18
Susan hizo un mohín de simpatía.
Apoyado en la escoba, observando con indisimulada mofa, Sam lanzó un chillido.
—¡Sam! — lo reprendió Molly.
Tenía los brazos sumergidos hasta el codo en el agua caliente, intentando sin éxito concentrarse en su tarea. Si se sentía atraída por él era porque estaba siendo víctima de un caso de química enloquecida, una burla de la fortuna, se dijo. Estaba segura de que, si lo ignoraba, la atracción desaparecería. Al igual que él.
—Lo siento — dijo nuevamente Ashley, levantando el pie.
—No ha sido nada — respondió Will—. Sólo recuerda: izquierda, izquierda, izquierda, derecha.
—Jamás lo lograré — gimió Ashley.
—Jamás lo logrará — le hizo eco Sam, con convicción.
—¡Ya cállate, Sam! — siseó Susan.
—Barre, Sam — dijo Molly, metiendo las copas dentro del agua caliente.
Incapaz de resistirse, miró de soslayo a la pareja de bailarines. Will parecía relajado y paciente... y demasiado atractivo para la tranquilidad mental de Molly. No porque Ashley pensara otro tanto. Era evidente que, lejos de estar subyugada por Will, se hallaba concentrada en el esfuerzo, Estaba mordiéndose el labio inferior, poniendo toda la atención de que era capaz en cada movimiento de sus pies.
Mientras que Molly, Mike y Sam eran atletas por naturaleza, cómodos con sus cuerpos y buenos en la mayoría de los deportes, y Molly adoraba bailar, Susan y Ashley tendían a tener menos coordinación física Asbley había caído tantas veces tratando de aprender a patinar que por fin había abandonado el intento; casi siempre que montaba, se las ingeniaba para que el caballo la desmontara; era lenta como corredora, lanzaba la pelota con torpeza y como bateadora era fatal. Una vez, en la escuela, se había caído del trapecio y se había fracturado el brazo. No podía hacer flexiones, ni rodar, ni dar vueltas carnero, y la única asignatura en la que Molly temió que alguna vez obtuviera menos que un suspenso era en gimnasia.
Tampoco daba la impresión de que estuviera dotada para el baile.
Ashley parecía no tener la menor conciencia de Will como varón. Y viceversa.
—Izquierda, izquierda, izquierda, derecha — dijo Ashley, contando los pasos mientras se movía rígidamente siguiendo a Will.
—Tú puedes hacerlo, Ash — la alentó Susan.
—Hombre, esto es tan estúpido — murmuró Mike mientras cruzaba la cocina.
Con una última mirada de desprecio para Ashley y Will, desapareció dentro de la sala.
—La basura, Mike — recordó Molly.
—Izquierda, izquierda, izquierda, derecha.
—Lo estás haciendo muy bien — comentó Will.
—Parece que te hubiesen metido un palo en el culo — dijo Mike a Ashley al volver a la cocina, mientras alzaba el cubo de la basura e iba hacia la puerta.
—¡Cállate, Mike! — dijeron a la vez Molly y Susan. Se miraron mutuamente y sonrieron.
—Espero que no sea tan estúpido como parece — dijo Ashley desalentada cuando ella y Will debieron detenerse una vez más para desenredar sus pies.
—Es un perfecto idiota — le aseguró Sam.
Había terminado de barrer y se encaramó sobre la mesa de la cocina para observar con interés crítico. Con sus tejanos, zapatillas y camisa azul con el distintivo de los Kentucky Wildcats, un rubio mechón de brillante pelo cayéndole casi hasta los ojos, a su manera tenía un aspecto tan dulce como el de Susan.
Lástima que no lo era, pensó Molly, exasperada.
—No es idiota — dijo Molly, con una mirada feroz Susan, que estaba poniendo la leche y la mantequilla en el refrigerador, intervino:
—Lo que hace falta es música — y salió corriendo de la habitación.
—Lo estás haciendo muy bien — le repitió Will a Ashley—. Sólo necesitas práctica.
—Puede practicar hasta que el sol salga por el oeste y no lo logrará — Observó Mike, volviendo a pasar camino a la sala—, Acéptalo, Ash. El baile lo es lo tuyo.
