CAPÍTULO 15

Robert Somerton volvió a la casa con un invitado, hombre de edad similar y parecida afición al alcohol.

Al parecer, Samuel Evans era un artista. Ciertamente demostró bastante habilidad con la pluma, incluso aquella que Lenore había descartado por inútil. Le gustaba dibujar en el escritorio de la sala, donde disfrutaba de la compañía de Somerton, mientras relataba, con gran verbosidad, las variadas aventuras que había corrido en su vida.

Lenore se maravillaba ante su propensión a vanagloriarse, embelleciendo sus relatos. Al parecer, cuanto más bebía, más se explayaba sobre sus andanzas y más fantasiosos se tornaban los trazos de su pluma.

Era capaz de crear adornos extravagantes y largas líneas curvas, que se parecían más a una escritura ornamentada que a un dibujo. En la creación de paisajes o figuras parecía deficiente, pero era capaz de cambiar su escritura a capricho. Lenore, fascinada por su habilidad, lo miraba por encima de su hombro en tanto el escribía su propio nombre en varios estilos diferentes. -¡Vamos! -rió Robert-. ¡Yo también puedo hacer eso.

Samuel demostró su incredulidad con un bufido. -¡Difícil, mi buen amigo! Ni siquiera puedes escribir tu propio nombre de modo legible. ¿Cómo manejarías una pluma a tu antojo? -¡Ya verás!

Riendo, Robert sumergió la pluma en el tintero y, con grandes floreos, la movió a lo ancho del pergamino. Al terminar estudió los resultados y los exhibió, lleno de orgullo. -¡Ahí está! ¡Robert Somerton! Claro como el agua.

Lenore aceptó la hoja con una sonrisa divertida. Al principio sólo vio un enredo de rizos y curvas; luego frunció el ceño, extrañada, al recordar una firma similar: curiosamente, la que figuraba en el libro de su padre. No parecía posible, por supuesto. ¿Quien Iba a escribir un nombre ajeno en un libro propio?

Clavó los ojos en el anciano, intrigada. Últimamente percibía que él se estaba ablandando con respecto a ella; aunque no sabía los motivos, le gustaba ser tratada como hija digna y no como alguien sin importancia. Empero, a veces le costaba experimentar por él algo más que la mera piedad.

- A ver, Lenore -la instó él, ofreciéndole la pluma-. Muestra a este buen amigo qué linda letra tienes. Tu nombre, niña, escribe tu nombre para que vea.

Lenore aceptó la rígida pluma y se inclinó para satisfacer esa petición. Súbitamente vaciló, recorrida por un escalofrío. En los ojos de Samuel Evans había casi un destello de expectativa. No hubiera podido decir por qué, pero esa actitud despertó su aprensión. Comparar escrituras parecía algo sencillo, sin consecuencias, casi sin sentido. Al menos, así habría debido ser.

Volvió a poner la pluma en el tintero, reparando en la sorpresa del invitado, y corrió a las puertas de cristales. Acababa de oír un relincho en el patio. Era Corazón Mío, a quien Hickory estaba ejercitando, atada con una cuerda. La yegua pasó ante su única espectadora trotando con ligera cadencia.

- Es la yegua de Ashton -anunció la joven por encima del hombro, agradeciendo tan oportuna excusa. Si su reacción había sido una tontería, no era cuestión de ofender a los dos hombres, pero si se trataba de algo más, preferiría no darles el gusto… a menos que, ante todo, justificaran ese interés-. ¿Verdad que es hermosa?

Robert murmuró una respuesta nada comprometida, mientras volvía a llenar su copa .

- No entiendo nada de caballos.

Lenore le dirigió una mirada sorprendida. Por alguna razón, estaba segura de que su padre amaba a los caballos y era un jinete excepcional al menos en otros tiempos. Con la frente arrugada por la perplejidad, volvió a recordar el nombre del libro.

- Me gustarla saber… señor- todavía le costaba llamarlo "padre"- quién puede ser Edward Gaitling.

Robert se ahogó con un sorbo de whisky y lo despidió violentamente. Samuel Evans, al recibir la bocanada, se levantó de un salto y se limpió apresuradamente la cara y la manga, fulminando con la mirada a su amigo, que parecía tener dificultades para recobrar el aliento.

Después de muchos carraspeos, Somerton se secó la frente con un pañuelo y cayó en una silla. -¿Por qué lo preguntas, hija? -preguntó, vacilando.

