CAPÍTULO 10

Los suaves tonos fucsia del amanecer tocaban la ola despertando el corazón de Lenore a la belleza de la mañana. Mientras se cepillaba la cabellera, sin apuro, salió a la galería para contemplar el paisaje desde un punto más ventajoso que el que el que su alcoba ofrecía.

Los sirvientes estaban en la cocina, preparando el desayuno. Más allá de su cuarto, la casa estaba en silencio, exceptuando los ronquidos sordos que llegaban desde el cuarto de Robert. Lenore había llegado a considerarlo como "Robert" o "el señor Somerton, pero no podía llamarlo "papá" ni nada parecido: como no había recuerdos de él en su pasado, no representaba para ella nada más que eso. Era, simplemente, Robert Somerton.

Por los comentarios que había hecho Ashton, sabía que su padre era un hombre difícil de tratar, pero no estaba preparada para aceptar esa afición a la bebida. Él iniciaba cada día con café y coñac; desde ese momento en adelante, cualquier marca o variedad le parecía bien mientras estuviera a su alcance.

La pálida tela de su bata se arremolinó ante la brisa perfumada del océano, que barría el porche; ella la inhaló profundamente, saboreando su fragancia. Había pasado poco más de una quincena desde su llegada, pero Lenore tenía la impresión de que Belle Chene estaba una eternidad atrás.

Había pasado varios días en cama, vacilando entre la realidad y el delirio.

Al fin pasó la fiebre, permitiéndole caminar y familiarizarse con la casa, con quienes en ella vivían y con la zona circundate. No le llevó mucho t iempo comprender que, en otros tiempos, había amado esa vivienda, sintiéndose cómoda allí.

Conocía cada rincón, cada pliegue de las cortinas, cada árbol: ahora reinaba la verde coloración del verano, pero ella sabía que los había visto en el dorado esplendor del otoño y en la terrible desnudez invernal. Le daban placer el sonido de las olas y el vuelo de las aves marinas al lanzarse en picado para tomar pequeños bocados de los bajíos. Había contemplado el avance de diminutos puntos en el hori zonte, hasta convertirse en barcos con las velas blancas centelleantes bajo el sol. Cuando se aproximaban, casi le era posible sentir el bamboleo de la cubierta bajo los pies y la caricia del viento en su pelo. Lo más perturbador era imaginar también una silueta masculina apretada contra su espalda, con brazos fuertes y bronceados que la rodeaban.

Lenore volvió a su habitación, con un suspiro tembloroso. En los últimos tiempos no podía pensar en nada sin que se entrometiera esa imagen. No la aliviaba saber quIen acechaba tras cada palabra dicha, tras cada pensamiento consciente, ni comprender que los anhelos de su corazón no se podían descartar fácilmente"

Una vez más, se sentó ante su pequeño escritorio para componer una carta que explicara a Ashton su situación y sus circunstancias. Quería que la misiva fuera de una lógica tan irrefutable que solucionara su dilema antes de que éste tomara proporciones catastróficas. Aunque lo intentaba con todas sus fuerzas, las frases brillantes y clarificadoras no le venían a la mente, mucho menos de la pluma al papel. Sacudiendo la cabeza en muda frustración, Lenore se reclinó en la silla, tratando de concentrarse en la tarea" Sus pensamientos, romo niños juguetones, vagaron hacia otras partes.

Distraída, levantó la pluma para hacerla girar entre los dedos, observando el juego de luces y sombras.sobre su blanco perlado. En su memoria se formó una cara: un semblante fuerte, atractivo, que sonreía con aire travieso al acercarse. Una boca entreabierta iba al encuentro de la suya. -¡Ashton!

Sus labios formaron el nombre con un suspiro, pero su imaginación siguió adelante, con una prisa salvaje, implacable. Casi le era posible sentir el entusiasmo acalorado con que una mano avanzaba por debajo de su bata, hasta rodearle el pecho.

Lanzando un gemido indefenso, arrojó la pluma y se levantó para pasearse por el cuarto. El rubor le quemaba las mejillas y no podía aminorar el fuerte palpitar de su corazón. Cada vez que aflojaba las riendas de su voluntad, su mente se alejaba al vuelo. Comenzaba a preguntarse si, tras la puerta de su memoria, no se ocultaría una caprichosa Lierin, esperando la oportunidad de adelantarse para reclamar su mente y su cuerpo.

El largo espejo del rincón reflejaba su imagen. Lenore se detuvo a estudiar el suave y líquido esplendor de sus ojos, los pezones erectos bajo la bata. Después de frotarse la frente, reanudó sus inquietos paseos.

Sabía que, mientras ansiara tan desesperadamente a Ashton, no le satisfaría ser la esposa de Malcolm.

Le preocupaba mucho que él no hubiera conseguido otro alojamiento. Al saber que él dormía a tan poca distancia, sentía la necesidad de cerrar con llave la puerta que daba al vestíbulo y las de la galería. El calor resultante era casi insoportable, pero ella no se atrevía a aliviarlo por miedo a provocar un desastre peor.