—¡Mike! — gritó Molly, pero ya no estaba en la habitación.
—Tal vez deba decirle a Trevor que no puedo ir — Ashley se detuvo, se separó de Will y dirigió a Molly una mirada desolada.
Molly frunció el entrecejo:
—No seas tonta, Ash. Por supuesto que vas a ir. Estarás hermosa y bailarás tan bien como cualquiera de los que estén allí, y lo pasarás bomba.
—¿Así de fácil? — preguntó Ashley, con una débil sonrisa, cruzando con fuerza los brazos sobre el pecho.
—¡Así de fácil! — confirmó Molly.
—Querría que alguien me enseñara a bailar — dijo Susan, con envidia, regresando con la caja de música que tenía Molly sobre su cómoda. ¿Quién te enseñó a ti, Will?
—Creo que aprendí solo — contestó, con un encogimiento de hombros.
—¿Y a ti, quién te enseñó, Molly? — Susan ya estaba haciendo gira la llave de la cuerda.
—Me parece que yo también aprendí sola. En realidad, todo lo que hay que hacer es escuchar la música y seguir al compañero — Molly enjuagó el último plato y comenzó con las cacerolas.
Susan levantó la tapa de la cajita de música. La clara y rítmica melodía de "Edelweiss" inundó la cocina.
—“...pequeña y blanca, limpia y brillante, todas las mañanas que te encuentro..."
—Prueba con música — sugirió Susan.
Will ofreció sus brazos a Ashley, quien suspiró, puso los ojos en blanco y se acercó a él.
—“... pequeña y blanca, limpia y brillante, pareces tan feliz de recibirme..." Ashley y Will comenzaron a desplazarse dibujando torpes cuadrados en el suelo de la cocina, mientras Molly, oyendo su canción favorita, sentía que las lágrimas llenaban sus ojos.
—“... Pimpollo de nieve, puedes florecer y crecer..." La caja de música había sido un regalo de su madre. Cada vez que oía sus notas, recordaba breves momentos de felicidad y largos momentos de pena que habría preferido olvidar. Por esa razón casi no la escuchaba.
—“...florece y crece para siempre. Edelweiss, Edelweiss, bendice por siempre mi terruño." Se sorprendió de que Susan supiera dónde guardaba la caja.
—¿Puedes mostrarme cómo se hace, Molly? — pidió Ashley.
La música se detuvo. Molly levantó los ojos, sorprendida. Ashley y Will estaban de pie, quietos, mirándola.
—Si bailaras un poco con Will, tal vez me daría cuenta de cómo se hace. No lo hago bien, me parece.
Parpadeando para alejar las lágrimas y los recuerdos, Molly buscó los ojos de su hermana. Sus ojos eran una súplica.
—Muéstrale, Molly, por favor — rogó Susan—. Quiero ver cómo lo haces tú.
—Seguro que lo haces mejor que Ash — murmuró Sam, sacudiendo la cabeza.
—Ashley lo está haciendo bien — dijo Will—. Pero le ayudaría ver cómo lo hacen otros. ¿Eh, Molly?
Se acercó a él con tranquilidad. Molly recordó que mientras le besaba la mano esa mañana Will pareció no experimentar ninguna reacción, en tanto ella sufría la gran conmoción de su vida. Si, contra todas las leyes de la razón, se sentía atraída por él, no parecía que la atracción fuese recíproca.
—Tengo las manos húmedas — protestó.
Susan, que estaba secando las cacerolas, sin hacer comentarios le alcanzó un paño de cocina. Incapaz de pensar en otra objeción que no la hiciera quedar como una tonta — después de todo, se suponía que Will era su novio, y sólo se trataba de bailar—, Molly se secó las manos y se dejó abrazar.
El hombro de Will era duro bajo su mano. La tela de su camisa era un popelín de algodón fino y suave. Los dedos que sostenían los suyos eran cálidos y fuertes. Pudo sentir la firme posesión que sugería su mano en su cintura.
