CAPÍTULO 12

La tripulación del Bruja del Río se dedicó a limpiar la maleza de los terrenos, a lo ancho de la pequeña cala. Pusieron postes cortos, clavaron planchas a los lados y, sobre esa estructura, tendieron tablas que formaran una plataforma de buen tamaño, a unos cuarenta centímetros del suelo. Allí los hombres comenzaron a levantar un gran refugio de lona que, como un hongo, siguió expandiéndose, hasta que Malcolm comprobó que era una tienda, con tamaño suficiente para un jeque y su harén.

Sus sarcásticas especulaciones no estaban lejos de la verdad, pues Ashton había adquirido ese alojamiento de un hombre que, en otros tiempos comerciaba con los árabes beduinos, como muestra de gratitud por haberlo apoyado en momentos de dificultad. Durante varios años, el plantador no había encontrado ningún uso para la tienda; ahora le parecía un golpe de suerte, pues el suntuoso refugio era, justamente, el toque requerido para frotar granos de sal en una herida abierta.

Malcolm salió a observar los procedimientos desde el porche inferior. Esa vez fue él, no Robert, quien buscó una botella de whisky fuerte. Cuando Lenore y su padre salieron a reunirse con él, les arrojó una mirada fulminante, como desafiándoles a hacer cualquier comentario que encendiera el barril de pólvora de sus emociones.

Ambos se guardaron muy bien de hacerlo. Con el correr de las horas, el campamento tomó aires de permanente. Vinieron más hombres para ayudar en el trabajo; las provisiones continuaban llegando desde el barco o desde la ciudad. Se traje- ron muebles finos, con alfombras orientales, un espejo de cuerpo entero y el equipaje personal de Ashton. ¡Hasta había una bañera! Cuando la carreta la trajo desde la ciudad, Lenore se mordisqueó un nudillo para disimular su diversión, pues el ceño de Malcolm se había oscurecido perceptiblemente. Casi podía imaginar que le brotaba vapor por las orejas, pues hervía por dentro.

A poca distancia se levantó una tienda más pequeña, para el camarero., Hickory y los caballos.

El negro llegó cerca de mediodía, conduciendo el coche y un par de carretas; una venía cargada con una gran provisión de heno; la otra, con tablas para construir establos. Al pasar frente a la casa, Hickory lucía una sonrisa tan amplia que parecía cruzar de oreja a oreja. Malcolm, al ver el centelleo de los dientes blancos, soltó un gruñido furioso, hasta que esa exclamación gutural le recordó su enfado.

- No podemos dejar que ese negro de porquería viva aquí, en nuestra propiedad -protestó-. Nos robará hasta el apetito.

Los ojos de esmeralda se fijaron en él con frío desdén, mientras la curva de la boca esbozaba una sonrisa de incomparable calidez.

- Hickory es tan honrado como el mejor, Malcolm. No tienes nada que temer de él.

El joven descartó ese comentario con una cáustica réplica.

- Debe ser igual que ese hatajo de bandidos asesinos con los que Ashton ha compuesto su tripulación. Vaya uno a saber qué crímenes son capaces de cometer. El jefe Coty debería hacer algo antes de que sea demasiado tarde. Sin lugar a dudas, tendremos que ponerte bajo la vigilancia de algunos guardias mientras ésos estén aquí, tan cerca, junto con ese idiota de Wingate.

Lenore imaginó sin dificultad hasta qué punto la vigilarían mientras Ashton estuviera a mano.

Si la idea no la hubiera incomodado tanto, habría hallado motivos para reír.

- Espero que no te tomes demasiadas molestias, Malcolm.

- Valdrá la pena, señora -respondió él, prefiriendo ignorar el sarcasmo- Eres una joya demasiado rara como para que te permita correr riesgos.

Y estudió el aspecto fresco y adorable de la muchacha, reparando especialmente en el resplandor rosado de sus mejillas. Hubiera podido atribuir lo esmerado de su vestimenta a la proximidad de su rival, pero ella siempre vestía bien y tenía un notable buen gusto para elegir ropas que complementaran su belleza. Sin embargo, ese suave rubor había estado ausente hasta la aparición de Ashton Wingate.

- Pareces sentirte mejor -comentó bruscamente. Lenore sintió la tentación de replicar que hubiera estado mucho peor de no haber contado con la defensa de Ashton, esa mañana, pero prefirió dedicarle una sonrisa serena.

- Bastante mejor que en los últimos días, Malcolm, gracias. Un enfado violento se encendió en los ojos oscuros, antes de que los párpados bajaran a disimularlo. Somerton hizo un gesto con su copa, atrayendo la atención del joven al trabajo de los obreros.

