CAPÍTULO 6

El traqueteo de los cascos se apagó en la distancia al desaparecer el jefe de policía con sus hombres. La casa volvió a asentarse en una apacible tranquilidad, pero Lierin no tenía paz.

Había vuelto a la sala, dando a Ashton la oportunidad de hablar en privado con su amigo, pero permanecía tensa en el borde de la silla y no podía dejar de temblar. La había invadido un gran miedo interior al oír las furiosas acusaciones, pues temía que Horace Titch y su banda de rufianes tuvieran razón: que ella fuera la mujer fugada del manicomio.

Desde el día en que despertara del vacío, no había sentido con tanta fuerza la angustia y la frustración de su amnesia. Era como enfrentarse a una puerta lisa, sabiendo que del otro lado había algo, pero sin hallar la cerradura o pomo con que abrirla. Más allá de la barrera yacía casi toda su vida, oculta y fuera de su alcance. Deseaba desesperadamente saber de dónde venía, quiénes eran sus parientes y amigos, qué acontecimientos le habían llevado a su colisión con el coche de Ashton.

El señor Logan había hablado en su defensa, y era de esperar que el asunto estuviera aclarado.

Pero al observar la escena desde el vestíbulo había notado algo que los otros, tal vez, no vieran. Si bien Ashton daba muestras de estar decidido a protegerla hasta la muerte contra esa turba, parecía reacio a dejar que el asistente canoso la viera, como si también él sufriera la comezón de la duda con respecto a su identidad.

Lierin posó sus manos temblorosas sobre el regazo y miró fijamente esos dedos delgados, la simple alianza de oro, hasta que una dolorosa punzada le hizo cerrar los ojos. Se frotó lentamente el ceño con la punta de los dedos, tratando de calmarla con masajes. Detrás de los párpados comenzó a formarse una visión: la de una mano que sujetaba un atizador largo, fino, con un pico en la punta. El instrumento se levantaba a gran altura para bajar luego, cruel, como un azote, una y otra vez. De pronto, en la mente de la muchacha apareció una máscara contraída que se fue convirtiendo, progresivamente, en la cara de un hombre. El semblante se contrajo en un grito; le El traqueteo de los cascos se apagó en la distancia al desaparecer el jefe de policía con sus hombres.

La casa volvió a asentarse en una apacible tranquilidad, pero Lierin no tenía paz.

Había vuelto a la sala, dando a Ashton la oportunidad de hablar en privado con su amigo, pero permanecía tensa en el borde de la silla y no podía dejar de temblar. La había invadido un gran miedo interior al oír las furiosas acusaciones, pues temía que Horace Titch y su banda de rufianes tuvieran razón: que ella fuera la mujer fugada del manicomio.

Desde el día en que despertara del vacío, no había sentido con tanta fuerza la angustia y la frustración de su amnesia. Era como enfrentarse a una puerta lisa, sabiendo que del otro lado había algo, pero sin hallar la cerradura o pomo con que abrirla. Más allá de la barrera yacía casi toda su vida, oculta y fuera de su alcance. Deseaba desesperadamente saber de dónde venía, quiénes eran sus parientes y amigos, qué acontecimientos le habían llevado a su colisión con el coche de Ashton.

El señor Logan había hablado en su defensa, y era de esperar que el asunto estuviera aclarado.

Pero al observar la escena desde el vestíbulo había notado algo que los otros, tal vez, no vieran. Si bien Ashton daba muestras de estar decidido a protegerla hasta la muerte contra esa turba, parecía reacio a dejar que el asistente canoso la viera, como si también él sufriera la comezón de la duda con respecto a su identidad.

Lierin posó sus manos temblorosas sobre el regazo y miró fijamente esos dedos delgados, la simple alianza de oro, hasta que una dolorosa punzada le hizo cerrar los ojos. Se frotó lentamente el ceño con la punta de los dedos, tratando de calmarla con masajes. Detrás de los párpados comenzó a formarse una visión: la de una mano que sujetaba un atizador largo, fino, con un pico en la punta. El instrumento se levantaba a gran altura para bajar luego, cruel, como un azote, una y otra vez. De pronto, en la mente de la muchacha apareció una máscara contraída que se fue convirtiendo, progresivamente, en la cara de un hombre. El semblante se contrajo en un grito; le llenaba los ojos un terror que se metía hasta el alma Lierin, retrocediendo ante ese horrible fantasma, gimió de pánico; hubiera querido liberarse de esas fantasías que no dejaban de atormentarla.

Se levantó con un grito estrangulado al sentir una mano en el hombro. En un desesperado intento de recobrar la libertad, se apartó de esa silueta alta, pero un brazo la sujetó por la cintura, atrayéndola hasta un pecho sólido. -¿Lierin? -Ashton le sacudió la cabeza un poco, para devolverle el sentido-. Lierin. ¿qué pasa?

Ella lo miró con ojos grandes y asustados, apretándose la boca estremecida con la mano.

- No sé. Ashton -balbuceó sacudiendo la cabeza-. Veo algo, siempre… o recuerdo. -. Desvió la cara para ocultarse de las miradas afligidas del hombre, hablando entre lágrimas-. Veo una mano levantada que golpea… golpea… -Le temblaban los hombros; comenzó a sollozar-. Tal vez he herido a alguien. ¡Tal vez debiste dejar que me llevaran! ¿y si soy la que buscan y el señor Logan mintió? -¡Tonterías! -Ashton la tomó por los hombros para mirar intensamente aquellos hondos charcos de esmeralda, como instándola a confiar en él-. Tú no tienes nada, salvo una simple pérdida de memoria. Sufriste un golpe y no puedes recordar. Estás dejando que las acusaciones de eso truhanes influyan en tu memoria. -¡Nooo! -gimió ella-. No comprendes. Tuve una visión parecida antes de que vinieran esos hombres.

Ashton la estrechó contra sí, envolviéndola en sus brazos, en tanto le rozaba la sien con los labios.

- Probablemente es sólo un sueño que tuviste alguna vez; no debes tomarlo en serio.

- Ojalá pudiera creer eso. -Lierin apoyó la frente contra el cuello masculino, donde se percibía el lento y fuerte latir del pulso. Su seguridad parecía una sustancia casi tangible en sus brazos, y dentro de ella, muy hondo, iba creciendo un anhelo. Como si el alma le ordenara hablar, sus pensamientos ascendieron sin trabas a la lengua-. No sabes cómo deseo creer que esa pesadilla nunca fue realidad. Yo… quisiera creer que soy tu esposa, Ashton. Quiero… quiero ser parte de ti, de tu familia. estar segura de que pertenezco a t1 hogar. Debo conocer la verdad.