Lenore volvió a mirar hacia afuera. Sus ojos seguían con cariño a la graciosa yegua, que apenas parecía tocar el suelo con los cascos. Por fin, recordando la pregunta de su padre, lo miro por sobre el hombro.

- Vi ese nombre en tu libro de teatro y me despertó la curiosidad. Eso es todo.

- Ah… es un actor que conozco desde hace tiempo. Me…firmó el volumen después de una representación.

- O. -Esa respuesta sólo aumentaba la intriga de la muchacha-. Comprendo.

Pero frunció el ceño, recordando lo que había visto en la letra de su padre. ¿Estaría exagerando demasiado?

Robert se adelantó con una risita.

- Hablando de autógrafos, Lenore, ibas a…

Ella salió a la galería, abandonando a los hombres junto con el tema en cuestión. Desde allí bajó al prado, donde Hickory acariciaba el cuello de Corazón Mío, entre muchos elogios. -¿No es una maravilla, señora Wingate? -preguntó el negro, con una gran sonrisa de dientes blancos.

Las cejas de Lenore se elevaron, llenas de sorpresa.

- Ahora soy la señora Sinclair, Hickory.

- Ah, sí, ya sé lo que dicen, señora, pero a mí me cuesta creé que una linda señora como usté se casara con un tipo como ése. -Sacudió la cabeza, entristecido-. El que quiere matá a un caballo es mala gente por adentro y por fuera.

Lenore sonrió.

- Una vez, mi padre dijo que se puede conocer a un hombre por el temperamento de su caballo…

Se interrumpió, confundida. Su padre acababa de decir que no sabía nada de caballos. ¿De dónde había sacado esa idea?

Hickory volvió a exhibir sus dientes.

- El señó Wingate tiene un caballo "precioso", señora.

Ella frotó el sedoso hocico del animal, mirando al negro.

- Le tienes cariño a ese hombre, ¿verdad, Hickory?

- Sí, señora. Por supuesto.

- También yo -suspiró ella-. En eso consiste el problema.

Hickory rió por lo bajo.

- Ya me parecía que él le gustaba, señora.

Ese comentario indujo a Lenore a preguntarse si sus sentimientos eran un secreto para alguien.

Su voz se tornó melancólica.

- Creo que mi hermana supo elegir mejor a su marido. Otra risa suave sacudió los hombros del negro.

- Como dice el amo, señora Wingate, ya veremos, ya veremos.

El Bruja del Río estaba cerca del muelle, adornado con guirnaldas de flores que cubrían las tablas y lonas agregadas a su barandilla, llenando el aire de frescas fragancias. Por sus cubiertas paseaban hombres y mujeres vestidos de gala. En uno de sus salones estaba tocando una orquesta; en otro se barajaban los naipes y las apuestas.

Lenore entró del brazo de Malcolm, y todas las cabezas se volvieron hacia ellos con abierta curiosidad. Los que conocían más íntimamente al hombre de Natchez habían oído algunos rumores y tenían mucho interés en conocer a la dama que estaba provocando tal conmoción. ¡Ciertamente, no era una desilusi6n para nadie! Parecía tan apetitosa como cualquiera de los bocadillos ofrecidos en las mesas. Su pelo rojizo, recogido con suave elegancia, dejaba ver un par de pendientes de perlas, diamantes y rubíes; del cuello largo y esbelto colgaba un collar haciendo juego.

Las joyas eran un obsequio reciente de Malcolm, ofrenda de paz por haber perdido la paciencia con respecto a Corazón Mío. Al parecer, quería demostrarle que él también podía ser generoso.

El escote del vestido descubría unos hombros sublimes y la curva tentadora de los pechos.

Malcolm parecía cautivado por el brillo de las joyas, pero no miraba tanto su regalo como aquella tentadora redondez, donde sus ojos se demoraban, cargados de admiración.

Con ella a su lado, el hombre rubio se paseaba como un pavo real con su hembra, tierno y solícito, acariciándole el brazo y estrechándole la cintura. Prodigaba sus caricias con más empeño cuando había otros presentes y ella no podía resistirse sin llamar la atención. Ante las mesas de juego, le pasó un brazo por los hombros y le rozó el seno con los dedos. Lenore se ruborizó ante aquel descuido, echando una mirada en derredor. Para alivio suyo, todo el mundo parecía más interesado en el juego que en ella. ¡Todo el mundo, menos Marelda Rousse, quien se había detenido en un extremo de la mesa, acompañada, como siempre, por Horace titch. Él, más nervioso que nunca, echaba miraditas furtivas a la concurrencia, temiendo la aparición de Ashton, que todavía no se había presentado. Marelda pareció molesta ante las caricias de Malcom, pero también divertida por el bochorno que causaban en Lenore. Cualquier angustia que afectara a la joven era una bendición para ella. Cuando los ojos verdes se dilataron, sorprendidos, al reconocerla, Marelda le dedicó una sonrisa condescendiente y un seco saludo con la cabeza. Cualquier muestra de afecto podía llevar a creer que estaba dispuesta a perdonar, cosa que no era cierta.