- Parece que Wingate se está estableciendo para un largo tiempo. Lenore se inclinó contra la barandilla. Desde allí vio que Ashton daba instrucciones a sus hombres sobre la instalación de tiestos con arbustos cerca de la tienda. Había toneles de roble aserrados por la mitad, que contenían las plantas más grandes, en amplia variedad. Alrededor de la plataforma, que ahora servia de patio, se veían matas más pequeñas, que se parecían sospechosamente desde lejos, a jazmines en flor. En conjunto, e1 arreglo proporcionaba un aspecto fértil al porche. No tardaron en aparecer una mesa de hierro forjado con sus sillas.

La tripulación trajinando bajo e1 tremendo calor, se quitó las camisas y los zapatos y se subió las perneras de los pantalones. Ashton parecía un príncipe entre mendigos, pues conservaba sus pantalones de montar, su sombrero de ala baja, las botas altas y la camisa de mangas sueltas, abierta hasta la cintura. Se mantenía en constante movimiento, dirigiendo e1 proyecto, dando órdenes, respondiendo a las consultas. Cuando e1 sol descendió hacia el oeste, había creado ya, con la ayuda de sus hombres, un bollo espectáculo para quien quisiera observarlo. Dado albergue tan complejo, era evidente que pensaba quedarse por tanto tiempo como le pareciera necesario.

La penumbra del atardecer se ajustaba al sombrío humor de Malcolm. Lenore tomó nota de eso en cuanto se reunió con los dos hombres, en la sala Su esposo estaba melancólico, como un niño castigado, y acudía al botellón con tanta frecuencia como su suegro caminaba constantemente hasta la galería para mirar hacia al oeste donde un leve resplandor marcaba el lugar de la tienda. Su humor mejoró cuando e1 alcohol comenzó a hacer efecto, hasta hacer romper el cauto y rígido silencio con una risa despectiva.

- Al menos, ese mendigo cenará solo en su vistosa tienda.

Robert mantenía la sobriedad suficiente para responder al comentario y hacer algunas observaciones propias.

- Si, y si viene algún ventarrón del golfo, bien puede encontrarse con ese maldito barco sentado en su regazo.

Los dos se dedicaron, casi con regocijo, a estudiar los posibles desastres que podían acaecer a su nuevo vecino. A Lenore le fastidió lo macabro de ese humor' hizo lo posible por ignorarlos. Aun cuando salieron a descansar en la galería, la tarea le resultó difícil. -¡Vean!-Por las puertas abiertas llegó el tono de apagada sorpresa, modulado por Robert- ¿Que se aventura desde aquel navío? ¿Un dulce alivio para calmar los aprietos del sirviente?

Su prosa mezclada podía no ser del todo shakesperiana y padecer de cierta gangosidad, pero bastó para picar la curiosidad de Lenore, que tomó su copa de jerez y salió al porche, para ver qué les llamaba la atención. Manteniéndose deliberadamente a distancia de sus compañeros, eligió un sitio cercano a la barandilla y, con la espalda apoyada contra un poste, volvió su mirada al mar.

Más allá del oleaje revuelto, un bote cruzaba las aguas iluminadas Se frotó la frente esperando hallar una brecha en ese muro que encerraba su memoria, a fin de abrirla para un examen a fondo. Si al menos hubiera podido hallar un sitio para Ashton, algún momento atesorado… Pero sabía que todo intento era inútil: él estaba en su presente, no en su pasado.

El sol descendía en reverberantes oleadas de calor. Poco a poco su mente se fue formando un espejismo. Estaba en una playa soleada de algún país lejano. Una muchacha de pelo rojizo jugaba con un castillo de arena y una muñeca pequeña. Era ella ¿ o sería Lierin? Su visión era limitada, como si mirara a través de un breve túnel, pero sabía que estaba jugando con alguien parecido a ella. Las niñas, de unos seis años, reían y chillaban, persiguiéndose hasta el borde del agua. De pronto, desde lejos, una voz de mujer llamó: -¿Lenore?

La niña giró en redondo, con una mano sombreando los ojos. -¿Lierin?

Su propia visión se ensanchó. Entonces vio a una mujer a quien conocía con el apelativo de Nana, de pie en una colina cubierta de hierba. Detrás de ella se levantaba una mansión de generosas proporciones.

- Vengan las dos -pidió la rubicunda mujer-. Es casi mediodía. Es hora de comer un bocado y hacer una siesta antes de que vuelva su padre.

La visión se tomó borrosa, desvaneciéndose. Lenore parpadeó al presentarse otra vez la realidad. Casi tenía miedo de recordar la fantasía, pero la pregunta persistía: ese momento ¿era, en verdad, parte de su pasado? ¿ O lo había hecho surgir de la trama de sus más caras esperanzas? Si la otra niña había respondido bien…

Se paseó por el porche, tratando de evocar algo más, una pista, una sugerencia, algo que le señalara la verdad. -¡Lenore!