Ashton, firme en su esfuerzo de tranquilizarla, le tomó la cara entre las manos para sondear las traslúcidas profundidades abiertas su mirada.

- Entonces créelo. Lierin -le instó en un susurro-. Acepta como cierto la que te digo y confía en mí. No quiero hacerte daño. Si supieras lo mucho que te amo no tendrías miedo.

Con deliberada cautela, su boca descendió a cubrir la de ella en un beso lento, conmovedor, que continuó sin ceder hasta que los miedos se retiraron a lo más alejado de la conciencia. Los labios de Ashton se movían sobre los de ella, separando, jugando y exigiendo una respuesta, con sutil persistencia. Las brasas dormidas cobraron vida, calentándola, y lentamente le alteraron los pensamientos. Subió las manos por la espalda de él, rindiendo los labios a su ardor. Era el paraíso en la tierra, un dulce néctar que sólo los enamorados podían gustar, una poción que debía ser saboreada con lentitud, a fondo.

Y así habría sido, de no acercarse un ruido de tacones. Ashton levantó la cabeza y los ojos de avellana ardieron en los de ella, en una muda promesa. Se apartó de Lierin y abandonó la habitación a grandes pasos, dejándole ruborizada.

Pero no deseaba que la encontraran en ese estado. Levantó las faldas para seguir a Ashton por el comedor, hacia el vestíbulo más lejano. Y allí se ruborizó, confusa, pues él se había detenido para mirar hacia atrás. Su mirada pareció tocarle por doquier, desnudando su cuerpo, arrancándole el aliento con la audacia de esos ojos. Al parecer, juzgaba correctamente su situación, pues comenzó decidido, a desandar el trayecto. Sobre el palpitar de su corazón, Lierin oyó el parloteo de las ancianas, que entraban en el salón, y comprendió que el camino hacia la escalera estaba despejado.

Huyó, sabiendo que, si se dejaba tocar otra vez, perdería toda lógica.

Sin aliento ascendió a la carrera, buscando la seguridad de su cuarto. Cerró la puerta con llave y clavó la vista en la madera de la puerta, mientras aguzaba el oído para captar el paso tranquilo de las botas. Éstas llegaron hasta su puerta, sin vacilar, y se detuvieron al1í. Unos nudillos golpearon levemente la puerta.

Lierin se mordió los labios, esperando la segunda llamada. Siguió una tercera. El pomo se movió lentamente, como si lo probaran, pero los pasos acabaron por retirarse. Lierin hubiera podido suspirar de alivio, pero en ella se insinuaba una especie de desilusión que desplazaba cualquier posible sensación de victoria.

Un viento helado llegó desde el norte, trayendo consigo una masa de nubes negras que apagaron el último resplandor del horizonte. Comenzaron a caer algunas gotas; primero fue una leve llovizna, que asentó el polvo y trajo el dulce aroma de la lluvia al interior de la casa. Más adelante, en tanto los relámpagos brillaban más cerca des- plegando el poder de la tormenta, un aguacero torrencial cayó en los campos de Belle Chene. Los sirvientes se apresuraron a cerrar las ventanas ya reavivar el fuego que habían dejado morir en el calor del día. Hubo especulaciones divertidas sobre los aprietos del señor Titch y su banda de truhanes. Todo el mundo estaba de acuerdo en que Hickory, con su sentido común, buscaría refugio contra la tormenta, pero quedaba por ver si el resto podía pasar la noche en un granero sin que se librara una verdadera guerra.

Willabelle se presentó para ayudar a su joven ama con el tocado para la cena. Aunque Lierin hubiera preferido esconderse como una cobarde, se entregó al cuidado de la negra. La elección del vestido era simple, pues no había acudido la modista, y el verde esmeralda era el único que le quedaba por usar: Era una creación para la noche, muy bonita, pero cuyo escote le descubría los hombros por encima de las mangas abullonadas, descendiendo mucho hacia el seno, al tiempo que las ballenas del corsé presionaban las curvas de los pechos, poniéndolas a la vista. Como se había convencido de las ventajas de la prudencia, Lierin se preguntó si no era arriesgado lucir semejante atuendo en presencia de Ashton. El escote era, quizá, más pudoroso que el de Marelda, pero teniendo en cuenta la mayor plenitud a exhibir, no podía considerarse recatado. Sin embargo, parecía difícil que Ashton le hiciera ciertas proposiciones en compañía de sus parientes.

Su confianza se acentuó cuando, al descender la escalera, oyó una suave melodía que provenía de la sala. Mientras Ashton siguiera tocando el violoncillo, ella estaría a salvo de esas miradas que le aflojaban las rodillas y de las caricias hechas como al azar. Además, mientras él se concentraba en la música, le daría la oportunidad de observarlo a voluntad.

El cuarto estaba levemente iluminado por diminutas llamas que bailaban sobre diez o doce velas. En el hogar ardía un fuego alegre, agregando su calidez y su luz vacilante al interior, amueblado con tan buen gusto. Más allá de las ventanas, los relámpagos seguían cruzando el cielo nocturno; salvajes vientos caóticos se arremolinaban en las esquinas de la casa, agitando las ramas de los árboles próximos al edificio.

Ashton estaba sentado de espaldas a la puerta, tocando, y ella se acercó sin mirar más allá.

Aunque sólo le veía los hombros, se dio cuenta de que estaba impecablemente vestido, lo cual, por supuesto, no era raro. Parecía tener muy buen gusto para elegir ropa elegante y de corte irreprochable.

Tal era el caso de la chaqueta azul intenso que llevaba puesta en ese momento: las líneas pasaban suavemente de los hombros anchos a la cintura estrecha, sin la menor señal de arrugas que afearan el corte. Pero el mérito no era sólo de la prenda, pues la estatura del hombre su musculosa esbeltez, resaltaban hasta con los viejos pantalones de montar que usaba para el trabajo.

