercaba a la carrera, blandiendo el arma.

Gritó a sus camaradas para advertirles y todos se dispersaron. Ashton siguió donde estaba, con la vista fija en el hombre que se aproximaba, como si lo desafiara a disparar. Lenore lanzó un grito, temiendo que su esposo hiciera justamente eso. Cuando el enfurecido atacante levantó el arma y miró a lo largo del cañón, Ashton se arrojó a un lado. En ese momento, el arma emitió un rugido ensordecedor. Una pequeña salpicadura de arena marcó el sitio en donde el proyectil se había enterrado en la playa, justo en el sitio que ocupara Ashton.

Malcolm volvió a apuntar, siguiendo la zigzagueante huida de Ashton entre las dunas formadas por el viento. Con una risa cruel, tensó lentamente el dedo contra el gatillo, sin saber que Lenore corría hacia él con frenética desesperación. Al llegar a su lado, ella levantó ambos brazos contra el arma, desviando el cañón hacia arriba. Otra explosión ensordecedora quebró el silencio al descargarse el arma, esta vez inofensivamente. Un breve instante después el brazo de Malcolm giraba en redondo, lanzando a la muchacha de espaldas contra la arena. Un deslumbramiento de luces le llenó el cerebro; una vez más vio al villano del manto negro girar en redondo con el atizador en la mano. -¡Maldita zorra! -gruñó Malcolm arrojando el arma para acercar- se a ella-. ¡Ya te enseñaré a no entrometerte con lo que hago!

La tomó por los hombros y levantó la mano para cruzarle la cara con ella, pero por el rabillo del ojo captó un movimiento. Ashton se lanzaba contra él, con un gruñido.

Malcolm arrojó a Lenore a un lado y se preparó para enfrentarse al atacante, pero no tuvo tiempo para afirmarse del todo; el otro se arrojó contra él, en un salto que era casi un vuelo, y lo golpeó con el hombro en pleno pecho, tendiéndolo en la arena. De inmediato, Ashton giró sobre sí mismo y se levantó, rodeando el cuello de Malcolm con la toalla para incorporarlo de un tirón.

El más joven, perdido el equilibrio se tambaleó al impacto de un puño en el vientre y otro en la mejilla. Era más pesado que su adversario, pero no podía igualar su agilidad. Pronto fue evidente cuál de los dos tenía más experiencia en luchas.

Mientras Malcolm agitaba los puños, en un vano intento de defenderse, Ashton siguió asestándole fuertes golpes a la cara y el cuerpo. Por fin cruzó los extremos de la toalla y ciñó la tela a aquel grueso y tenso cuello. -¡Si la vuelve a tocar, lo mato! -gruñó salvajemente, dando al hombre aturdido una sacudida que le hizo castañetear los dientes-. ¿Me ha entendido?

Los ojos de Malcolm se desorbitaron por la dificultad de respirar. Presa de pánico, trató de apartar la tela que le apretaba el cuello. Ashton le dio otra sacudida, exigiendo una respuesta, hasta conseguir un áspero graznido de asentimiento. Entonces, con mueca despreciativa, lo arrojó hacia atrás, dejando que cayera despatarrado en la arena. -y trate de no olvidar mis palabras -le advirtió.

Malcolm, aspirando trabajosamente, se incorporó sobre un codo, frotándose el cuello amoratado. Ashton ayudó a Lenore a levantarse y leyó en sus ojos una muda gratitud, antes de que ella se dedicara a sacudirse la arena de la ropa. -¿Ahora estás dispuesta a partir conmigo? -le preguntó él, en un murmullo.

Lenore echó un vistazo a Malcolm, temiendo que él hubiera oído la invitación, y meneó levemente la cabeza.

- Debo averiguar qué es lo que debo hacer, Ashton.

Robert, que se había unido al grupo sin que nadie lo viera, se inclinó para ayudar a Malcolm y fulminó al intruso con una mirada. -¿Qué es esto de invadir nuestra propiedad?

Una lenta sonrisa se extendió en los labios de Ashton, como ante algo súbitamente divertido.