Por la espalda le corrió un escalofrío, pues el nombre había disipado su concentración. Al mirar hacia atrás, vio que un hombre pulcramente vestido subía corriendo las escaleras: Robert Somerton, cuyas mejillas escarlatas revelaban lo agitado de su ánimo.

- No debes estar así, en bata, donde todo el mundo pueda verte niña -la amonestó, haciéndole notar lo ligero de su vestimenta - Entra a vestirte antes de que sufras algún daño.

Lenore iba a obedecer, pero de pronto notó que los ojos del padre echaban miraditas nerviosas hacia la playa, Despierta su curiosidad, vio el motivo de esa inquietud: Ashton volvía del agua, vadeando, y se le veía espléndido con el pelo mojado y la humedad dando brillo a su piel bronceada.

Era evidente lo que había azorado tanto a Robert: el taparrabos que lo cubría, moldeado por el agua, se aproximaba mucho a una exhibición indecente.

- Ese hombre ha perdido la cabeza -exclamó Robert, muy herido en su sensibilidad-. ¡Mira qué idea, pasearse de ese modo, exhibiéndose ante ti! ¿Por quién te toma? ¿Por una trotacalles? ¡Éste no es espectáculo para una dama!

Lenore disimuló una sonrisa divertida; mientras se alejaba echó una última mirada de soslayo a la silueta alta y musculosa, antes de entrar en su cuarto y cerrar las puertas.

Robert Somerton, herido en su sentido del decoro, volvió apresuradamente a la planta baja, decidido a enfrentarse a ese granuja semidesnudo. Una cosa era ver los muslos y las curvas de una mujer en sitios de mala reputación; otra muy distinta tener a un hombre exhibiéndose así ante una dama. ¡Y una dama tan refinada, además! ¡Eso era demasiado!

Enroscó hacia arriba las puntas de su bigote con un gesto de indignación y se apresuró a interceptar la marcha del degenerado hacia su rienda. -¡Un momento! -llamó-. Quiero que hablemos unas palabritas. El otro arqueó una ceja y se volvió, esperando que Robert lo alcanzara. Somerton se detuvo ante él, sacudiéndole el índice bajo la nariz. -Hay que ser descarado para salir vestido así y ofender a mi hija con ese espectáculo. Quiero hacerle saber, señor, que está ante una dama.

- Lo sé -concordó Ashton, simpáticamente, desinflándole un poco las velas.

El anciano buscó otra forma de ataque. -¡Pues bien, está a la vista que usted no es un caballero!

- Movió la mano hacia abajo para señalar el cuerpo de Ashton. -¡Fíjese! ¡Casi desnudo! ¡Mostrándose delante de mi hija!

- Es una mujer casada -observó él, con una sonrisa tolerante. -¡Pero no con usted! -gritó Robert, captando el sutil significado del comentario-. ¿O necesita más pruebas para convencerse?

- Ninguna que provenga de usted ni de Malcolm -aseguró Ashton, prontamente.

Después de secarse el pelo con la toalla, continuó su marcha. Sus largos pasos hicieron que el anciano, mucho más bajo, tuviera que darse prisa para no perderlo. La distancia al patio era corta, pero cuando llegaron a él Robert estaba rojo y muy dispuesto a aceptar la bebida fría que Ashton le ofreció.

Se quitó la chaqueta, se aflojó el cuello y, ante el ofrecimiento de un asiento, se dejó caer en él con un suspiro de gratitud, probando su copa. Ashton se disculpó por un momento. En su ausencia, Robert miró en derredor, notando que el arquitecto del porche y la morada había tenido la previsión de ponerlos bajo las ramas de un gran árbol, que ofrecía una sombra refrescante y tranquilizadora.

Mientras admiraba la inteligencia de su anfitrión, logró consumir más de 1a mitad de la bebida antes de que Ashton volviera con vestimenta más decorosa.

- Se ha instalado muy bien -comentó Somerton, señalando el campamento con la mano-. Parece haber pensado en todo.

Sorprendido por ese inesperado elogio, Ashton lo observó. El enfado había desaparecido de su semblante; se le veía casi amistoso, el mérito de ese cambio correspondía a la bebida de menta, y Ashton se apresuró a acceder cuando el anciano pidió otra copa.

- Yo también fui joven -reflexionó, al cabo de un rato. Lanzo una risa entre dientes y, habiendo vaciado la copa, la alargó para que volvieran a llenársela-. Y hasta hice perder la cabeza a unas cuantas, damiselas, en mis tiempos. Tal vez no tanto como usted con esta muchacha -agregó, señalando la casa con un ademán desenvuelto- Está muy encaprichada con usted, por cierto, y Malcolm está decidido a lograr que ella vuelva a amarlo. -¿Alguna vez lo amó?