La velada tomó, para Lenore, un brillo más cálido cuando Ashton cruzó la puerta. Sin importarle la obvia tensión que esa presencia provocaba en las facciones de Malcolm, se llenó los ojos de él; llevaba con elegancia su chaqueta azul y su corbata de seda. Se detuvo en el umbral, buscando con la vista entre los invitados hasta descubrir- la, y detuvo en ella sus ojos de color pardo verdoso, transmitiéndole un cálido cumplido. Si el amor era una sustancia visible y palpable, eso era lo que se veía en sus ojos en ese momento. Por un breve instante, ella disfrutó de sus sentidos excitados. Lo amaba y no podía negarlo.

Malcolm, a su lado, se burló:

- Supongo que ese tonto cree poder llevarte a su camarote para mostrarte el techo.

Lenore tosió, ahogándose con el vino, y desvió el rostro ruborizado. No podía decir a Malcolm que ya había disfrutado de ese panorama, no una, sino vanas veces.

Una risita divertida volvió a atraer su atención hacia su compañero.

- Sin duda, Wingate organizó todo esto con este fin, pero no tengo intenciones de dejar que se dé el gusto. -Los ojos oscuros descendieron hacia ella-. Usted no se apartará de mi lado, señora. No he olvidado que la sorprendí besándolo en la playa. No quiero que me avergüence usted arrojándose sobre él aquí mismo.

- No tengo intenciones de arrojarme sobre nadie, Malcolm -declaró ella, secamente.

- Ah, paloma mía, ya veo que te he alborotado las plumas. Bueno. Me gustaría alborotarte otras cosas, y lo haré si alguna vez te sorprendo con él. Lo primero será castrar a ese hombre… ante tu vista.

Lenore lo miró, llena de horror. La espantaba pensar que en algún momento debería revelarle su embarazo por obra de Ashton. Estremecida ante una caricia de Malcolm en su brazo, bajó los ojos para disimular su repugnancia.

Ashton, sorbiendo su bebida, vio correr aquella manaza por el brazo de su amada. Como no veía el rostro de la joven, no podía saber qué efecto causaba en ella ese gesto, pero la envidia lo asaeteaba. Hubiera debido ser él quien estuviera allí, junto a ella.

Notó que Marelda se acercaba a la pareja y se preguntó, distraído, qué maldades estaría planeando.

La joven morena se detuvo junto a la pareja y alargó una mano hacia Malcolm quien la tomó de inmediato, asumiendo una expresión galante.

- No creo que nos conozcamos, señor -murmuró ella, cálidamente-. Soy Marelda Rousse… -Se volvió para presentar a su acompañante-. Y el señor es Horace Titch, un gran amigo.

Malcolm rozó con los labios aquellos dedos finos. -Malcolm Sinclair, a sus órdenes, señora -declaró. Y puso una mano en la cintura de Lenore, sintiendo su brusca rigidez-. Le presento a mi esposa, Lenore Sinclair.

Los ojos de Marelda rozaron a Lenore, con una sonrisa algo burlona.

- He tenido el placer de conocer a su esposa en Belle Chene. Pero en esa época todo el mundo… es decir, casi todo el mundo, la consideraba esposa de Ashton. -La saludó con una breve inclinación de I cabeza-. Sus joyas son muy bellas, querida. Me recuerdan otras que conozco… pero ésas fueron robadas. -Dejó caer la insinuación como un guante. De inmediato ignoró a Lenore para continuar su conversación con Malcolm-. Naturalmente, yo comprendí de inmediato que ninguna mujer ahogada podía reaparecer con vida, pero Ashton estaba embobado e insistía en que ella era su esposa.

- Ese hombre suele ser imposible -replicó él, echando sobre el aludido una mirada de reojo.

- Veo que hay algún desacuerdo entre ambos. -Ante la breve señal afirmativa, Marelda rió alegremente y se encogió de hombros-. Como todo el mundo. -Y dedicó una rígida sonrisa a Lenore-.

