CAPÍTULO 3

El carruaje de los Wingate salió del bache inundado que surcaba la carretera y tomó el breve camino de entrada. Unos portones anchos, herrumbrados, impedían la entrada a la senda que llevaba a las ruinas humeantes del manicomio. El tejado del porche pendía, precaria- mente suspendido sobre la fachada, amenazando a todo el que se acercara. Las paredes ennegrecidas por el humo constituían un peligro similar. Enormes secciones de mampostería se habían desprendida derrumbarse el techo, dejando la silueta mellada contra el cielo y una planta alta sin forma. Las aberturas de las ventanas perdían el contorno, debido a los marcos retorcidos por el calor, y parecían mirar con ojos legañosos.

Los árboles próximos a la estructura, extrañamente truncados, se erguían como gigantescos deudos alrededor de una cripta. Todavía brotaba allí gruesos trazos de humo, que se arremolinaban indecisos, como reacios a partir de esa concha ahumada.

Unas tiendas de campaña dispuestas en el patio ofrecían albergue temporal a los parias; dos auxiliares bregaban por extender un toldo de tela impermeable en la parte trasera, cerca de la pequeña cocina. Cerca de las ruinas habían encendido una hoguera, frente a la cual varios dementes mostraban una extática fascinación. Una corpulenta matrona de cara severa les impedía acercarse demasiado a las llamas, ejerciendo su autoridad mediante una varita larga y pesada, que blandía con imparcial fervor, castigando a veces a los que, provistos de escudillas encontradas, esperaban la distribución de alimentos. La confusión de esos inocentes era comparable al aturdimiento de quienes vagaban por las cercanías, en desconcertado estupor, ignorantes de todo. Otros, de naturaleza más violenta, estaban encadenados a fuertes estacas hundidas en el suelo.

Ese espectáculo no era el más apropiado para alegrar el corazón de Ashton, pues los internos le parecieron un grupo conmovedor y patético, cuyo tratamiento, por lo visto dependía de los caprichos del personal. En conciencia, jamás habría podido condenar a ese destino a Un ser amado. Ya estaba tomando aversión a la matrona de la varita, y se preguntaba si podría evitar una acalorada discusión con ella antes de concluir su visita.

Descendió del carruaje y se acercó con Hiram a la parte trasera, donde ambos comenzaron a descargar cestos de comida, ropa y vajilla. Uno de los auxiliares los saludó en voz alta y corrió a abrir el pequeño portón, al que ellos se aproximaban con su carga. Unos pocos pupilos lo siguieron despacio, con pasos vacilantes. Cuando Ashton cruzó el portón, le dieron palmadas en la espalda, dándole la bienvenida que corresponde a un amigo después de muchos años. Él entregó un cesto a cada uno, y el encargado les indicó que llevaran la mercancía a la cocina. Todos salieron apresuradamente, felices de obedecerle.

- Dentro de unos días traeremos otras cosas -informó Ashton al empleado canoso.

El hombre mostraba un semblante perpetuamente afligido y parecía no prestar ninguna atención a las ampollas que le descarnaban los brazos y las manos. Ashton las señaló con un gesto.

- Debería curarse eso.

El hombre levantó los brazos, mirando las quemaduras como si las viera por primera vez, pero las descartó encogiéndose de hombros.

- No me duelen, señor. Estos pobres diablos, en su mayoría, no pueden cuidarse solos. -Habla un acento gaélico en el modo de arrastrar las erres-. Cuando todos hayan comido algo y tengan dónde dormir, entonces podré curarme.

Ante un nuevo restallido de la varita, Ashton estuvo a punto de hacer un gesto defensivo. Le fue imposible contener el comentario sardónico:

- A esa altura, a sus internos no les quedará pellejo del que ocuparse.

El hombre, extrañado, siguió la mirada de su visitante y presenció por sí mismo un ejemplo del tratamiento que aplicaba la mujer, con la varilla de sauce. -¡Señorita Gunther! -gritó, ásperamente-. ¿No tiene idea de lo que podrían hacerle estas personas si se les ocurriera la idea? y bien que me gustaría mirar hacia otro lado, ya que usted me desobedece de este modo.

La matrona pareció asustada ante esa amenaza y dejó caer la varilla, a su pesar. El hombre canoso, ya satisfecho, se volvió hacia Ashton con la mano tendida.

- Me llamo Peter Logan, señor -se presentó-. Hace más o menos un año que trabajo en el asilo.

Ahora, como faltan dos del personal, he quedado a cargo de todo, para disgusto de la señorita Gunther. -Se alzó de hombros y los dejó caer, fastidiado-. Antes de que pasara esto creía estar haciendo un buen trabajo por aliviar los apuros de estos pobres diablos. -¿Sabe cómo pasó esto?

Meter Bogan metió los largísimo faldones de la camisa arrugada en el pantalón y vaciló un instante.

- No estoy seguro, señor. Estábamos todos durmiendo, salvo el viejo NC que hacía la ronda nocturna. Creo que él anda huyendo por el bosque. ¿Se perdió alguna vida? -preguntó Ashton, observando los trozos de humo que se elevaban de la estructura ennegrecida.

- Calculamos que faltan seis de los internos. No hay señales del viejo NC… y esta mañana huyó otro. Supongo que no soportó ver a tanto loco suelto por el patio, y él encerrado con los peores. -Su boca hizo un gesto sombrío-. Claro que, mientras no hayamos revisado las ruinas no sabremos cuantos internos son los que debería haber aquí.

El visitante esbozó una irónica sonrisa de espanto.

- Preferiría que hubieran escapado.

- No todos piensan como usted, señor. Me reconforta saber que queda algún alma bondadosa en este mundo. -¿Acaso alguien se ha quejado? -preguntó Ashton.