Aun así procuraba saber dónde estaba Malcolm, pues él parecía ir y venir con el sigilo de un espíritu des encarnado. Podía, a voluntad, cruzar una habitación sin que ella sintiera su presencia. Le ponía muy nerviosa, al girar en redondo, descubrir que él la estaba observando con inflexible atención; en esos momentos comprendía bien cómo se sentía un ratón bajo la mirada de un gato hambriento. Aquellos ojos podían desvestirla en un parpadeo, mientras la sonrisa lenta, segura, le prometía otras habilidades que los buenos modales no permitían mencionar abiertamente.

A Malcolm parecía encantarle hacer gala de su masculinidad, como si eso pudiera tentarla a compartir su lecho. El corte de sus pantalones era más amplio que el de Ashton, sin duda para dar espacio a sus nalgas y muslos más musculosos, pero por el modo en que se le adherían al cuerpo cabía suponer que no llevaba nada debajo, y que el efecto era intencional. Esa exhibición sólo provocaba en ella mayor cautela, instándola a asegurar con sillas las puertas de su dormitorio, por si a él se le ocurría probar su virilidad con sugerencias más físicas. Llegaría el momento en que ella debiera ceder y convertirse en la pareja de ese pavo real, pero por el momento prefería mantener una relación simple, al menos mientras no descubriera el modo de quitarse a Ashton de la cabeza.

Comenzaba a presentir que, en ambos hombres, existía una cualidad subyacente que los hacía semejantes, pero aún no sabía cuál era, ni si radicaba en el aspecto físico, en los gestos, en la personalidad. Ashton era sensual y acalorado, pero su atractivo tenía más refina- miento que el de Malcolm. Tal vez la mayor edad explicaba su suavidad; de hecho, con sólo un esbozo de sonrisa y una mirada, emitía oleadas de atractivo masculino y, al mismo tiempo, conquistaba d corazón con una sutil esencia de encanto infantil. Sus facciones aristocráticas, su porte principesco, le hacían más apuesto y atractivo.

Malcolm, empero, no carecía de encanto. Era buen mozo, ya veces algo en su semblante despertaba un recuerdo en Ashton. Sin embargo, con estudiar sus mejillas anchas, de labios gruesos y sensuales, no llegaba a comprender mejor ese misterio huidizo. Sin duda, ese hombre provocaba muchos pensamientos carnales en las mentes de las mujeres; eso parecía buscar, exactamente, con sus actitudes de gallito. También había en él cierta severidad, que se ponía al descubierto cuando Somerton bebía demasiado, exageraba su efusividad o barbotaba citas de Shakespeare. No había demostraciones externas de eso: sólo un endurecimiento de los ojos y la boca, al mirar al anciano. Su irritación era comprensible; Robert sacaba de las casillas hasta a un santo, a veces, y Lenore no dejaba de percibirlo. Cuando su padre hablaba mal de Ashton, sentía la tentación de descartar el concepto del respeto a los padres y espetarle un par de verdades que no pudiera olvidar por algún tiempo. Si se creía lo bastante honorable como para criticar a Wingate, era obvio que necesitaba ciertas revelaciones con respecto a sus propios defectos.

Un atronador ruido de cascos arrancó a Lenore de sus cavilaciones, obligándola a correr hacia la galería, a tiempo para ver que un carruaje se detenía frente a la casa. Reconoció la firma de Malcolm en esa audaz entrada: sólo él urgía al cochero hasta hacerle tomar ese paso desbocado.

Aunque la velocidad solía ser indicadora de su esta- do de entusiasmo o agitación, no necesitaba excusas para azotar a los caballos hasta un ritmo frenético. Parecía gozar con la velocidad; cuanto más corría, más disfrutaba.

La hora de su llegada sólo podía significar que había pasado la noche en otra parte. Eso no la afligía, pero la hizo pensar que acaso había encontrado otro alojamiento o alguien con quien pernoctar. Lo había visto salir a caballo, la noche anterior, poco después de partir el coche con su padre. Mucho después, escuchó la marcha vacilante del anciano hacia su habitación. Por lo visto, Robert había regresado sin el carruaje, pues era Malcolm quien lo traía, con su caballo atado atrás.

Oyó el golpe de las botas en el porche, el portazo en la fachada de la casa, que hizo temblar todas las ventanas, y su rápido ascenso por la escalera. Tuvo una reacción de miedo al oírlo avanzar por el pasillo, preguntándose qué había hecho ella para irritarlo así.

Para gran sorpresa suya, los pasos se detuvieron ante la puerta de enfrente. Sin pedir permiso, sin consideración alguna por quien dormía dentro, Malcolm abrió la puerta de par en par e irrumpió en el cuarto de Somerton. Si éste no despertó ante semejante entrada, no podía dejar de hacerlo después del fuerte grito.

Las voces de los hombres se elevaron en una discusión; después descendieron a un zumbido sordo, quebrado de vez en cuando por un furioso grito de Malcolm. Muy dentro de sí, Lenore sintió que su padre de ayer no se hubiera sometido mansamente a semejante ataque, cualquiera fuese la causa, y le extrañó que no abandonara su actitud sumisa para tomar una postura más firme en la discusión. La irritó más aún, el tono de superioridad con que Malcolm lo trataba. Si su padre estaba dispuesto a tolerarlo, ella no.

