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14 de octubre de 1995

Cuando Molly entró con el coche por el camino de acceso, eran alrededor de las cinco y media de la tarde. Estaba mortalmente cansada. En Keeneland los sábados eran días de una febril actividad; de hecho, era el día más ajetreado de la semana. El hecho de que Lady Valor estuviera fuera de la carrera de potrancas había generado mucha angustia en todos.

La archienemiga de la potranca, Alberta's Hope, de la cuadra Nestor de California, había ganado con un tiempo que Molly estaba segura que Lady Valor podría haber superado. Don Simpson pensaba lo mismo. Por consiguiente, él estaba tan malhumorado como un oso con una pata lastimada. Encima, ninguno de los caballos cuyos nombres le había dado Will la noche anterior habían resultado ser "dobles". Le había costado un gran esfuerzo controlar a cada uno (¡esta vez le había dado seis!), y era irritante no encontrar nada irregular.

En resumen, había sido un día del demonio.

La mejor amiga de Ashley, Beth Osbome, estaba saliendo de la casa cuando Molly se apeó del coche. Molly se quedó unos minutos charlando con ella antes de entrar. Beth la sondeó maliciosamente acerca de su nuevo novio. Lanzando un puntapié mental a Ashley, Molly improvisó rápidamente una respuesta. Beth soltó una carcajada. Molly se preguntó qué sería lo que le había dicho Ashley.

Cuando Beth se marchó, Molly entró en la casa.

—¡Eh, pandilla, ya llegué! — exclamó, dejando su bolso sobre la mesa de la cocina y dirigiéndose hacia el refrigerador. Ese día tampoco tenido tiempo de comer y se moría de hambre. La cena debía ser algo que se preparara con rapidez, y entonces recordó el pollo que había traído, Will, perfecto.

—Hola, Molly — Ashley entró en la cocina con la cabeza envuelta una toalla a modo de turbante.

—¿Por qué te lavas el pelo a esta hora del día? — preguntó Molly, mientras robaba una pata de pollo fría de la caja que había sacado del refrigerador.

Con galletas y una ensalada, la cena estaría lista en un santiamén.

—Estuvimos ensayando peinados. Beth me onduló el pelo con esos rizadores de espuma que tiene, y quedé como si hubiera tocado un cable eléctrico. Cuanto más cepillaba, más rizado quedaba. Así que me lo lavé.

—Oh — de pie aún al lado del refrigerador, Molly mordió un trozo de la pata de pollo—. ¿Beth también va al baile?

—Sí — Una súbita sonrisa le iluminó la cara—. Con Andy Moorman, Los cuatro vamos a encontramos antes para ir a comer juntos. ¿No es genial?

Beth, tan decidida, siempre había sido más popular que Ashley con los muchachos, aunque, en opinión de Molly, Ashley era la más bonita de las dos.

—Genial — coincidió, y mordió otro pedazo de pollo—. ¿Dónde están Mike y los gemelos? — preguntó con la boca llena.

—Mike está arriba, absorto con una cinta que le prestó uno de sus amigos.

Sam está en casa de Ryan Lutz, y Susan en la de Mary Shelton. Susan llamó para preguntar si podía quedarse a pasar la noche allí, y le dije que sí. Sam estará de vuelta a eso de las ocho.

—Así que somos tú, yo, Mike y Sam para cenar — concluyó Molly, mondando la pata de pollo hasta el hueso que arrojó, con admirable puntería, en el cubo de la basura.

—Eso depende — Ashley le dirigió una mirada severa—. Llamó Jimmy Miller.

Dijo que pasaría a buscarte a las siete menos cuarto.

—¡Oh, Dios mío! ¡Lo había olvidado! — Molly se cubrió la boca con la mano.

—Últimamente pareces olvidar muchas de tus citas — Ashley cruzó los brazos sobre el pecho e inclinó la cabeza—. No irás, ¿verdad?

En realidad, Molly estaba preguntándose si convenía llamar a Jimmy al garaje o a la casa para decirle que había surgido un imprevisto y que no podría ir. Pero cuando se detuvo a pensar en ello, se dio cuenta de por qué no quería ir, y la razón la asustó. Will.