El hombre rió brevemente, sacudiendo la cabeza.

- Ni se imagina cuántos, señor. Un tal señor Tita estuvo por aquí, esta mañana. Temía que mis pupilos escaparan a Naces ya las ciudades vecinas poniendo en peligro a los buenos ciudadanos de la zona.

- Es típico de Érase Tita complicarlo todo y causar todos los problemas posibles.

El asistente echó una mirada furtiva en derredor; luego, bajando la voz, le dijo torciendo la boca hacia un lado.

- Ya que usted tiene buen corazón, señor, le voy a contar un par de Cosas que le pondrán los pelos de punta. Y también al comisario, cuando venga. -Golpeó el pecho del visitante con un nudillo velludo-. Tengo mis buenas sospechas. Descubrí que habían puesto unas mechas por allí; no terminaron de quemarse. Creo que esto no fue un accidente, señor, sino un acto deliberado contra esta pobre gente. Y otra cosa: ayer yo mismo limpié el suelo de la cocina, pero esta mañana, cuando entré había sangre en el piso, frente al fogón, y unas marcas, como si hubieran arrastrado algo. El atizador estaba caído en el hogar y faltaba un cuchillo grande. Estoy pensando que aquí hubo una mano negra, pero no estoy seguro. Esto queda entre nosotros, señor.

- El jefe de policía es amigo mío. Lo que usted dice le interesará. Si el incendio fue provocado, habría que capturar al responsable para castigarlo.

- Sí. El desgraciado que hizo esto debió armar otra hoguera para destruir su obra. Hay pruebas suficientes para mostrar al jefe de policía y convencerlo.

La mirada de Ashton se paseó por las desarrapadas figuras reunidas alrededor de la fogata.

- Veo que también hay mujeres aquí,

- La locura es una desgracia que no ataca sólo a los hombres, Señor -respondió Peter, lacónico-.

Hiere a voluntad… hasta a los niños.

Ashton había prometido al doctor Page que haría averiguaciones pero cumplió con desagrado, sintiéndose desleal a Lierin sólo pensar las preguntas. -¿Falta alguna de las mujeres?

- En realidad, señor, falta una. Creo que escapó de la casa, pero no estoy seguro. ¿Quién sabe?

A lo mejor se asustó y volverá. Hizo una pausa para morderse pensativamente el labio-. Era una mujer extraña… No parecía estar muy mal, en general, pero a veces se ponía lunática delirante.

Cuando algo le provocaba creo que hubiera podido matar a alguien.

Algo helado corrió por la espalda de Ashton al recordar la reacción de Lierin, presa del pánico antes de que él la dejara. Trató de convencerse de que había un motivo razonable, pero aun así tuvo miedo de seguir preguntando.

- El asistente que falta la cuidaba un poco -continuó Peter-. Una vez en cuando le traía alguna cosa bonita: algo para ponerse, un peinecito, cosas así. No era fea, cuando estaba bien. -¿Y era joven?

Ashton aguardó la respuesta conteniendo el aliento, sin saber por qué sentía inquietud al respecto. Sin duda no era Lierin la mujer de quien estaba hablando.

- Bastante joven, diría yo, pero estos lugares envejecen. Vaya a saber qué edad tenía. Cuanto menos, aún no tenía canas. -¿y de qué color tenía el pelo?

- Si mal no recuerdo, rojizo.

Ashton miró fijamente al hombre; en el estómago se le estaba formando otra vez un nudo de miedo. A fuerza de voluntad, logró cambiar de tema para no despertar las sospechas del hombre.

- Y ahora, ¿qué harán?

- No sé, señor. En Memphis hay un lugar adonde podríamos pero no tengo medios para llevar a esta gente.

- Yo sí -dijo Ashton, después de una pausa pensativa. Ante la sorpresa de Logan, explicó-:

Puedo hacer que los lleve un barco estos momentos tengo uno en los muelles.

Peter quedó atónito ante su generosidad. -¿Haría esto por esta gente? -preguntó, señalando a los desdichados que formaban su campamento.

- Hasta el día de hoy, los apuros de estas personas me parecían algo muy lejano. Me, gustaría hacer algo más que dar unos pocos cestos de ropa y comida.

Una súbita sonrisa quebró el semblante de Peter. -Si lo dice en serio, señor, lo acepto de muy buen grado. En cuanto usted lo indique estaremos listos para partir.

- Haré los preparativos. Ya le avisaré, pero no creo que tarde más de unos pocos días. Hay que descargar el vapor y embarcar pro- visiones.

Peter contempló las instalaciones improvisadas esa misma mañana.

- Los del ferrocarril me prestaron estas tiendas, pero pidieron que devolviéramos todo antes de fin de mes. No sabía cómo nos íbamos a arreglar después. Al parecer, Dios oyó mis plegarias. No sé cómo darle las gracias, señor.

Después de estrecharle la mano, Ashton volvió al carruaje y se reclinó en el asiento, con un largo suspiro. Probablemente las cosas resultaran bien para todos si Peter Logan llevaba a su grupo de inadaptados a Memphis. De ese modo, él y Lierin no se verían jamás.

El sol se puso en el horizonte, tras una henchida espuma de colores vivaces, antes de que Ashton concluyera sus diligencias en Natchez. Cuando su carruaje apareció por el camino de entrada, la casa resonó con el estridente aviso de Luella May, instando a Marelda a revisar apresuradamente su aspecto.

Se aplicó un toque de su perfume favorito a las sienes ya los lóbulos de las orejas. Estaba decidida a acaparar en lo posible la atención de Ashton, y pensaba prolongar su estancia en la plantación para luchar por la que consideraba suyo por derecho. Una vez que su adversaria hundiera las garras en Ashton, convenciéndolo totalmente de que era su esposa, habría perdido la partida. Las invitaciones a visitar Belle Chene serían limitadas. Ashton se convertiría otra vez en un esposo embobado y, si se podía tomar como ejemplo la ocurrido la última vez, ninguna otra mujer podría captar su atención sino por un rato limitado.