Se abrochó la parte superior de 1a bata y cruzó el pasillo. Después de un único golpe, la puerta se abrió bruscamente, dejándola ante los ojos llameantes de Malcolm. Por lo visto, aún lo espoleaba la furia, pero cuando su mirada cayó sobre ella cambió de pronto, adoptando una actitud más agradable.

Durante un momento, recorrió con la vista las curvas que la bata no llegaba a ocultar; luego dio un paso atrás, señalando el interior del cuarto con un ademán del brazo.

- Pasa, querida -rogó, con una sonrisa-. Tu padre y yo estábamos en medio de una discusión.

- Ya me he enterado -replicó ella, secamente, aceptando la invitación. Malcolm arqueó una ceja ante su tono de desaprobación.

- Quizás haga falta una explicación. Tu padre recorrió anoche todas las tabernas y olvidó dónde había dejado esperando al cochero. No sólo perdí toda una noche buscándolo y buscando el carruaje, sino que, a estas horas de la mañana, también me he enterado de los rumores que este viejo borracho ha hecho correr sobre nosotros.

Lenore lanzó un vistazo hacia la cama, donde su padre estaba sentado, con aire de humilde depresión. Tenía los hombros encorvados y la cabeza gacha, en actitud de vergüenza. No pudo justificar mentalmente ese espectáculo; por el contrario, le habría parecido más natural que derribara a Malcolm de un golpe por haberse atrevido a insultarlo. Si bien no encontraba motivo alguno para esa impresión, algo quedaba claro en medio de esa escena, y ese algo se refería a su propio temperamento.

A pesar de lo mucho que ese hombre la había irritado en los últimos días, seguía considerándose hija suya y, por lo tanto, muy inclinada a defenderlo, como a cualquiera de su familia.

- Me agradaría, Malcolm, que tuvieras en cuenta algo: él es mi padre y ésta es mi casa.

Mientras yo no recuerde que eres mi esposo, sólo puedo considerarte como huésped aquí. Por el momento, no me interesan los rumores que haya podido iniciar, pero te agradecería mucho que lo trataras con más respeto o, cuanto menos, que dejaras de tratarlo de ese modo. Si no puedes, te marchas… cuanto antes.

Los ojos oscuros se endurecieron perceptiblemente. Malcolm abrió la boca como para contestar, pero de inmediato sofocó el impulso y respondió con una sonrisa forzada:

- Perdona, querida. Trataré de ser más respetuoso en el futuro. Pero me preocupaba la reputación que tengamos en Biloxi y el daño que tu padre pudiera causarnos.

Lenore, a su vez, sonrió rígidamente. Con una punzada de lástima por su padre, estudió su lamentable estado. Parecía aturdido por aquella defensa; la miraba con ojos dolientes, enmarcados en rojo y subrayados por bolsas oscuras. Tenía las mejillas fláccidas como un perro de caza, y bajo el mentón le colgaba la papada. Una barba de algunos días le cubría la mandíbula; llevaba puesta una camisa sucia y arrugada, como si hubiera dormido con la ropa puesta. Incómodo bajo esa observación, él trató de alisar las arrugas del chaleco y arrojó una mirada ansiosa a otra botella de líquido ambarino.

Para él era el restaurador de la alegría, que proporcionaba un bienvenido aturdimiento a su conciencia -Yo… eh… -Se pasó una lengua moteada sobre los labios secos, carraspeando- No quería provocar disturbios y comprendo que Malcolm esté disgustado conmigo No tienes por qué enfurecerte con él, muchacha Todo fue culpa mía. Hice mal en perder el control de ese modo.

Al percibir la sonrisa satisfecha de Malcolm, ella sintió un extraño impulso de borrársela con un comentario cáustico No le gustaban esa arrogancia, ni la burla obscena, confiada, que le subía a los ojos cuando le miraba el seno. Al no saber si estaba viendo algo allí que justificara su lujuria, prefirió balbucear una excusa y marcharse rápidamente Para consternación suya, Malcolm la siguió momentos después, apareciendo en su cuarto con el padre y un portafolios El anciano entró dando tropezones y se detuvo ante el escritorio, donde ella estaba sentada Bajo la mirada interrogante que arrugó el ceño femenino, él se retorció las manos, tímidamente, y dio una explicación a esa visita -Yo… eh… Malcolm tiene… eh… algunos asuntos que necesita analizar contigo, querida.

Tragó saliva con fuerza, tratando de aliviar la sequedad de su garganta, mientras paseaba la mirada por el cuarto, en busca del whisky que necesitaba. Lenore señaló el lavabo con la pluma.

- En la jarra tienes agua fresca, si quieres beber Somerton dominó con dificultad el temblor de sus manos para servirse agua. El borde de la jarra repiqueteó audiblemente contra el vaso. Tragó la bebida con un incontrolable estremecimiento de asco y, al levantar la vista, se encontró con la sonrisa despectiva de Malcolm. Sus mejillas rubicundas se oscurecieron; manso, clavó en el vaso una mirada de vergüenza El desagrado del joven se convirtió en una expresión de gracia y encanto al acercarse al escritorio Se inclinó para besar a su esposa, pero Lonore giró la cara y los labios cayeron sobre su mejilla. Él arqueó una ceja, intrigado, al ver que se levantaba para ponerse del otro lado del escritorio. -¿Tenías algo que decirme?

Malcolm apoyó el portafolios sobre la mesa y retiró de él un fajo de papeles.

