55

Esa misma noche, hacia las once, todos habían abandonado la granja, excepto los cinco Ballard y Will. Susan y Molly habían sido dadas de alta en el hospital alrededor de las dos de la tarde. Susan había sido retenida la noche anterior para su observación, aunque, como dijo el médico, no parecía tener nada que no pudiera ser remediado con una buena comida y una noche completa de sueño. A Molly se la trató por conmoción, le aplicaron un antibiótico local sobre el cuero cabelludo y un apósito sobre la frente y le dieron cinco puntos de sutura debajo de la oreja. El doctor que realizó la sutura le dijo que si el cuchillo hubiera penetrado medio centímetro más, habría muerto.

Tyler Wyland sí había muerto. En el momento decisivo, cuando ya había empezado a cortar la garganta a Molly, Will le había volado la tapa de los sesos.

Pero Molly se negó a pensar en ello. Estaba recostada en el sofá, vistiendo uno de sus camisones con leyendas, confortablemente envuelta en una manta y con la cabeza apoyada sobre una almohada, viendo el final de Speed. Will estaba sentado en el suelo, frente a ella, con la espalda apoyada contra el sofá, las rodillas dobladas y los brazos descansando sobre ellas. Susan estaba hecha un ovillo a los pies de Molly. Sam y Mike estaban despatarrados en el suelo, y Ashley había reclamado el derecho a usar la poltrona. Pork Chop, como era su costumbre, resoplaba frente a la puerta de la cocina.

Era una acogedora escena familiar, con todos los Ballard vestidos con ropa de cama y Will con su equipo de gimnasia. Molly observó cada uno de los rostros absortos y sintió que el corazón le estallaba de felicidad y alivio. Gracias, Señor, rezó, como lo había hecho ya un millón de veces desde que saliera del hospital. Lo único que desentonaba era que Will no pertenecía realmente a la familia; volaría de regreso a Chicago el lunes siguiente.

Pero esta noche Molly no quería pensar en ello.

Los créditos de la película pasaron por la pantalla. Will se puso de pie y apagó la tele.

—A la cama — dijo.

—Es sábado — protestó Mike, rodando sobre su espalda y sentándose.

—Sí, no es tan tarde aún — lo secundó Sam.

Ashley se puso en pie, bostezando.

—Estoy cansada — dijo, mirando a Sam por entre los párpados semicerrados.

—Yo también — dijo Susan, desenroscándose en el sofá y echando a Sam una mirada de advertencia—. Vamos, Sam.

—No hay forma... — comenzó a decir Mike acaloradamente, pero su mirada encontró la de Will. Como Will estaba de espaldas a ella, Molly no pudo ver su expresión, pero Mike se detuvo a mitad de la frase y cambió de opinión—. Está bien.

Molly observó atónita cómo sus hermanos, con sólo uno que otro gruñido salían de la habitación.

—¿Cómo has hecho para lograr eso? — le preguntó a Will, impresionada.

—Evidentemente reconocen la voz de la autoridad cuando la oyen — respondió él, acercándose—. ¿Cómo te sientes?

—Muy bien, dadas las circunstancias — contestó Molly, con una sonrisa.

De golpe él se puso muy serio, y Molly se preguntó qué estaría pensando.

Se acercó a él y tomó su mano, dándole un cariñoso tirón para animarlo a sentarse en el borde del sofá.

—Me diste un susto de muerte, sabes — dijo él, resistiéndose a sentarse—. Cuando me di cuenta de que no aparecías por ninguna parte, estuve a punto de sufrir un ataque cardíaco.

—No pensé que te importara tanto — bromeó Molly, girando sus ojos coquetamente.

—Me importas — respondió Will, sin sonreír—. Me importas mucho.

Su voz sonaba seria, y Molly abrió muy grandes los ojos.

—¿Te pasa algo? — preguntó, soltándole la mano e irguiéndose. Will la miró, abrió la boca, volvió a cerrarla y dio una vuelta rápida por el cuarto.

—¿Qué pasa? — Insistió Molly, alarmada.

