8

—¿Ha dicho que quiere que verifique el tatuaje en el hocico de cada caballo que corra en Keeneland, antes y después de cada carrera? preguntó Molly, incrédula.

—Sólo de aquellos que no conoce por no haberlos visto personalmente.

Sólo aquellos que aparentemente no tienen posibilidad de un buen resultado en medio de un grupo de perdedores. Ya le haré saber en cuáles estoy interesado.

La conversación fue interrumpida por la llegada del camarero, con una humeante sopera de minestrón, que apoyó sobre la mesa junto a una cesta de pan con ajo. Tras preguntar si necesitaban algo más y recibir una respuesta negativa, el camarero volvió a dejarlos solos.

—No puedo hacer eso — Molly lo contempló mientras atacaba su sopa.

Para estar segura que sería suficiente para todos, la porción de Hamburguesas Helper que se había servido había sido escasa y había comido sólo la mitad. Aun así, la había satisfecho, o al menos así lo había creído. Pero el verlo comer con tanto gusto le provocó una punzada en el estómago. Molly bebió otro sorbo de su cóctel para compensar.

—¿Por qué? — tomó un trozo de pan. Con un movimiento de cabeza Molly rechazó la cesta que le extendía. Punzadas de hambre o no, su orgullo le impedía aceptar lo que previamente había rehusado.

—Ante todo, ya no trabajo en Wyland, ¿recuerda? Renuncié. No tengo libre acceso a las caballerizas.

—Entonces recupere su empleo — comió un buen trozo de pan y volvió a su sopa.

Molly sacudió la cabeza y bebió un nuevo sorbo de su copa. El cóctel de whisky era realmente bueno, decidió.

—No es sencillo. Don Simpson no da segundas oportunidades a la gente.

Y en el calor del momento creo que debo haberle dicho que se fuera al cuerno.

—Entonces discúlpese. Dígale que jamás volverá a suceder. Dígale, que necesita el dinero.

—¿Y qué ocurre si me manda a paseo?

El la recorrió con la mirada:

—Usted es una joven muy guapa. Úselo.

Molly se puso rígida:

—¿Qué quiere decir con eso?

—Haga un meneo de las pestañas ante él. Despliegue su encanto. Llore.

Haga todo lo que hacen las mujeres para ablandar a los hombres. Pero recupere su empleo.

El camarero volvió para llevarse el ahora vacío cuenco de sopa del tipo del FBI, remplazándolo por una ensalada. Molly contempló la pila de verde, los trocitos de pan frito y tocino y los taquitos de queso, todo coronado con el reluciente aderezo de una vinagreta, y bebió otro envidioso sorbo de su copa.

—Suponga — dijo, viéndolo pinchar entusiastamente un trozo de tomate, sólo por un instante, que consigo recuperar mi empleo. Tendré mis propios caballos para cuidar. No puedo andar por las caballerizas mirando cantidades de hocicos. Primero, no tendré tiempo. Segundo, será algo bien sospechoso.

—No serán tantos caballos. Pueden ser cuatro, cinco, seis por semana.

Puede ingeniárselas.

—¿Y qué sucede si me pescan? ¿Esto es peligroso?

El la miró por sobre el tenedor lleno de ensalada:

—No voy a engañaría. Podría serlo.

—Estupendo — bebió otro sorbo de su whisky, descubrió que sólo quedaban unas gotas y las apuró con pesar—. En ese caso, señor FBI, creo que debería hacerlo usted mismo.

—No puedo. Usted sí.

—¿Y si digo que no?

—Quizá tenga suerte y la metan en la penitenciaría federal de Lexington.

He oído que es un lugar cómodo y tranquilo, tanto como pueden serlo las cárceles. A Leona Helmsley le encantaba — el tipo del FBI ensartó un rebelde trozo de lechuga con el tenedor y se lo comió—. Sus hermanos podrían visitarla.

—Eso es chantaje.

—Usted sola se metió en esto al robar esos cinco mil dólares, ¿lo recuerda? Tiene suerte de que yo desee ofrecerle un trato — terminó Su ensalada.

—¿Desea otra copa, señorita? — el camarero reapareció, reemplazado el plato vacío de la ensalada por una fuente brillante cubierta de mozzarella, que olía fuertemente a pizza. Las punzadas de hambre volvieron a atormentar a Molly.

—Sí — respondió, en el momento exacto en que su compañero de mesa respondía no.

El camarero miró alternativamente a una y a otro.

—Sí — volvió a decir Molly, desafiando en silencio al tipo del FBI a que la contradijera. Sus ojos se encontraron por un instante, y él se encogió ligeramente de hombros, rehusando discutir el tema. El camarero desapareció, presumiblemente para ir en busca del trago de Molly.

—Véalo de este modo: durante algunas semanas estará trabajando para el gobierno. Pagamos bien — atacó su lasaña.

—¿Pagarme? ¿A mí? — preguntó Molly, ahora con interés. El camarero regresó, dejó ante ella el segundo cóctel, y se alejó.

—¿Dijo que me pagarían? — exclamó cuando volvieron a quedar solos.

—¿Qué tal le suenan cinco mil dólares?

—Está bromeando, ¿verdad?

—No — respondió él, sacudiendo la cabeza.