Marelda bajó por el pasillo, pero se detuvo entre las sombras de la balaustrada al oír un murmullo de saludos en el vestíbulo principal. Allí estaba Ashton, seguido de Willis y Luella May, que cargaban varias cajas atadas con cintas. La envidia de Marelda cobró nuevo vigor al identificarlas.

El contenido no había sido comprado en cualquier tienda, sino en la casa de modas más cara de Natchez. Al parecer, Ashton estaba ansioso de acicalar a su supuesta esposa con I" atuendos más finos.

- Miz Lierin duerme, amo Ashton -informó Luella May-. Casi no se ha despertado desde que usté se fue. Vino el doctor Page y dice que mejor la dejemo', no má'.

- Entonces no la molestaré -respondió Ashton, indicando a los negros que dejaran las cajas en el aparador-. Willabelle puede subir todo esto más tarde.

Luella May dejó los paquetes, sin resistir la tentación de acariciar los lazos de seda.

Parece que le ha comprado algo lindo a Miz Lierin.

- Apenas lo esencial para que esté presentable hasta que la señorita Gertrude pueda enviarle el resto. Lo entregará más avanzada la semana. -Levantó el extremo de una caja pequeña, con una mueca melancólica-: Al menos, cuando salí del negocio parecía ser lo esencial.

Los sirvientes se retiraron. Marelda alisó su vestido y se acomodó el pelo, preparándose para aparecer a la vista de Ashton en cuanto él llegara a la planta alta.

Apenas había subido tres escalones cuando tronó una profunda voz de bajo en la parte trasera de la casa. Para gran desilusión de la muchacha, Ashton giró en redondo y se apresuró a descender o vez.

Un negro enorme apareció a grandes pasos y se encontró con e dueño de la casa en medio del vestíbulo, donde se estrecharon 1 manos en un caluroso saludo, que revelaba una estrecha amistad. -¡Judd! ¡Cuánto me alegro de verte!

- Bienvenido a casa, señó.

Los labios de Marelda se curvaron de repugnancia al observar des su escondrijo. No comprendía esa relación; en ese momento juró que, si alguna vez se convertía en ama de Belle Chene, se encargaría de que ese negro dejara de ser capataz y de terminar con esa amistad. Semejante familiaridad con un sirviente era algo degradante.

- Estuve pensando mucho en la siembra de primavera -decía Ashton al capataz-. Tengo varias ideas que comentar contigo.

- Pero ahora quiere ver a Miz Lierin, claro. Vuelvo después ofreció Judd.

- Dice Luella May que ella está durmiendo; no quiero molestarla.

Ven a mi despacho y hablaremos de la siembra. Supongo que te enteraste del accidente…

Los dos hombres se alejaron de la escalera, dejando a Marelda echando chispas de indignación.

Por lo visto, si quería pasar un momento a solas con el dueño de la casa, no tendría más remedio que esperar. ¡Y qué espera! Ashton se dedicó a disponer el viaje del vapor a Memphis. A veces llegaba a casa demasiado tarde para cenar con la familia. Mientras se descargaba el barco, habría hecho correr la noticia de que el vapor viajaría río arriba, con sitio suficiente para algunas mercancías. Se firmaron apresuradamente los contratos, y la nueva carga comenzó a llegar aun antes de que la anterior fuera retirada. Al parecer el viaje no daría pérdidas…

Lierin apenas pod1a hacer otra cosa que dormir. Era su único modo de escapar al dolor implacable que perturbaba sus momentos de vigilia. El menor esfuerzo la llevaba de nuevo a la cama, en ciego tormento. El dolor mermaba sus fuerzas y la asediaba cuando estaba despierta.

Sin embargo, por la mañana, después de un baño ligero, se ponía un camisón limpio y dejaba que la negra, con su gentileza habitual, le cepillara la cabellera. Aunque no las utilizaba mucho, tenía al alcance de la mano una bata de terciopelo verde y pantuflas de satén. Lierín tenía una vaga conciencia de que esos artículos eran nuevos y de su medida, pero no contaba con fuerzas ni voluntad para averiguar a quién pertenecían.

Lenta, casi imperceptiblemente, iba recobrando energías. Con cada amanecer podía pasar algunos minutos más de pie, antes que el dolor intolerable la llevara de nuevo a la cama. Cuando el dolor cesaba en intensidad, solía incorporarse sobre las almohadas para leer, o conversar con Willabelle o Luella May en tanto ellas limpiaban la habitación.

A Ashton lo veía poco. Iba a su cuarto después de la higiene matutina, para intercambiar con ella algunas frases sin importancia, pero parecía observarla con cierta inseguridad, casi intranquilo.

Permanecía de pie junto a la cama; alto, esbelto, apuesto, bien vestido y de impecables modales; en esos ojos de avellana se veía una mirada hambrienta que sugería emociones contenidas. Sólo cabía suponer que era el súbito pánico de Lierin lo que provocaba esa reticencia, pero ella no hallaba modo de interrumpir sus diálogos corteses para preguntarle qué estaba pensando.

Durante el día, cuando despertaba de su somnolencia, él estaba en Natchez o trabajando en algún sector de la plantación. A veces Lierin sentía su presencia, durante la noche, pero no llegaba a interrumpir el sueño para hablarle. En una de las ocasiones en que pudo levantarse, lo vio por la ventana, montando en uno de los sementales. Su figura le despertó admiración, pues el oscuro y lustroso corcel trotaba cadenciosamente, arqueando el cuello, y su jinete parecía dominarlo con tanta desenvoltura que ambos se fundían en una sola Cosa.