- Esta mañana estuve reunido con nuestros abogados, y ellos me informaron de que estos documentos requerían tu firma Lenore, indiferente, señaló el escritorio.

- Déjalos ahí. Los leeré hoy, cuando tenga tiempo Malcolm movió los papeles, incómodo, y carraspeó. Ella, intrigada, preguntó-: ¿Hay algún inconveniente?

- No, pero los abogados los necesitan para esta tarde. Tu padre los ha revisado y está de acuerdo. No hay nada de importancia, sólo algunos cabos sueltos que es preciso atar.

- Si tienes prisa por devolverlos, puedo mirarlos ahora para que puedas llevarlos. No tardaré mucho.

Lenore alargó la mano para tomarlos, pero el frunció el ceño y volvió a guardarlos.

- En realidad, vine para que los firmara tu padre. No nos gustaba la idea de dejarte a solas con los sirvientes y pensamos que, si los firmabas tú, nos ahorraríamos el viaje.

Y cerró el portafolios con toda firmeza.

Robert había vuelto la espalda a la pareja y estaba en la galería, con la cara fruncida por el sol.

Retrocedió apresuradamente a la sombra del alero, apoyado contra la pared, pues necesitaba un sostén fuerte. Dejó que su mirada recorriera la amplitud del mar azul grisáceo, más allá de la playa, pero súbitamente se irguió. -¿Qué cuernos es aquello?

Malcolm puso muy en duda la posibilidad de que Robert pudiera ver algo en semejante estado.

Se limitó a acercarse, con el portafolios bajo el brazo.

- Vamos, Robert, tienes que cambiarte de prisa si quieres que vayamos a… -Como el anciano seguía mirando hacia el mar, lo imitó. De pronto arrojó el cigarro y corrió a la balaustrada-: ¡Qué diablos…!

Lenore, preguntándose qué extraño bicho les habría picado, se reunió con ellos en el porche para observar el sitio donde se veía una voluta de humo negro y dos chimeneas gemelas, sobre una estructura negra, dorada y blanca. El paquebote, ideado para el río, avanzaba trabajosamente entre las olas, pero bajo la mirada de Lenore se lanzaron dos anclas, desde proa y desde popa, sujetando al navío a varios cientos de metros con respecto a la costa, frente a la casa. -¡EI Bruja del Río!

Los labios de la muchacha dieron forma a las palabras, pero de ellos no brotó sonido alguno.

No le hacía falta leer el nombre en el flanco del vapor para reconocer esa enorme mole blanca, con sus adornos negros y dorados. En la barandilla inferior se había agregado una protección de tablas y lonas, sin duda para evitar que las olas barrieran la cubierta.

La rueda de paletas dejó de girar y el barco se paró suavemente, apoyado contra las cadenas.

De la caseta de mando surgió una silueta alta, que se adelantó unos pasos para mirar hacia la casa, con las manos en Jarras.

Los miembros de Lonore perdieron toda la fuerza, dejándole las rodillas estremecidas y débiles: reconocía bien esa postura. La había admirado con frecuencia, con ojos encendidos de enamorada. El corazón comenzó a palpitar con una intensidad abrumadora. Tuvo que respirar con jadeos leves, pues el aire fragante de júbilo era demasiado rico para saborearlo. -¡Es él! -Malcolm mostró los dientes en una mueca salvaje-. ¡Es ese asqueroso Wingate!

- Volvió uno mirada acusadora hacia Robert, que se encogió mansamente de hombros y luego hacia Lenore. Sus ojos despidieron llamaradas de celos y rabia al preguntar-: ¿Sabías tu esto? ¿Mandaste llamarlo?- Se fijó en el pequeño escritorio que ella había ocupado un rato antes, tomando nota de las plumas, el tintero y el papel - ¡Le escribiste! Acusó - ¡Le dijiste dónde estábamos! -¡No! Exclamó Lonore, meneando 1a cabeza, sin atreverse a demostrar las emociones que experimentaba: júbilo, entusiasmo, placer. Corrían juntas, entremezcladas con una alegría loca ¡Ashton estaba cerca! ¡Ashton estaba allí! Su mente repetía esas palabras una y otra vez. Había venido para demostrar su enseña con audacia, declarando ante todos que la amaba, que no abandonaría fácilmente la batalla.

- Pero, ¿como pudo…? -La voz de Malcolm se apagó en un fruncimiento de cejas, provocado por el desconcierto-. ¿Sabía él que tenías una casa en Biloxi?

Lenore se encogió de hombros, abriendo las manos en señal de inocencia.

- Yo no se lo dije. Él ya lo sabía.

- Debí haber imaginado que él lo averiguarla -murmuró Malcom-. Y ese hijo de mala madre nos encontró, tal como el perro olfatea a la perra en celo -Movía la cabeza hacia atrás y hacía adelante como un toro furioso- Ya sé a qué ha venido Quiere robarte Apuntó al navío con un dedo amenazador- ¡Pero no se quedará argo de eso! ¡Haré que el jefe de policía lo expulse!

Robert se sentó cuidadosamente en una silla del porche -No creo que puedas hacer nada, Malcolm El hombre está en su derecho. Aunque esta propiedad sea nuestra y podamos detenerlo si se atreve a invadirla, el mar pertenece a quien se atreva a navegar por él.