Lierin, que no deseaba molestar, había puesto cuidado en suavizar sus pasos, pero al acercarse ella la música se interrumpió y Ashton se puso de pie. Dejando el instrumento, se encaminó hacia ella con una sonrisa. Su mirada saboreó aquella belleza, deteniéndose en obvia apreciación sobre el seno henchido. La tomó de las manos y bajó la cabeza para capturarle los labios con la boca abierta; ella se sobresaltó de inmediato ante e] leve roce de su lengua. No esperaba que la saludara tan apasionadamente en presencia de las ancianas.

- Tu abuela se escandalizará -protestó, sin aliento, apartándose. Una sonrisa perezosa curvó los labios de Ashton.

- Dígame, señora, ¿cómo es posible eso, si ella no está aquí? -¿Que no está? -La mirada de Lierin buscó el par de sillones que solían ocupar las damas Y. al verlos vacíos, se elevó a aquella cara sonriente.-¿A dónde…?

- Un vecino las invitó a cenar. -Se encogió de hombros-. Nosotros estábamos incluidos en la invitación, pero yo presenté disculpas por los dos.

- Entonces… -Lierin echó un vistazo preocupado al cuarto. Un relámpago cegador pareció mostrarle la verdad-. ¿Estamos solos?

- Exceptuando a los sirvientes. -Él arqueó una ceja-. ¿Te preocupa eso, amor mío?

Ella respondió con un lento ademán afirmativo.

- Usted es muy pícaro, señor Wingate.

Ashton, riendo, la acompañó hasta el aparador, donde centellea- han los botellones de cristal, y le sirvió un poco de vino de jerez con agua. -¿Qué temes que haga?

Ella tomó un sorbo y soltó un largo suspiro antes de contestar:

- Creo que piensas seducirme.

Los blancos dientes brillaron en una sonrisa maliciosa.

- La diferencia entre seducción y violación, amor mío, es el simple no. Basta con que lo pronuncies.

Lierin no pudo hacerlo. Esa palabra se parecía mucho a la cautela que iba perdiendo poco a poco su sabor para convertirse en una costra seca, insípida, incapaz de dar placer. Aunque simple, cada vez le estaba costando más pronunciarla ante él.

La mirada de Ashton descendió al escote curvado, dejándola sin respiración. Bajó la cabeza y, haciendo estremecer el corazón de la joven, depositó un beso en el hombro desnudo.

- Está usted muy apetitosa esta noche, señora… un deleitoso bocado que saborear. -Le tocó brevemente la piel con la lengua, arrancándole una exclamación de sorpresa; el pulso volvió a acelerarse en las venas de la muchacha. Él sonrió ante su mirada atónita, contemplando e] color que se esparcía hacia abajo, hasta los blancos pechos-. No basta con probar una vez -murmuró, y se inclinó un poco más para deslizar levemente la lengua contra la curva más alta de esa tentadora redondez. -¡Ashton! -Lierin dio un salto ante el roce de una rama contra los vidrios y aplicó una mano restrictiva contra el pecho de él, con un susurro estremecido-: ¡Los criados!

Ashton se incorporó, riendo, para darle un beso más correcto en la sien, reconfortado al ver que ella no la rechazaba.

- Ah, amor, tengo tanta hambre que apenas puedo contenerme para no sentarme al festín, aun con tanta gente en la casa. Quisiera llevarte otra vez a Nueva Orleans, al mismo cuarto en donde hicimos el amor por primera vez, donde podamos estar juntos y solos.

Una puerta se cerró bruscamente en la parte trasera de la casa. Ambos se separaron al ver que Willabelle entraba en el comedor, bufando. -¡Diosito, ese viento va'cé vo1á la casa, si no para! -y rió por lo bajo, sacudiendo la cabeza-.

Caramba, a lo mejó lleva al señó Titch derechito hasta Naschez. Seguro que en su vida se dio semejante baño. Claro que le hacía falta si subió a esa carreta. Como me gustaría ve'lo ahora. ¡Ja!

Debe está medio loco pa' creé que se podía llevá como si fuera un trapo. Pero usté lo puso en su sitio, amo. El ama de llaves volvió a reír antes de verificar la preparación de la mesa. Luego se encargó de pasar el cubierto puesto en un sitio más próximo a la cabecera. Por fin, con un gesto satisfecho, salió del cuarto. Un momento después aparecía Willis para anunciar que la cena estaba servida. Mientras el criado volvía a la cocina, Ashton ofreció el brazo a su joven esposa y la condujo hasta el sitio dispuesto por Willabelle, donde una vez sentados, la tendría bajo su estrecho escrutinio. Le acarició levemente las costillas al ella para ocupar el asiento; ante su mirada inquisitiva, la por un momento largo, eterno.

Ashton no era de los que dejan pasar las oportunidades; una vez más, sus labios buscaron los de ella.

Cuando levantó la cabeza nuevamente fue para sondear aquella profundidad verde y centelleante.

Lierin se sentía como hipnotizada por la fuerza de esos ojos; temblorosa, se apartó de su contacto y ocupó la silla. No podía pronunciar las palabras que deseaba, las súplicas que le harían tratar con sus emociones. Deseaba amor, pero todo estaba acelerándose demasiado. ¿Como discernir con claridad el bien del mal, Si no estaba segura de quién era?

Durante la comida, la mirada de Ashton no se apartó mucho de aquella que le despertaba el apetito. En cuanto a Lierin, el jerez había servido para apagar sus reparos; comenzaba a disfrutar de esa cena íntima y del suave contacto de aquella mano en su brazo.

Cuando volvieron a la sala, Ashton cerró tras de sí las puertas de cristales, para aislarse del comedor, en segura intimidad. Lierin volvió al clavicordio, tratando de investigar el fondo de su memoria al mover los dedos sobre el teclado. Ashton, a su lado, le apuntaba las notas olvidadas cuando ella se detenía, confundida, pero sobre todo admiraba aquellos hombros desnudos que descendían hacia el seno suave.

La joven le sonrió, con ojos brillantes, cuando él le rozó la nuca con los nudillos, pero su contento disminuyó un poco al notar que él se apartaba. De pronto le vio tomar el atizador y un espanto súbito se apoderó de ella, petrificándole la mano sobre el teclado. El breve destello de un hierro que descendía hacia la cabeza de un hombre le robó bruscamente la paz del momento.

Ashton levantó la vista, sorprendido ante el discordante final de la melodía. Al ver su expresión asustada y los dedos temblorosos que apretaba a sus sienes, dejó el atizador en su gancho y corrió hacia ella. Sabía muy bien lo que la atormentaba; la hizo poner de pie para estrecharla contra sí, murmurándole al oído:

- Todo está bien, amor mío. Todo está bien. Trata de no pensar en eso.