Los días de la semana fueron pasando, sin éxito para Marelda. Ya desesperaba el poder pasar un rato a solas con Ashton, yeso le provocaba renovada preocupación, pues veía consumirse rápidamente el tiempo en que podía llevar a cabo su campaña sin interferencias. Al planear la maniobra, había confiado en que Lierin no arriesgaría su papel de inválida para correr detrás de Ashton, con lo que ella tenía el terreno libre. Pero al pasar una semana sin que pudiera al menos poner en marcha sus planes, su pánico fue en aumento.

Las excusas eran variadas. Por dos noches consecutivas, después del accidente, hubo invitados venidos de las Carolinas. Marelda ex- haló un suspiro de alivio al verlos partir, a la mañana siguiente.

Pero esa noche, cuando la familia se reunió en la sala para esperar la cena, Latham entró a la carrera para informar a su amo que una de las yeguas parecía a punto de parir. No bastó que Ashton hubiera estado ausente todo el día: terminó el coñac de un trago, pidió disculpas y fue a cambiarse de ropa, dejando a Marelda muy acicalada, sin más perspectiva que una cena con dos ancianas parlanchinas.

La quinta noche Ashton no llegó a tiempo para cenar. Aunque Marelda lo esperó levantada, escuchando atentamente para percibir sus pasos en el vestíbulo de la planta alta, se quedó dormida sin saber que él había pasado silenciosamente.

Habría podido consolarse con la idea de que Lierin lo veía aun menos, pero resultaba duro aceptar que la buscona lo tendría a su disposición cuando ella se marchara.

La casa quedó silenciosa y recogida. Cuando se apagó la última vela, Ashton se tendió en su cama solitaria y, por fin, halló el sueño que buscaba entre vueltas y más vueltas.

Más tarde despertó con un respingo. Con la vista perdida en la oscuridad, se preguntó qué lo habría arrancado tan abruptamente de un sueño profundo. Su cuerpo desnudo estaba húmedo bajo la sábana; apartó las mantas para que el aire fresco le secara el sudor y se pasó la mano por el pecho velludo, inquieto, como si despertara de una horrible pesadilla. ¿Qué había visto en su sueño, tan desagradable para él?

Siguió el rumbo que tomara su mente al adormecerse. Un par de ojos verdes aparecieron ante él, tentándolo con su brillo seductor. Los labios suaves se partieron en una sonrisa sensual, mientras una cabellera roja, revuelta, se arremolinaba alrededor de tentadoras curvas, entre sábanas arrugadas.

Su imaginación pudo vagar libremente por el cuerpo sedoso; aun notando que esos pensamientos lo excitaban, se dejó llevar. Unos brazos delgados apartaron densos mechones; ella le clavó una mirada insinuante, que lo invitaba a acercarse para acariciar el pecho de pleno, las caderas esbeltas, los muslos torneados. En su mente, Ashton alargo los brazos para estrecharla, pero un momento después lo atacaron crueles garras afiladas. Una bruja rugiente lo fulminaba, con ojos llenos de odio. ¡Ésa no era Lierin! ¡Era una loca aparecida en sus sueños! ¡Una bruja de pelo rojo!

De pronto comprendió el motivo de su abrupto despertar. Al soñar con Lierin había caído en dudas torturadoras. Volvió a sentir una desesperación familiar, en tanto los recuerdos fragmentados corrían por su mente. Había visto a Lierin arrebatada de su lado por las fuertes comentes del río, un no que se negaba a soltar la presa aun bajo las mejores condiciones. Una incógnita no dejaba de perseguirlo. ¿Cómo era posible que una mujer delgada hubiera podido llegar a la costa sana y salva, si en las circunstancias más favorables habría sido imposible ver la orilla del río?

Junto con ese razonamiento surgió un breve temblor de miedo: existía alguna remota posibilidad de equivocarse. Después de todo, aún quedaban muchas preguntas sin contestar, y quizá las respuestas no siguieran el ritmo de sus deseos.

La incertidumbre lo atacó sin misericordia, arrastrándolo por las brasas de la lógica. Sacó de la cama sus largas piernas Y. con loS codos apoyados en las rodillas. Bajó la cabeza presa del pánico.

«¿Cuál es la verdad?» La mente no le dejaba paz al respecto. «Esa mujer, ¿es mi Lierin o alguna mujer retrasada que sólo se le parece?»

Se levantó para encender la lámpara junto a su cama y se puso un par de pantalones. Después de acercar la mecha de una vela a la llama encendida, abandonó su alcoba para avanzar, descalzo hasta la puerta de Lierin. La pesadilla había dejado su cerebro sumido en dudas. ¿Encontraría el amado rostro que buscaba o sería sólo una cruel ilusión óptica lo que la aguardaba?

Movió cuidadosamente el pomo y, sin ruido abrió la puerta. El Cuarto estaba oscuro, iluminado sólo por las llamas que morían en el hogar. Avanzó hasta la cama con paso silencioso y dejó la vela en la mesita de noche para que iluminara con su resplandor a la joven. Al contemplarla la cara así retratada lo inundó el alivio.

Tal vez un siglo antes vagando en lo más oscuro de la noche se había detenido ante una cama, en un hotel de Nueva Orleáns para contemplar esas mismas facciones refinadas asombrado de que su belleza pudiera quemarle la mente Y en el mismo instante, petrificarlo de aturdido respeto. Era sin duda, su Lierin, perdida hasta entonces, pero encontrada ahora por algún insondable giro de la casualidad.