Ashton había hecho la pregunta con un dejo de sarcasmo, pero el anciano no captó la pulla sutil. -Malcolm cree que sí… antes de perder la memoria. -Robert se rascó la barbilla, pensativo-. A veces me pregunto cómo va a terminar todo esto. Ella es una buena muchacha, aunque algo tempera- mental, a veces. Una vez, cuando Malcolm me estaba insultando por haberme emborrachado, ella vino en mi defensa.

Ashton sonrió ante un recuerdo.

- Así es ella, en efecto.

- Bueno, yo merecía bien todo lo que Malcolm me estaba diciendo, pero ella lo frenó en seco.

- Robert movió hacia un costado el mentón y pasó un rato pensativo, en silencio-. Merece un padre mejor que yo -dijo, asintiendo, como de acuerdo con su propia lógica-. Y tal vez, he dicho tal vez, merece también un marido mejor que Malcolm.

Ashton arqueó las cejas. -En eso estoy plenamente de acuerdo, pero no estoy convencido de que ella sea su esposa.

- Usted es tozudo, Wingate. Lo prueba el hecho de que esté ahora aquí.

- No lo niego -repuso Ashton, prontamente-. Malcolm me robó algo que yo quería sobre todas las cosas. Aún afirmo que él debe probar su derecho. -¡Pero se lo ha probado! -insistió Robert-. ¿No le parece que yo puedo diferenciar a mis hijas?

Ashton se encogió de hombros, mientras el otro vaciaba la tercera copa.

- Siendo el padre, supongo que sí. -¡Por supuesto, y le digo que ella es Lenore! -Robert hipó, recostándose en la silla. El calor del día y la bebida consumida tan rápidamente comenzaban a hacer su efecto- Ya sé lo que está pensando.

Piensa que bebo demasiado, ¿no?, y que he cometido un error. Bueno, le diré un secreto, amigo mío.

Es mucho lo que hace falta para hacerme perder la cabeza. Eso es algo que Malcolm sabe y usted todavía no. ¡Soy un hombre que sabe qué papel juega en la vida!

Para dar énfasis a esa declaración, plantó la copa en la mesa de hierro forjado, pero lanzó una exclamación de dolor: el vidrio se había hecho trizas y tenía los fragmentos cruelmente hundidos en la palma. Se quedó mirando, horrorizado, la sangre que manaba de las heridas, con el rostro contorsionado como si viera algo maligno en su mano. -¡Fuera, maldita mancha! -gimió-. ¡Fuera he dicho! El infierno es oscuro… Lo que debemos temer, ¿quién lo sabe, si nadie puede dar cuenta de ello?

Ashton arqueó una ceja dubitativa ante el hombre y, extendiendo una mano, retiró de la palma herida los fragmentos de vidrio. Después de apreciar rápidamente el daño, fue al interior de la tienda y salió con una servilleta limpia, que apretó contra los tajos. En un intento de disipar el estupor de su visitante, le indicó en tono autoritario:

- Ahora apriete el puño, ¿me entiende? ¡Apriételo bien! -La orden llegó a destino. Pasando una mano bajo el brazo del anciano, Ashton lo puso en pie-. Vamos, lo llevaré a su casa. Lierin puede limpiarle esos cortes.

- Es una buena muchacha -murmuró Somerton, distraído-. Merece algo mejor…

Ashton, notando lo irremediable de su estado, lo condujo hasta la casa soportando buena parte de su peso. Al cruzar la puerta de entrada, miró en derredor y no vio a nadie. -¿Lierin? -llamó-. Lierin, ¿dónde estás? -¿Ashton?

La exclamación y los pasos precipitados atrajeron su mirada hacia la balaustrada superior.

Dedicó una sonrisa de saludo a la admirable aparición de un vestido liláceo. Ella, con los ojos dilatados por la sorpresa, entreabrió los labios, pero al ver las manchas rojas en la chaqueta: blanca de su padre sintió los aguijonazos del miedo. -¿Qué ha pasado? -preguntó. Sin aguardar respuesta, se recogió las faldas y voló escalera abajo-. Oh, Ashton, no me digas que le heriste.

- Por mi honor, señora, no -le aseguró él, Con una sonrisa torcida.

Ella comenzó a buscar la herida bajo la chaqueta, hasta que Ashton le sujetó la muñeca. Sólo se ha cortado la mano, Lierin. Créeme, no es nada. -¿La mano?

Lenore se incorporó, extrañada, y retiró la servilleta, arrugando la nariz al examinar los cortes.

- Me pareció mejor que se los limpiaras -sugirió Ashton, inclinándose.

Aprovecharía cualquier excusa para acercarse a ella; aspiró su aroma dulce, mirándole la nuca, recordando sus antojos de besar ese sitio tierno.

- Llévalo a la sala -indicó ella-. Haré que Meghan traiga una vasija con agua y prepare algunos vendajes.