Malcom, con pasos airados, abandonó la galería y la habitación, pero un momento después volvió a aparecer con un rifle de dos cañones.

- Que desembarque, si se atreve. ¡Lo bajo de un disparo antes de que pueda pisar la arena seca!

La alegría de Lenore se ahogó prontamente bajo esas amenazas.

No había modo de saber hasta dónde podía impulsarlo el odio; tampoco cabía esperar que su enojo disminuyera antes de que ambos se encontraran. Era preciso advertir a Ashton de que no desembarcara pero ¿cómo?

- El problema de las armas de fuego -murmuró Somerton-.. Es que nunca se sabe qué destreza posee el adversario. Nos dijeron que Wingate es adversario peligroso. Si tiene tanta puntería como aseguran te aconsejo que tengas cuidado.

Lenore miró a su padre, sorprendida, recordando la conversa en Belle Chene. Entonces se había jactado de la habilidad de Malcom con las armas de fuego; ahora prevenía a su yerno sobre la misma reputación por parte de su rival ¿A qué estaba jugando?

- Tal vez tenga puntería -se burló Malcom-, pero no creo tanta -Acarició los cañones del arma con aspecto presumido-, Wingate quiere salir de aquí sin enfrentarse conmigo, sólo será poniendo ese maldito barco rumbo a Nueva Orleans. -¿Piensas vigilar al vapor constantemente? -preguntó Somerton sorprendido.

Malcolm lo fulminó con la mirada.

- No, papá Tú vas a ayudarme.

Las pobladas cejas se elevaron, asombradas, y se unieron luego en un gesto de preocupación.

- Vigilaré, si quieres, pero no quiero tocar esa porquería. No sé nada de armas.

Malcolm sonrió blandamente.

- No hace falta que la toques. Quiero reservarme ese placer.

Una extraña intranquilidad se posó en el estómago de Lenore, como un peso frío. Algo estaba mal, pero no estaba segura de qué era. Sólo cabía atribuirlo a su preocupación por Ashton. Expresó inquietudes en una pregunta tímida.

- No serías capaz de asesinarle, ¿verdad?

La respuesta de Malcolm fue fría y deliberada.

- No sería asesinato, querida. Tengo derecho a proteger lo mío, y todos sabemos las intenciones de ese hombre. Quiere robarme a mi esposa.

- Tal vez si me dejaras hablar con é1… -sugirió Lenore-. Estoy segura de que se marcharía si yo le explicara que estoy aquí por propia voluntad.

Malcolm echó la cabeza atrás, con una risa breve y burlona.

- He oído hablar de tu precioso señor Wingate. Cuando se le mete algo entre ceja y ceja, no hay nada que lo detenga. -Se paseó a lo largo de la balaustrada sin apartar los ojos del navío distante Ese hombre es un descarado. Mira que anclar así, donde pueda espiarnos… -Cada vez más enfurecido, Malcolm alargó una mano hacia el vapor-. ¡Míralo! ¡Hasta tiene un catalejo!

Somerton giró hacia el navío sus ojos sanguinolentos, tratando de centrarlos en quién así los provocaba. Un largo cilindro de bronce centelleaba bajo el sol. -¡Por Dios, es cierto! Lenore apenas podía evitar que sus propios ojos se desviaran hacia aquella silueta alta. Casi podía sentir la mirada fija de Ashton sobre ella, a través del catalejo. Tenía las mejillas encendidas, pero no por el calor de la mañana.

- Me gustaría tener diez o doce cañones aquí mismo -barbotó Malcolm, entre dientes-, para hacer volar a ese idiota y verlo caer en pedacitos.

Lenore sintió la desesperada necesidad de hacer otro intento. -¿No me dejarías enviarle una carta? -¡No! -ladró Malcolm-. Puede quedarse ahí hasta que yo idee el modo de liquidarlo. Así no volverá a molestarnos nunca más. Pronto sabrá cuál de los dos es el mejor.

La alegría era algo tan irresistible como la marea. En cuanto los hombres la dejaron a solas con sus pensamientos, la invadió por entero. Le embriagaba saber que Ashton la amaba hasta el punto de haberla seguido; por un tiempo descartó los reparos que le provocaran las amenazas de Malcolm y cedió al placer de sentirlo cerca, apretándose la boca con las manos para sofocar una loca risa de pura felicidad, en tanto le temblaban los hombros por el esfuerzo de contenerse. Meghan estaba preparándole el baño; le pareció tonto despertar sospechas en ella, pues no tenía motivos para tenerle confianza, pero aun así le costaba contener el regocijo, sobre todo considerando que la mujer la miraba como si percibiera algún cambio. Por fin se impuso la curiosidad. -¿Se siente bien, señora?

Lenore asintió, tratando de ocultar su sonrisa.

- Sí. -Carraspeó a fin de disimular lo risueño de su voz-. ¿Por qué me lo pregunta?