¡No es mi novio!, se recordó con severidad.

—Claro que voy a ir — Molly dio las espaldas a su hermana, dirigió una fugaz mirada de pena a la caja con el pollo y volvió a ponerla en el refrigerador. — ¿Por qué no?

—¡No puedes!

—¿Por qué no puedo?

—¿Qué pensará Will? — estalló Ashley.

Antes de contestar, Molly cerró la puerta del refrigerador.

—¿Acaso importa? — preguntó, con ligereza, y salió de la cocina. Si iba a salir a cenar y a ver una película con Jimmy Miller él la había invitado el lunes, dos días antes de que Will llegara a su vida—, debía darse una ducha y cambiarse de ropa.

—¡Molly! — Ashley fue tras ella.

Cruzando su pequeño dormitorio y corriendo las cortinas que hacían las veces de puerta en su armario, Molly examinó su exiguo guardarropa.

Ashley se quedó de pie en la puerta. Molly hizo lo posible, por ignorarla.

—No puedes hacerlo — dijo Ashley.

—¿Qué es lo que no puedo? — Molly sacó una falda negra y la estudió detenidamente. La prenda estaba limpia y planchada. Incluso aún estaba de moda. Con un jersey o una camisa y una chaqueta, estaría perfecta.

—¿Me puedes dejar tu chaqueta gris?

—¡No! — Ashley sonó ultrajada—. ¡No para que salgas con Jimmy Miller, no puedes! ¿Y qué hay de Will?

—¿Qué pasa con él? — Molly pasó revista rápidamente a lo que tenía guardado en el ropero y encontró el jersey negro de cuello de cisne que estaba buscando.

—¿No estás comprometida para verte con él?

—No.

Estrictamente hablando, era verdad. Probablemente Will pasara por allí muy bien, estaba casi segura de que lo haría—, pero no existía un compromiso. Cualquier intercambio de información podría esperar hasta el día siguiente, en la pista.

—¿Quieres decir que no va a venir esta noche?

Molly se encogió de hombros:

—Tal vez. Si lo hace, dile que tenía un compromiso anterior.

—¿Qué crees tú que va a pensar de que hayas salido con Jimmy Miller?

—¿Quieres que te diga algo? — Molly se puso de rodillas para buscar sus zapatos buenos de charol en el fondo del armario.

—¿Qué?

—Me tiene sin cuidado.

—¿Han tenido una pelea? — Sonaba ansiosa.

—No, no tuvimos ninguna pelea — Molly se puso de pie, zapatos en mano, recogió la falda y el jersey negro y se volvió para colocar cuidadosamente las dos prendas sobre el algo desteñido pero aún bonito edredón estampado que cubría la cama.

—¿Entonces por qué....? — empezó a decir Ashley, y fue interrumpida por su hermana.

—Will Lyman no es mi dueño — dijo Molly, con fiereza, y fue hacia su cómoda.

Abrió el cajón superior, sacó de él una muda de ropa interior que arrojó sobre la cama, y hurgó bajo la caja de música y el resto de su lencería buscando un panti. El espejo cuadrado le devolvió su imagen. Con la boca apretada llena de obstinación y los ojos relampagueantes, parecía estar con un enfado de los mil demonios contra algo. Molly no estaba segura de qué era esa cosa.

—Will me gusta de veras, Molly.

—Entonces sal tú con él.

—A todos nos gusta. Salvo a Mike, pero ya sabes cómo es. Ya le gustará.

—Mira, Ash — Molly encontró el panti negro que buscaba, cerró el cajón y enfrentó a su hermana—. Uno, Will es demasiado vejo para mí. Dos, no es exactamente mi tipo. Tres, es de Chicago, adonde regresará una vez que haya terminado en Keeneland. Así que no pienses que estamos viviendo un romance de toda la vida. No lo estamos.

—Apuesto a que podrías convertirlo en un romance de toda la vida si quisieras.

—¿Puedes, por favor, dejarme tu chaqueta gris? — Molly arrojó el panti sobre la cama y se volvió para rebuscar en su pequeño alhajero tratando de encontrar sus pendientes y su cadena de plata.

