CAPÍTULO 14

La tarde era serena, pero Lenore estaba inquieta. Aun sabiendo que Ashton estaba al alcance de su voz, se sentía muy sola. Necesitaba tenerlo junto a ella. Estaba segura de que, si cedía a la tentación y lo llamaba, lo tendría junto a ella.

Cada vez pensaba más en el bebé que anidaba en su vientre. Sentía la necesidad de hablar de él largamente, de compartir sus pensamientos con alguien que los amara a ambos. Pero llamarlo provocaría un desastre, pues había dos guardias vigilando siempre. De cualquier modo, comenzaba a pensar que Ashton era capaz de entenderse con lo que fuera.

Robert había viajado a Nueva Orleans por cuestiones de negocios y pensaba pasar allá un par de días. Malco1m permanecía en la zona de Biloxi, pero estaba otra vez en la ciudad; como de costumbre, no había dejado dicho cuándo pensaba regresar. Si bien tendía a ir y venir sin dar aviso, la trataba casi con cautela, como si tuviera mucho interés en su bienestar o, más probablemente, temiera decidirla por su rival.

Para sorpresa de Lenore, MaJcolm había aceptado con entusiasmo la invitación a los juegos del Bruja del Río. Hasta sugirió que ella se hiciera confeccionar un vestido nuevo, a fin de poder exhibirla bien atildada ante los otros invitados, entre quienes se contaban los más solventes del Mississippi y los estados vecinos. Naturalmente, no había necesidad de que ella fuera a Biloxi; él le enviaría una modista para que se hiciera cargo. La fiesta sería todo un acontecimiento y Malcolm no quería verse en desventaja ante los otros invitados, aunque fueran amigos de ese horrible Ashton Wingate.

Lenore vagaba sin rumbo por los cuartos de la planta baja, buscando alguna actividad que la mantuviera ocupada y distraída. Malcolm le había sugerido que se dedicara a las labores de aguja, pero ella no se sentía de humor para bordar en la sala.

Sin embargo, allí se sentó a leer. Había encontrado un libro de obras teatrales, que su padre dejara en el comedor esa misma mañana; al ver lo gastado de la encuadernación, lo abrió con cuidado.

Estudió con atención los rizos y adornos de la escritura que cruzaba la primera página, hasta darse cuenta de que era sólo una firma. El nombre no le dijo nada; nunca había oído hablar de Edward Gaitlin. Pero eran muchos los nombres que habían sido borrados de su memoria; ése podía ser uno de ellos, o quizás el de un actor que hubiera firmado el tomo para el entusiasta shakesperiano.

La lectura le dio sueño, y dejó el volumen en su regazo para tomar el té que Meghan le había traído. Al hacerlo, sus ojos se elevaron por encima de la taza y se posaron en la pintura que pendía sobre el hogar. Una pequeña arruga le cruzó la tiente: otra vez le intrigaba su presencia, pues todavía la notaba fuera de lugar.

Ya inquisitiva, se levantó para examinar el óleo desde más cerca. Aunque de gran tamaño, no hubiera merecido un buen precio en una galería artística.

Lenore se oprimió las sienes con los dedos, desconcertada por sus pensamientos. ¿Cómo podía saber eso? ¿Cuántas galerías de arte había visitado, para estar tan segura de lo que valía una pintura?

Su mente volvió al esbozo que su padre le mostrara en Belle Chene, diciendo que era creación de ella.

Por lo visto, ella debía saber algo de arte.

La posibilidad de que ella misma fuera una artista la hizo volar al escritorio de la sala, en busca de pluma y tinta. En un compartimiento lateral halló también una colección de bosquejos sin terminar, pulcramente atados con una cinta, como si alguien los hubiera atesorado con cariño. Con mucho cuidado, desató el lazo y comenzó a estudiarlos uno a uno, esperando, contra toda esperanza, que le revelaran algo sobre sí misma. Había varios dibujos de la casa solariega, como el que le mostrara su padre, y paisajes que nada significaban para ella. Todos le parecieron bastante buenos; cabía preguntarse si no se estaba elogiando a sí misma con ese dictamen.