Con la posible excepción de su esposa, por supuesto. Durante un tiempo, los dos parecieron llevarse muy bien. Lo que me extraña es que usted y Ashton no hayan terminado batiéndose.

Malcolm estudió a su esposa con una ceja arqueada.

- Temo que el señor Wingate aprovechó suciamente la presencia de mi esposa en su casa, pero ella ya ha descartado cualquier idea de estar casada con él. -Los ojos oscuros recogieron la mirada dubitativa de la joven-. Es muy agradable tenerla otra vez en casa.

- Dicen que Ashton aún insiste. -Marelda miró de soslayo a Horace, muy dispuesto a recibir la menor de sus atenciones, con ojos húmedos y cálidos-. Alguien debería decirle que su presencia no es grata aquí.

Horace abrió la boca para negar cualquier posibilidad de actuar tomo portavoz de esa comunicación. Prefería evitar cualquier enfrentamiento con Ashton, pero al endurecerse los ojos de Marelda sintió que le brotaba el sudor. ¿Acaso ya no había hecho bastante por ella?

- Yo lo he intentado -declaró Malcolm, con expresión herida-. Pero ese terco se niega a escucharme. Ni siquiera atiende al padre de Lenore.

- Yo… eh… creo que no le gusta escuchar -reconoció Horace, nervioso.

- Habría que darle una lección - sugirió Marelda-. A los ciegos hay que llevarlos de la mano.

- Tampoco se deja llevar -observó Malcolm, secamente.

- Oh, vamos -le instó Marelda, notando que Lenore había perdido el color-. Ha de haber un modo de entenderse con el.

- Yo… eh… creo que voy a tomar el aire -se disculpó Horace, rápidamente.

Y se apresuró a cruzar el salón, secándose la frente sudorosa. No se oponía a que Ashton recibiera su merecido. Por el contrario, confiaba en que pronto fuera así… pero no por cuenta suya.

Al llegar a un pequeño espacio desierto, se encontró para su sor- presa con la mirada inquisitiva de Ashton.

- Buenas noches, señor Titch -saludó el plantador, por encima del borde de su copa.

Un escalofrío circuló por las venas de Horace, que inclinó la cabeza con una débil excusa:

- Tengo que encontrarme con un hombre allá afuera, para hablar de negocios.

Y huyó de aquel ambiente, súbitamente sofocante, para recostarse contra la mampara exterior, tratando de recobrar el aliento. Uno de sus miedos, cada vez mayor, era que Ashton se vengara, algún día, de todo lo que él le había hecho.

Una silueta se movió frente a él. Sin saber quién era, lanzó una exclamación de susto. -¿El señor Titch?

Horace aflojó el cuerpo, aliviado. No era Ashton, sino el hombre que debía reunirse con él a bordo.

Dentro del salón, Lenore trataba de dominar la incomodidad que le causaba la mano de Malcolm, posada en su hombro descubierto para estrecharla contra él. Una náusea cada vez mayor se enroscaba en su interior como una fea serpiente.

Marelda lo mantenía entretenido hablando del tiempo y recordando historias de pasadas tormentas en la costa, mientras observaba el juego de aquellos dedos masculinos sobre la piel desnuda, que despertaba en ella una parecida tempestad. Le ponía los nervios de punta verlo tan interesado en su mujer. El mismo Ashton, igualmente enamorado de esa muchacha, había rechazado a Mardda fríamente, como si su cuerpo impoluto no tuviera ningún valor. La torturaba sin pie- dad que ambos desearan tanto a la pequeña buscona.

Empero, mientras continuaba conversando con Malcolm, comenzó a detectar en su sonrisa y en sus ojos una lujuria sutil, que sugería cierto interés por ella. La idea de hacerle una invitación espoleó su fantasía. Así aprendería esa esposa altanera lo que era perder a un hombre por otra mujer.

- Dígame, señor Siclair…

- Oh, por favor, no hay motivos para tanta formalidad -objetó él, con una sonrisa-. Mi nombre de pila es Malcolm. Está usted totalmente autorizada a utilizarlo.

Marelda aceptó la corrección con una leve seña de asentimiento.

- Malcolm, entonces.

- Así me gusta más -replicó-. ¿Qué iba a decirme?

- Iba a preguntarle si alguna vez ha recorrido el Bruja del Río. -Los ojos oscuros centellearon sobre una sonrisa provocativa-. Hay varios camarotes muy elegantes e íntimos. ¿No le gustaría verlos?

Para mi sería un placer servirle de guía. y también la señora Sinclair, por supuesto. No creo que a Ashton le moleste.