- El atizador… -Lierin temblaba contra él-. ¡Es siempre igual, una y otra vez! Un hombre golpeado por un hierro. Oh, Ashton, ¿cuándo acabará?

Él la apartó para preguntarle: -¿Conoces a ese hombre? ¿Sabes cómo es? ¿Lo viste alguna vez?

- Todo es muy borroso. -Por las mejillas comenzaban a correrle las lágrimas-. Oh, Ashton, tengo mucho miedo. No sé por qué sigo viendo eso, a menos… a menos que me atormente el recuerdo de algo que he hecho. ¿Estás seguro de que el señor Logan…?

- No tienes nada que ver con eso, Lierin -insistió Ashton-. Ese hombre fue apuñalado con un cuchillo. y era corpulento; pesaba más del doble que tú. Aun con el atizador, con todas tus fuerzas, no habrías podido con él. Te habría rechazado antes de que pudieras hacerle mucho daño.

- Pero lo que tengo en la espalda… tú dijiste que era como un golpe. Tal vez…

Ashton acentuó sus palabras, mirándola fijamente a los ojos.

- Peter Logan dijo que no eras la mujer del manicomio, Lierin. Acéptalo.¡No eres esa mujer! Tú eres Lierin Wingate, mi esposa.

Su tono autoritario pareció poner las cosas en la perspectiva debida, y ella dominó sus temores con creciente determinación. Si quería sobrevivir a esa parte de su vida con el juicio intacto, debía actuar con firmeza, sin dejarse abrumar por el peso de sus temores. Cuando logró calmarse, a fuerza de voluntad, limpió la humedad de sus mejillas. Ashton fue a servirle un poco de coñac.

- Toma, bebe esto -la instó-. Te hará bien. -Le vio tomar un sorbito cauteloso del fuerte licor y sonrió ante su estremecimiento de asco. Con un dedo bajo la copa, se lo nevó a los labios otra vez.

Todo, amor mío.

Lierin obedeció, tragando a su pesar el fuerte líquido a pequeños sorbos, hasta que sólo quedaron unas gotas. Con un último estremecimiento, devolvió la copa; sentía ya el calor del coñac esparciéndose por ella. Ashton la tomo de la mano para llevarla al sofá, donde ocupó el rincón para atraerla hacia sí. Las emociones de la muchacha se calmaron al descansar contra él, suspirando.

Necesitaba esa ternura que el le prodigaba tan liberalmente. Parecía natural acurrucarse, contra él, apoyar la mano contra su pecho.

Pasó un rato, largo, silencioso, apacible en tanto las llamas se elevaban por un instante para morir después poco a poco. El cuarto comenzó a enfriarse; por fin, Ashton la dejó, contra su voluntad para arrojar más leños al fuego. Al volver se sentó en cuclillas ante la joven y le puso una mano en el muslo, acariciándoselo con suavidad -Pasó?

- Creo que sí- Le llamó la atención la intimidad de esa caricia, pero no vio motivos para apartarse de ella y aceptó aquellos tiernos sentimientos, Sus mejillas se fueron encendiendo bajo aquella mirada silenciosa; por fin apartó la vista hacia el fuego para calmar su confusión.

- Hay otro dormitorio contiguo a mis habitaciones -dijo él, y esperó a que ella lo mirara, en extrañado silencio, para continuar-: Me gustaría que esta noche te trasladaras a él. -Una sonrisa perezosa acompañó sus palabras-. Sé que la tentación será más fuerte para mí pero lo prefiero… al menos por el momento. -Sus labios se abrieron en una sonrisa pícara.- Creo que a estas alturas está bien claro lo que deseo. Y no tiene nada que ver con habitaciones separadas.

Con los ojos profundamente fijos en los de él, Lierin susurró:

- Ten cuidado conmigo, Ashton. -Su sonrisa se tornó melancólica-. Tienes un modo de ser que… No estoy segura de resistirte.

Él arqueó las cejas, sorprendido. Le asombraba esa admisión por parte de la muchacha, tan enterada de que él quería poner a prueba su resistencia.

- Señora, ¿sabe lo que está poniendo en mis manos?

Lierin fingió una dulce inocencia. -¿Confianza?

Él arrugó la frente en un gesto de fastidio, pues aquella única palabra parecía ahogar sus esperanzas.

- Hum… -Se levantó para ofrecerle una mano-. Venga, señora. La acompañaré a su nueva alcoba para no violarla aquí mismo.

- Pero, ¿no dijiste que la confianza era importante en el matrimonio? -señaló ella, en tanto se levantaba.

Ashton respondió con un gesto de incertidumbre.

- Esa palabra está surgiendo con demasiada frecuencia para mi comodidad. Terminaré con tu idea de lo que es confianza llevándote a Nueva Orleans. Si eso falla, seguramente pereceré allí de tanto desearte.

Ella no pudo interpretar su expresión. -.¿Lo dices en serio? Lo de Nueva Orleans, quiero decir.

- Sí, en realidad, sí -afirmó él, en tanto la idea iba echando raíces.

- Pero si acabas de volver de allá.

- Este viaje será sólo de placer para ambos, señora -le aseguró él calurosamente.

Lierin lo miró con aire de escepticismo.

- Y piensas, naturalmente, completar tu seducción.

- Sí, señora. Cuanto antes, mejor.

Ashton se inclinó para tomarla en brazos, y le besó el cuello, mientras ella se acomodaba contra él, satisfecha. Él quedó fascina- do por la manera en que el vestido se ahuecaba en su seno al levantar los brazos para echárselos al cuello. Era un espectáculo tentador, y lo disfrutó largamente mientras la llevaba hasta la puerta de su propio dormitorio. Allí abrió con un hombro y franqueó el umbral llevándola en brazos. Atravesaron el conjunto de habitaciones y se detuvieron en el cuarto de baño, donde él la dejó sobre sus pies.

- Seguramente quieres desvestirte aquí. El dormitorio ha de estar un poco frío, todavía. -Ashton inclinó la cabeza hacia el pequeño armario, donde se veía un montoncito de ropas bien plegadas-. Hice que Willabelle te trajera algunas cosas mientras cenábamos.