- Me parece que no estoy invadiendo nada. -Se enfrentó a las miradas confusas de los dos hombres con un tranquilo encogimiento de hombros-. Si ustedes aseguran que Lierin ha muerto, esta propiedad es mía en parte. Lierin y yo nos casamos en Louisiana; según las leyes vigentes allá, yo soy el legítimo heredero de todas sus propiedades. Como Lenore y Lierin heredaron esta casa y sus tierras de la madre, así son las cosas. Si ustedes lo prefieren, pueden quedarse con la casa y yo me quedaré con los terrenos circundantes; me parece un trato justo. -¡Antes nos veremos en el m fiemo! -grazno Malcolm.

I-Si tantas ganas tiene de ir allí -propuso Ashton, con una sonrisa tolerante-, puedo darle el gusto. Con un duelo podemos solucionar toda esta discusión. -¡No! -gimió Lenore aferrando el brazo de Ashton.

Malcolm sonrió, burlón.

- Parece que la señora está preocupada por mí.

- Probablemente no sabe que usted es tan torpe con las armas como con los puños.

El insulto hizo que Malcolm se levantara. -¡Ya le enseñaré!

Los ojos de Ashton centellearon. -¿Qué me enseñará? ¿A usar una pistola a veinte pasos?

Una vez más, Malcolm recordó los rumores que presentaban a ese hombre como tirador experto. No tuvo coraje para responder al desafío.

- Vamos, hombre -le instó su adversario-, ¿qué era lo que iba a enseñarme?

- Ya lo discutiremos más tarde. -A Malcolm le gustaba tener todas las probabilidades en su favor, y esbozó una excusa breve-. No hay por qué afligir a Lenore.

Los ojos de color avellana se endurecieron tras las pestañas bajas, fijos en ese hombre con absoluto desprecio. Un poco de sangre hubiera podido aliviar en algo la furia que sentía.

- Entonces, ¿estamos de acuerdo en que yo me quede con las tierras? -¡No…! Es decir… -Malcolm conocía las leyes tan bien como su enemigo y no halló salida-. ¡Dije que hablaremos después!

- Lo siento, pero debe ser ahora -insistió Ashton-. O ustedes salen de la casa o yo me quedo con la tierra. ¿Tienen alguna duda sobre mis derechos?

El joven abrió la boca para oponerse, pero volvió a cerrarla lentamente. No podía presentar ningún argumento adecuado.

- Necesitamos algo de terreno para ir y venir. ¿O piensa tenemos prisioneros?

- Le daré autorización para utilizar una franja. Haré que mis hombres delimiten lo que considero mío, pero le advierto que no quiero intrusos en mi zona. -Y sonrió al agregar-: La señora, naturalmente, puede ir y venir a su antojo, pero solamente ella, nadie más. -¿Y el padre? -Malcolm lo miraba, inquisitivo-. ¿No podrá ir a donde le plazca?

- El padre de la señora y yo no tenemos nada en común. Él cedió los derechos que podía tener sobre esta propiedad cuando permitió que fuera legada a sus hijas. Yo reclamo la parte de Lierin; tendrá que pedir mi aprobación antes de pisar mis terrenos.

- Usted tiene la reputación de ser difícil de tratar.

Ashton recibió la mirada amenazadora del otro con una sonrisa.

- Hago lo que debo.

- Es una víbora -fue la despectiva respuesta.

Él no se dejó perturbar.

- Me han dicho cosas peores.

- También yo lo haría, pero hay una dama presente.

La única respuesta fue un encogimiento de hombros. De inmediato, Ashton dedicó su atención a la muchacha. En un gesto casi una caricia, le apartó un mechón de la mejilla.

- Si me necesitas, estaré cerca.

Dio un paso atrás y se marchó, indicando a sus hombres que reanudaran sus tareas.

- Vamos a descargar esas provisiones; tenemos todo un día de trabajo por delante.

Malcolm lo siguió con la vista, desfigurado el rostro por el odio. Luego clavó los ojos en Lenore, que lo observaba sin saber que hacer. Al verlo tan disgustado, la joven giró apresuradamente y volvió corriendo a la casa, esforzándose por disimular la alegría que burbujeaba en ella. Sentía la tentación de entrechocar los talones descalzos, pero a Malcolm no le gustaría.

Sólo al cerrar la puerta de su dormitorio se atrevió a sonreír ampliamente, estrechando los brazos al pecho con un júbilo desbordante.