Su interés se incrementó al llegar a un intrincado dibujo, donde se veía a una mujer con traje de montar. La postura algo audaz, pues tenía los pies, calzados con botas, bastante separados bajo el borde del vestido, un sombrero con plumas inclinado en un ángulo llamativo y un látigo entre las manos. Pero no fue la postura lo que tanto la intrigó, sino la cara, pues parecería ser una representación de ella misma… o de Lierin. Con la esperanza de determinar la identidad de la modelo, examinó el dibujo con minuciosidad y halló, entre los pliegues de la falda, el nombre que proclamaba su autoría: ¡Lenore! Era difícil que hubiera dibujado su propia imagen con tanto cuidado; por lo tanto, debía deducir que la retratada era Lierin, varios años antes.

Puso la obra contra la lámpara, para poder mirarla mientras dibujaba, y hundió la pluma en tinta, y comenzó a copiarla. De inmediato frunció las cejas, insatisfecha; la pluma se negaba a correr siguiendo su voluntad. Dejaba manchas de tinta en los trazos y, con su indocilidad, parecía frustrar sus intentos. Arrugó la hoja y la arrojó a un lado. Cuando volvió a intentarlo, la pluma falló otra vez. La diferencia entre el original y su copia la llevaron a decidir que era preciso buscar un instrumento mejor para aplicar la tinta, pues lo que tenía a mano malograba su talento.

Después de limpiar el escritorio, apartó de su mente toda idea i artística y subió la escalera. Se detuvo ante su puerta. En realidad, no deseaba pasar la tarde leyendo obras de teatro, ni siquiera durmiendo la siesta. Ashton, al saciar su curiosidad de mujer, le habla imposibilitado el olvido. Cada vez que estaba en la cama, su mente recobraba recuerdos detallados de un pecho amplio, costillas musculosas y un vientre plano, duro. ¡Ése era apenas el comienzo de la tortura!

Paseó la vista por el pasillo, desesperada, en busca de algún entretenimiento. De pronto, algo le llamó la atención. Todas las puertas del corredor estaban distribuidas por pares; empero, en el extremo opuesto al de su dormitorio y frente a una alcoba que no se usaba, había tres en hilera. Aliviada al hallar un acertijo que la distrajera un rato, se encaminó hacia la del centro para ver adónde conducía.

Se llevó una desilusión al encontrarla cerrada y sin llave a la vista, pero no era ningún secreto que, en una misma casa, algunas de las llaves suelen ser intercambiables. Tomó la de su propio dormitorio y la aplicó a la cerradura. Para alegría suya, funcionó. Apoyó una mano en el pomo. Al empujar, la puerta se movió en sus goznes con un poderoso chirrido. Había un cubículo largo y estrecho. Sobre una pared, una empinada escalera llevaba hasta una trampilla del techo. Junto a la puerta que acababa de abrir pendía una soga; al tirar de ella, la trampa se levantó por medio de un contrapeso que se deslizaba por la pared. Lenore imaginó súbitamente una buhardilla infestada de murciélagos, pero arriba se veía un rayo de luz que le dio el valor de subir.

La escalera era empinada e incómoda, pero bastante fuerte. Mientras ascendía aguzó el oído, tratando de percibir los reveladores aleteos que la haría descender precipitadamente. No los había, y al sacar la cabeza por la abertura notó que sus temores eran injustificados, No había allí bestezuelas peludas. Las ventanillas cuadradas tenían persianas que impedían la entrada de habitantes indeseables.

Tampoco vio las capas de polvo y telarañas que esperaba; al parecer, los sirvientes limpiaban esa buhardilla por lo menos una vez al año.

Sobre las tablas del suelo se amontonaban los habituales tesoros abandonados. A un lado había varios baúles y viejos bolsos de viaje; a poca distancia, una cama vieja, desarmada. Entre dos vigas descansaban varias pinturas cubiertas por una tela, y había también dos cajas de madera, llenas de cosas variadas.

El calor que hacía allí puso un brillo de transpiración en su piel. Al golpear suavemente los baúles con la punta del pie, percibió un sonido hueco. Eso no se repitió en el último, que parecía más viejo y, extrañamente, le resultaba familiar. Preguntándose qué podía haber dentro de él, soltó las correas y trató de levantar la tapa. Una vez más, la cerradura se lo impidió. Con la certeza de que ese baúl le pertenecía, inició la búsqueda de una improvisada herramienta con la que abrir la chapa metálica. Sólo halló un cortapapeles, y el sudor del esfuerzo le pegó el vestido a la espalda antes de que abandonara el intento. El contenido del baúl seguiría siendo un secreto mientras no encontrara algo más duro con que hacer palanca.