Su instinto le indicaba rehuir la mirada de Will, cerrarse frente a él y no mirarlo. Pero ¿que interpretarían, él y sus hermanos, de semejante actitud?
Alzó la barbilla, lo miró a los ojos y dibujó una sonrisa en su rostro.
Susan puso en marcha la caja de música, y volvieron a oírse los evocativos acordes de "Edelweiss".
—“...pareces tan feliz de saludarme..." Molly trató de no escuchar.
Tan preocupada estaba por no revelar sus reacciones frente a la música y frente al hombre, que bailó sin una voluntad consciente. Simplemente siguió a Will, rozando apenas el suelo con sus pies desnudos. Logró Parecer así una experta en vals, danza que sólo había bailado unas tres veces en toda su vida.
—“... pimpollo de nieve..." En las sienes de Will se veían algunas hebras plateadas entre su pelo dorado, advirtió Molly, y a los costados de la boca las marcas eran más profundas que las que se le formaban en el rabillo del ojo. Sus labios eran finos pero bien formados, y ahora se extendían en una ligera sonrisa al mirarla.
—“... florece y crece para siempre..." Sus ojos eran más azules que el jersey de Ashley.
—"Edelweiss..." Su cabeza encajaba perfectamente bajo la nariz de él.
—“...edelweiss..." Su cuello era una poderosa columna bronceada y el vello de su pecho era más oscuro que su pelo. Molly de pronto se descubrió a sí misma haciendo conjeturas acerca del pecho y el vello de Will.
—“...bendice por siempre mi terruño." El cuerpo de él irradiaba calor, o algo lo hacía. Cualquiera fuese su origen, ella lo recibía por oleadas. Sentía mucho, mucho calor.
Cesó la música. Will le hizo dar un giro en estilo teatral y la soltó.
Molly se sintió mareada. Susan, Ashley y Sam aplaudieron.
—Bailas muy bien — le dijo Will, sonriéndole.
—Gracias — respondió Molly, descubriendo con agrado que sonaba más normal de lo que se sentía—. Tú también.
—Bah, los pasos básicos no cuestan nada.
—¿Ashley? Tu turno — Molly se alejó, se apoyó contra la cocina y comenzó a recobrarse. Ashley y Will retomaron donde habían dejado, pero Molly ya no se sentía celosa. Si Ashley estuviera sintiendo algo lejanamente parecido a lo que Molly había sentido en los brazos de Will, no sería capaz de ocultarlo. Si no se notaba por algún otro indicio, la habría delatado su piel clara. Era más que evidente que ninguno de ellos tenía otro interés que el baile. Eran amistosos, eso era todo.
Se preguntó cómo la habrían visto sus hermanos, bailando con Will.
Dudaba de que amistosa fuese la palabra adecuada para describirlo.
Aunque sus hermanos no habrían advertido nada anormal. Después de todo, se suponía que Will era su novio.
Susan lanzó un alarido. El sonido, agudo y penetrante como una sirena, alteró la acogedora serenidad de la cocina. La caja de música cayó de sus manos con estrépito. La música se detuvo.
Pálida y con los ojos muy abiertos, Susan miraba la ventana. Las cortinas estaban totalmente corridas. Tras el cristal sólo se veía la más impenetrable oscuridad.
—¿Qué pasa? ¿Qué te ocurre? — preguntó un coro de voces, entre ellas la de Molly.
Susan señaló la ventana con un dedo tembloroso:
—¡Alguien estaba mirando!
—¡Susan! ¿Estás segura? — otra vez el coro.
—¡Había alguien! ¡Había alguien!
—¡Quédense aquí! — ordenó Will, y corrió hacia afuera. Mike, que había aparecido unos segundos después del grito de Susan, tomó el rifle de la esquina más cercana al refrigerador y lo siguió. La puerta se cerró de un golpe detrás de él.
Afuera, Pork Chop comenzó a ladrar. Molly alzó la caja de música. Sus dedos encontraron una pequeña melladura en uno de los pulidos costados, y cuando la apoyó sobre la mesa deseó que ese fuese el único daño recibido. Pero revisaría la caja musical más tarde; la prioridad era su hermanita.