Ashton obedeció, ayudando al anciano a sentarse. Somerton volvió a apretar la servilleta, acunando la mano herida contra el pecho.

- Ella me va a curar -gimió, como un niño perdido y confuso- Es un dulce ángel, y yo un sucio despojo… -Se limpió las lágrimas que le invadían los ojos y, sorbiendo con energía por la nariz, tomó un aire más digno-. Es buena, esa criatura, ¿no le parece?

- Definitivamente, es más que una criatura -murmuró Ashton, al verla entrar en la sala.

Sus ojos apreciaron la suave belleza femenina, demorándose en la figura arrodillada junto al viejo.

Un tronar de cascos se acercó a la casa. Los tres se detuvieron a escuchar: Lenore y Robert, Con cierta alarma. Malcolm, como de costumbre, lanzó a su cabalgadura de cabeza contra la casa, desmontó y subió los peldaños a la carrera.

- Por el escozor de mis pulgares, algo maligno se aproxima -gimió Robert-. ¡Abríos, cerraduras! ¿Quién es el que llama?

Malcolm abrió violentamente la puerta y entró a grandes pasos, deteniéndose en seco al ver a los tres. Sus ojos entornados apreciaron la preocupación en dos caras y volaron a la sonrisa confiada de Ashton Wingate. -¿Qué diablos está haciendo usted en mi casa? -tronó, arrojando el sombrero en una muestra de mal genio.

Hubiera atacado inmediatamente al hombre, pero el recuerdo de su muy reciente derrota lo hacía precavido.

- El padre de Lierin se ha cortado la mano y necesita ayuda -explicó Ashton-. Yo lo traje.

- Ya lo trajo. ¡Ahora se va! -El joven estiró el brazo para abrir la puerta-. ¡Ahora mismo!

Ashton se encaminó tranquilamente hacia la puerta y se detuvo allí, con un comentario de despedida.

- Nadie me invitó. No tiene por qué descargar su enojo contra Lierin o su padre… -¡Lenore! -gritó Malcolm, haciendo tintinear los vidrios-. ¡Es mi esposa, no la suya!

El otro, con una sonrisa pasiva, giró en redondo y se retiró. Al cruzar el porche reparó en dos hombres que venían a caballo rumbo a la casa. El más corpulento le pareció levemente familiar, pero no pudo recordar dónde lo había visto antes. Tenía la idea de que en algún momento había formado parte de su tripulación; Se encogió mentalmente de hombros, pues era inútil tratar de retener todas las caras que iban y venían. Eran demasiadas.

- En cuanto me voy -gritó Malcolm, iniciando su rabieta-, ustedes dos traen aquí a ese tunante.

Bueno, se acabó, ¿me oyen? ¡He contratado a unos guardias para que protejan la casa y cuanto contiene, de él y los suyos!

Lenore decidió que estaba harta de esperar en el coche. Hacía demasiado calor y no estaba segura de cuándo regresaría Malcolm. Una capa de transpiración le humedecía el labio superior y sentía la muselina de su vestido pegada a la espalda. El landó estaba detenido junto a la acera, justo donde Malcolm les había indicado esperar, pero no había sombra allí, y los caballos estaban tan molestos como ella.

Bajó a la acera de tablas, algo irritada, sin preocuparse por haber dejado su sombrero en el coche, y pidió a Henry que, si el señor Sinclair volvía, le indicara su paradero. El cochero se apresuró a responder afirmativamente, y Lenore entró en el almacén general usando su pañuelo de encaje como abanico. Una vez que cruzó la puerta, reemplazó su gesto de fastidio por una sonrisa.

- Oh, buenos días, señora Sinclair -la saludó el dueño, volviéndose desde los estantes que ordenaba-. ¿Cómo está? Caramba, hacía tiempo que no la veía.

Lenore trató de recordar al hombre, pero, como de costumbre, no pudo identificar su cara. Casi vacilando, preguntó: -¿Nos conocemos? -oh, por supuesto… Es decir… -El hombre mostró cierta incertidumbre antes de seguir hablando-. Me pareció que usted era la señora Sinclair. ¿Me equivoco?

- No -repuso Lenore, en voz baja-. Creo que no.

Confundido por esa respuesta, él la estudió con más atención. -¿No se siente bien, señora?

Ella se abanicó con el pañuelo.

- Ha de ser el calor.

El hombre, bondadoso, señaló varias sillas apoyadas contra la pared, en la parte trasera del local. -¿No quiere sentarse a descansar un momento?

- No, ya llevo tiempo sentada. -Sus labios se curvaron suavemente hacia arriba-. Estuve esperando en el coche a que mi esposo regresara, pero creo que se ha retrasado.

El hombre rió entre dientes, asintiendo.

- Sí, a veces pasa.