A continuación se dedicó a las pinturas. Las de delante eran escenas comunes, pero atrás vio una más grande, cubierta con un paño más limpio. Al poner el retrato donde le diera la luz, vio que se trataba de un hombre mayor, de una edad aproximada a la de Robert. Su rostro era cuadrado, de facciones rectas y nítidas; la melena oscura, veteada de gris, ondulaba suavemente, apartándose de su cara. Aunque la expresión era severa e imponente, algo en sus ojos verdes hablaba de honradez y sentido de la justicia. Lenore estudió el retrato desde todos los ángulos, sin que nada en el le despertara un recuerdo. Volvió a ponerlo en la pila y dio un paso atrás. De pronto se detuvo; acababa de recordar el paisaje de la planta baja y, mezclado con él, breves destellos de ese retrato colgado en su lugar, sobre el hogar.

Con el retrato en las manos, bajó cautelosamente la estrecha escalera hasta la sala. Allí acercó la silla al hogar y, después de retirar el paisaje, lo reemplazo por el óleo del caballero. Por fin retrocedió para evaluar su importancia dentro del cuarto. Con él, la sala quedaba completa; concordaba con el ambiente y con el resto de la casa. Como no conocía la historia del paisaje, pensando que bien podía ser un regalo de Malcolm se resistió al impulso de dejar allí el retrato y lo devolvió a la buhardilla.

Al entrar en su dormitorio, el aburrimiento volvió a apoderarse de ella. Una brisa breve, y perfumada, proveniente del golfo, jugaba con las cortinas, refrescándola a su paso. Ella recogió el libro y fue a sentarse junto a las puertas de cristales. Al cabo de un rato, el libro cayó otra vez en su regazo y su mirada se elevó hacia el mar. Un rostro se formaba en su mente, pero no era el que ella esperaba. Pertenecía al hombre del retrato; en la mente de Lenore el semblante cobró animación, cambió con el humor, riente, severo, pensativo, tierno.

Las cejas de Lenore se juntaron bruscamente. En algún lugar más 1allá del muro que cerraba su memoria, había un recuerdo de él. Le parecía conocerlo bien.

Algo más tarde, Malcolm volvió con su corcel negro. El animal estaba cubierto de espuma, pues había recorrido al galope todo el trayecto desde la ciudad. Empero, el agotamiento del caballo no parecía preocupar al hombre, que la obligó a circundar la casa para acercarse a la tienda de Ashton.

Describió varios círculos frente al patio antes de detener al animal allí, para desafiar con una risa burlona:

- Salga de su escondrijo, señor Wingate. Quiero hablar con usted.

Ashton, preguntándose qué se traería ese hombre entre manos, se acercó a la entrada de su tienda. Lenore observaba desde el extremo de la galería, llevada por la misma curiosidad, pero se mordió los labios, preocupada, al ver que Ashton avanzaba hasta el borde de la plataforma. -¿Qué busca ahora, Malcolm? -preguntó él, mirando a su visitante con una ceja arqueada, mientras cortaba el extremo de un cigarro. Malcolm desdeñó por un momento la pregunta, mientras daba unas palmadas al cuello de su cabalgadura, la cual era una muestra de afecto que rara vez desplegaba con sus animales. No le importaba cuánto duraran: los utilizaba intensamente, hasta agotarlos, y luego los cambiaba por otros, a los que llevaba al mismo rápido fin.

- En la ciudad me han dicho que usted quiere comprar un caballo para una dama.

- Es cierto -admitió Ashton, hablando por el costado de la boca, en tanto encendía su cigarro. -¿Puedo preguntarle quién es esa dama?

Ashton succionó las hojas enrolladas hasta encenderlas. Sólo tras asegurarse de que el cigarro estuviera bien encendido se dignó quitárselo de la boca.

- Lierin era, en otros tiempos, buena amazona, "Se me ocurrió que podría disfrutar de un regalo así.

Los ojos de Malcolm se convirtieron en hielo.

- Lenore también posee ese talento -dijo burlón -, pero si cree que mi esposa aceptara regalos de otros hombres, esta loco.

Ashton se encogió de hombros, sin prisa.

