31
Molly quedó aterrada cuando hizo ese descubrimiento. Permaneció muy quieta, observando el trabajado cielo raso blanco, tratando de apartarlo de sí.
Había una telaraña en uno de los ángulos.
Will aún yacía tumbado sobre ella, y pesaba una tonelada.
El detector de humo, ubicado cerca del techo, tenía una luz que parecía un diminuto y parpadeante ojo rojo.
Sus manos descansaban sobre la poderosa espalda de Will, por debajo de la camisa que todavía llevaba puesta. Sentía su piel caliente y húmeda de sudor.
Una grieta marcaba una de las esquinas del cielo raso.
Will volteó la cabeza y su mandíbula, en la que ya asomaba la barba, raspó la mejilla de Molly. Dio un suave apretón a su cintura y apretó su boca contra la tierna piel bajo su oreja.
Molly se puso rígida y empujó a Will por los hombros.
El alzó la cabeza y le sonrió. Fue una sonrisa dulce, conmovedoramente llena de ternura, exactamente como la mirada que mostraban sus ojos.
Molly sacó las manos de debajo de la camisa, tratando de no sentir satinada textura de su piel, la elasticidad de sus músculos. No quería conocer de él más de lo que ya conocía.
Que ya era demasiado.
—Déjame levantarme, por favor.
—¿Ahora?
Él frunció levemente el entrecejo, pareció considerar que Molly tendría una urgente razón para pedir algo semejante y rodó para apartarse de ella. Molly se deslizó de la cama y se puso de pie, mirando alrededor en busca de sus ropas, tratando de no advertir que ahora él estaba acostado de espaldas, con las manos cruzadas bajo la cabeza, observándola.
Conservaba aún la camisa abierta que le cubría apenas los brazos y los costados del pecho y los calcetines, el resto estaba desnudo. Pero parecía no preocuparle.
Ella también estaba desnuda. Su primera reacción instintiva fue buscar algo, cualquier cosa, con que cubrirse. La mirada de él sobre su cuerpo era atenta, apreciativa, y la inquietaba profundamente. Pero cubrirse habría puesto de manifiesto esa inquietud, y esa revelación la haría vulnerable. No se atrevía a mostrar debilidad en todo lo concerniente a Will.
De manera que se quedó a los pies de la cama, desnuda, fingiendo que su desnudez no le importaba. Mantuvo la cabeza orgullosamente en alto y la sacudió para apartarse el pelo de la cara, permitiendo que la mirara cuanto quisiera y diciéndose que el estar en exhibición no la molestaba en absoluto, aunque eso no fuera cierto.
Era una consumada experta en el arte de ofrecer al mundo un rostro invulnerable, lo que la había ayudado no poco en la vida. Su esencia, la parte más vulnerable de su personalidad, estaba cuidadosamente oculta bajo una dura caparazón, como una perla en su valva.
Había aprendido que era la única manera de sobrevivir.
Al costado de la cama, estaban tirados los pantalones de Will.
Prácticamente estaban vueltos del revés. Su billetera, algo de cambio menudo y una caja de condones aún cerrada habían caído de los bolsillos y yacían desparramados sobre la alfombra. Molly supuso que había comprado los condones en honor de ella. No llegó a usarlos. Su orgasmo, cuando llegó, había sido demasiado abrasador, demasiado rápido, demasiado estremecedor para dar lugar a tales cuestiones prácticas.
Cuando por fin vio sus bragas y sus pantis, y luego sus zapatos, Molly se agachó para recogerlos, moviéndose con sinuosa gracia.
Huir despavorida — actitud que se hubiera correspondido mejor con su estado de ánimo — habría significado rebajarse ante él.
—¿Qué estás haciendo? — era una pregunta morosa.
—Me visto — la réplica de Molly fue breve.
Mientras ella recogía su sostén y el vestido oyó, más que ver, cómo Will se sentaba en la cama.
—¿Qué sucede?
Cuando se atrevió a mirarlo, Will estaba frunciendo el entrecejo. Sentado como estaba en el medio de la cama con el pelo revuelto y las rodillas s dobladas, vestido con sólo una camisa abierta y calcetines negros, era lo más atractivo que había visto en su vida.
—Detesto hacer el amor con hombres que no se quitan los calcetines — dijo de mala manera, recogiendo su bolso y dirigiéndose al baño. El pasó las piernas por el borde de la cama, pero ya era tarde. Molly alcanzó el baño Y cerró la puerta tras ella, echando llave.
Luego apoyó la frente contra la fría madera pintada de verde.
El tirador se sacudió.
—Molly. Déjame entrar.
Ella se apartó de la puerta, dando un paso atrás.
—Estoy ocupada — dijo, e hizo correr el agua para probarlo.
—Molly.
