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15 de noviembre de 1995
Pasaron más de tres semanas. Las actividades del hipódromo de Keeneland habían terminado, y Molly llevaba a cabo sus tareas normales en la cuadra Wyland. Entre la gente del lugar relacionada con el ambiente del negocio de los caballos, corrían muchos rumores acerca de que se convocaría al gran jurado y se presentarían acusaciones contra varios entrenadores de la zona, pero nadie parecía saberlo con certeza, y nada ocurrió. Un puñado de los caballos del haras Wyland habían sido llevados a correr en diferentes carreras de otros estados, pero ninguno de los animales a cargo de Molly estaba en las mejores condiciones, de manera que ella se quedó en casa. Don Simpson estaba afuera, con Tabasco Sauce, lo que significaba que el trabajo era más tranquilo que lo habitual.
Era una suerte, ya que Molly no estaba funcionando en la plenitud de su capacidad. Todo lo que se sentía capaz de hacer era arrastrarse fuera de la cama cada mañana y sobrellevar el día lo mejor que fuera posible.
Sentía la ausencia de Will como un dolor físico que no desaparecía, por más que procurara no ahondar en él. Pero, por primera vez en su vida, no era capaz de hundir algo desagradable en el pozo negro que con ese propósito había construido en su cabeza. Este dolor no podía ser negado y no se marcharía así como así.
Todos sus hermanos extrañaban a Will, pero, para sorpresa de Molly, quien peor acusó su falta fue Mike. El joven se mostró abatido en un principio, luego se enfadó y finalmente se volvió hosco y vengativo. Molly sospechaba que estaba saliendo otra vez con la pandilla de antes y temía pensar las consecuencias que eso tendría. Tratar de hablar con él era una pérdida de tiempo. Él hacía oídos sordos a cuanto ella dijera y cuando se dignaba contestar sus respuestas eran cortantes.
Trevor abandonó a Ashley y comenzó a salir con Beth Osborne, con lo cual Molly tuvo que lidiar con el corazón roto de su hermana al igual que con el propio. Ashley lo sobrellevaba mucho mejor que ella, tuvo admitir.
Otro pura sangre fue atacado, esta vez en uno de los campos Cloverlot.
Los delegados del sheriff notificaron a Tom Kramer que deseaban volver a hablar con Mike. Se hizo presente la policía estatal. Afortunadamente Mike tenía una coartada indestructible para el momento del ataque: estaba en casa, metido en cama. Sus cuatro hermanos podían atestiguarlo.
Jimmy Miller y Thomton Wyland siguieron ambos acosándola con propuestas de citas. Varios de los amigos de Thomton que conociera en la fiesta también la llamaron. Molly los rechazó a todos. Sentía que nunca más en la vida podría volver a salir con ningún hombre.
Si no sentía nada por ellos, ¿qué sentido tenía? Y, si de verdad lo sentía, dolía demasiado.
Durante la segunda y la tercera semana de noviembre el Club de Caza de Lexington estuvo en plena actividad, alborotando por los campos con sus jinetes de salto persiguiendo a un zorro inexistente. La aparición anual de estos individuos de sociedad, con sus insignias y sus chaquetas escarlata, siempre presagiaba la llegada del mal tiempo. Así fue otra vez ya que la temperatura bajó hasta cerca de los cinco grados y se quedó allí. Cayeron las hojas de los árboles y la exuberante hierba se volvió parda. El paisaje mostró una desolación típicamente otoñal que se correspondía exactamente con el estado de ánimo de Molly.
Daba la impresión de que jamás volvería a brillar el sol.
El único toque luminoso lo puso Susan, excitada porque iba a tomar parte en la representación escolar de El Mago de Oz. Hacía papel de la Bruja Malvada del Oeste y pasaba ensayando todo su tiempo libre después de la escuela. La mayor dificultad, a decir de Susan, se presentaba con el cubo de agua. La niña que hacía el papel de Dorothy siempre la olvidaba. Era muy difícil morir convincentemente cuando ni siquiera estaba mojada.
Era un miércoles por la noche. Molly estaba en la cocina, batiendo unos huevos para la cena y escuchando, con la mitad de su atención, cómo Susan ensayaba su parte. Sam estaba sentado a la mesa, haciendo su tarea. Ashley y Mike estaban en distintos lugares de la casa, estudiando.
Ashley tendría una difícil prueba de química el viernes siguiente, en la que esperaba tener un excelente. Mike también tenía prueba, de estudios social Molly se sentiría contenta si obtenía un aprobado.
—“Te atraparé, belleza mía..." — entonó Susan, con un parloteo malvado mientras Molly ponía los huevos en los platos. Molly ya había oído tantas veces la parte de Susan que creía poder representarla sin problemas.
Advirtió que su irritación aumentaba, lo que no era nada nuevo en ella en los últimos tiempos. Desde que Will se fuera, sus estados de ánimo parecían fluctuar entre el enfado, el malhumor y la depresión.
Los niños no se lo merecían, lo sabía, pero no podía hacer nada por evitarlo.
—Pon esto sobre la mesa, por favor — Molly interrumpió bruscamente el monólogo de Susan, señalando los platos. Recogió una fuente con tostadas y tocino y se dirigió hacia la mesa. Detrás de ella, Susan hizo lo que se le pedía, haciendo una mueca. Con un grito, Molly llamó a cenar a los demás.