- Oh, no iba a dejar ese caballo en su establo, Malcolm. Quiero que la cuiden bien. -Señaló tranquilamente, con la punta del cigarro, al corcel que piafaba, nervioso-. Tratado de ese modo, no duraría nada.

Malcolm no se disculpó.

Tomo de ellos lo que necesito. -Su boca grande se torció en una mueca burlona-. Y lo mismo puedo decir de las mujeres.

Los ojos ahumados se endurecieron; luego Ashton se acarició lentamente la mandíbula con el pulgar.

- He visto a algunas de las mujeres que trata… en la taberna de Ruby. Están en condiciones tan deplorables como ese caballo. Malcolm se irguió en la montura, con la tentación de arrojarse al suelo, pero se impuso el sentido común; en cambio, encogió sus hombros pesados.

- Al menos, tratándose de mujeres tenemos el mismo gusto.

- No es difícil admirar a una mujer como Lierin. -Ashton saboreó el cigarro, reflexivo, e hizo chasquear la lengua con delectación antes de comentar-. Lo que no me explico es qué vio Lenore en usted.

Malcolm se puso lívido; una vez más le costó dominar sus impulsos violentos. Con una mueca despectiva, le devolvió la pulla.

- También yo me hago la misma pregunta. Creo que usted presionó a Lierin para que lo aceptara. Aquí, por cierto, se ha convertido usted en una peste.

Una risa suave sacudió los hombros de Ashton.

- Para usted sí, tal vez.

- No hace falta seguir demostrándonos lo poco que nos aprecia- aseguró el joven, fríamente-.

Creo que ninguno de los dos se hace ilusiones al respecto.

- En efecto. El odio parece mutuo.

Malcolm sonrió con frialdad En ese caso, comprenderá por qué no permitiré que Lenore acepte un regalo. Puede ahorrarse el gasto.

- En ningún momento me interesó conseguir su autorización, Malcom - respondió el plantador, sin perturbarse- El hecho de que me haya comunicado su opinión no cambia las cosas. Ya he hallado una yegua para la señora, que me será entregada dentro de poco. -¡No permitiré que ella la acepte! -gritó Malcolm-. ¿Es que no entiende?

Ashton se encogió perezosamente de hombros.

- La yegua estará aquí, a disposición de Lierin. Hickory puede encargarse de prepararla para cuando ella la pida.

Boquiabierto ante esa audacia, Malcolm se encorvó en la montura.

- No le creo No puedo creer que alguien sea tan tozudo como usted. Es como para preguntarse qué tiene dentro de la cabeza. ¡Absolutamente nada, si cree que permitiré a Lenore montar ese animal!

- Le gustaría tenerla prisionera en esa casa, ¿no? - lo desafió Ashton-. No la ha dejado salir sin usted desde que estoy aquí… -¡Por motivos obvios! ¡Porque usted está aquí! No quiero que corra la suerte de Mary ¡Y eso ocurrió justo después de su llegada, señor Wingate! Dígame, ¿cómo se explica eso? ¡Aquí vivíamos en paz antes de que viniera usted!

- Por supuesto -replicó Ashton, sardónico-. No había nadie que desafiara su pequeño imperio.

Y usted sabe perfectamente que ni yo ni mis hombres tuvimos nada que ver con el asesinato de Mary. -¡Yo no sé nada!

- Lo tenía por más inteligente. Tal vez me equivoqué. Pero se explica que haya querido hacerme acusar del asesinato. Nada le vendría mejor que verse libre de mí, para encerrar a Lierin en esa maldita casa -La idea lo enfureció al punto de que señaló la mansión de madera, al acusar-: Tiene miedo de dejarla en libertad. Podría perderla, o perder lo que necesita de ella. -¿Qué está insinuando? -bramó Malcolm. A los ojos de Ashton volvió la frialdad.

- El padre está envejeciendo. Es alcohólico y, por lo tanto, propenso a los accidentes. Usted podría ser rico con sólo esperar a que la naturaleza siga su curso. -¡Tengo riqueza propia! -insistió el otro. -¿Dónde? -le espetó Ashton-. Por lo que sé, usted no tiene pro- piedades. No es plantador. Va y viene como los gorriones, anidando en cualquier sitio abrigado, y cuando se va no deja sino su guano. -Ya estoy harto de esto -dijo Malcolm, tirando salvajemente de las riendas. El caballo sacudió la cabeza y se apartó de la plataforma, pero su jinete lo obligó a describir un círculo, lanzando la última sugerencia por encima del hombro-. Olvídese de la yegua, Wingate, y ahorre su dinero. Lenore no la montará.