Malcolm echó un vistazo a su esposa, presentándole la pregunta bajo la forma de una ceja arqueada, pero Lenore estaba tensa y había permanecido muy quieta durante toda la conversación, rogando que la náusea pasara. Por lo visto, Marelda Rousse la descomponía, literalmente.

- Disculpa, Malcolm, pero la verdad es que no me siento del todo muy bien, en estos momentos.

Lo dijo con cautela, atreviéndose apenas a respirar. El aire de la habitación parecía rancio y viciado; le costaba mantener el rostro en calma con ese calor que la sofocaba, y el estómago amenazaba con revelarse contra el vino fuerte. Ni siquiera Malcolm pudo interpretar mal la palidez de sus mejillas.

- Pero vayan ustedes, por favor -les rogó ella.

El marido inclinó la cabeza, aceptando de buen grado la sugerencia. Era evidente que estaba descompuesta, y ni siquiera Ashton Wingate podía hablarle de amor a una mujer que parecía a punto de vomitar. En cuanto a sí mismo, se divertiría un rato, iniciando posiblemente una amistad.

Cuando los dos se retiraron, Lenore se abrió paso entre la gente, lentamente, con cuidado. Su meta era la puerta más cercana, estuviera donde estuviese; no se atrevía a girar la cabeza para ver dónde estaba Ashton, pues cualquier movimiento podía ser su ruina. Cuando el aire de la noche posó en ella su cálido aliento, oyó la risa lejana de Marelda, mezclada con la grave carcajada de Malcolm, y se desvió rígidamente en dirección opuesta.

Ashton sumergió su pañuelo en un vaso de agua y cruzó tranquilamente la misma puerta, para salir a cubierta, donde se detuvo a escuchar. Creyó ver a Horace Titch, que se alejaba a tropezones por las sombras de la escalera, sin duda por no encontrarse con él. No vio rostros en cambio, de quien deseaba. Mientras se paseaba por cubierta, sus ojos escrutaron la penumbra entre lámparas, hasta detectar, al otro lado del vapor, el pálido resplandor de un vestido contra la barandilla.

Lenore estaba apoyada contra un poste; él le pasó un brazo por los hombros, sobresaltándola.

- Soy yo -la tranquilizó, en un susurro.

Lenore se dejó caer contra él, aliviada. Se sentía débil, completamente exhausta, y la maravilló la suavidad con que él le refrescó el rostro. Bajo su tierna atención, las oleadas de náusea comenzaron a ceder. -¿Mejor? -murmuró él, al cabo de un momento.

- Creo que sí. -¿Quieres recostarte en mi camarote?

- Oh, no. Malcolm se pondría furioso. -Lenore iba a sonreír, pero tragó saliva y esperó que pasara la oleada de repulsión antes de intentar otra sonrisa-. Creo que a Malcolm le dan miedo los paisajes que puedes mostrarme en tu camarote.

Ashton le levantó suavemente el mentón con un dedo hasta poder mirarla a los ojos. La luna ponía en ellos una multitud de estrellas, y él se perdió en esa tierna calidez.

- Has estado bebiendo -comentó ella, pues el olor alcohólico de su aliento llegaba a embriagarla-. Apostaría a que excediste el par de copas que tomas habitualmente.

- La preocupación puede impulsar a los hombres a la bebida. -¿Qué preocupación? -preguntó ella estudiándole el rostro-. ¿Por qué estás preocupado?

- Por Malcolm -confesó él y por ver que te toca, y por saber que estás en esa casa con él todo el día, mientras yo tengo que observarte de lejos.

Unos pasos se acercaron hacia ellos. Malcolm se aproximaba con pasos largos e iracundos, sin corbata, con la camisa y el chaleco desabotonados. Por la visto, había pasado el rato muy ocupado. -¡Algo me dijo que te hallaría haciendo de las tuyas! -Se arrojó hacia adelante para empujar a Ashton contra un poste-. ¡Oiga, maldito, quiero que deje en paz a mi mujer! -¡Y yo quiero que usted deje en paz a la mía!

La réplica fue instantánea, y la mano ofensiva voló. Ashton no estaba de humor tolerante, esa noche.

Malcolm sacudió un enorme puño ante la nariz de su adversario. -¡Es mía!

- Yo digo que no -se burló Ashton-; si lo prefiere, podemos arreglar el asunto esta misma noche.