Will volvió a pararse a su lado. Molly pudo ver que sus mejillas habían virado al rojo.

—Molly — dijo finalmente y se detuvo—. No sirvo para esto.

—¿Estás tratando de decirme que mañana te marchas? — Molly sintió que de sólo pensarlo se hundía en un dolor profundo. Él le había prometido quedarse todo el fin de semana, pero debía haberse presentado algo imprevisto. Su hijo, quizás, o algún asunto de trabajo. Ella no quería que se marchara. Ni mañana, ni el lunes, ni nunca. Pero por supuesto que él lo iba a hacer. Ella había sido una tonta por pretender fingir que no lo sabía y que él le pertenecía.

Sin contestarle, Will se sentó en el sofá, a su lado. Le tomó la mano, que retuvo entre las suyas, y acarició sus nudillos con el pulgar. Su mirada era intensa. Aspiró profundamente y dijo:

—Demonios, estoy tratando de pedirte que te cases conmigo.

Molly se quedó mirándolo, muda.

—¿Qué? — exclamó finalmente.

—Ya me has oído — el rojo de sus mejillas se extendió a las orejas.

—¿Me estás proponiendo matrimonio?

—Sí — respondió él, con voz ronca.

Molly lo miró, miró su apuesto rostro, el fuerte cuello. Los anchos hombros, las bronceadas manos de largos dedos que sostenían la suya, pálida, miró su pelo rubio y sus intensos ojos azules.

—Sí — dijo ella, arrojándole los brazos al cuello—. ¡Sí, sí, sí, sí!

—¡Hurra!

El grito, tan especial, salió de los labios de Sam, pero los cuatro chicos interrumpieron en la habitación, gritando y aplaudiendo.

Will, pescado en el momento de besarla, levantó la cabeza.

—Ya os dije, muchachos, que para esto necesitaba intimidad — gruñó.

—Bueno, hombre, te la dimos — dijo Mike sonriendo — ¡Y ella te dio el sí!

—Sabía que lo haría — terció Ashley, con la cara enrojecida de excitación.

Sentada, con los brazos en torno del cuello de Will y abrazándolo por la cintura, Molly le sonrió.

—Aún no terminé — dijo Will—. Idos a la cama.

—¡Pero si Molly te dio el sí!

Susan llegó para quedarse al lado de ellos, con aspecto de estar transportada. Vestida con un camisón con volados en el cuello y el dobladillo, Susan estaba tan excitada que no podía quedarse quieta.

Sam estaba de pie tras ella:

—¿Tienes que besarla por estar prometidos? — preguntó, disgustado, mientras observaba a la pareja.

—Ese es el nudo de la cuestión, tonto — dijo Mike, dándole un codazo—. Quieren besarse. Si no, no querrían casarse.

—¡Vaya! — dijo Sam, sacudiendo la cabeza.

—¿Podéis iros, por favor, a la cama? — insistió Will.

—Vamos, chicos — dijo Ashley, poniendo una mano sobre el hombro de Susan y la otra sobre el de Sam—. Ahora que ya sabemos el resultado, dejémoslos solos.

—Gracias, Ashley — dijo Will.

—Buenas noches, chicos — dijo Molly, sonriendo, mientras Ashley arrastraba con ella a los gemelos y Mike los seguía. Cuando se marcharon, miró a Will:

—Vengo con un paquete de regalo — dijo, en tono de disculpas.

—Lo sé — Él le sonrió—. Por eso les pedí primero a ellos que me dijeran qué pensaban del asunto. Todos estuvieron de acuerdo.

—¿Qué les preguntaste a ellos, me estás diciendo?

—Hoy, en el hospital. Sabían que iba a planteártelo esta noche. ¿Cómo crees, si no, que logré que se fueran a la cama después de la película?

—Les gustas — dijo Molly, sonriéndole—. Me gustas.

—¿Te gusto? — preguntó Will.

—No — se corrigió Molly—. Te amo. Realmente. Locamente.

Profundamente.

—Y yo te amo a ti — replicó Will, y volvió a besarla.