Puso su caballo a todo galope, para detenerlo bruscamente, un segundo después, ante la casa.

Arrojó las riendas al palafrenero y subió al porche. Sus pasos atronaron las tablas, dando testimonio de su ira en tanto se acercaba a Lenore. No vio el estremecimiento de la joven ni la vacilación en sus ojos verdes. Estaba demasiado concentrado en dar su ultimátum y someterla a su voluntad.

- Ese bufón de la tienda te ha comprado una yegua. -Hizo una mueca de despecho al detectar en ella la sorpresa-. Pero no te alegres demasiado por su generosidad, querida. Te prohíbo aceptarla. -Sus ojos se endurecieron, flamígeros-. Me obedecerás, ¿oyes?

Con esas palabras, entró en la casa, sobresaltando a Lenore con el portazo.

Al desaparecer él por la escalera, el ambiente pareció casi apacible.

Al cabo de un largo instante de silencio, la muchacha soltó un suspiro de alivio; al parecer, la rabieta de Malcolm había pasado, de momento.

Sólo entonces captó del todo la noticia que él le había traído. Al mirar por encima del hombro, vio a Ashton todavía en la plataforma, con los pies separados y un codo apoyado en la otra mano, observándola a través del humo de su cigarro. A pesar de la distancia que los separaba, sintió el peso de aquella mirada fija y adivinó lo que estaba pensando: no tenía nada que ver con Malcolm.

La yegua fue entregada al día siguiente, en ausencia de Malcolm, por fortuna. La trajo un hombre a caballo, conduciéndola de la rienda. Lenore salió apresuradamente para observarla. Era baya, de largas crines y cola gruesa. Avanzaba a pasos cortos, enérgicos, como si quisiera exhibirse.

Sus huesos eran increíblemente finos, y Lenore supo con certeza que aquellas patas se quebrarían mucho antes que su voluntad.

Sin parar mientes en los dos guardias, que se paseaban por el prado para impedir una mayor proximidad, el hombre prosiguió su tranquila marcha hasta llegar a la plataforma. Ashton salió a saludarlo con una amplia sonrisa y le estrecho la mano; luego le indico que llevara a la yegua hasta un punto próximo a la casa, casi en el límite entre sus terrenos y los que cediera a Malcolm.

Los dos guardias se apresuraron a instalarse en donde pudieran evitar cualquier infracción, mientras Lenore caminaba hasta el extremo de la galería. El desconocido seguía exhibiendo la yegua, pero no estaba lo bastante cerca. Ella se recogió las faldas y se acercó al grupo de hombres que rodeaba al animal: los guardias, a un lado de la línea; Ashton, el desconocido y la yegua, del otro. Uno de los vigilantes, al ver a Lenore, se apresuró a cerrarle el paso. Ashton, listo para un enfrentamiento, dio un paso hacia ellos, pero Lenore levantó la vista llena de firmeza.

- Haga el favor de retirarse de mi camino -ordenó, amenazadora -. De lo contrario me veré obligada a avanzar, pasando por encima de usted como sea. Si insiste, tendrá que atarme físicamente, porque sentiré la tentación de arrancarle la piel de cualquier sitio disponible, comenzando por la cara. ¿Me explico?

Ashton disimuló una risita, en tanto el hombre miraba a su compañero, totalmente desconcertado. Una cosa era liarse con un hombre; otra muy distinta discutir con una mujer, sobre todo si era capaz de desplegar tanto fuego. Entre murmullos preocupados, le abrió paso.

- Oh, Ashton, es hermosa-declaró Lenore, caminando en derredor del animal, sin prestar atención a los límites que mantenían a los hombres separados-. ¿Cómo se llama?

- Corazón Mío -respondió él, con una sonrisa de placer.

- Un nombre muy adecuado.

- Eso me pareció. Es algo especial, como tú. Estarás muy hermosa montada en ella.

Lenore suspiró al recordar la orden de Malcolm.

- Pero no puedo aceptarla. Causaría demasiados problemas.

Ashton había estado esperando esa objeción.

- La tendré aquí, donde esté a salvo. Cuando quieras admirarla… o montar en ella, estará a tu disposición.

La tentación era fuerte.