Lierin suspiró suavemente en su sueño y movió un poco el brazo, apartando con él la sábana y la colcha, con lo que sólo quedó cubierta por el camisón. La fina prenda, tensa sobre el cuerpo como un apretado sudario, atrajo la mirada de Ashton hasta la curva plena del seno, que subía y bajaba, y la estrecha curva de la cintura. Una lujuria ardiente se apoderó de su cuerpo, haciendo que la sangre le palpitara con fuerza en las venas, hasta casi abrumarlo con su apetito, en tanto recorría con la vista la planicie del vientre hasta donde la prenda se había deslizado hacia arriba, revelando los muslos desnudos y una cadera arqueada.

Se contuvo de pronto, notando que había dado un paso adelante, con la mano extendida, lista para acariciar un miembro largo y esbelto. Mientras luchaba con sus deseos, lo congeló el horror de que, si la presionaba, podía arrojarla aun más hacia su mal, destruyendo para siempre el sendero de la reconciliación.

Con cierto disgusto por su propia falta de control, Ashton se frotó las palmas húmedas y se apartó varios pasos. Una gota de sudor le corría por la sien, en tanto combatía contra los furiosos anhelos que lo desgarraban, dejándolo tembloroso y tenso. Fue una batalla laboriosa; pasó una breve eternidad antes de que lograra alcanzar cierta victoria. Entonces se le escapó un largo suspiro y sacudió la cabeza, pensando en lo cerca que había estado de emplear su fuerza. Siempre le habían asqueado los hombres que se jactaban de su dominación violenta o de no poder contenerse. Hasta entonces se había creído por encima de eso, pero comenzaba a captar un perfil totalmente distinto.

Levantó poco a poco la cabeza, en tanto forzaba la razón para que tomara el mando, y se encontró con la mirada fija en una imagen reflejada en el espejo, a poca distancia. Allí vio a su amada flotando detrás de la frágil barrera, con la luz de la vela a manera de halo, rodeada por un mar de oscuridad, profundamente recogida en el sueño, ajena a la batalla que se libraba a pocos pasos de ella.

Lo asaeteó una punzada de angustia. Sentía deseos de romper el espejo para destruir las barreras, pero era un antojo estúpido, pues los obstáculos no estaban allí, en realidad; no haría sino perder la visión de la joven.

Gradualmente recuperó una deliberada calma. Tenía mucha fuerza de voluntad; no se dejaría gobernar por la lujuria, por mucho que lo atormentara. Con serena resolución, volvió a la cama y se inclinó para depositar un beso liviano en los labios entreabiertos. Pudo ser su imaginación, pero tuvo la impresión de que ella respondía por un momento; sin embargo, cuando él se retiró, una ligera arruga perturbaba la frente de Lierin, y sus labios se movieron brevemente, en un murmullo ininteligible.

Con la tristeza desgarrándole el ánimo, Ashton abandonó la habitación. No era grato saber que debería soportar esa hambre dolorosa, corrosiva. Demasiado consciente del dolor que sentía en la parte inferior del vientre, soltó un suspiro. Tendría que confiar en el tiempo. Tiempo y paciencia eran lo necesario. Al menos, toda la paciencia de que pudiera convocar.

Un nuevo amanecer llegó, subrepticiamente, por entre las cortinas semicerradas de Lierin, tocándola con su luz para sacarla suavemente de las profundidades de Morfeo. Al principio se sintió animada y mucho más repuesta, pero cuando trató de estirar los brazos por encima de la cabeza, todo volvió en un torrente, recordándole los músculos doloridos y su falta de memoria.

El entusiasmo por el nuevo día menguó, pero sólo por un momento. Desde algún sitio, dentro de ella, se elevaba un espíritu ligero, aéreo, que le daba nuevo vigor y una sólida fortaleza, desconocida para sus limitados recuerdos. No habría podido decir de dónde provenía, pero tenía un perfume familiar. Sintió que respondía a sus instancias, adquiriendo más energía y más decisión.

Volvió a desperezarse, buscando deliberadamente cada dolor para probarlo, moviéndose hacia aquí y hacia allá. Cualquiera fuese la fuente de su nueva energía, también proporcionaba la seguridad de que nunca había evadido los problemas.

Como realidad inevitable, debía reconocer que los suyos no la abandonarían mientras ella no les hiciera frente. Entre la multitud que le venía a la mente, eligió el primero y más obvio. No podía pasarse el resto de la vida en cama; cuanto antes acabara con esa inmovilidad, antes recobraría algún dominio de su vida. Un largo baño caliente le ayudaría a aflojar los músculos entumecidos, pero podía parecer algo presuntuoso pedir semejante cosa en un sitio extraño. Sin embargo, Ashton Wingate insistía en que ella era su esposa. Tal vez no quedara demasiado mal que pidiera el servicio.

Se levantó de la cama y, al no ver su bata por ninguna parte, avanzó cautelosamente hasta el hogar. El fuego estaba muy bajo y en el cuarto reinaba decididamente el frío. En el cajón de bronce había una pequeña provisión de leños. Ella arrojó unos cuantos sobre las brasas y estiró la mano hacia atrás para tomar el atizador. Cuando sus dedos se cerraron sobre el objeto, por la mente le cruzó la imagen de un atizador levantado. La visión fue breve, pero la dejó extrañamente debilitada. Temblorosa, se dejó caer en una silla cercana, frotándose las sienes con dedos helados. No veía motivos para esa reacción; trató de apartarse de sí, pero le había dejado un vacío gélido, pegajoso, desagradable.

Lierin irguió la espalda, decidida a soportar la perturbadora sensación. Las llamas bailoteaban alegremente sobre los leños. Se arrodilló ante el hogar, dejando que el calor apartara los dedos frígidos de la aprensión. Un golpe leve sonó en la puerta; sin pausa alguna, como si no se aguardara respuesta, la hoja se abrió. Willabelle dio un paso o dos hacia la cama antes de notar que estaba desierta.