Meghan frunció los labios, estudiando a su ama. En esas últimas semanas la había observado con tristeza, notando que parecía resignada a su destino; actuaba delante de los hombres como se esperaba de ella, pero al quedar sola en su alcoba contemplaba melancólicamente el mar, como si esperara otra cosa. Ahora, en los ojos verdes danzaba una nueva vivacidad; se la notaba animada por primera vez desde que llegara a la casa. Un rato antes, las voces coléricas de los hombres en la galería se habían oído desde el interior de la casa, sino que Meghan pudiera dejar de prestarles atención. Al parecer, a bordo de ese vapor había un hombre decidido a llevarse a la señora. Teniendo en cuenta aquella transformación, no parecía tratarse de un secuestro por la fuerza.

- No tiene por qué desconfiar de mí, señora -le aseguró-. No le debo nada al señor Sinclair, si eso es lo que está pensando.

Lenore miró a la criada, algo asombrada por su percepción, y trató de protegerse con un manto de inocencia, temerosa de revelar los secretos de su corazón. -¿De qué está hablando, Meghan?

La mujer cruzó las manos sobre el delantal y señaló con la cabeza el vapor anclado.

- Sé que allí hay un hombre que ha venido por usted. Y por lo alegre de su cara, diría que eso no la aflige.

Los ojos de la joven se dilataron de alarma. Saltó de la cama y corrió hacia Meghan, tomándola del brazo con una tensa advertencia.

- No diga a nadie que me alegra verlo aquí. A nadie, mucho menos al señor Sinclair o a mi padre. Por favor. Ambos odian al señor Wingate y no sé de qué serían capaces.

- Quédese tranquila, señora -le aseguró Meghan, tomándole las manos-. Yo sé lo que es estar enamorada.

Aun así, Lenore tenía sus reparos. -¿Qué sabe de mí?

La criada se encogió de hombros. -oh, he oído decir que usted perdió la memoria y, tal vez, se creyó casada con otra persona.

- Hizo una pausa al comprender y se enfrentó a la mirada vacilante de su señora-. Es él, ¿no? Ese señor Wingate es el que usted consideraba su marido. Lenore bajó los ojos ante aquella mirada escrutadora, sin ver motivos para mentir.

- Sí, y lo amo, pero hago lo posible por no sentir así.

- Vaya tarea la que se ha impuesto, señora, vaya tarea…

Lenore asintió lentamente. Dejar de amarlo sería difícil, desde luego, o totalmente imposible.

El pequeño reloj del escritorio había dado las dos en tonos delicados; en la planta baja, el de pared parecía repetir el estribillo en la casa silenciosa. Lenore, rápidamente, moldeó cuidadosamente la forma de las almohadas bajo su sábana. Un momento después dio un paso atrás para estudiar su obra. Por las ventanas entraba un rayo de luna, arrojando sobre la cama luz suficiente para que, al entrar, cualquiera creyera verla en la cama. Así tendría tiempo para escapar de la casa y advertir a Ashton de que no debía desembarcar.

Durante la cena, las amenazas de Malcolm habían tomado un tono más grave; insegura sobre sus intenciones, ella había decidido que era preciso advertir a Ashton. El muchacho de los recados había dejado el bote cerca de la orilla, después de pescar, proporcionándole un medio para llegar al Bruja del Río. Por encargo de Lenore, Meghan pidió prestadas algunas ropas al muchacho aunque evitando preguntar a la señora para que iba a usarlas; prefería ignorar sus intenciones.

Lenore escondió su larga cabellera rubia bajo una gorra. Al mirarse en el espejo grande frunció la nariz, disgustada, pues no era ésa la ropa que podía usar una señora refinada. La camisa no tenía botones, tuvo que atarla con un nudo a la cintura, dejando un profundo escote. Los pantalones le sentaban bastante bien, pero estaban gastados por el mucho uso, y el chaleco no tenía más broches que un cordón atado a la cintura. En general, presentaba un aspecto bastante poco recatado; si la atrapaban, quizá la acusaran de buscar descaradamente que la violaran. Para mayor seguridad, agregó un gastado abrigo impermeable.

Cuando estuvo lista para partir, se detuvo ante la puerta que daba al pasillo y apoyó un oído contra la madera. Por los fuertes ronquidos que emergían del cuarto de su padre, cabía suponer que los reproches de Malcolm lo habían inducido a pasar la noche en casa. Por lo tanto, sólo debía guardarse de Malcolm, justamente el más temible, pues él no aceptaría excusas. Si la atrapaba, no dejaría de imaginar adónde iba.

Con un par de sandalias en la mano, salió a la galería y se detuvo en las sombras. No había movimiento alguno. Continuó su cuidadosa huida, bajando lentamente los escalones, uno a uno. El último crujió levemente, y ella se detuvo, reteniendo el aliento, a la espera del grito. No se produjo, y la corriente de la vida volvió a su cuerpo entumecido. Entonces cruzó corriendo el porche inferior y bajó los peldaños de entrada. Después de detenerse por un instante para calzarse las sandalias, corrió otra vez por el prado.

El bote había sido arrastrado hasta la arena. Puso los remos en su escálamo y, con firme decisión, arrastró la pesada embarcación hasta las olas.

En la cubierta del vapor había varias lámparas encendidas. Las ventanillas de Ashton mostraban un leve resplandor. Lenore volvió la espalda a esos faros orientadores y comenzó a remar, echando alguna mirada ocasional por encima del hombro para verificar el rumbo. Pronto comprobó que había calculado malla distancia entre la costa y el navío. Sus brazos no tardaron en estremecerse dolorosamente, a causa de ese desacostumbrado esfuerzo. Cuando llegó al barco se recostó sobre los remos, dejando que el bote se meciera contra el costado del vapor, mientras esperaba que le volvieran las fuerzas.