- Tal vez Malcolm me permita pedírtela prestada de tanto en tanto. Lenore sacudió la cabeza, rechazando la idea, y puso los brazos en jarras con un suspiro de exasperación.

- Me aburro espantosamente en esa casa. Necesito salir, y ¿qué mejor que salir a caballo? -Una sonrisa súbita borró su ceño fruncido-. ¿Puedes hacérmela ensillar… ahora? Uno de los guardias se adelantó.

- Señora Sinclair, no creo que deba… -¡Bah! -Lenore acalló prontamente su objeción-. Haré lo que quiera, y si a Malcolm no le gusta… mala suerte.

Ashton, sonriendo, tomó las riendas de la yegua y comenzó a guiar- la hacia Hickory, que esperaba frente a la tienda más pequeña, mientras la señora corría a la casa, con bastante poca elegancia. -¡Meghan! -gritó subiendo precipitadamente la escalera-. ¡Meghan, búscame un traje de montar!

Muy pronto estaba de regreso, con un traje de verano gris perla. Al cruzar los límites vio que el semental de Ashton también estaba montado ya poca distancia. Tras despedirse del desconocido, Ashton se acercó a Corazón Mío y levantó a Lenore hasta su lomo.

- Veamos si te acuerdas -le aconsejó Ashton, al darle las riendas No quiero que te hagas daño.

Lenore probó a la yegua al paso, al trote y al galope corto, en un amplio círculo entre la casa y la tienda. Ambas parecían muy capaces y Ashton montó su animal en señal de aprobación. Para aflicción de los dos guardias, ambos se alejaron hacia la costa, lejos de sus miradas vigilantes.

El ánimo de Lenore alcanzó alturas infinitas al disfrutar del paseo, la yegua y la compañía.

Eran muchas las cosas de que deseaba con- versar con Ashton, y él parecía igualmente ansioso de conocer los detalles de su embarazo, la fecha en que debía nacer el bebé y el momento en que se habría iniciado la gestación.

- Antes de que viajáramos a Nueva Orleans, creo -murmuró ella, mirándolo con tristeza-. Sólo tú y Meghan lo sabéis.

- Por el amor de Dios, no se lo digas a Malcolm -le advirtió Ashton-. Al menos estando dentro de la casa. -No quería pensar en lo que él podía hacer con la joven-. Me sentiría mucho mejor si dejaras que alejara a ese hombre con sus dos bufones. Si quieres puedes quedarte en la casa con tu padre; ni siquiera te pido que me permitas vivir allí… ni pienso presionarte para que vuelvas a casa conmigo.

Lenore se echó a reír.

- Ya me estás presionando.

Ashton, frustrado, se inclinó sobre la montura. -¡Está bien. Lo admito! ¡Y te presiono porque te quiero!

Emitió una especie de gruñido ante la mirada acariciante que le tocaba las cuerdas del corazón. ¿Acaso ella no se daba cuenta de lo que le provocaba con esa ternura?

- Me vuelves loco mujer -se quejó-. Soy cera en tus manos. Lenore sacudió la cabeza.

- No lo creo. -Y miró por sobre el hombro notando que ya estaban a alguna distancia de la casa- Será mejor que volvamos - rió recordando la irritación de los guardias-. Si Malcolm llega antes que nosotros es capaz de matar a esos hombres.

- Nos vendría bien -replicó Ashton de inmediato. -oh, no lo dices en serio. -Pero Lenore volvió a reír al ver su gesto de desacuerdo-. Tal vez me equivoco.

Iban ya de regreso cuando Ashton detuvo su caballo al borde del agua y desmontó. Lenore sofrenó a su yegua extrañada el verlo retroceder para recoger un diminuto crustáceo que le puso en la palma de la mano.

- Mira qué cangrejo diminuto.

- Parece asustado -comentó Lenore.

- En efecto así es.

Ashton volvió a dejarlo en la arena y se limpió las manos. Cuando levantó la vista hacia ella.

Vio en sus ojos algo que conocía demasiado bien: los mismos anhelos que él experimentaba con demasiada frecuencia. Casi temeroso de moverse, le puso una mano en el muslo y aguardó. Lenta, muy lentamente, ella se inclinó para tocarle los labios con los suyos. Fue un néctar que reavivó todo el amor.