—Permítame aclarar esto: ¿va a pagarme cinco mil dólares sólo para verificar los tatuajes de los hocicos?

—Es mejor que ir a la cárcel, ¿no le parece?

—¿Cuándo recibo el dinero?

El sonido que emitió él estaba a mitad de camino entre el estornudo y la carcajada. Sus ojos lanzaron destellos por encima del tenedor con lasaña momentáneamente suspendido frente a él, repentina y genuinamente divertido ante el arranque de Molly.

—Cuando el trabajo haya sido realizado.

—Y entonces no volveré a verlo ni me enteraré de alguna otra cosa relacionada con el dinero que recogí.

—Si usted me ayuda en esto, haremos borrón y cuenta nueva y quedará limpia. Quemaré el vídeo. Puede quemarlo usted misma.

Molly reflexionó durante un momento, sorbiendo pensativamente su bebida, mientras él se dedicaba a su comida.

—¿Nadie se enterará de que me pilló en falta?

—Nadie, salvo usted. Y yo.

—Tengo que vivir aquí. Si alguien descubre que hice esto, jamás volver a trabajar con los caballos. Probablemente nos veamos obligados a mudamos de Kentucky.

—Si eso llegara a suceder, lo que no ocurrirá si es cuidadosa, el FBI se haría cargo de todo. No se la dejaría librada a sus propios medios, tiene usted mi palabra.

Molly lo observó, evaluándolo:

—No pretendo herir sus sentimientos, señor FBI, pero su palabra no significa gran cosa para mí. Ni siquiera lo conozco.

—Tendrá que confiar en mí.

Molly hizo una mueca.

—Estupendo.

—Tómelo o déjelo.

—No tengo alternativa, realmente, ¿no es así? Si hago lo que quiere, usted me paga y se va. Si no lo hago podría ir a la cárcel.

—Diría que eso lo sintetiza muy bien — terminó su lasaña, se limpió la boca con la servilleta y la dejó sobre la mesa. El camarero se materializó como desde la nada. Molly, que había estado cuidando su copa a lo largo de la conversación, quedó sorprendida al ver que esta estaba vacía. La apartó de ella.

—¿Postre? — preguntó el camarero con una sonrisa, paseando su mirada de uno a otro—. ¿O una copa para después de cenar?

El tipo del FBI rehusó ambos ofrecimientos con un movimiento de cabeza, y también rehusó el café, como también lo hizo Molly, que ya no tenía ganas de mostrarse desafiante sólo para molestarle. Permanecieron en silencio mientras el camarero recogía la mesa y dejaba la cuenta.

—La próxima vez que vengamos aquí realmente debería probar la lasaña — dijo el tipo del FBI, sacando un par de billetes de la billetera y poniéndolos sobre la cuenta que estaba en una pequeña bandeja de plástico. Se puso de pie—: Viva peligrosamente.

—¿Qué quiso decir con eso de “la próxima vez que vengamos aquí”? preguntó Molly, deslizándose fuera del reservado. Con un gesto indicándole que lo precediera, la siguió hasta la puerta. Molly estaba muy consciente de tenerlo tras ella. Le hacía sentir claustrofobia, como si fuera tanto literal como figurativamente su prisionera.

—Buenas noches, esperamos volver a verlos por aquí — saludó la recepcionista cuando pasaron frente a ella. Molly sonrió automáticamente. El tipo del FBI alzó su mano como respuesta.

Afuera, en el aparcamiento, Molly repitió su pregunta.

—Exactamente lo que dije. Hace ocho días que estoy en la zona y he comido aquí casi todos los días, de manera que supongo que volveré.

Lexington no ofrece una amplia variedad de restaurantes italianos. Tengo debilidad por la comida italiana — abrió la portezuela del auto y Molly se sentó automáticamente. Tras cerrarla, él rodeó al coche y se deslizó en su asiento.

—¿Pero qué quiere decir con nosotros? — preguntó ella cuando el coche se puso en marcha.

—Va a tener que verme muy seguido hasta que esto termine, lo que probablemente incluirá salidas a cenar — el coche bajó a la calzada—. Trae mantener en secreto a un informante es un error, lo sé por experiencia.

Nunca falta alguien que los vea juntos y el asunto se arruina. Es mejor encontrarse a la vista de todos. Ya sabe, el viejo truco de ocultar algo a la vista de todos.

—Oh, vaya, el viejo truco de ocultar algo a la vista de todos. No debo haber estado en clase el día que lo explicaron en SPYING 101 — Molly se hundió en el asiento.

El la fulminó con la mirada y continuó:

—También me simplificaría las cosas que pudiera husmear en los establos de Keeneland cuando necesite hacerlo sin que la gente se pregunte quién soy o por qué estoy allí. Usted será mi motivo. Mientras dure esta investigación, soy su nuevo novio.

Por un instante, Molly se quedó sin habla. Lo contempló, tomando nota de su rubio pelo cortado al ras, su rostro anguloso de piel tirante, su cuerpo delgado pero musculoso y de hombros anchos, enfundado en el formal y elegante traje.

—Nadie lo va a creer — dijo, convencida. El clavó la mirada en ella, con los ojos brillándole en la oscuridad.

—Pues deberemos hacer que lo crean — le contestó.