—Te has visto con él las dos noches últimas. Nunca quedas para los días de semana. Debe gustarte mucho.

—No es nada serio, Ash. Créeme, no lo es — Molly encontró la cadena y uno de los pendientes, pero el otro se negó a aparecer.

—Deberías ver cómo lo miras.

—Es tu imaginación — Molly encontró por fin el otro pendiente y cerró el alhajero de un golpe.

Ashley sacudió la cabeza:

—Te conozco, Molly. No me digas que no te derrites por él. Lo sé.

—Cállate, Ashley, ¿quieres? — dijo Molly, con los dientes apretados. Al pasar hacia el baño tomó su bolso de plástico con cosméticos.

Ashley se apartó de su camino, y Molly pasó frente a ella como una tromba.

—Apuesto a que lograrías que se enamorara de ti — dijo Ashley, desde atrás de ella.

—Has estado leyendo demasiadas novelas románticas — exclamó Molly de mal talante, y le dio con la puerta en las narices.

Cuando salió, treinta minutos después, duchada, con el pelo lavado y secad o y maquillada, Ashley no estaba a la vista. Fue derecho a su cuarto, llevando en una mano sus ropas sucias y en la otra el bolso de los cosméticos, mientras sostenía la toalla con que se cubría. Si se daba prisa, podría cerrar la puerta y echarle llave antes de que Ashley advirtiera que ya no estaba en la ducha.

Su hermana no llevaba ya la toalla verde en la cabeza y estaba sentada sobre el borde de la cama de Molly, ahuecándose el pelo con una mano mientras se secaba. Sobre su regazo tenía la chaqueta gris y un pequeño frasco de perfume.

Molly se detuvo en la puerta. Ashley alzó la vista. Las hermanas se observaron, midiéndose con la mirada.

—Puedes usar mi chaqueta — dijo Ashley—. Me han dado una muestra gratis de "Knowing" la última vez que fui al centro comercial. También puedes usarlo.

—Gracias — Molly entró en el dormitorio y tomó el perfume que sostenía Ashley—. ¿A qué se debe el cambio?

—Decidí que, si logras poner celoso a Will, probablemente ayude a que las cosas se enderecen. Ya sabes cómo son los hombres — dijo Ashley, la mundana.

Molly lanzó un gruñido:

—¿Podrías salir de aquí? Son las seis y media, y ni siquiera estoy vestida.

—Will es justo para ti, Molly — dijo Ashley muy seriamente, poniéndose de pie—. Si se quedara contigo, no tendría por qué preocuparme cuando me marchara a la universidad el otoño que viene. El cuidaría de ti. Y también de Mike, Susan y Sam.

—¡Sal ya mismo de mi cuarto! — Molly la empujó fuera de su cuarto, cerró la puerta con fuerza y le echó llave. Se quedó un momento con la frente apoyada sobre la madera pintada de blanco. Finalmente se enderezó.

—¡Will volverá a Chicago dentro de dos semanas! ¡Métete eso en la cabeza! — gritó a su hermana a través de la puerta.

—Ha llegado Jimmy Miller — replicó Ashley como toda respuesta. Maldiciendo por lo bajo, Molly comenzó a vestirse.

Jimmy Miller tenía pelo del color del tabaco, contextura robusta y una dulce sonrisa. Si bien su rostro cuadrado de nariz achatada no era exactamente guapo, era atractivo. Era considerado un buen partido por las muchachas del lugar. Después de todo, algún día llegaría a ser el único propietario del garaje Miller. Todo el mundo conocía el volumen de los negocios del único taller de reparación de coches de Versailles. Para completar cuadro, a Molly le gustaba.

O, para decir mejor, hasta ese momento le había gustado Y ese era problema.

Jim compró la cena en Sizzler, y ella sonrió cuando él le contó planes de abrir un segundo taller en la cercana ciudad de Frankfort, capital del estado. Tomó su mano durante la película, y ella se lo permitió. Cuando terminó el cine, él hizo todo lo posible por convencerla de ir juntos a un club nocturno de Lexington, pero ella dijo que no, que tenía que levantarse temprano al día siguiente para ir a trabajar.