- Cuando el gato no está…

El cáustico grito los sorprendió. Se separaron apresuradamente. Malcolm los miraba, burlón, a lomos de su caballo. Azuzó al animal y lo detuvo entre ambos. Ashton retrocedió a tropezones, esquivando los cascos del nervioso animal, y se detuvo ante aquella cara ancha, llena de odio.

- Le dije que no regalara ese animal a mi esposa. Ya ti te dije que no aceptaras el regalo.

- No lo he hecho… todavía -replicó ella, seca-. Sólo la estoy utilizando por el momento.

- Bueno, no la utilizarás más. ¡Vete a casa ahora mismo! Ya me encargaré de ti.

- Voy pero sólo porque, de todos modos, ya iba de regreso.

Y Lenore, levantando el mentón con altanería, se alejó al trote. Malcolm se volvió hacia Ashton, rabioso.

- Ya sé que quiere acostarse con mi mujer y darse el gusto, pero si llega a hacerlo le arrancaré el corazón para dárselo a los peces.

- Puede hacer el intento cuando quiera -replicó Ashton, seco. Malcolm se burló.

- Sin duda, mis hombres tendrán muchas ganas de ayudar. -¿Hacen todo lo que usted dice? -lo sondeó Ashton.

- Por supuesto. Hace años que los conozco y no tengo dudas sobre su lealtad.

- Entonces me gustaría saber por qué uno de ellos estaba trabajando en mi barco, hace un par de años.

Malcolm lo miró, boquiabierto. -¿Cuándo fue eso?

- No recuerdo el momento preciso, pero estoy seguro de que en algún momento trabajó para mí.

Malcolm se burló.

- Por lo, visto no se.sentía cómodo con usted.

- O tenía otros motivos para renunciar. -¿Por ejemplo?

Ashton se encogió de hombros.

- Todavía no estoy seguro. Cuando lo esté se lo haré saber.

- Por favor, no deje de hacerlo. -Ma.lcolm volvía a su desdén.- Mientras tanto, no acerque su yegua ni sus manos a mi mujer.

Ashton sonrió perezosamente.

- Como le dije, Malcolm, no puede tenerla prisionera para siempre.

El joven introdujo la mano en la chaqueta y sacó una pistola que amartilló de inmediato.

Ashton retrocedió un paso, comprendiendo que carecía de toda defensa ante semejante ataque.

Esperaba sentir en cualquier momento el calor de un disparo en el pecho o en la cabeza y no cabía sino esperar. Cualquier intento de atacar al otro adelantaría el disparo.

Malcolm saboreó a fondo su poder moviendo la boca del arma de un modo amenazador. En los ojos de color avellana se leía la preocupación, pero no la súplica que a él le habría gustado. Nada deseaba tanto como ver al altanero señor Wingate pidiendo misericordia. -¿Y bien? -le espetó Ashton-. ¿Va a disparar o no?

- Me encantaría -replicó Malcolm, con una sonrisa presumida-. En verdad, me encantaría. -Y rió entre dientes, disfrutando un momento más de la situación. Por fin, con un fuerte suspiro, apartó el arma de su adversario-. Pero debo reservar la bala para la yegua.

Lleno de satisfacción, espoleó a su caballo para lanzarlo a todo galope. Ashton corrió a su semental y montó de un salto; un momento después seguía al otro, en acalorada persecución.

Era una carrera, a no dudarlo, y Malcolm sabía obtener de su caballo hasta la última medida de velocidad. Era una de las cosas que dominaba bien. Inclinado hacia adelante, golpeó con el látigo el flanco del animal. Reía entre dientes, con crueldad, saboreando ya la idea de dejar a la yegua tendida a los pies de Ashton, en un charco de sangre. Le estaría bien empleado por todo lo que había hecho., Perdido en sus pensamientos, sufrió un sobresalto al oír con más potencia el tronar de los cascos. Giró el torso para echar un vistazo sobre el hombro, casi seguro de que era producto de su imaginación, pero quedó atónito al ver a Wingate, que sacaba ventaja rápidamente. Con una maldición salvaje, bajó repetidamente el látigo contra los flancos del animal, arrancándole gotas de sangre para llevarlo hasta el frenesí.

De todos modos, el otro semental estiraba sus largas patas, devorando la distancia entre ambos, como si lo hiciera sólo por el simple placer de la carrera. Ninguna fusta dañaba su pellejo; corría porque tenía un desafío ante sí y su corazón lo impulsaba a ganar.