—¿Ya has empezado mi vestido? — preguntó Susan, mientras comían.
Los participantes de la obra debían hacerse sus propios vestidos. Aunque Molly no había dicho nada a Susan, en privado se preguntaba si participar en la obra era un privilegio o una penitencia.
—Aún no, pero lo haré.
—Lo necesito para el próximo miércoles.
—Lo sé.
Una visita a Goodwuill, esperaba Molly, le proporcionaba un adecuado vestido negro y antiguo. Si no era así, revisaría las tiendas de segunda mano. Gracias a los cinco mil dólares que había ganado trabajando para Will, el dinero no estaba tan justo como para que no pudiera afrontar el gasto de un traje aceptable para Susan.
Algo positivo había tenido su asociación con Will, después de todo.
—Espero que no pienses que voy a ir a ver esa estúpida obra, porque no lo haré — dijo Mike.
—No me interesa si no vienes — replicó Susan—. De todas maneras, con esa cara llena de granos que tienes espantarías a todo el mundo.
—¡Cállate, mocosa! Por lo menos, yo no tengo dientes de conejo.
—No, tienes cerebro de conejo — saltó Sam, en defensa de su hermana gemela—. Eres tan tonto que seguramente te echarán de la escuela.
—¡Basta, todos vosotros! ¡Ya está bien! — Molly miró alrededor de la mesa—. ¿Cuál es la regla?
—"Si no puedes decir algo agradable, mejor no digas nada” — corearon como loros Susan y Sam con un agudo canturreo.
Mike los miró, frunciendo el entrecejo, como también a Molly.
—¡Eso es pura mierda! — dijo.
Poniéndose de pie, tomó su plato y su vaso, abandonó la mesa y fue a la sala. Pocos segundos después, Molly oyó que encendía el televisor. Sabía que debía llamarlo de vuelta o, al menos, reprenderlo por insultar, pero no tuvo el valor como para hacerlo. Su carácter agrio parecía haberse contagiado a todos los demás. Molly no podía recordar cuándo era la última vez que habían discutido tan amargamente. O tan desagradablemente.
Después de cenar, Ashley la ayudó con los platos. Susan y Sam habían sido relevados para ensayar y terminar con su tarea, respectivamente.
Mike estaba de tan mal talante que Molly casi había dejado de pedirle que cumpliera con sus tareas de la casa. Si él las olvidaba y ella se lo recordaba, siempre terminaban riñendo. Era más fácil hacerlas sola.
—¿Has sabido algo de Will? — le preguntó Ashley mientras secaba un plato.
Al principio, después de su partida, sus hermanos habían preguntado por él varias veces cada día. Ahora hacía ya dos días que ninguno de ellos lo mencionaba, de manera que Molly supuso que tenía que estar agradecida por el respiro que le habían dado.
—No — contestó brevemente.
—Es duro el amor, ¿verdad?
La simpatía en la voz de Ashley chirrió sobre Molly como una uña sobre una pizarra. Sabía que Ashley sólo quería ser amable, y quizá también compartir algo de su propio pesar, pero la ausencia de Will era una herida abierta que ella no podía soportar que alguien la tocara. Hasta hablar de él era doloroso.
—Es dura la vida — respondió, alcanzándole a Ashley la última de las fuentes.
Alejándose de su hermana, recogió el plato de sobras que había juntado para Pork Chop y fue hacia afuera. El perro, que había estado esperado pacientemente frente a la puerta, con su avidez y su torpeza casi la tiró sobre los escalones del porche. Molly le gritó e inmediatamente se sintió mal. Dejó el plato sobre el suelo, y dio unas palmaditas de disculpas en la cabeza del perro mientras este metía el morro en la comida y devoraba la cena.
Durante un instante, Molly se quedó allí, sin moverse, los brazos alrededor de su cuerpo, aspirando grandes bocanadas del frío aire de la noche. La luna, enorme y amarilla, estaba apareciendo sobre el horizonte. Estrellas diminutas titilaban sobre el firmamento. Soplaba el viento, susurrando a través de las ramas desnudas del roble. Normalmente habría podido escuchar un relincho o el ruido de cascos o algo que anunciara la presencia de caballos en la pradera vecina. Pero los de pura sangre estaban los establos, en parte porque ya no había hierba que comer, y en parte para protegerlos del pervertido que los acechaba. J. D. y compañía vigilaban los establos toda la noche, lo que era bueno para los caballos.
Pero la ausencia de los animales y el conocimiento de que J.D. no andaba por ahí haciendo su ronda nocturna hicieron que Molly se sintiera muy sola. Levantó los ojos hacia la luna y trató de imaginar cómo era Chicago: edificios altos, el continuo ir y venir de mucha gente, tránsito en las calles a toda hora del día y de la noche. En ese exacto momento, Will probablemente estaría en algún lugar de la ciudad, en un pequeño restaurante italiano, ante un plato de lasaña. Junto a él estaría su nueva amiga, o tal vez la antigua amiga que había quedado esperándolo en Chicago. Molly nunca le había preguntado si existía alguien semejante.
Molly supuso que, como los marineros, los agentes del FBI tenían una novia en cada puerto.
El pensamiento fue tan doloroso que Molly cerró los ojos, luchando por contener las lágrimas. No iba a llorar por él. Se rehusaba absolutamente.
Era estúpido e inútil, y no le hacía ningún bien.
Aspiró profundamente, se volvió y regresó a la casa.