En un veloz movimiento, Malcolm deslizó la mano dentro de la chaqueta y sacó un pequeño revólver. Sin prestar atención a la exclamación asustada de Lenore, lo clavó bajo el mentón de Ashton.

- No crea que puede hacerla viuda tan pronto, amigo.

Esperaba provocar, cuanto menos, la misma preocupación que había visto en su enemigo durante el episodio de la playa, pero esta vez la sonrisa tolerante no desapareció. Malcolm se preguntó, vagamente, si por las venas de ese hombre correrían los helados ríos del norte. Ansiaba hacer trizas esa imperturbable confianza, siquiera por una vez, y obligarlo a arrastrarse a sus pies.

Odiaba esa compostura impasible casi tanto como a Ashton en sí.

- Vamos, mueva un solo músculo -lo animó-. Me gustaría volarte la cabeza. No me molestaría en absoluto alimentar a los peces con su cadáver.

- Tiene una testigo -le recordó Ashton, tranquilamente-, a menos que también piense deshacerse de ella.

- Estoy seguro de que para ella será un alivio verse libre de usted -se burló el joven. -¡Basta, Malcolm! -Lenore no podía mostrarse tan indiferente ante las amenazas como su destinatario-. ¡Por favor, guarda eso antes de que alguien salga herido!

Su miedo fue en aumento al ver que el esposo ignoraba su ruego. El pánico la obligó a mostrarse enérgica.

- Si no dejas eso, Malcolm, juro por la más sagrado que iré al camarote de Ashton y me olvidaré por completo de haber tenido algo que ver contigo.

Las cejas de Ashton se elevaron, llenas de interés. Su sonrisa torcida provocó al otro:

- Bueno, ¿cómo debe actuar la señora? -¡Ashton! -gritó Lenore, horrorizada ante la poca atención que prestaba al peligro-. ¡Te matara!

El diminuto revólver pinchó a Ashton bajo el mentón; los dedos del enemigo apretaban convulsivamente a culata de marfil.

Malcolm deseaba desesperadamente verse libre de ese hombre, pero era mucho la que podía perder. y tratándose de cosas importantísimas, no se tenía por tonto. Aun así, lo estremecía la tentación. Hasta que se oyó un fuerte chasquido y algo pequeño, duro, Se le hundió en el vientre.

Cauteloso, Malcolm bajó la mirada y dilató los ojos: una pistola bastante más grande se le apretaba al ombligo.

- Ya estoy harto de amenazas. Ahora estamos a la par.

Malcolm lo miró fijamente; aquellas palabras eran como puñetazo contra su pecho. ¿O era su propio corazón el que batía con tanta fuerza?

- Contaré hasta tres -informó Ashton-. Si por entonces no me ha matado, no tendrá otra oportunidad. -Con la mano libre apartó suavemente a Lenore, sin prestar atención a sus frenéticas súplicas-.

Uno… -Sus ojos centellearon cuando el revólver tembló contra su cuello-. Dos…

El arma se apartó. Con furiosa palabrota, Malcolm apretó los dientes ante la burla de aquellos ojos castaños y dio un paso atrás. Ashton guardó su propia pistola y, en cambio, sacó un largo cigarro que encendió sin prisa.

- Le sugiero que tenga cuidado con sus amenazas, desde ahora en adelante -dijo-. Alguien puede sentirse ofendido y hacerle volar esa cabeza de idiota.

A Malcolm no le gustó el consejo.

- Ya veremos qué sale de todo esto, señor Wingate.

Y tomó a Lenore del brazo para llevársela por la cubierta, dejando a Ashton muy atrás en cuestión de segundos.

El plantador los siguió a paso más lento, lamentando no tener la autorización de Lierin para quitar a Malcolm de en medio. Mientras no fuera así, sólo podía vigilar desde lejos, cosa que no era fácil ni agradable.

Malcolm se detuvo ante el salón de juego para acomodarse la ropa y fulminó a su esposa con la mirada.

- Te falta la corbata -le recordó ella, tranquilamente-. ¿Le gustó a Marelda el techo? ¿O no pudo ver mucho en tan poco tiempo? Al parecer, has llevado a cabo la seducción más rápida de la historia. -¡Ohhhh! -gruñó Malcolm-.Justo cuando… -Pero no había palabras adecuadas para pronunciarlas delante de su esposa-. En eso se me ocurrió que… ¡Y sólo pude verte a ti… revolcándote con él!

- Marelda ha de estar desilusionada, si no terminaste lo que habías empezado.