Él le dijo que si había algo que admiraba en ella era su sentido d la responsabilidad.

Como el buen deportista que era, Jimmy la llevó a casa. No eran aún las once y media de la noche.

El Ford Taurus blanco de Will estaba aparcado en el camino de acceso detrás del Plymouth azul. Molly lo vio tan pronto llegaron. Se irguió en el asiento, con todos los músculos del cuerpo en tensión.

—¿Coche nuevo? — preguntó Jimmy, apagando el encendido y deslizando el brazo por el respaldo de su asiento.

—Es de un amigo de la familia — contestó Molly.

Jimmy iba a despedirse besándola — ya la había besado anteriormente—, y ella dejaría que lo hiciera, incluso le daría más que lo que él había esperado.

Porque Will estaba en la casa. Y porque, muy dentro de ella, tuvo que admitir que el hombre que ella realmente deseaba que la besara era Will.

En calcetines, con una camisa azul desabrochada y unos pantalones grises, Will se encontraba echado sobre la sorprendentemente cómoda tumbona de la sala de los Ballard cuando oyó el sonido de neumáticos rodando sobre la grava. Afuera, Pork Chop comenzó a ladrar.

Ella había vuelto a casa. Sus dedos se cerraron sobre el brazo del sillón, tensos, mientras evaluaba lo que debía hacer. Podía quedarse donde estaba y esperar a que Molly entrase. O bien podía salir al porche, como un padre sobreprotector, y echar un cubo de agua fría sobre el beso de despedida con ese novio suyo.

Le molestó comprobar cuánto le disgustaba la sola idea de ese beso. Y le molestaba aún más el hecho de que lo último que sentía por Molly era un sentimiento paternal.

Sam estaba encogido sobre el sofá, adonde se había quedado dormido durante la proyección de los créditos de la película alquilada que había traído Will. Ashley estaba sentada a los pies de Sam, con los párpados pesados de sueño, y miraba a Jay Leno intercambiando chismes con Elizabeth Taylor. Mike estaba arriba. Se había retirado a su cuarto no bien terminada la película. Pero no había sido capaz de sustraerse a la tentación de ver a Arnold Schwarzenegger en Mentiras verdaderas, ni siquiera para no verse obligado a soportar la presencia de Will.

—Molly ha vuelto — anunció Ashley, dejando vagar la mirada por la habitación hasta centrarse en Will. Will se había preguntado ya varias veces esa tarde si Ashley estaría al tanto. Cuando él había llegado, alrededor de las siete y media, cargado con bolsas de papel llenas de comestibles y una película, fue recibido con la sorprendente y exasperante noticia de que Molly había salido con un hombre. Ashley insistió que se quedara. A mirar la película con ellos, dijo. Y para continuar las clases de baile, si no le importaba.

Y... y para protegerlos, porque, al no estar Molly en casa, Mike y ella estaban a cargo, y eso los atemorizaba un poco.

Will advirtió que Mike no andaba por ahí mientras Ashley decía esto. Y no creía que Asbley estuviera atemorizada. Pero, desde el momento en que la invitación de Ashley coincidía con sus propios deseos, había accedido.

Había arreglado la puerta del porche y la ventana del dormitorio de la planta alta, había practicado baile con Ashley — el baile no parecía ser su fuerte — y luchado con Sam. Y había mirado la película.

Y mientras tanto había mantenido su carácter bajo control.

—¿Oh, sí? — Will siguió mirando la tele, como si estuviera completamente absorbido por el relato que hacía Elizabeth Taylor de su última enfermedad. Bien podía haber estado mirando una pantalla sin imagen por el registro que le quedó del programa.

Molly se tomaba mucho tiempo para apearse de ese coche y entrar.

—Creo que me voy a la cama — dijo Asbley, y se puso de pie.

Gracias por quedarte, Will.

—De nada, Ashley.

Siguió mirando la tele mientras Ashley obligaba a Sam a levantarse Y lo empujaba hacia arriba.

—Buenas noches — dijo ella suavemente.