—Vete — dijo ella, apoyando sus cosas sobre la tapa del inodoro.
Su imagen, reflejada en el espejo, atrajo la mirada de Molly. Su pelo era un revoltijo, tenía la boca hinchada por los besos, y en sus ojos había una expresión extraña, casi escandalizada. No se permitió mirar más abajo.
Si su cuerpo mostraba las huellas de haber hecho el amor con Will, no deseaba verlo.
—¡Molly!
—¡Estoy duchándome! — gritó, apartándose del espejo y acompañando sus palabras con la acción.
Cuando dejó la lluvia de agua caliente, se sentía más serena, compuesta y nuevamente controlada. Se secó, se vistió, se cepilló el pelo y retocó su maquillaje. Cuando hubo terminado, nadie habría sospechado que acababa de tener una sesión de sexo que rajaba la tierra con el hombre que amaba.
El hombre que amaba. La sola idea hizo que la recorrieran estremecimientos de pánico. Se negó a considerar siquiera esa cuestión.
Amar a alguien era asegurarse que le rompieran a una el corazón. Lo había aprendido en muchas duras lecciones a lo largo de otros tantos duros años.
Había sido una tonta en permitir que las cosas con Will llegaran tan lejos.
¿En qué diablos había estado pensando? ¿Cómo pudo no haber previsto que su atávico anhelo de un hombre fuerte y afectuoso que cuidara de ella se mezclaría con una potente química sexual y una buena medida de atracción genuina para lograr un resultado altamente explosivo?
Agréguese una dosis de sexo enloquecedor, y naturalmente, se había enamorado de él. Era una receta infalible.
¿Suponía ella cuál sería el resultado? ¿Que él iba a tomarla en sus brazos e ir con ella hasta perderse en el crepúsculo y que serían felices por siempre jamás? El regresaría a Chicago en un par de semanas. ¿Pensaba ella acaso que la llevaría con él? ¿Con niños, perro y todo lo demás?
Sí, claro. Una cosa que había aprendido era que los finales felices no existían en la vida real.
Detrás de la puerta del baño todo era silencio. Molly aguzó el oído pero no pudo oír nada. Sabía, sin embargo, que no la había dejado sola, Estaba ahí, afuera, y debía enfrentarlo.
Molly enderezó los hombros, alzó la barbilla y tomó su bolso. Luego abrió la puerta del baño y salió a la habitación.
Will estaba sentado en uno de los sillones grises de pana. Tenía puesta su camisa blanca, abrochada hasta la mitad del pecho, un par de calzoncillos celestes y sus calcetines negros. Tenía las piernas cruzada, y balanceaba perezosamente el pie. Estaba bebiendo un vaso de leche, que apoyó sobre la mesa al salir ella.
—¿La úlcera está molestando? — preguntó Molly, con sonrisa burlona. Quería arrojarlo de sí por cualquier medio, intentando salvar lo que quedaba de su corazón antes de que se le metiera más adentro aún. Utilizar el conocimiento que tenía sobre su úlcera era jugar sucio, lo sabía, cuando era algo que él había puesto en sus manos en compensación por lo que supo acerca de su madre. Pero jugaría sucio si se veía obligada a hacerlo, para resguardarse del dolor.
—Se podría decir que sí.
Si ser ridiculizado a causa de su úlcera le molestaba, Will no demostró nada. En lugar de eso, bebió un nuevo sorbo de leche. Sus ojos la recorrieron, pensativos, antes de volver a su rostro.
—¿Puedes llevarme a casa, por favor? Se está haciendo tarde.
—Apenas son las nueve.
—Estoy cansada.
—Ha sido una salida más bien breve, ¿no te parece?
Molly se encogió de hombros.
Will se puso de pie, y fue hacia ella. Molly se obligó a no retroceder. Se mantuvo en su sitio, con la barbilla en alto. Tenía puestos sus tacones, él sólo los calcetines, así que su cabeza llegaba casi hasta los ojos de Will.
Aun así, él era mucho más grande, de poderosa estructura ósea y muscular, y bien sabía ella, por la experiencia reciente, que la superaba en más de treinta y cinco kilos.
Era lógico que le intimidara. Y así lo hizo, pero no con su tamaño. Ella sintió que la intimidaba lo que él le hacía sentir.
Will se plantó frente a ella, alzando las manos para tomarla de los brazos. Molly se liberó de su contacto con un movimiento brusco. Will la miró un momento con expresión especulativa y luego cruzó los brazos sobre el pecho.
—¿Qué sucede, Molly? — en esta oportunidad, su pregunta sonó casi tierna.
Molly apretó los labios:
—No sucede nada.
Will lanzó un suspiro:
—Eso es lo que siempre dicen las mujeres cuando efectivamente sucede algo. No hace falta ser un genio para darse cuenta de que de repente te has enfadado conmigo. La pregunta es: ¿por qué?