- Lenore arqueó una ceja altanera ante esa cara contraída, que rechinaba los dientes-. Lamento muchísimo haber interrumpido tu conquista, Malcolm. Si no me equivoco, sólo te molestó la posibilidad de que yo hiciera lo mismo que tú estabas haciendo. Me parece divertido.

Él volvió a tomarla del brazo, sin mucha suavidad, y se fabricó una sonrisa para entrar en el salón de baile, arrebatándola a los compases de un vals. Giraban con movimientos tiesos, ambos fastidiados y conscientes de haber llamado la atención. A Malcolm lo irritaba saber que ese vals no tenía la gracia fluida del que presenciara en Belle Chene. Tampoco había comentarios elogiosos por parte de los invitados. -¿Te he dicho que estás divina? -preguntó, tratando de romper el hielo-. Eres la más hermosa de las mujeres presentes.

Lenore vio a Marelda que entraba en el salón; por su semblante enrojecido y la mirada fulminante dirigida hacia Malcolm, era obvio que no estaba muy complacida.

- Ha vuelto Marelda -informó, fríamente-, y está bastante furiosa. ¿No quieres ir a disculparte?

- Ella no me interesa. Es sólo una mujer con quien desahogarme hasta que tú cedas.

Lenore lo miró, asombrada. -¿Cómo voy a ceder, si te comportas siempre como un gato de albañal? Mucho menos después de haberte visto con Marelda. -¿Estás celosa? -preguntó él, sonriendo ante la idea.

- Si no me acuesto contigo, Malcolm, se debe, antes bien, al miedo. Podrías contagiarme algo indeseable.

El orgullo del joven quedó seriamente afectado.

- Eres muy fría, Lenore Sinclair.

Ella desvió la cara, recordando los tiempos en que jugaba al escondite con Ashton, en el dormitorio principal de Belle Chene. ¿Era fría, en verdad? ¿O sólo exigente con respecto a su compañero?

El brazo de Malcolm, al estrecharla por la cintura, la puso rígida. Él se inclinó para depositar un beso ligero en el hombro pálido, sabiendo que Ashton acababa de entrar. Sabía que él los estaba observando de cerca y se animaba con la posibilidad de atormentarlo.

- Si el señor Wingate insiste en seguir olfateándote, querida, creo que voy a hacerlo sufrir. -¿A qué te refieres?

La preocupación era evidente en el adorable semblante levantado hacia él.

Malcolm aflojó su abrazo, permitiéndole retroceder unos centímetros. Con expresión casi provocativa, la guió por la pista.

- Es obvio que ese tunante quiere meterse bajo tus faldas, pero me perteneces y no dejaré de recordárselo. -Los dedos de su mano se movieron, acariciantes, por la espalda de Lenore, que recibió una flamígera mirada de advertencia al ponerse rígida-. Cuidado, mi amor. Si no me dejas gozar de este momento, lo pagarás caro. -¿Pagar qué? -inquirió ella, cada vez más asustada-. ¿Qué estás tratando de hacer?

- Quiero hacerle entender a ese bufón, de una vez por todas, quién es tu marido, y voy a hacerle lamentar haber ideado esta triquiñuela. Mientras estemos a bordo de este barco, dejarás que te toque cuanto me dé la gana. -¿Acaso existe una amenaza en tus planes? -preguntó ella, con obvio sarcasmo.

Malcolm parecía regodearse como un gato mimado.

- Hace tiempo que me mantienes lejos de tu cama, pero ya me estoy impacientando. La idea de dormir separados se me hace insoportable, y creo que es hora de reafirmar mis derechos maritales… bajaron a devorar las redondeces asomadas por el escote-. Hasta ahora me he preocupado por tu bienestar, pero si pareces estar en condiciones de aceptar las atenciones de ese hombre, ¿por qué no las mías, considerando que soy tu esposo?

Ashton apretó los dientes al ver aquella mirada libidinosa. Como pasara el camarero con una bandeja, se apoderó de una buena copa de coñac. Detestaba esos ojos entrometidos, hurgando en los pechos de la joven. Detestaba la boca que besaba su piel suave, las manos que la oprimían por la cintura. Tal vez había cometido un error al hacer que sus amigos organizaran esa velada. De momento, sólo Malcolm parecía estar disfrutando de ella.

Lenore miró a Malcolm, horrorizada por la proposición. -.¿Quieres obligarme a que te permita manoseos frente a toda esta gente?

Una comisura de la boca gruesa se elevó en una burla sutil.

- Los otros no me importan, querida. Sólo me interesa ese idiota que insiste en llamarte Lierin.