Mike regresó a los pocos minutos, dando un portazo. Molly, que estaba consolando a una temblorosa Susan, lo miró, interrogante.
—Es un cretino — dijo Mike entre dientes, y dio un furioso puntapié al aparador.
Molly alzó las cejas. Intercambió miradas inquisitivas con Ashley. Antes de que pudieran decir nada, entró Will.
—Ahí no hay nadie — dijo, cerrando la puerta. Molly advirtió que ahora él llevaba el rifle, y contempló el rostro resentido de su hermano con repentina comprensión: Will debía de habérselo quitado.
—Había alguien allí. El, o ellos, estaban mirando hacia adentro — insistió Susan—. ¡Yo los vi!
—Entonces debe de haber sido un fantasma. Cuando salimos, Pork Chop estaba comiendo. El no vio a nadie... pero, si era un fantasma, no podría haberlo visto — se burló Mike.
—Está ladrando — señaló Ashley.
—Un gato — dijo brevemente Will—. Lo persiguió hasta la cerca, pero no pudo treparse para alcanzarlo.
—Oh — todos sabían lo que sentía Pork Chop por los gatos.
Will atravesó la cocina y apoyó el rifle contra la pared opuesta.
—No deberías tener algo como esto, y mucho menos donde hay tantos niños — le dijo a Molly.
—No está cargado, ya te lo dije — en la voz de Mike había una nota de furia herida.
Will lo miró de igual a igual:
—Aun así, es peligroso. ¿Qué ocurriría si el que estaba ahí afuera hubiese sido un oficial de policía? Podría haberte disparado, pensando que estabas armado y que corría algún peligro.
—Bueno, no era un "poli". No era nadie. Sólo un invento de la imaginación de mi hermanita — dijo Mike, con sarcasmo.
—¡No fue mi imaginación! ¡Había alguien ahí, de verdad lo había! chilló Susan.
—Tal vez viste a Libby Coleman — sugirió Mike, con malicia—. Tal vez oyó la música y quiso bailar.
Susan quedó boquiabierta.
—¡Mike! — Molly lo miró, mientras Susan empalidecía a ojos vistas.
—¿Quién es Libby Coleman? — preguntó Will, revisando la ventana de la cocina para asegurarse de que estaba bien cerrada y escudriñando el patio trasero. Era imposible que pudiera ver nada, pensó Molly, ni siquiera los agentes del FBI venían equipados con visión infrarroja.
—Es nuestro fantasma local — explicó Molly mantener un tono ligero—. Pero nadie está absolutamente seguro de que ella haya muerto.
—Es uno de los rostros que aparecen en los cartones como "Personas desaparecidas" — agregó Ashley—. Desapareció... creo que hace más de diez años, cuando tenía doce años. Sencillamente desapareció.
—Justo después de haber estado en el cotillón — apuntó Mike aguijoneando a Susan—. Bailando, sabes. Apuesto a que aún le gustaba bailar.
—Cállate ya, Mike — dijo Susan, con odio.
—Fue hace trece años. Lo recuerdo porque ella y yo teníamos más o menos la misma edad, y eso lo hizo más escalofriante. Lo pusieron en la televisión y en los diarios. Durante muchos meses después de ocurrido ninguno se nos permitió ni asomar la nariz fuera de la casa — recordó Molly.
—¿Eso ocurrió cuando estabas viviendo en el Hogar? — preguntó Ashley, con el ceño fruncido.
Molly asintió. Con una mirada hacia Will, deseó que no hubiera oído la referencia a esos modernos orfanatos en los que había pasado buena parte de su adolescencia. Aunque probablemente la revisión de antecedentes que él había hecho revelarían esa información. Aunque quizá no. Sólo los hechos, había dicho él. No por primera vez, Molly se preguntó qué era eso de "los hechos".
Aparentemente él no se había dado cuenta de la pregunta de Ashley, o no tenía interés en seguir con el tema.
—Coleman — dijo pensativo—. ¿Una de los Coleman de la cuadra Greenglow?
Molly hizo un gesto afirmativo, feliz de seguir con ese tema en lugar del otro, más sensible:
—La hija menor. Tenían... bueno, tienen otra hija, mayor, y un hijo varón.
