32
Cuando llegaron a la casa, Will insistió en acompañarla hasta la puerta.
Molly avanzó delante de él, pasando al lado de Pork Chop, que los saludó con los inevitables ladridos de placer. Las luces de la casa estaban todas encendidas. Las ventanas estaban resplandecientes de incandescente luz amarilla. El porche estaba en sombras, aunque algo se podía ver.
Cuando llegó a la puerta, Molly se volvió para enfrentar a Will que, naturalmente, la había seguido hasta allí.
—Ya ves que nadie estaba esperándome para atacarme, ¿de acuerdo? Ya puedes irte.
—No hasta que hayas entrado — dijo Will, con calma.
Estaba actuando con tan buen talante, teniendo en cuenta que había sido desairado, que esto llenaba de ira a Molly. Todos los otros amigos que había tenido, se hubiera acostado con ellos o no — y, a decir verdad, lo había hecho con muy pocos—, a estas alturas estarían pidiendo una explicación. De hecho, el desaire parecía actuar sobre los hombres como el más poderoso de los afrodisíacos. Cuanto mayor era el rechazo, más abyectamente se arrastraban a los pies de una.
Excepto este hombre.
—Muy bien — dijo bruscamente Molly, girando para empujar Y abrir la puerta batiente y poner la llave en la cerradura. Cuando abrió la puerta vio que la luz estaba encendida; sin embargo la habitación estaba desierta. Se oía la televisión en la sala, y supuso que sus hermanas estarían allí.
—Molly, ¿eres tú? — gritó Ashley, confirmando su suposición.
—Sí, soy yo — respondió Molly, y se volvió hacia Will, impidiéndole el acceso a la casa.
—Algo me hace pensar que no estás invitándome a entrar.
Otra vez sonaba casi divertido. Sostenía la puerta batiente por el marco, de forma que ella no pudo cerrarle la puerta en la cara.
—Has adivinado.
—¿No me darás un beso de despedida?
Molly ni siquiera se dignó responder.
—¿Qué pensarán tus hermanos?
¿Acaso este hombre estaba burlándose de ella, por difícil que fuera imaginar algo semejante? Molly apretó los dientes.
—Para decirte la verdad, eso me tiene sin cuidado. Sólo quiero que salgas de aquí y que salgas de mi vida.
Se produjo una breve pausa y luego Will le sonrió:
—Estás olvidando algo, creo.
—¿Qué? — preguntó Molly, con suspicacia.
—Te sientas como te sientas con respecto a mí en lo personal, profesionalmente nada ha cambiado. Todavía trabajas para mí, todavía harás lo que yo te diga, y para todo y para todos todavía soy tu novio. ¿Lo has comprendido?
Molly se quedó mirándolo. Había olvidado eso. No le sería posible arrancarlo de su vida. Tendría que tratar con él, todos los días, hasta que regresara a Chicago.
Bajo sus condiciones.
—Vete ya y duerme, cariño — dijo Will, con tono amoroso.
Por el rabillo del ojo, Molly vio que Ashley entraba en la cocina y supuso que el tono cariñoso estaba destinado a que lo oyera su hermana. A continuación, Will pasó la mano por su nuca, e inclinó la cabeza para darle un rápido beso en la boca.
—No vuelvas a hacer eso — gruñó Molly cuando la soltó, de manera que sólo él pudiese oírla.
Para terminar de ponerla totalmente furiosa, le dio un paternal pellizco en la barbilla, saludó alegremente a Ashley y luego, sólo entonces, abandonó el porche.
Molly no pudo siquiera darse el gusto de dar un portazo. Con Ashley lomo testigo, tuvo que cerrar la puerta suavemente y contentarse, para dar rienda suelta a su mal humor, con la secreta ferocidad con que echó llave.
—Llegaste temprano — dijo Ashley, con toda inocencia—. ¿Will no quiso entrar?
Molly sonrió forzadamente a su hermana, y procedió a decir la primera de lo que pintaba ser una larga sarta de mentiras.
Después se retiró a su alcoba, se acostó y permaneció despierta el resto de la noche.
Alrededor de la medianoche, Will se encontró pasando con el coche nuevamente frente a la casa de Molly. Después de dejarla, había utilizado el inesperado tiempo libre para completar su interrumpido registro de la oficina de Howard Lawrence. En esta oportunidad encontró algo más que interesante: una nota de chantaje. 0, al menos, algo que parecía serlo.