Lenore asintió lentamente, disgustada; comenzaba a comprender su plan. No era el deseo de ella lo que lo incitaba a esas demostraciones amorosas, sino el odio y los celos inspirados por el otro.

- Y si no coopero, me impondrás tus atenciones, de todos modos. Malcolm se encogió de hombros, indolente.

- Mientras tú te acuestas en tu casto lecho y te niegas a mí, tengo que conformarme con las rameras, pero me estoy cansando de esos traseros vistosos que se retuercen debajo de mí. Quiero carne más fresca.

- De modo que, de una manera o de otra, no tengo salida -comentó ella, apreciando su situación con espanto.

- Elige lo que menos te disguste.

- Creo que ya conoces mi respuesta.

Los ojos de Malcolm se encendieron ante esa pulla, pero rió entre dientes, burlón. -¿Crees que él puede darte más placer que yo? En ese caso, no sabes mucho de hombres.

- He olvidado mucho de eso, es cierto -replicó ella, en tono blando-. Pero vuelvo a aprender con rapidez. Y comienzo a pensar de que yo debo de haber estado muy alterada cuando me casé contigo.

De lo contrario, debo haber visto en ti algo que no existía.

En ese momento se produjo un alboroto en el salón. Todo el mundo se volvió hacia el jefe Coty, quien entraba llevando a Horace Titch por el cuello de la camisa, a pesar de sus forcejeos. Todo el mundo se acercó, boquiabierto, al ver que el policía se detenía ante Ashton.

- Aquí tiene a uno de sus ladrones, señor Wingate. Lo atrapé con las manos en la masa, tratando de escapar con el resto de los piratas. Pero apresamos a varios… ya éste..

Sacudió a Horace como la hacen los perros con las ratas, para indignación del prisionero. -¡Pedazo de estúpido! -Horace se volvió sobre la punta de los pies, única parte de su cuerpo que llegaba al suelo-. ¡Le digo que a mí también me estaban robando! ¡Y me obligaron a acompañarlos!

- Claro, señor Titch. Y si usted tenía estas joyas en el bolsillo, era por pura casualidad. -El comisario sacó un aro de diamantes-. Encontramos a algunos de los invitados encerrados en un camarote de proa. A todos los habían asaltado. Salieron a pasear por la cubierta y fue entonces cuando los hombres de éste los tomaron por sorpresa. En cuestión de minutos habrían entrado aquí.

- Pero yo estuve en cubierta -comentó Lenore, llevándose una mano al cuello.

- Tuvo suerte, señora -comentó el jefe Coty, cortés-. Alguien debe de haber estado vigilándola.

- Y yo también salí -agregó Marelda, abriéndose paso.

- Marelda -rogó Horace- explícales que no tengo nada que ver con esto. -¿Es amigo suyo, señora? -preguntó el policía.

- Si respondió la joven, lentamente, preguntándose en que líos se estaría metiendo.

- Bueno, probablemente por eso no la asaltaron, señora. El señor Titch habrá ordenado a los malhechores que no perjudicaran a ninguno de sus amigos. -¡Todo esto es ridículo! -declaró Horace, enfurecido.

- También yo pensé la mismo cuando el señor Wingate me pidió que vigilara, por si alguien tenía malas intenciones. Imagínese mi sorpresa cuando vimos salir a estos ladrones de sus escondites para subir a bordo. Parece que la tenían bien planeado, pero el señor Wingate ha sido más listo. -¿Hay algún invitado herido? -preguntó Ashton, preocupado.

- Sólo están algo conmocionados -respondió el policía, mientras señalaba otra vez a Titch con la cabeza-. Voy a poner a éste tras las rejas para hacerle algunas preguntas importantes. -¡Díganle que me escuche! -rogó Horace, alargando los brazos en desesperada súplica-. ¡Yo no robé nada! ¡Les digo que los ladrones me pusieron ese collar en el bolsillo para culparme!

- Todo eso está muy bien, señor Titch, pero uno de los malhechores dijo que usted también era uno de ellos. Que se entrevistó con usted a bordo y que usted les pagó para que la hicieran.

Horace buscó una respuesta.

- No sé quién era. Lo conocí en la taberna y él me pidió que conversáramos esta noche. -¿Qué motivos dio?

- Ninguno. -Horace se encogió de hombros-. No me dijo nada. Simplemente, me asaltó.

- Bueno, en ese caso, usted salió ganando, con ese collar en el bolsillo… Al menos, habría salido ganando de no ser atrapado.