—¿Y desapareció hace trece años, después de su clase de cotillón? — Will se frotó la barbilla—. Muy interesante, pero no creo que fuese ella quien estaba en la ventana.
—Alguien había — insistió Susan—. Yo los vi. De verdad que los vi.
—Si fue así, ya se han ido. No te preocupes — Will observo a Molly—. Así y todo, sólo por seguridad, me gustaría mirar la casa. ¿Te importa?
Molly negó con la cabeza. Will recorrió la planta baja, tirando de las fallebas de las ventanas, controlando cerraduras. Luego fue a la planta alta. Al regresar dijo a Molly:
—La falleba de la ventana del cuarto de los chicos está rota. Le metí una cuña de madera para sostenerla. La arreglaré la próxima vez que venga.
—Gracias — respondió Molly, con una sonrisa.
La expresión de Mike se ensombreció:
—¿Quién es ahora, el hombre de la casa? — murmuró, y se fue hacia el piso superior. Pudieron oír sus pasos enfurecidos retumbando por toda la casa.
Durante un momento todos permanecieron en silencio.
—Está en una etapa difícil — dijo Ashley a Will, en tono de disculpas, que asintió con un movimiento de cabeza.
—Debo marcharme — dijo Will a Molly—. A menos que estés asustada. Me quedo, si así lo deseas.
—Estamos bien — respondió Molly, con su brazo rodeando todavía el hombro de Susan—. Pero gracias por el ofrecimiento. Y por el pollo. Ahora no tendré que preparar la cena de mañana.
—¿Seguro?
—Sí — Molly recogió la chaqueta y la corbata de Will y se las ofreció. Él se bajó las mangas, se puso la chaqueta y la corbata.
—Practicaremos el paso básico un par de veces más y para el próximo viernes serás una bailarina profesional — prometió Will a Ashley.
—Así lo espero — Ashley lo abrazó, sonriéndole—. Gracias, Will.
—Adiós, Will — saludó Sam, con aire de tristeza. Molly se preguntó cuándo habían comenzado los niños a llamarlo Will. La intimidad sonaba natural, pero no estaba segura de si debía permitirlo o no, dadas las circunstancias.
En realidad, no era mucho lo que podía hacer al respecto. Pensarían que estaba chiflada si insistía en que lo llamaran señor Lyman. A todos los otros novios que había tenido los habían llamado por su nombre de pila.
—Adiós, Sam. Adiós, Susan. Y no te preocupes. Lo que viste era probablemente algún animal, una zarigüeya o una lechuza o algo por el estilo, apoyada en la ventana antes de que tu grito la espantara.
—Sí... — Susan parecía poco convencida.
—Te acompaño hasta el coche — ofreció Molly, pensando que tal vez tendría instrucciones para darle.
—No — su rechazo fue abrupto. Molly lo miró interrogativamente. Él tomó su mano, la atrajo hacia sí y susurró en su oído:
—No vi nada ahí afuera, pero nunca se sabe. Quiero que tú Y todos los demás permanezcan adentro esta noche y que mantengan la puerta cerrada con llave. Por si acaso. ¿Comprendido?
Molly asintió. Will mantuvo su mano en la suya, y ella sintió su cálida respiración en la oreja. Molly pudo sentir que el calor llegaba hasta la punta de sus pies.
—Tienes mi número de teléfono, por si ves o escuchas algo. Primero llama a la policía, luego llámame a mí, porque ellos pueden llegar más rápidamente, ¿Lo has entendido?
Molly volvió a asentir. Estaba atemorizándola, un poco... pero era ridículo. Woodford County no era precisamente la cuna del crimen, e incluso era más que improbable que se tratase de algún mirón. Los vecinos más cercanos eran los Atkinson y se encontraban a un kilómetro de allí.
Además, J. D. patrullaba durante toda la noche.
Will soltó su mano, saludó a toda su atenta familia con un ademán de despedida y salió.
Se despidió de Molly diciéndole muy seriamente:
—Cierra la puerta con llave. Y, por el amor de Dios, deshazte de ese rifle.