Lierin reconoció las prendas: su propia bata verde y el camisón de batista. Entonces comprendió que la invitación a mudarse no había sido tan espontánea. No sólo estaba pensada de antemano, sino que él había tomado ciertas medidas, dando por sentado que ella acepta- ría. Lo miró con cierta sorpresa.

- Creo que te he subestimado. Ashton le devolvió la sonrisa.

- Me pareció que no te opondrías. -¿Siempre tienes tanta seguridad en ti mismo?

- Es cuestión de lógica, señora. Aquí hay más comodidad.

- Y todo te queda más a mano.

- Eso también -reconoció él, con pícaro aplomo. Se quitó la chaqueta, la corbata y el chaleco y los dejó en un perchero. Luego be las manos de Lierin-. Atizaré el fuego mientras te desvistes.

La puerta se cerró tras él, permitiendo a Lierin unos pocos momentos de intimidad para pensar.

Cada vez tenía mayor conciencia de que, al estar con él, apenas pensaba en resistir. Ashton era como un fuerte imán que la atraía progresivamente. Era un hombre total. y puesto que en ella existía todas las ansias femeninas, mostraba muy susceptible. A pesar de sus intenciones de mantener la lógica y el autodominio comenzaba a disfrutar de la idea de estar casada con él. Razonable o no, deseaba la intimidad de la relación conyugal.

La bata de Ashton pendía del perchero, con otras prendas. Bajó caricia de su mano, el terciopelo despidió una fragancia limpia, masculina, llenándola de suaves anhelos. Contuvo el aliento, prendida ante su propio capricho, y trató de concentrarse en el acto de desvestirse. El camisón se deslizó con suavidad por su cuerpo desnudo. Lejanamente, se preguntó cómo sería hacer el amor con Ashton, si el momento sería placentero o si la expectativa era mucho más entretenida que la realidad.

Paseó la mirada soñadora por pequeña habitación, poniendo en duda la posibilidad de que así fuera.

Ese hombre exudaba una incesante e innegable corriente viril. Aunque cabía imaginar esos ojos de color avellana llenos de fría cólera, él ardía un fuego que no dejaría de fundir cualquier resistencia femenina.

Lierin sacudió la cabeza, enojada. Una vez más se estaba dejando llevar por los pensamientos. En vez de sofrenarlos, les estaba dando rienda suelta. Era ilógico pensar en hacer el amor Con un 1 que todavía era casi un extraño. ¿Por qué insistía en esas ideas, sabiendo que lo más prudente era mantener las distancias?

Después de anudar la bata a su estrecha cintura, entró en el dormitorio contiguo y avanzó, descalza, por la lujosa alfombra, admirando los muebles finos y el colorido suave. Era todo lo que una mujer podía desear.

Ashton la observaba desde el hogar. Ella se aproximó para tomarlo del brazo, dándole su respuesta con una suave sonrisa.

- Es una bella habitación, Ashton. Tenías razón: no hubiera podido rechazarla.

Y se alzó de puntillas para imprimirle un beso en la empero, giró la cara para presentar los labios. Lierin, sin deseos de resistirse, saboreó lentamente el calor de aquella respuesta. El abrazo se tornó más estrecho, el beso se intensificó por un largo momento. Indecisa entre la rendición y la negativa, la joven tembló en los brazos de Ashton, sabiendo que él se excitaba cada vez más. Si no lo detenía inmediatamente el tiovivo de sus emociones, no tendría fuerzas para negarse.

- Necesito tiempo, Ashton -susurró, suplicante, al deshacer el abrazo-. Por favor, deja que me encuentre a mí misma.

Las cejas de Ashton se unieron en un gesto dolorido. Ella vio el tormento de esa negativa. Sin saber cómo aliviarlo, lo siguió hasta la cama y le permitió apartar las sábanas. Cuando volvieron a mirarse, él dejó escapar un suspiro entrecortado y levantó las manos, como para tomarla por los hombros. Ella esperaba, llena de expectativa, deseando el contacto, pero lo vio apartarse con fuerte suspiro.

- Me voy.

- Por favor Ashton… -Sus ojos le imploraban que comprendiera-. ¿No te quedarías a conversar un rato?

- Señora, usted subestima sus encantos o sobreestima mi capacidad de resistirlos. La tentación es demasiado para mí. Si me quedo un momento más, el simple «no» dejará de ser suficiente.

- Escondió las manos en los bolsillos del pantalón y apretó los dientes, apartan- do la vista-. La pasión me asedia. Por eso, señora… tenga cuidado. Acuéstese antes de que pierda la cabeza.

Lierin no se atrevió a pasar por alto esa advertencia y se apresuró a introducirse bajo los cobertores, sin perder tiempo siquiera en quitarse la bata. Ashton se acercó a la estufa, arrojó otro leño a las brasas encendidas y se quedó estudiando las llamas, con el ceño fruncido.

Lierin lo observaba contra el resplandor del fuego; asombrosamente había llegado a desearlo en muy poco tiempo. En algún fondo oculto de su ser, estaba segura de haber experimentado momentos de intimidad con un hombre. Si cerraba los ojos, casi le era posible imaginar a un hombre que se levantaba desnudo de una cama y se apartaba de ella. Aunque imprecisa, la silueta le dejaba la impresión de una alta estatura, hombros anchos que descendían hacia las caderas estrechas y pelo corto, rizado contra un cuello de bronce. Willabelle le había asegurado que Ashton era un hombre incomparable, y ella estaba llegando rápidamente a la misma conclusión. En realidad, si se podían apreciar los méritos de alguien en tan poco tiempo, él era justo lo que necesitaba para vivir eternamente amada y protegida. -¿Ashton? -Su voz fue un murmullo suave en la oscuridad.

Él se volvió a mirarla.

La respuesta fue un silencio que lo llevó a acercarse a la cama. -¿Qué pasa, Lierin?

Ella estudió aquel atractivo semblante a la escasa luz del cuarto. Sabía que arriesgaba mucho en ese momento, pues era muy vulnerable a su persuasión viril. Podía salir muy herida de todo aquello, pero deseaba hacer el amor con él. Ansiaba sentir ese cuerpo musa firme contra el suyo, entregarse sin reservas.

Sus ojos fueron límpidos charcos de verde esmeralda al levantar la mano hacia el borde de la cama, para retirar las ropas con un gesto de invitación.

- No hace falta que me lleves a Nueva Orleans, Ashton. Puedes tomar lo que deseas ahora mismo.

