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Susan despertó en medio de la oscuridad. Le dolía la cabeza y sentía revuelto su estómago. No sabía adónde se encontraba, pero sabía que no era en su cama. La noche anterior se había acostado en su cama, como siempre lo hacía, pero de alguna manera se había despertado...aquí.

¿Dónde? Ese era el asunto. Susan se tambaleó y se apoyó sobre lo que parecía ser un suelo de tierra. Dondequiera estuviese, era un lugar frío, oscuro y con olor a moho. Y silencioso. Con un silencio lleno de resonancias. Como una cueva.

¿Tendría una pesadilla? Susan se pellizcó para asegurarse. El pellizco le hizo daño. ¿Los pellizcos dolían en las pesadillas?

Susan sabía que estaba despierta.

Un sollozo se ahogó en su garganta. Susan lo contuvo. Tenía miedo de hacer cualquier ruido, miedo de moverse, por si la bestia que vivía allí la oía y saltaba sobre ella.

No sabía por qué pensaba en una bestia, pero así era. Una enorme criatura peluda con cuernos, garras y grandes colmillos que atrapaba a los niños y se los comía en el desayuno. Casi podía oírla, moviéndose sigilosamente hacia ella en la oscuridad.

Algo pasó corriendo sobre sus dedos. Susan apartó violentamente la mano del suelo y lanzó un alarido. Aun cuando el sonido se había extinguido por completo, siguió caminando hacia atrás, como un cangrejo, hasta que su cabeza golpeó contra una pared de piedra.

Vio las estrellas y se estremeció violentamente. Se sentó con las rodillas contra el pecho y rodeó sus piernas con los brazos, haciéndose tan pequeña como le fue posible. Paredes de piedra, suelo sucio, olor a podredumbre. Diminutos ojos redondos y brillantes que la observaban desde cierta distancia: ¿pequeñas bestias?

¿Estaba, acaso, en una celda... o en una tumba? La idea de que podía haber sido enterrada en vida la atemorizó. A su alrededor, la oscuridad pareció cobrar vida, escuchando, respirando, aguardando para abalanzarse sobre ella.

—Mami — lloriqueó. Luego—: Molly.