—Buenas noches — respondió Will, con la esperanza de que su voz no reflejara la acritud que sentía.

No requería un gran esfuerzo de imaginación adivinar lo que estaba haciendo Molly en ese coche.

Un acaudalado hombre de negocios del lugar: esa era la descripción que Ashley había hecho del candidato de Molly. Loco por Molly.

Demonios, la mitad de los hombres del Bluegrass parecían estar locos por Molly.

No estaba dispuesto a engrosar sus filas.

Era bastante mayor y tenía demasiada experiencia como para involucrarse con una mujer que atraía a los hombres como el farol del porche atraía a las mariposas. Una mujer quince años menor que él, con rostro de ángel... y un cuerpo que hacía que a los hombres se les cayera la baba.

No era tan tonto como para eso.

¿Pero qué diablos estaba haciendo en el coche? Pregunta tonta.

Will no pudo soportarlo más. Si ella quería joder con el tipo, al menos podía tener la puñetera decencia de hacerlo en otro sitio que no fuera su propio camino de acceso.

Él no iba a quedarse girando los pulgares durante una hora mientras ella culminaba la noche en el asiento trasero de cualquier palurdo. Iba a sacarla a los tirones de ese coche, le iba a decir lo que tenía que decirle y luego volvería a su hotel y se iría a la cama.

Estaba ya de pie cuando oyó el ruido de una portezuela al cerrarse, seguido inmediatamente de otro idéntico. O bien el palurdo no era partidario de abrir la puerta a las damas, o bien Molly no lo había esperado.

El sonido de dos pasos distintos cruzando el porche fueron seguidos por el de la puerta batiente al abrirse y el de la llave de Molly en la cerradura.

Silencio.

Will dio instintivamente un paso adelante, se detuvo, apoyó el hombro contra el vano de la puerta y aguardó.

A Molly le llevó mucho tiempo abrir la puerta.

—Uno más, Molly, sólo uno más — rogó el palurdo, cuando finalmente se abrió la pesada puerta.

—Buenas noches, Jimmy — respondió Molly riendo, y entró en la casa. Pork Chop la empujó y entró primero; aun en la oscuridad vio a Will de pie en la puerta de comunicación entre la cocina y la sala y se acercó para saludarlo moviendo la cola. Molly y su galán ni se molestaron en echar un vistazo.

—¿El sábado próximo? — Dios, el patán sonaba abyecto. Will recordó cómo había reaccionado su cuerpo aquel día, en Keeneland, cuando todo lo que había hecho había sido besar la mano de la joven, y sintió una repentina solidaridad con el que estaba afuera. Rayos, incluso bailar con ella lo había vuelto loco, ¡y con todos sus hermanos observándoles!

La chica era un peligro, y esa era la verdad. Él no iba a sumarse a la procesión que iba tras ella con la lengua afuera. Después de aquel baile, había tomado una decisión: la política que emplearía sería mantener las manos lejos de Molly.

—Llámame — prometió Molly, sin prometer nada. El palurdo tomó su mano Y la atrajo hacia sí para volver a besarla. Tenía pelo castaño, un cuerpo rechoncho, llevaba tejanos con la raya bien marcada... y metió los dedos en la espesa cabellera de Molly mientras la besaba.

Lo que parecía faltarle de técnica le sobraba de entusiasmo.

Will se alejó del vano de la puerta, muy erguido. Al darse cuenta de lo agresivo de su actitud, se obligó a relajarse.

Ella no le pertenecía, se recordó a sí mismo. No en la realidad, sólo para la galería. Y no habría manera de que eso sucediera.

—Buenas noches, Jimmy — Molly se liberó, sonriendo, y puso su mano sobre el tirador de la puerta batiente.

Molly entró. El palurdo retrocedió, con evidente desgano, cuando ella empujó la puerta para cerrarla.

—Te llamaré mañana — prometió él, con la voz espesa.

—Muy bien. Buenas noches — dijo Molly a través de la puerta batiente.

Luego, con una sonrisa y un ademán de despedida, finalmente la cerró.

La cerradura hizo un chasquido. Molly se volvió y entró en la habitación.

Will se adelantó y encendió la luz de la cocina.