El corazón de Ashton dio un brinco que lanzó la sangre en por sus venas. Sus pasiones, por largo tiempo hambrientas, se apoderaron de su cuerpo. En un momento, sus hombros desnudos relumbraban a la luz de las velas. Mientras se sentaba en la cama para quitarse las botas, Lierin se irguió de rodillas y dejó caer la bata para apretarse contra él, rodeándole los hombros con sus brazos.

Ashton sintió vértigo ante el éxtasis de esos pechos suaves frotándose contra su espalda, tentándolo, agitando sus pasiones hasta convertirlas en un dolor cálido y dulce en el hueco del vientre.

Lierin, tentadora, tibia, dúctil, capaz de incendiarlo por entero. La segunda bota cayó al suelo con un golpe seco, en tanto las manos femeninas se deslizaban por el torso duro, deteniéndose momentáneamente al hallar una cicatriz, y acariciando luego los músculos henchidos y la espesa mata de vello.

- Apresúrate -le susurró al oído mientras le recorría la oreja lengua.

Reacio a separarse de ella, Ashton se dejó caer hacia atrás, contorsionándose levemente para poder atraerla hacia sí. Lierin soltó una exclamación de sorpresa al sentir que él le desgarraba el camisón, liberando la madura plenitud del busto. Se estremeció, consumida por el lento lamer de la lengua, y todo su ser latió con cada lánguida caricia.

- Creo que me he enamorado de ti -susurró, curvando los en la nuca de -.Te quiero… Oh, Ashton, te quiero de verdad…

Con decidida firmeza, él pulsó las cuerdas de sus sentidos, respondió con melódicos suspiros.

Arrebatada por la pasión, comenzó a temblar. Luego vino el éxtasis, la forja de un nudo amoroso.

Volaron juntos por un mundo iridiscente, hasta que por fin las esferas celestes los liberaron de sus órbitas y los dejaron descender en ligeros cojines. El contento dio fragancia a los suspiros, en tanto unían los labios en el cálido resplandor postrero de la pasión.

La lluvia seguía goteando contra los paneles de la ventana, pero la pareja no le prestaba atención, dedicada a sorber el dulce néctar de los deseos saciados.

La habitación principal estaba protegida del sol matinal; sólo un mínimo de luz se filtraba por la, cortinas de terciopelo Lierin se movió alargando una mano inquisitiva al otro lado de la cama. Al encontrar el sitio vacío, se incorporó para mirar apresuradamente por la habitación, sin resultado.

Aunque escuchó con atención ningún ruido indicaba que Ashton estuviera en sus habitaciones En algún momento de la noche le había llevado a su propia cama terminando así con el asunto de los dormitorios separados Era un cuarto enorme, decorado y amueblado con gusto. Abundaban los azules suaves y los tostados; terciope los, tapices cueros y madera, de colores intensos daban a la habitación una calidez masculina. El hecho de que ese ambiente perteneciera al hombre de quien ella se había enamorado daba mayor atractivo a la perspectiva de alojarse allí.

Apartándose el pelo revuelto de las mejillas se recostó en la almohada con un suspiro soñador.

Tenía de las horas pasadas recuerdos suficientes para vivir satisfecha hasta que él volviera. El amo de Belle Chéne se había apoderado de su mente y de su cuerpo con encanto irresistible; ahora su corazón estaba irremediablemente atado a él.

Envuelta en el rapto de ese enamoramiento conjuró una imagen mental de su silueta esbelta y bronceada completándola con detalles más íntimos; sus labios se curvaron en una sonrisa llena de secretos al recordar el calor que él desplegaba bajo su mano exploradora.

Una puerta que se abría y se cerraba en el otro dormitorio sacó a Lierin de sus cavilaciones; arrojó a un lado los cobertores, reconociendo el paso pesado de Willabelle pero de pronto recordó su desnudez Se echó encima la bata de Ashton que estaba a los pies de la cama pero el ama de llaves entró en el cuarto de baño. La puerta al cerrarse permitió a Lierin dejarse caer otra vez en la cama aliviada. No le gustaba idea de enfrentarse a la mujer en tal desnudez poco tiempo después de haber jurado no apresurarse en aceptarlo como esposo. Sin embargo antes de que pasara mucho tiempo debería admitir su condición de señora del hogar No podría ocultarse largamente de Wil1abelle, aun en una casa tan grande.

La actividad iba en aumento en el cuarto contiguo: los otros sirvientes estaban trayendo agua para un baño. El ama de llaves los dirigía en tono apagado; luego las voces se callaron. Un momento después sonó un ligero golpe a la puerta.

Lierin hizo una pausa para recuperar su compostura antes de responder a la llamada y aprovechó para mirarse en el espejo grande. Por su aspecto quedaban pocas dudas de que había pasado la noche en proezas sensuales con el señor Wingate y sería difícil mantener dignidad alguna si Willabelle no se mostraba discreta.

Resuelta a dedicar sus mejores esfuerzos a la ocasión, Lierin abrió la puerta y encontró a Willabelle preparando ropa y sábanas limpia mientras tatareaba. De inmediato se volvió para saludar a su joven ama con la alegre sonrisa habitual, con lo que devolvió la calma Lierin. Parecía aceptar su presencia en el dormitorio del amo como cosa natural y parte de la rutina.

Al poco tiempo, Lierin estaba disfrutando de un delicioso baño caliente. Apenas se había instalado en el agua cuando en el vestíbulo resonaron los tacones de unas botas. Ashton subió rápidamente haciendo que Luella May corriera por el pasillo para dar un golpecito de advertencia a la puerta de la alcoba principal. Willabelle se retiró apresuradamente, dejando a su ama librada a lo que viniera.

Cuando Ashton entró en sus habitaciones, se vio atraído hasta puerta del cuarto de baño por una suave y cadenciosa melodía que brotaba de allí. Apoyando el hombro contra el marco de la puerta, se permitió contemplar aquella belleza sin ropajes, tan encantadoramente presentada ante su vista. La escena era perfecta. La señora se estaba bañando y, con la suave luz matinal filtrada por la ventana, para dar a su piel de marfil un brillo propio, parecía una ninfa de los bosques dedicada a su aseo en un oculto claro de la selva.

Por fin Lierin levantó la vista; presentía una presencia, esperaba que fuera Willabelle. Dio un respingo ante el saludo de una sonrisa muy pícara y de los cálidos ojos castaños.