Lenore se volvió al oír aquella atronadora llegada. Entonces vio que Ashton levantaba un brazo, indicándole que continuara trotando hasta quedar atrás de la casa. -¡Ve a la tienda! -le gritó-. ¡Vete! ¡Saca a esa yegua de la vista! -¡Deténganla1 -bramó Malcolm a sus hombres-. ¡A ella ya ese animal!

Lenore, aún sin saber lo que ocurría, confiaba en Ashton y lo obedeció sin dudar. Puso a la yegua a un paso más veloz, esquivando a uno de los hombres, que se cruzó frente a ella agitando los brazos en un intento de detenerla. Al ver que el otro también corría, se encolerizó un poco y cargó contra él. El hombre retrocedió a tropezones, temeroso de verse arrollado, y dilató los ojos al notar que la señora no desviaba a la yegua. ¡Si no se apartaba de inmediato, ella le pasaría por encima!

Se lanzó de cabeza hacia un lugar más seguro, tragando bastante hierba al aterrizar boca abajo.

Hickory brincaba junto a la tienda, instándola a aproximarse cuanto antes. Ella detuvo al animal bruscamente ante la puerta, y el negro, después de ayudarla a bajar, se apoderó de las riendas para conducirlo adentro.

Lenore se preguntaba si seguirlo o no cuando llegó Ashton, a todo galope, seguido por Ma! colm. De pronto, el joven se inclinó desde su caballo y arrancó al plantador de su montura. Lenore lanzó una exclamación, retrocediendo, pues ambos habían caído a! suelo, a sus pies.

Malcolm aterrizó sobre el otro y, de inmediato, aprovechó la ventaja de su mayor peso para inmovilizar a su adversario. -¡Basta, Malcolm! -gritó Lenore, tirándole del brazo con que trataba de ahogar a Ashton.

El hombre, con un gruñido furioso, la arrojó contra la entrada abierta de la tienda Ese movimiento bastó para que Ashton liberara un brazo, con el que se lo quitó de encima con un solo puñetazo. Un momento después estaba de pie avanzando contra el otro, que se incorporaba sobre las rodillas.

Momentos después, Malcolm volaba hacia atrás y aterrizaba con todo su peso. Mientras parpadeaba para aclarar la vista, vio que su esposa estaba ante la entrada de la tienda, con expresión afligida. Hickory, detrás de ella, parecía igualmente inquieto. Detrás de ellos asomaba la causa de aquel enfrentamiento. Entonces tomó la decisión de hacer lo necesario para que la Yegua no volviera a provocar otro.

Olvidando el dolor que sentía en los ojos, buscó la pistola que había dejado caer en su primera embestida y alargó la mano hacia ella. En el momento en que alzaba el brazo, amartillándola, una sombra cayó sobre él. Nuevamente, el golpe de una bota en el brazo armado le hizo volar el arma, que al caerse se descargó violentamente. Malcolm lanzó un grito de dolor y rodó por el suelo, atormentado y apretándose un brazo. -¡Estoy herido! -gritó-. ¡Que alguien me ayude!

Ashton se adelantó y clavó una rodilla en tierra para arrancarle las mangas de la chaqueta y la camisa. Entonces pudo ver la sangre que brotaba de un profundo surco. Mientras Lenore se aproximaba corriendo hizo un rápido estudio de la herida.

- La bala atravesó la carne -informó, despectivo- No es nada, apenas un simple rasguño. Dentro de uno o dos días estará perfectamente.

Malcolm enrojeció, apretándose un pañuelo contra la herida para ocultarla a la vista.

- Podría estar muriéndome y él diría que no es nada -protestó, fulminando a su rival con la mirada.

- Yo tenia la esperanza de que fuera grave -canturreó Ashton, levantándose para acercarse a Lenore- Lávalo, véndalo y deja que rezongue a solas. No creo que haga ningún otro intento de matar a la yegua, a menos que quiera tener problemas con la policía.

Malcolm se levantó trabajosamente, sin prestar atención a la mano que Lenore extendía para ayudarlo, y se marchó hacia la casa.

Ashton se acercó a examinar la pistola caída y la levantó con una sonrisa. -¿Qué sabiduría tiene esta arma? Con infalible habilidad, ha encontrado al tonto entre nosotros.