Los brazos no dejaban de temblarle, y sólo con un esfuerzo de voluntad podría superar esa falta de energías. Reuniendo toda la que pudo, eligió un sitio oscuro, próximo a la popa, para ascender, teniendo en cuenta que Malcolm o Robert podían mirar hacia allí. Cumplida la difícil hazaña del abordaje, ató la soga de amarre a un poste y se dejó caer en la cubierta, para aliviar la tensión de los brazos.

No había lámparas cercanas que le revelaran la proximidad de aquella silueta. Cuando sintió la presencia de alguien a su lado, rodó con una exclamación sobresaltada, tratando de esquivar las manos que se alargaban para sujetarla. Una la atrapó por la rodilla; otra, por el cuello del abrigo suelto.

Aquella dolorosa presión la llenó de pánico instándola a forcejear frenéticamente, sin intentar explicar su presencia. Como una resbaladiza anguila, escapó de la prenda y la dejó en manos del hombre.

Cayó hacia adelante, con una mueca, al ceñirse con más fuerza aquella mano en su rodilla. La otra la sujetó por la espalda de la, camisa, y Lenore, con los ojos dilatados por un súbito horror, sintió que el nudo se aflojaba. Las sisas se le hundieron en la piel por un momento; luego, con un ruido de tela desgarrada, la prenda desapareció. Ella ahogó un grito y apretó los brazos contra el pecho desnudo, tratando de liberarse antes de que su pudor quedara completamente destrozado. El hombre, lanzando una maldición por lo bajo, volvió a atraparla, esta vez por el brazo y el cinturón, levantándola en vilo. -¿Quién te manda, muchacho? -preguntó una voz en su oído. -¡Ashton!

La exclamación fue de alivio al reconocer aquella voz grave. En su limitada memoria no había sonido más delicioso. -¿Qué dia…? -Los fuertes dedos se aflojaron de inmediato-. ¿Lierin?

Aún al abrigo de la oscuridad, la joven sintió su mirada penetrante. El rubor le calentó las mejillas, obligándola a protegerse el pecho con los brazos.

Ashton, sin saber por qué milagro se hacía realidad su sueño, apreció aquel atavío (o la ausencia de tal), pero sin dejar de comprender la urgencia del momento.

- No sé por qué has venido, amor mío, pero te estoy profundamente agradecido -murmuró-.

Ahora bien, creo que debemos ir a mi camarote, pues el vigía pasará por aquí en cualquier momento.

Lenore, espoleada a actuar por la idea de ser vista en ese estado, abrevió su ruego, mientras corría hacia el camarote:

- Mi camisa… Ashton levantó apresuradamente las prendas y la siguió, deteniéndose tras ella, que trataba de hacer girar el pomo de la puerta. Cuando él estiró el brazo para hacerlo en su lugar, Lenore cerró los ojos, conteniendo sus anhelos, avivados por el pecho velludo que se apretaba a su espalda.

El contacto no fue menos explosivo para Ashton, que sintió correr la sangre ardiente en sus ingles. Entre el abrir y el cerrar de la puerta vio los hombros claros, relucientes a la luz dorada de la lámpara, inflamándole la mente. Curvó su brazo en torno a ella, estrechándola, y Lenore dejó escapar un leve gemido, en tanto las manos bronceadas iniciaban la búsqueda de sus pechos suaves. La gorra cayó al suelo. No había ido para eso, pero todas las fibras de su ser pedían la posesión. Era un tormento pensar en negarse.

- No podemos… -rogó, en un débil susurro-. Ashton, por favor… ahora no podemos hacer esto.

- Es preciso -murmuró él a su oído, oprimiéndole besos febriles en el cuello. Al tenerla cerca otra vez, todo le parecía correcto-. Es preciso.

Se inclinó para levantarla en vilo. En dos pasos estaba en la cama, el mismo paraíso donde en otros tiempos gozaran de una arrebatada felicidad la recorrió con una mirada ardiente y se tendió en la cama junto a ella Lenore le puso una mano en el pecho desnudo y apartó la cara, tratando de esquivar sus besos antes de perder la cabeza.

- Sólo vine para advertirte, Ashton -dijo, desesperada-. Malcolm tratará de matarte si desembarcas. Debes irte.

Ashton levantó la cabeza para mirarla con ojos hambrientos. A veces, el amor viene y va como los vientos errantes que barren la costa; otras veces es algo atempora1, que la distancia, los años y los obstáculos no pueden derrotar. Para Ashton había durado ya más de tres años; ella estaba arraigada en el centro mismo de su vida. Ella le había dejado una nota destinada a convencerlo de que era Lenore y estaba haciendo la correcto, pero ¿cómo aceptar semejante cosa, cuando se llevaba su corazón?

- Olvídate de Malcolm y de todo lo que te haya dicho. Quédate conmigo, Lierin, y me iré. Si hace falta, te llevaré al fin del mundo.

Por las mejillas de la joven corrieron dos lágrimas. -oh, Ashton, ¿no te das cuenta? la quieres a ella, no a mí. -¡Te quiero a ti!