- Usted me lleva a la gloria, señora. ¿Ya otro lado?

Ella se ruborizó ante es frase del hombre lleno de confianza en sí. Por desviar su mirada y permitir que su pulso aminorara el señaló el atuendo de él. -¿Estuviste paseando a caballo?

- Sólo para observar una parte de los terrenos que estoy ha despejar -replicó él, observando la espuma que caía por el se tanto ella trataba de bañarse y cubrirse al mismo tiempo-. Para hoy tengo pensado llevarte a Natchez. Necesitas ropa para el viaje a Orleans.

- Yo pensaba que no iríamos.

- Por el contrario, amor mío. -Ashton se adelantó para sentarse en el banquillo de madera puesto cerca de la tina y le quitó la esponja con la que comenzó a frotarle la espalda-. Tal vez un viaje a Orleans te ayude a recordar. Además, necesitamos un poco de tiempo para volver a intimar. ¿Hay mejor sitio para eso en la ciudad donde comenzó todo?

Lierin volvió a medias la cabeza, suspirando con obvio placer en tanto aquellos dedos comenzaban a acariciarle espalda y hombros. -¿Te gusta así? -preguntó él, suavemente.

- Hum, sí, mucho -murmuró ella, olvidando su timidez.

Y se inclinó hacia adelante para recibir mejor aquellas atenciones. Ninguno de los dos notó que el traje de montar se estaba empapando pues el calor del momento se había apoderado de ambos.

Eran dos seres mutuamente arrobados. Y el resto del mundo desapareció.

Un suave repiqueteo de tacones que se aproximaban al descansillo superior hizo que Ashton levantara la vista, para encontrarse con un espectáculo que satisfacía plenamente su espíritu. Para aquella salida, Lierin se había puesto uno de los vestidos que él le comprara, con resultados sorprendentes. Tiempo antes, Ashton habla comprendido que ella era en todo los aspectos lo que él consideraba la mujer deseable. La memoria había permanecido fiel a ella en esos tres últimos años, pero al contemplar a la mujer de carne y hueso comprendió que no había retenido toda la realidad de su belleza. ¿Era acaso una triquiñuela de su mente, que la hada parecer más adorable aún?

Como Lierin se detuviera en lo alto de la escalera, indecisa, él sonrió lentamente y le tendió una mano. Sus ojos la miraron con calidez mientras descendía, apreciándola en todos sus deliciosos detalles. El vestido parecía agregar un toque a su perfección, con su tafetán verde azulado, iridiscente.

- Señora -juró-, las antiguas sirenas se desharían a coletazos sobre las rocas, gimiendo de envidia al verla.

Lierin rió con alegría, rodeándole el cuello con los brazos para un beso ardiente. Al fin, él suspiró.

- Si me respondes así, me tientas a llevarte otra vez a la cama. Ella le acarició el chaleco.

- Podemos postergar el viaje.

Ashton gruñó, fingiendo angustia. -oh, señora, nunca tuve tantos deseos de seguir acostado durante un rato más, pero recuerde que le debo un camisón. -y sonrió-. Necesitamos una buena provisión para el resto de las noches que pasemos juntos.

Ella se puso de puntillas para susurrarle al oído:

- Comprendo que Marelda me odie tanto. Es muy grato ir a la cama contigo.

Ashton la miró escépticamente, en tanto cruzaban el vestíbulo.

- Señora, Marelda no tiene patrón por el que medirse, porque nunca mantuvimos relaciones íntimas.

Lierin se apretó a su brazo.

- Eso me hace muy feliz.

Hiram los esperaba junto al carruaje, con la portezuela abierta.

Cuando los vio salir de la casa, los saludó con amplio gesto de su sombrero de castor y una gran sonrisa.

- Caramba, qué acicalados están.

- Gracias, Hiram -replicó ella, amablemente-. ¿Verdad que el señor Wingate está muy elegante?

- Sí, señora, como siempre, pero no tanto como usté.

El viaje a Natchez adquirió para Ashton un nuevo deleite, aunque había hecho ese trayecto en muchas ocasiones. Por primera vez en muchos meses se sentía tranquilo, tanto en mente como en espíritu. La noche de lujuriosos placeres, había sido un alivio muy necesitado pero el motivo de su satisfacción era esa persona que se estrechaba contra él de tan buen grado. Por fin, Hiram detuvo el vehículo frente a la casa de la costurera.

La señorita Gertrude salió a recibirlos desde la parte trasera de su tienda, estirando el cuello para mirar por encima de las piezas de telas amontonadas sobre las mesas.

- Oh, estaba deseosa de conocer a su esposa, señor Wingate… dijo.

Después de las presentaciones, inspeccionó a Lierin desde el sombrero hasta los suaves zapatitos de cuero. Por fin sonrió, aprobadora.

- Ayer por la mañana estuvo aquí su abuela, señor Wingate. Por el modo en que ponderaba a su esposa, pensé que estaba exagerando mucho, pero ahora veo que todo era cierto. -Tomó una de las finas manos de Lierin en las suyas y le dio unas palmaditas afectuosas-.¡Cuando las señoras la vean luciendo mis creaciones, me inundarán con pedidos, pues todas querrán vestir exactamente igual que usted. He hecho más de un milagro en mi vida, señora Wingate, pero eso no lo puedo conseguir, porque usted es muy hermosa. Preveo que tendré problemas.

Lierin festejó con una carcajada el extraño cumplido, bromeando.

- Tal vez convenga buscar otra modista, si vamos a traerle problemas.

La señorita Gertrude se irguió de pronto, clavando en ella un mirada incrédula. -¿Qué? ¿Vestirse en otra casa? Por Dios, eso es ridículo. No hay otra capaz de igualar esa silueta. -Su boca esbozó una sonrisa-. Aquí vendrán, llenas de envidia, pero no tenga miedo, que yo sé arreglármelas.

Sobre la envidia futura, la señorita Gertrude no tenía dudas. Llevaba mucho tiempo oyendo hablar del atractivo del señor Wingate de las bellas mujeres que trataban de tenderle el anzuelo. La más persistente era Marelda Rousse, que solía jactarse ante ella de lo mucho que ese hombre la adoraba. El apresurado casamiento de Ashton la había abochornado mucho, llevándola a murmurar que, probablemente había sido obligado a casarse por algún padre enfurecido, después de abusar de alguna doncella en estado de embriaguez. Esas explicaciones hedían a envidia, pero ante la dama en cuestión perdían cualquier apariencia de veracidad.