—No estoy enfadada contigo. Sólo quiero ir a casa. Si no me llevas tú, me iré andando.
—¿Más de treinta kilómetros, en mitad de la noche? No lo creo.
—Haré autostop, entonces. O le pediré a Ashley que venga a recogerme.
El la miró. Algo en su rostro debió convencerlo de que hablaba en serio, porque su tono cambió:
—¿De veras quieres ir a casa?
—Sí.
—Te llevaré entonces. Deja que me vista.
Molly procuró no mirar cuando él se dirigió al armario y sacó de él un equipo de gimnasia, que arrojó sobre la cama. Los calzoncillos que llevaba eran ceñidos y cubrían sólo el nacimiento de sus muslos. Ella no pudo evitar advertir que él tenía piernas muy bien formadas, bronceadas, musculosas y cubiertas de vello. Will desabrochó su camisa y se la quitó con un movimiento distraído, como si se encontrara solo, en tanto ella pasaba su peso nerviosamente de un pie al otro, intentando mirar a cualquier cosa menos a él.
—Hay Coca Cola en el refrigerador, si deseas. La traje especialmente para ti.
Ella lo miró directamente, y eso fue un error. Sólo llevaba puesto sus calzoncillos celestes. Su cuerpo, al que no había echado una mirada a fondo más temprano, estaba ahora expuesto en toda su gloria. Era espléndido. Los hombros estaban bronceados, y eran amplios, con una fuerte musculatura, al igual que sus brazos. Su pecho era ancho, sin un gramo de más, y estaba cubierto por la cantidad adecuada de rizado vello dorado. El vientre aparecía surcado de duros músculos por encima de la cintura de sus calzoncillos. Tenía las caderas estrechas, y las piernas largas y fuertes.
Molly lo contempló y luego apartó su mirada. Lo que había pasado entre ellos dos no debía repetirse. No iba a permitirse sentir el menor asomo de deseo por él. Ni de ninguna otra emoción.
—No quiero Coca Cola — dijo.
—También hay algo de comida en el refrigerador. Pollo frío.
Will se puso los pantalones y los subió hasta la cintura, con movimientos tan pausados como si para ello dispusiera de toda la che.
—No tengo hambre.
—La tenías, más temprano — la frase tenía un doble sentido que a Molly no se le escapó.
—Ya no tengo más — dijo brevemente.
—¿Así que todo esto es, vamos, porque no me quité los calcetines?
Will ató el cordón del pantalón del chándal en tomo de su cintura. Molly volvió a apartar la mirada.
—¿Puedes darte prisa, por favor? De verdad, quiero ir a casa.
—¿Por qué? La última vez que saliste con alguien llegaste poco antes de la medianoche.
Will pasó la camisa deportiva sobre su cabeza e introdujo los brazos en las mangas. Al igual que los pantalones, la camisa era gris y llevaba en el pecho la sigla de un emblema deportivo.
La salida a la que se refería había sido con Jimmy Miller, por supuesto, y Will había estado ferozmente celoso del resultado. La existencia de esos celos relampagueaba en el aire entre ellos dos, aunque el tono que él empleó fuera amable. Molly pensó en la marca del cuello, sintió que este quemaba, en silencioso recordatorio de que ahora llevaba una nueva cortesía de Will — y la borró de su memoria.
—Oye, ¿acaso eres de esos tipos que tienen que embrollar las cosas al final? Tuvimos sexo, ¿de acuerdo? Tú lo deseabas y yo lo deseaba, y lo hicimos, y eso ya es parte del pasado. La vida continúa, ¿no?
Durante uno o dos segundos, Will se limitó a mirarla.
—¿Estás tratando de decirme que, en lo que a ti concierne, soy sólo una aventura de una noche? — Will sonó casi divertido.
Molly cruzó los brazos sobre su pecho y lo observó mientras él se ponía unas zapatillas negras y ataba los cordones. Ella estaba con los nervios de punta, inquieta como una rana en una sartén, y los movimientos deliberadamente lentos de Will eran todo lo que necesitaba para volverse loca.
—No lo diría en esos términos, pero sí, es más o menos así — le espetó.
—¿Algo así como "No me llames, yo te llamaré"? — preguntó él, poniéndose de pie.
—Sí.
Will fue hacia ella, ya completamente vestido, increíblemente atractivo con su chándal gris. No sonreía. Molly esperaba..., ¿qué? ¿Que él tentara tomarla en sus brazos y la besara? ¿Que le dijera que se estaba comportando como una tonta y le rogara que reconsiderara su decisión?
¿Qué se enfadara o ha hiriese o le rogara?
—Si eso es lo que deseas... — dijo Will encogiéndose de hombros, y le alcanzó su jersey pardo, que estaba sobre una silla.