Lenore miró en derredor, preguntándose cómo averiguar el nombre del comerciante sin explicar su enfermedad. Parecía ya muy desconcertado por algunas de sus preguntas.

- Se me ha ocurrido escribir un diario, hablando de todas las personas que conozco aquí, en Biloxi. -En realidad, lo había pensado seriamente, sólo para ver si algún nombre le despertaba la memoria-. Y usted, por supuesto, formaría parte de esa lista. No estoy segura de cómo se escribe su nombre.

- B-l-a-c-k-w-e-l-l -deletreó él, orgulloso-. J-o-s-e-p-h Blackwell. Ella se ruborizó un poco, riendo. Se habría sentido mejor de tratarse de un apellido más difícil y temió haber pasado por tonta.

- Como yo pensaba.

- Ha de estar pensando en quedarse una buena temporada, si piensa escribir un diario -comentó él.

- Oh, sí -respondió ella-. Al menos, mi esposo aún no ha hablado de ir a otro sitio. Además, mi padre está con nosotros. -¿Ah, sí? -Las cejas pobladas de Joseph se elevaron, sorprendidas. Después rió entre dientes-. ¿Y cómo hicieron para convencer a su padre de que viniera? Tenía entendido que detestaba abandonar su patria y que América, para él, seguía siendo una colonia.

Ella levantó los delgados hombros.

- Supongo que cambió de idea.

El comerciante asintió, comprensivo.

- Probablemente no soportaba estar lejos de su familia. A veces a los padres les cuesta admitir que la hija pueda tener deseos opuestos a los suyos. Ha de haber sido un verdadero golpe, para él, que usted decidiera venir desde Inglaterra para vivir sola aquí. A propósito, ¿cómo está su hermana?

Una mirada triste reemplazó la sonrisa de Lenore, al recordar a la niña de sus visiones.

- Ha muerto.

- Oh, señora Sinclair, lo siento de veras -exclamó suavemente el hombre-. No lo sabía. -y sacudió la cabeza, entristecido-. Primero su esposo, después su hermana… Tengo que admirar su fortaleza al mostrarse tan valerosa, después de semejantes perdidas.

Ella levantó la vista, curiosa. -¿Mi esposo?

Joseph la miró, extrañado.

- Claro. Usted era viuda cuando vino por primera vez. -Se rascó la cabeza, desconcertado-. Al menos, eso es lo que yo creía, pero a lo mejor me equivoco. Nunca hablamos gran cosa, sólo para pasar el rato, de vez en cuando. Caramba, si hace apenas un mes que me enteré de su casamiento con el señor Sinclair.

La cabeza de Lenore giraba en un revoloteo de imágenes confusas. De esas siluetas vagas, sin facciones, sabía, por instinto, que una era la de su padre. Era poco más que una sombra, pero estaba con los brazos abiertos, instándola a acudir para recibir su consuelo. Una forma fantasmal se movía junto a ella, como empujándola hacia el anciano, y ella comprendió que se trataba de Malcolm. -¡Estabas aquí! -dijo la voz familiar, tras ella.

Lenore, parpadeando, se volvió hacia Malcolm. Por un momento le costó distinguir la realidad de la ilusión. En su mente, lo vio recibir en la espalda la palmada de una fuerte mano masculina.

- No sabía que pensabas abandonar el coche -le reprochó él, algo seco-. Me tenías preocupado.

- Lo siento, Malcolm -murmuró ella-. No quise preocuparte, pero allí hacía demasiado calor.

El joven, notando que el señor Blackwell los estaba observando con curiosidad, explicó, con desgana.

- Mi esposa ha estado enferma. Espero que no lo haya molestado mucho. -Pasó por alto la mirada de asombro que le clavó su esposa-. Últimamente está algo confundida y no recuerda muy bien las cosas.

- Caramba, lo siento -respondió Blackwell, amable. Malcolm se despidió con una sonrisa de cumplido.

- Si no le molesta, tenemos que retirarnos. Disculpe, pero debíamos encontrarnos con su padre a cierta hora y vamos con retraso. Que tenga buenos días, señor.

Y estrechó el brazo de Lenore con una fuerza casi dolorosa para acompañarla hasta el carruaje.

Al instalarse junto a ella la miró con el ceño fruncido.

- Te dije que no te fueras.

- Hacía demasiado calor -se quejó ella, con ira creciente-. Y estabas tardando mucho. Creo que sólo le hiciste venir porque temías que Ashton hiciera algo en tu ausencia.

- No le tengo miedo a ese bastardo.

- No entiendo por qué insististe tanto en que te esperara aquí. El señor Blackwell y yo hemos tenido una agradable conversación. -¿Ah, sí? -Los ojos fríos se fijaron en ella-. ¿Y qué pudo decir ese viejo?

- Algo muy interesante. ¿Por qué no me dijiste que era viuda cuando te casaste conmigo?