Consternada, se detuvo a mirar en derredor, hasta que Lierin se puso de pie, con un carraspeo cortés.

Entonces el ama de llaves giro su corpulenta silueta.

- Por Dios, Miz Lierin, no sabía que ya estaba levantada -se disculpó la mujer, con tono de regocijo.

- Sí. Hoy me siento mucho mejor.

Willabelle emitió un cacareo jubiloso.

- Cómo se va'alegrá el señó, cuando se entere. Estaba medio loco esperando que uste' se curara. -y comenzó a alisar las sábanas ¿Quiere algo pa' comé, señora?

Lierin respondió con una sonrisa de tanteo.

- La verdad… estaba pensando si no podría darme un baño…

Willabelle sonrió con toda la cara.

- Sí, señora, claro que sí. -Levantó la bata de terciopelo, caída a los pies de la cama, y la sostuvo para que la muchacha pasara los brazos por las mangas-. Usté se queda tranquilita aquí, señora, yo v'y abajo a traé la' cosa'.

Cuando la mujer volvió, lo hizo acompañada por una verdadera procesión de sirvientes.

Algunos llevaban cajas atadas con lujosas cintas; otros, baldes de agua caliente; el último entró con una bañera de bronce en los brazos. Le prepararon el baño y, al salir los criados Willabelle preparó toallas limpias, aceites perfumados y un plato de porcelana con jabones aromáticos sobre su mesita, al alcance di bañera.

Lierin, pensativa, probó las fragancias de los frascos hasta hallar uno que olía agradablemente a flores. Cuando lo dejó gotear el agua, el perfume de los jazmines llenó el cuarto, en tanto ella agitaba los dedos por el líquido humeante y cerraba los ojos, placenteramente, para saborear el olor.

Después de recogerse la cabellera sobre la coronilla, estudió las cajas con bastante curiosidad. -¿Qué es todo eso?

- De la modista, señora. El amo le hizo prepará otro poco de ropa hace un día', y la trajeron anoche. Se los v'y a mostrá mientras usté se remoja.

De inmediato, Willabelle la ayudó a desvestirse, mostrando una suave preocupación por su estado. Aunque ya había visto las magulladuras, se las veía aún más feas, pues los tonos amarillos iban mezclándose con púrpura y azul. Otros cardenales, invisibles antes, se habían oscurecido y .resaltaban contra la, piel blanca. El tajo de la espalda tenía varias cicatrices y estaba mas ancho.

- Por DIOS, muje, parece que le pasaron por encima los caballo' y el coche, todo junto.

Lierin se sumergió en el líquido reconfortante, soltando un suspiro ante el calor, que hacía desaparecer sus últimos escalofríos. -¿Y no fue así?

La negra rió entre dientes.

- Lástima el oló feo. Si no, le pondría linimento de caballo. Pero con tanta ropa linda que le compró el amo, no es cosa de que ande oliendo a caballo. le v'y a poné un poco de ungüento en esa espalda, eso sí. No me gusta ná.

Mientas Lierin dejaba que el agua se llevara en parte sus dolores, Willabelle fue abriendo las cajas de la modista para exhibir varias camisas delicadas, un corsé con ballenas, medias de seda y enaguas con bordes de encaje. De las cajas más grandes salieron varios vestidos a la moda, que la negra dejó sobre las sillas para presentarle los zapatitos haciendo juego. Para esperar la salida de la bañera, el ama de llaves puso un camisón con encajes sobre la cama y se acercó llevando las toallas. -¿Fue el señor Wingate el que eligió todo eso? -preguntó la joven.

- Creo que sí, señora, y parece que no se equivoca.

- Sí, al parecer no tiene dificultades para elegir los atuendos adecuados para una mujer.

Willabelle, al detectar una inflexión levemente satírica en su voz, se interrumpió brevemente en la tarea de sacarla. -¿No le gusta esa ropa, señora? -¡Por supuesto que sí! ¿A quién podría disgustarle? Decía justamente, que todo está muy bien elegido. -Se pasó el camisón por la cabeza, hablando a través de la tela-. Al parecer, tu amo tiene mucho talento para vestir mujeres.

Willabelle sonrió para sus adentros, al captar un rayito de comprensión. No era raro que las esposas sospecharan de tales habilidades por parte del marido, del modo en que podía haberlas adquirido, sobre todo si el hombre era tan buen mozo como el amo.

- No se preocupe por el amo Ashton. Nunca vi un hombre tan loco por una mujé como él por usté. Casi se nos muere cuando creyó que usté se había ahogado.

Lierin ató los cordones de satén a 1a estrecha cintura. -¿Estás segura de que yo soy su esposa?

- Si el amo lo dice, pa' mí está bien. y si usté tiene dudas, échele una mirada a ese cuadro. Así se va' convencé.

- Al parecer, la señorita Rousse no piensa lo mismo. Tengo entendido que ella estaba comprometida con Ashton cuando él viajó a Nueva Orleans y se casó de improviso. -¡Hum! -La negra puso los ojos en blanco-. Si Miz Marelda Se creía comprometida con el amo, es porque se le metió en la cabeza, nomás. Esa mujé le anda atrá desde que era una chiquilla y venía con el papá. Los viejo' murieron hace cinco año', má' o meno', y le deja- ron esa casa grande de la ciudá. Y entonce' parece que a ella le atacó fuerte lo de casarse. Cualquiera se imagina que lo tiene al amo Ashton entre ceja y ceja, porque se pasa la vida aquí. Y yo que la conozco, le digo que va' seguí viniendo, aunque el amo diga que su mujé es usté. Parece que no se le puede decí que se vaya sin ofende'la.