- Yo no soy la mujer que tú crees, Ashton. Soy Lenore, no Lierin.

- Tu memoria… - comenzó él vacilante, casi temeroso-. ¿La recobraste?

- No. -Ella no se atrevió a mirarlo de frente-. Pero debo ser Lenore si mi propio padre lo dice.

- Tu padre me odiaba, no olvides. Tiene motivos para separarnos.

- No llegaría a tanto -adujo ella.

Ashton dejó escapar su aliento en un largo suspiro.

- Si así lo prefieres, te llamaré Lenore, pero eso no cambia nada. Para mí seguirás siendo mi esposa, parte de mí.

- Tienes que irte -le instó ella, afligida-. Tienes que irte donde estés a salvo. -¿Vienes conmigo? -la presionó él.

- No puedo Ashton. -La voz de Lenore era casi inaudible-. Debo volver a la casa. Necesito saber la verdad.

- Entonces me quedaré… para velar por ti hasta que esto quede arreglado. -oh, Ashton, por favor -rogó la joven, cautelosa-. Si te pasara algo no podría soportarlo.

- No puedo irme. Me quedaré.

Ella sacudió la cabeza, exasperada.

- Eres tan terco como dicen. ¿Por qué no aceptas lo inevitable? -¿Lo inevitable? -Él se tendió de espaldas con una risa áspera, clavando la vista en el techo-.

Pasé tres años buscando, pero no hallé ninguna mujer que pudiera ocupar tu sitio. Era hombre, pero no podía volver a las costumbres relajadas de los solteros empedernidos. Sentía en las ingles un hambre ardorosa que me perseguía, y no hallaba alivio. Di que estoy endemoniado, que estoy loco. Di que estoy completa, desesperadamente enamorado de un sueño que sólo tú puedes satisfacer. -Giró la cabeza en la almohada para mirarla-. Ya sé cómo era la vida sin ti y no quiero volver a eso. He venido a luchar, amor mío, y lucharé.

Lenore se recostó contra su pecho, sin hacer esfuerzo alguno por interponer la sábana entre ambos. Le acarició el rostro con una mirada de ternura, y sus labios se curvaron en una sonrisa melancólica.

- Linda pareja hacemos, tú y yo, los dos deseando lo que no podemos tener. Yo debo volver a la casa y tú estás decidido a quedarte. Pero querría convencerte de que no lo hicieras. -Vaciló un momento; luego, algo avergonzada, propuso, sin mirarlo-: Si me entrego a ti, aceptando por el momento que puedo ser tu esposa, ¿te marcharás antes de que te ocurra algo malo?

Ashton la levantó para tenderla a lo largo de su cuerpo. Indudablemente estaba en condiciones de aceptar el ofrecimiento, pero meneó lentamente la cabeza.

- No puedo aceptar ese pacto, amor mío, aunque serviría para calmar momentáneamente mi deseo. Te amo demasiado para conformarme con un gesto de despedida. Te quiero por entero y no me conformaré con menos.

Ella soltó un suspiro cansado.

- Entonces debo irme.

- No hay necesidad de que te vayas ahora mismo. Quédate un rato. Deja que te ame.

- Ya no es correcto, Ashton. Ahora pertenezco a Malcolm.

Una profunda arruga unió las cejas de Ashton, quien apartó la vista, atormentado por los celos.

Le dolían los músculos de las mejillas por el esfuerzo de resistir el impulso de explicarle cómo había averiguado la ubicación exacta de la casa. Con un recorrido de las tabernas locales había descubierto, no sólo a varios compañeros de fechorías de Robert, sino también a un buen grupo de rameras. Unas cuantas de ellas servían al libertino de Sinclair.

- No me gusta la idea de que vuelvas a él.

- Es preciso -susurró ella.

Con un leve roce de sus labios contra los de él, se apartó sonriendo, para ponerse la camisa desgarrada y recogerse la cabellera bajo la gorra.

- Yo te llevaré -suspiró él, sacando las largas piernas de la cama. Lenore, que recordaba muy bien el viaje agotador, no quiso discutir.

- Pero ¿cómo harás para volver al barco?

- Ataré otro bote al tuyo.

Ashton alargó una mano para tomar una camisa. Mientras se la ponía, sintió que la mano de Lenore se deslizaba, admirada, por sus costillas flexibles. Aquella suave caricia lo hizo estremecer de deseo. Hubiera querido tomarla en sus brazos, pero sabía que, si no se do- minaba, no habría modo de echarse atrás. Y su boca susurró las palabras que le dolían dentro:

- Te amo.

- Lo sé -murmuró ella-. También yo a ti.

- Si no supiera que llegarías a odiarme por eso, te retendría aquí. Pero eres tú quien debe elegir.

Hasta ese momento, estaré cerca para acudir en tu ayuda si me necesitas. -Le puso en la mano una pequeña pistola-. Te enseñé a usar esto. Desde aquí puedo oír un disparo hecho en la casa. Trata de que no te pase nada hasta que yo llegue.

La llevó a la costa. Después de un último beso, Lenore volvió a la galería de arriba y se recostó contra la balaustrada para contemplarlo mientras se alejaba. Luego entró en su cuarto, con un suspiro desolado. Ya se sentía solitaria.