Ashton había notado ya que los hombres miraban mucho a su joven esposa, admirando su belleza. La reacción fue la misma entre los clientes masculinos de una posada cercana, donde fueron más tarde a disfrutar de una comida ligera. Ya había pasado el mediodía; sólo quedaba un puñado de hombres, diseminados por el salón. Unos cuantos eran conocidos de Ashton e insistieron en ser presentados, entre palmadas a su espalda y deseos de felicidad. Los desconocidos los miraban con muda apreciación; otros, más audaces, devoraban a Lierin abiertamente con los ojos.

Ashton la acompañó a una mesa, cerca de la trastienda, y la instaló donde sólo él pudiera disfrutar lo que no deseaba compartir con otros. Aun allí tuvo que aguantar las curiosas miradas del posadero, un individuo torpe, que nunca parecía mostrar mucho interés por las mujeres y sí, en cambio, por cuidar de su magra riqueza. Ese interés por Lierin pareció muy fuera de su costumbre, y Ashton se llevó una sorpresa cuando el hombre se dirigió a ella.

- Perdón, señora, pero me pareció oír al señor Wingate que usted era su esposa.

- Sí -respondió ella, vacilante. El posadero se rascó la cabeza, intrigado. -Supongo que fue un error. Se me ocurrió que usted era la dama del señor Sinclair. -¿El señor Sinclair? -repitió Lierin, en tono de interrogación.

- Sí, señora. El señor Sinclair dijo que su esposa había sido secuestrada de su hogar y traída aquí por su secuestrador. Pero supongo que no ha de ser usted, si está casada con el señor Wingate.

- No creo conocer a ningún Sinclair -murmuró Lierin, en voz baja, algo inquieta-. ¿Por qué pensó usted que se trataba de mí? -oh, ella estuvo aquí y la vi desde lejos. Era una linda mujer, igual que usted, señora. Al principio pensé que ese hombre era su cochero, porque venía conduciendo su carruaje, pero después pidió un cuarto junto al de ella y ambos se mantuvieron medio encerrados. Ella parecía muy afligida por algo, pero no pude hablar ni verla de cerca. No sé qué estaba pasando, pero debía ser algo raro, porque los dos parecían medio nerviosos. Él no era gran cosa. Ese señor Sinclair, en cambio, es un caballero muy apuesto, sí. Bueno, cuando él apareció, el otro hombre desapareció de la vista, y supongo que se la llevó con él. El señor Sinclair los buscó un rato; después cargó los baúles de su esposa en el coche, contrató a un hombre para que lo condujera y se fue. Lo he visto por aquí un par de veces, desde entonces, pero no es de la zona y habla poco. -¿Cuándo ocurrió todo esto? -preguntó Ashton.

El posadero se rascó el mentón barbudo, pensando. -Creo que fue poco antes de que se incendiara el manicomio. -Caviló un momento más e hizo un gesto afirmativo-. Sí, justo.

Un retortijón nervioso atacó el estómago de Lierin. Trataba de pensar que el hombre la había confundido con otra a quien no conocía de cerca, de que ella era, en verdad, Lierin Wingate, pero la asaltaban súbitas dudas. Si ella no se hubiera parecido a esa desconocida, ¿qué motivos había para esa pregunta? Por otra parte, el retrato le había dado pruebas indiscutibles de que ella era, justamente, quien Ashton afirmaba. Se aferró con tenacidad a esa idea y logró dominar sus reparos.

Ashton, que la había observado con suave preocupación durante la comida, se animó al notar que recobraba la alegría. De eso tuvo pruebas cuando, al salir de la posada, Lierin se detuvo en la galería, bajo el emparrado, y le echó los brazos al cuello con una sonrisa deliciosa. El, más que dispuesto a cooperar, prolongó el momento con un beso apasionado.

Los sobresaltó una exclamación ahogada. Ambos se separaron para enfrentarse a un hombre alto, de pelo pajizo, que los miraba con los ojos dilatados de estupor, como petrificado por la sorpresa.

Lierin, con una risita avergonzada, pasó corriendo junto al intruso, mientras Ashton la seguía, murmurando una disculpa sonriente. Llamó con una seña a Hiram y muy pronto estaban intercambiando divertidos comentarios sobre el atónito joven, tan bien atildado, en la intimidad del carruaje.

El mismo caballero estaba todavía en la galería cuando, pocos minutos después, pasó Horace Titch, con Marelda del brazo. La mujer había visto huir a los Wingate y estaba compartiendo sus quejas con su compañero.

- No me explico cómo hizo esa mujer para convencer a Ashton de que ella era Lierin Wingate, mientras aseguraba desde un principio haber perdido la memoria por completo. Caramba, dice que ni si- quiera recuerda quién es, de dónde ha venido. Y quién sabe si alguna vez volverá a recordar. Yo sigo convencida de que huyó del manicomio.

- Pero querida mía, el señor Logan juró que no era de allí -se atrevió a argüir Horace.

- Bueno, tengamos en cuenta la ayuda que Ashton dio a ese hombre. ¿No crees que el señor Logan pudo decir eso sólo por no molestar a Ashton? Cuando fuiste allá, con todos esos hombres, debiste haber insistido en que la detuviera por el asesinato de ese ayudante. Pero no, dejaste que Ashton te hiciera pasar por tonto.

Horace cerró los puños regordetes, murmurando:

- No le perdonaré eso jamás. Y juro que algún día me vengaré.

- La próxima vez que te enfrentes a él -aconsejó Marelda, con tono seco- será mejor que vayas con todo un ejército. Parece que le gusta sacar ventaja en tales situaciones.

Los ojos de Marelda se posaron en el hombre alto, con un destello de audaz admiración. Era más joven y más grueso que Ashton, pero algo en ese desconocido le recordaba al otro. Resultaba fácil adivinar, por el corte de sus ropas, que gozaba de una fortuna relativa, pero aun sin ese atractivo adicional, era mucho más atractivo que su compañero de esos momentos.

El hombre alto la saludó levantándose el sombrero, pero su bigote, bien recortado, apenas se torció al sonreír levemente. Marelda, desilusionada por esa falta de reacción, se preguntó si le aquejaba algún problema enorme. Estaba acostumbrada a provocar respuestas más ardientes con sus coqueteos y sus miradas seductoras.