Malcolm arrugó el ceño, fastidiado.

- Por no confundirte más. Es uno de los motivos por los que he estado tratando de protegerte de los chismes. No sabía qué clase de trauma podían causarte. -Parecía muy inquisitivo al preguntar-: ¿Que más te dijo tu amigo?

- Nada, en realidad. Por lo que dijo, me doy cuenta de que no me conocía muy bien. No tuvimos tiempo de conversar mucho antes de que llegaras.

El joven se relajó en su asiento, quitándose el sombrero para secarse la frente.

- Hace calor comentó, con voz más agradable. Lamento no haber sido más considerado, pero tenía un compromiso y no pude zafarme.

La curiosidad de Lenore no estaba apaciguada.

- El nombre… ¿sabes su nombre? -insistió Lenore.

Malcolm pasó el pañuelo por la banda interior del sombrero miró de reojo.

- Cameron Livingston.

- Livingston… Livingston… -Ella hizo girar el nombre en su lengua, encontrándole un sonido familiar-. Sí, creo que he oído ese nombre. -Las delicadas cejas se unieron-. Lenore Livingston:

Lenore… Livingston. ¡Lenore Livingston! Sí, sí, que lo he oído antes -y se echó a reír, complacida por su logro-. Quizá estoy comenzando a recordar. ¡Oh, qué estupendo sería!

Los ojos oscuros la miraron sobre una sonrisa muy débil.

- Ya ha pasado algún tiempo desde que tuviste ese accidente. Comienzo a preguntarme si alguna vez recobrarás la memoria y recordarás lo mucho que en otro tiempo nos quisimos.

- Recuerdo más que al venir aquí -admitió ella-. Está volviendo poco a poco, pero al menos voy progresando.

Malcolm alargó la mano hacia el portafolios que había arrojado en el otro asiento.

- Aquí tengo algunos papeles que tu padre necesita hacerte firmar. Ahora vamos a reunirnos con él. ¿Estás en condiciones de firmarlos? -¿No podríamos dejarlo para otro día? -preguntó ella, agotada por el calor insoportable-. En este momento no me siento con ganas de leer.

- No tienes por qué leerlos, querida. Tu padre ya se encargó de eso.

- Mi padre me enseñó a no firmar sin leer y ha de esperar que yo siga sus consejos.

Lenore inclinó la cabeza, preguntándose de dónde había sacado esa idea. Malcolm suspiró, impaciente.

- Vamos, Lenore, esos documentos no son tan importantes como para que debas leerlos en detalle.

- Por el momento, preferiría no ocuparme de eso, Malcolm replicó ella, con firmeza, pues no le gustaba que él la presionara-. Si mi padre lleva los papeles a casa, los leeré allá. Es lo más que puedo prometer.

Él respondió con un bufido.

- Te has vuelto muy altanera estos días, sobre todo desde que ese negrófilo anida en nuestro patio. Pero no olvide, señora, que su marido soy yo, no Ashton Wingate, y me debe respeto.

El asombro de Lenore fue absoluto. No veía motivos para semejante ataque de mal genio, sólo porque ella retrasara la firma de unos papeles, si él mismo decía que no eran importantes.

- Malcolm, sólo pretendo leer esos papeles.

- Bueno, el modo en que insistes es casi un insulto. Parece que no confías en mí… ni en tu padre. Sólo buscamos lo que más te conviene.

- Mi padre me enseñó hace tiempo a cuidar sola de mis asuntos. -¡Al diablo con tu padre! -¡Malcolm! -exclamó ella, atónita-. ¡No encuentro motivos para este arrebato! -¡Pues yo sí! Te pido que hagas una sola cosa y te niegas. Apuesto a que, si tu precioso señor Wingate estuviera aquí, te precipitarías a hacer su voluntad.

- Estás dejando ver los celos -observó ella, sobriamente. ¿Acaso no es verdad? -Los ojos oscuros echaban chispas-. Si tuvieras la oportunidad, meterías en tu cama a ese hijo de mala madre.

- Malcolm, te estás excediendo -advirtió Lenore. -¿Por qué? ¿Por que digo que él es un hijo de mala madre o porque digo que tú eres una zorra?

Lenore aspiró bruscamente, indignada. Ya completamente furiosa, golpeó con el mango de la sombrilla la portezuela cerrada tras el cochero.

- Henry, puedes dejarme aquí, por favor pidió, al abrirse la portezuela- Tengo que hacer otras compras. -¡No bajaras! -protestó Malcolm, cuando el criado detuvo el vehículo - ¡T e llevo a casa!

- Para eso tendrás que matarme ahora mismo, Malcolm. Si no me dejas salir de este carruaje ahora mismo, armaré tal escándalo que no podrás vivir en esta ciudad un solo día más.