- Quizás el señor Wingate no desea que ella se vaya. Es muy hermosa.

- Será la primera vé que el amo no se pueda decidí -murmuró Willabelle, por lo bajo. -¡Te parece que seré prudente si abandono mi habitación? -inquirió Lierin-. La señorita Rousse parece realmente resentida conmigo.

Willabelle gruñó:

- Usté no se preocupe por eso, señora. Y le digo má': mejó que salga lo ante' posible. Si no, ésa se va' creé que tiene al amo Ashton pa' ella sola. Se ha pasao la semana trepándose por la parede'. -¿Y sugieres que yo también lo persiga? -pregunto Lierin, atónita-. ¡Pero si apenas lo conozco!

- Bueno, hija, si no le molesta que le dé un consejo, yo que le conozco, le va costá encontrá otro como él. Es todo un hombre, sí, y usté tan bonita. Pero ya lo ha dicho, Marelda también es bonita.

Lierin no se sentía inclinada a discutir con el ama de llaves. Tampoco se dejaría convencer de que le convenía correr detrás de un hombre que aún seguía siendo un perfecto desconocido. Había asuntos importantes a tener en cuenta. Una vez que levantara las barreras y lo aceptara en su papel de esposo, tendría que enfrentarse a la posibilidad de acostarse con él, ya esa altura no estaba dispuesta a lanzarse de cabeza a una situación que le inspiraba reservas. Prefería tomar las cosas poco a poco y evitar errores, en lo posible. Cabía esperar que el problema se solucionara pronto, con la recuperación de la memoria.

Aun así, la intrigaba ese hombre que se decía esposo suyo. Era excepcionalmente apuesto y se comportaba bien. Eso quedó en evidencia, una vez más, cuando él fue a visitarla a su alcoba, como todas las mañanas. Con caballeresco decoro, esperó en el umbral a que Willabelle anunciara su presencia. Lierin notó que su propio corazón latía más de prisa al saberlo allí. El calor de sus mejillas difícilmente podía ser interpretado como falta de interés.

Willabelle había dejado la puerta abierta de par en par, permitiendo a Ashton una amplia visión del cuarto. Su mirada encontró a Lierin enmarcada por la luz matinal que entraba por los cristales. Su larga cabellera parecía fuego, suelta sobre los hombros. Cuando los ojos de ambos se encontraron, una sonrisa vacilante apareció en sus labios.

- Quiero agradecerle sus regalos -murmuró-, Todo es encantador, Es muy generoso conmigo. -¿Puedo pasar? -pregunto él.

- Oh, por supuesto.

A Lierin le sorprendió que pidiera permiso. Willabelle escapó inmediatamente del cuarto, anunciando al cerrar la puerta.

. -V'y a buscá comida.

Ashton cruzó el cuarto, atraído por su esposa tal como un hombre helado hacia el fuego,o un hambriento al festín, La belleza de esa mujer le colmaba la mirada sedienta, encendiéndole fuego en la sangre, apartando de sus entrañas los escalofríos de la incertidumbre. ¿Era demencia despertar en un mundo donde nada tenía el toque de la familiaridad, donde todas las caras eran desconocidas, donde hasta la cama en que uno estaba y las ropas que vestía no mostraban señales de ser suyas? Peor aun, no poder decir cuál era el propio mundo, no tener recuerdos anteriores al momento de despertar. ¿Cómo pensar en la demencia al mirarla?

- Permítame decirle, señora, que esta mañana se la ve excepcionalmente hermosa. ¿A pesar de los cardenales? -preguntó ella, dudando.

- Mis ojos llevan tanto tiempo sedientos de ti que apenas los veo.-Él levantó los dedos para rozarle la mejilla-. Además, ya se están borrando; desaparecerán pronto..

Ashton bajó la cabeza, acercándola a la masa de rizos dorados, y cerró 1os ojos ante la fragancia que lo recorría con efectos intoxicantes arrebatándole los sentidos para fundirlos con antiguos recuerdos.

Lierin sentía su proximidad con cada fibra agitada en su ser, con cada oleada de escozores que le recorrían el cuerpo. Bajó apresuradamente los ojos al sentir la calidez de su aliento en la oreja, mirando con fija atención el sitio en donde se abría la camisa, revelando parcialmente un pecho de músculos firmes y vello oscuro. Cuando él se acercó más, los nervios de la joven dieron un salto; apoyó una mano contra aquel torso firme, pero el contacto fue explosivo. Su quedó fuera de control.

Con las mejillas acaloradas por el rubor, se apartó rápidamente, frotándose la palma como si se hubiera quemado.

- Me abruman las ropas que me ha comprado -manifestó sin aliento, echando una mirada nerviosa por encima del hombro, en tanto aumentaba la distancia. Así se sentía más a salvo-. Estaba pensando que, en alguna parte, debo tener ropas propias.

- No importa que las tengas o no -replicó él-. No voy a caer en insolvencia de proporcionarte un guardarropa. Tendremos que completarlo cuando te sientas en condiciones de salir de casa.

Lierin experimentaba algún desconcierto. -¿No teme que yo sólo busque sus regalos y su riqueza? Sobre todo considerando que aún quedan dudas de que yo sea su esposa.

Ashton rió suavemente. -¿Quién tiene dudas?

Ella respondió encogiéndose un poquito de hombros.

- Hay quien piensa que usted se deja engañar. -¿Ha venido Marelda a visitarte? -preguntó él. Como Lierin asintiera con desgana fijó en los grandes ojos de esmeralda la intensidad de su mirada-. Marelda te vio por primera vez la otra noche, y ser la última en admitir que eres mi esposa.