Las palabras, lentas y cuidadosamente pronunciadas, la decisión de aquellos ojos esmeraldinos, convencieron al joven de que hablaba muy en serio Si no empleaba la cautela, debía atenerse a las consecuencias.

- Si te bajas, tendrás que volver a casa caminando amenazó. -¡Con mucho gusto! -Lenore lo fulminó con la mirada-. Haz el favor de dejarme pasar.

Arrebatada y furiosa, abrió la portezuela y bajó al camino, sin mirar atrás Después de abrir su sombrilla, marchó hacia la acera de tablas sin parar mientes en el tránsito. Pasó frente a una carreta sin más una fría mirada, que bien hubiera podido acobardar a la yunta. El cochero tiró con fuerza de las riendas y gritó, al pasar. -¿Está loca, señorita? ¡Pudo hacerse matar!

Lenore murmuro por lo bajo. -¡Patán grosero y despreciable! ¡Sabrá Dios por qué me casé con él! ¡Ojalá no lo hubiera visto nunca!

Subió a la acera y pasó frente a varías tiendas, a paso rápido. Un hombre alto y apuesto, recostado contra la fachada de un local; observó con un destello de admiración en los ojos y se quitó el sombrero con ademán gallardo.

- Buenos días, señorita. ¿Puedo servirle en algo?

Ella pasó de largo, sin prestarle atención El galán se apresuró a seguirla, devorando con los ojos aquella espalda bien formada, que las ropas no llegaban a disimular; sonrió ampliamente al ver que ella le arrojaba, por encima del hombro, una mirada amenazadora.

Al pasar frente a otra puerta, se oyó el silbido largo y grave del barbero, que estaba aplicando la navaja al rostro espumoso de cliente.

- Vaya pelirroja -comentó el hombro-. Más picante que los pimientos de Louisiana El cliente levantó la cabeza para contemplar el espectáculo. Bastó una breve visión e su perfil para que Ashton la reconociera. -¡Lierin!

Se arrojó precipitadamente desde el sillón y utilizó la toalla envuelta a su cuello para quitarse el jabón. Después de esquivar varias sillas y a sus ocupantes, llego a la puerta y sobresalto al ultimo parroquiano arrojándole la toalla al regazo. -¡Su chaqueta, señor! -gritó el barbero-. ¡Se deja la chaqueta!

- Ya volveré por ella.

Ashton corrió tras la mujer ágil, atrayendo la atención del hombre que la seguía, quien frunció el ceño, con los brazos en, jarras.

Ante la mano que se apoyaba en su brazo, Lenore giró rápidamente en redondo, dispuesta a clavar la punta de su sombrilla en el audaz que la acosaba. Al reconocer el bello rostro que le sonreía, exclamó: -¡Ashton! ¿Qué haces aquí?

- Os he seguido a la ciudad, a Malcolm y a ti -admitió él-. Al ver que subíais al coche, decidí hacerme afeitar.

Ella, riendo, le quitó una franja de espuma de la mejilla.

- Creo que no esperaste a que terminaran.

Ashton se pasó la mano por el mentón erizado.

- Disculpe usted mi aspecto, señora, pero esta mañana salí precipitadamente. -Echó un vistazo calle arriba y calle abajo-. ¿Qué haces aquí? ¿Dónde está tu coche?

Lenore levantó su delgada nariz, todavía irritada.

- Despedí a Malcolm con coche y todo.

Una chispa de interés se encendió en los ojos de Ashton. -¿Y él te dejó sola aquí?

- Supongo que mi padre ha de estar cerca -reconoció ella, encogiéndose de hombros-. En realidad, me importa muy poco.

Ashton dio un paso al costado y señaló el camino con un ademán garboso.

- Si me permite ir en busca de mi chaqueta, señora, será un enorme placer acompañarla adonde guste.

El apuesto galán estaba petrificado en medio de la acera. Tal vez había sido lento para el asedio, pero esa muchacha merecía una disputa, y no hizo intento alguno de apartarse. Ashton se enfrentó al desafío con ojos duros; luego, tranquilamente, hizo pasar a su dama Junto al hombre.

Cuando la vio más allá de todo peligro, clavó un codo en el pecho del hombre, haciéndole tambalear.

- Si aprecia su pellejo, siga su camino -gruñó Ashton-. Esta mujer es mía.

.El hombre, recuperado el aliento, tomó a Ashton por el hombro, dispuesto a protestar. -¡Yo la vi primero!

La sombrilla se cerró en un segundo y, de inmediato, su agudo extremo halló un punto vulnerable entre las costillas del galán. El joven lanzó un chillido y, descubriendo que la pareja era demasiado para él, retrocedió en ademán de rendición.

- Ya que insisten… - exclamó, abriendo los brazos.

Y se fue renunciando inmediatamente a todo reclamo sobre aquella potranca bien formada. Por lo visto, ya había elegido compañero.