- Ojalá eso estuviera tan claro en mi mente como parece estar en la suya. -Lierin le volvió la espalda y se oprimió las sienes con dedos, sacudiendo la cabeza en un gesto de frustración-. Sé que el recuerdo está allí, esperando que lo saque a la superficie, pero parece haber una barrer que lo impide.

Son muchas las cosas que necesito saber sobre mi vida. -Soltó un suspiro-. Soy una desconocida h para mí misma.

- Yo puedo decirte algunas cosas -murmuró él, acercándose-.Pero dado el poco tiempo que pasamos juntos, temo que no serán muy importantes.

Ella le hizo frente, estudiando a fondo su rostro.

- Por favor, dígame todo lo que pueda.

Un cálido resplandor apareció en aquellos ojos profundos, al observar él su cara afligida. largó la mano y, con suavidad, le apartó de la mejilla un mechón suelto. Luego retrocedió un paso para relatar los hechos, como si los supiera de memoria.

- Naciste hace veintitrés años, en Nueva Orleans. Te bautizaron Lierin Edana Somerton. Tu madre, Dierdre Cassidy, era de ascendencia irlandesa; tu padre había venido de Inglaterra. Tienes una hermana, Lenore Elizabeth Somerton, quien también nació en Nueva Orleans… -¿Cuál de las dos es la mayor?

Ashton hizo una pausa y le dedicó una sonrisa de disculpa.

- Lo siento, amor mío, pero estaba tan enamorado de ti que no presté atención a algunos detalles.

El tono cariñoso volvió a encender las mejillas de Lierin Su voz fue apenas un susurro al instarlo.

- Siga.

Ashton se acercó a las ventanas y apartó las cortinas para contemplar el jardín.

- Cuando tu madre murió, dejó para ti y para Lenore una casa en la costa de Biloxi. También tienes una casa en Nueva Orleans, que te legó tu abuelo. Redactó el testamento mientras estabas con él y, si bien murió creyéndote ahogada, no lo cambió. -Dejando caer la seda sobre el vidrio, se volvió hacia ella, con las manos en la espalda-. Ya ve, señora: tiene posesiones propias y, como su padre es un rico comerciante inglés, no necesita de mi dinero. -Una lenta sonrisa afloró a sus labios-. Por el contrario, si yo fuera un caza fortunas, usted sería buen blanco para mis intenciones.

Lierin respondió a esa humorada con una réplica algo tímida:

- Debo considerar eso como posible causa de su insistencia en asegurar que soy su mujer. -La sonrisa pícara que él le dedicó le dio más coraje-. Por cierto, me doy cuenta de que usted ha sido algo libertino. -¿Cómo, señora? -inquirió él, arqueando la ceja. Los ojos de la muchacha señalaron brevemente los regalos puestos sobre la cama.

- Por lo visto, sabe vestir a las damas. -Y lo miró de soslayo-. ¿O desvestirlas?

Ashton protestó con una sonrisa.

- He sido un santo del cielo, señora. -Hum…

- Lierin se paseó por el cuarto, mirándolo por encima del hombro-. No estoy muy segura.

- Puedes estarlo, amor mío -aseguró él, con una chispa vivaz en los ojos-. Te juro que no gusté de otra mujer mientras tu recuerdo me quemaba en la mente. -¿Qué es eso de quemar en la mente? -Ella giró con una sonrisa intrigada-. ¿Cuánto duró el fuego de mi recuerdo? ¿Una semana, un mes, un año?

- Ashton rió de placer, animado al ver en ella destellos de una personalidad más parecida a la de su Lierin. Sus ojos se entibiaron al recorrerla.

- Si no estuvieras tan magullada, amor mío, te demostraría lo desesperado que he llegado a sentirme.

La sonrisa de la muchacha se evaporó lentamente…

- Sin duda, señor, usted ha sabido encantar a muchas mujeres, haciéndoles perder su virtud.

Sólo espero no caer víctima de alguna estratagema.

Ashton se puso serio, percibiendo que esa preocupación era auténtica. -¿Qué temes Lierin?

Ella dejó escapar un suspiro tembloroso. Pasó un largo momento: antes de que contestara:

- Temo no ser realmente su esposa. Si dejo que usted ocupe ese lugar, algún día puedo darme cuenta de mi error, pero por entonces tal vez sea muy tarde. Podría estar encinta. Podría enamorarme de usted y tengo miedo a sufrir.

Ashton se acercó a ella, resistiendo el impulso de tomarla en los brazos.

- Te amo, Lierin, y no juego con tu corazón. Me casé contigo porque te quería por esposa. Si de nuestro amor nacen hijos, tendrán un apellido digno y el derecho a todas mis propiedades. Te lo prometo.

Aunque ella deseaba mantenerlo a distancia por su propio cada vez sentía más intensamente su presencia de hombre. Se sentía reconfortada por el consuelo que él prodigaba con tanta facilidad y deseaba dejarse socorrer.

- Es difícil aceptar la idea de estar casada, Ashton, cuando sé tan poco sobre mí misma.

- Eso es comprensible, amor mío. Pasamos juntos un período muy breve; apenas tuviste tiempo de acostumbrarte a la idea.

- Sin embargo -murmuró ella, pensativa, contemplando el anillo de oro que llevaba en el dedo-, uso alianza. ¿La reconoce?

Él le tomó la mano para estudiar el círculo de oro por un largo instante.

- No tuve tiempo de comprar otra cosa que una simple alianza. Si la memoria no me falla, ésta es la que te di.

Ella sintió el calor de su mirada sobre la cara y se atrevió a levantar la vista.

- Tal vez estamos casados, Ashton, y estoy dejando que mis temores me cieguen.

- No te atormentes, amor -le instó él-. Es de esperar que, con el descanso, vuelva tu memoria y recuerdes la verdad.

- Espero con ansias ese momento.

- También yo, amor mío. También yo.