Armada con letras de diferentes tamaños, recortadas de revistas y pegadas en papel ordinario de máquina de escribir, la nota decía simplemente: Sé Lo qUe haS hECho. No contenía ninguna amenaza concreta, ni exigía ninguna clase de pago. Eso llevó a Will a suponer que era sólo una entre toda una serie de notas, pero no pudo encontrar otra.
Aun así, su instinto, que raramente se equivocaba, le indicó que ahí estaba la clave: el detonador de toda la cuestión. Nunca había creído la historia del suicidio de Lawrence. Su conocimiento del hombre le señalaba que no daba el tipo. Aquí estaba la prueba concreta de que tenía razón. Alguien, de alguna manera, aparentemente se había enterado de que Lawrence estaba informándolo, y había descubierto un terreno propicio para el chantaje. ¿Se lo había matado por esa razón? Parecía probable.
No encontró ningún sobre — un remitente era realmente esperar demasiado—, y el papel no estaba plegado como debería haberlo estado en caso de haber sido enviado por correo, de manera que Will dedujo que había sido entregado personalmente. Lo primero que haría en la mañana sería enviarlo al laboratorio a que se le tomaran las posibles huellas dactilares que hubiera en él. Controlaría también los resúmenes bancarios de Lawrence en busca de reintegros que parecieran fuera de lo normal. No era que pensara que era posible que el entrenador le pagara a su chantajista con un cheque, pero cualquier transacción poco habitual serviría para confirmar su teoría.
Era la primera pista que tenía en este caso desde la muerte de Lawrence. A pesar del desastre ocurrido con Molly esa noche, Will se sintió casi contento cuando regresó a Lexington.
Aunque no quedaba precisamente de paso, Will dio un rodeo para tomar la carretera que pasaba frente a la casa de Molly. En general, la gente que trabajaba con los caballos eran amigos de acostarse, y también de levantarse, muy temprano, y prácticamente todas las casas por las que pasó estaban a oscuras. La de Molly no era una excepción. Estaba oscura y en silencio bajo el cielo estrellado. El único movimiento era el de las ramas del nudoso roble, que se mecían en el patio de adelante, y de las sombras cambiantes provocadas por las nubes que jugaban con una luna fantasmal.
Molly y los demás estarían durmiendo.
Era un idiota redomado por eso de estar pasando frente a su casa en medio de la noche, lo sabía. Will pensó en el palurdo muerto de amor y casi lanzó un bufido. Ciertamente en él la cosa no era para tanto. O, al menos, si lo era, maldito si iba a dejar que se notara.
Todavía no podía imaginar qué era lo que había andado mal entre Molly y él esa noche, pero de algo estaba seguro: una de las verdades universales de la vida dice que, cuanto más esfuerzo se pone en perseguir algo, más velozmente se escapa. Estaba demasiado viejo como para ir tras Molly, gimoteando, después de que ella decidiera irse.
En ese caso, la técnica adecuada era irse él también.
Aunque en este caso era difícil. La sesión de sexo que habían tenido había sido fantástica, y no había sido suficiente para saciar su apetito.
Quería más. Mucho más.
Daba la impresión de que iba a tener que trabajar para conseguirlo.
Tonto, se dijo por enésima vez. Había sabido desde el principio que estaba cayendo en una trampa. Una trampa tendida por una pequeña diablesa que masticaba a los hombres y los escupía como si fueran goma de mascar.
¿Qué había esperado él? Ciertamente no algo para toda la vida. No estaba dispuesto para algo duradero. No quería algo duradero.
Quería llevar a Molly a la cama y tenerla allí durante un mes, y luego...
Luego probablemente tendría que apartarla de su vida. Se despediría de ella, volvería a Chicago y continuaría su vida.
Pero el que debía marcar la ruptura era él, maldito sea. No ella. Y menos aún tan rápido.
Will casi había dejado atrás la casa de Molly cuando lo vio: una figura oscura deslizándose en el patio. Incapaz por un momento de creer lo que estaba viendo, Will parpadeó, miró fijamente... y poco faltó para que chocara contra un árbol.
Después de frenar a tiempo, su primer impulso fue irrumpir en el patio, saltar sobre la figura y atraparlo ahí, en ese momento.
Retrocediendo, se metió por un sendero de barro lleno de baches que corría en medio de un grupo de sicomoros no muy lejos de la casa, desactivó la luz interior del coche para poder abrir la puerta sin ser visto y se apeó del coche. En su mano sostenía la pistola que solía llevar en la guantera.
La luna estaba alta en el cielo y derramaba toda su luz. Will rodeó el perímetro del patio, manteniéndose en la protección de las sombras, observando cuidadosamente los arbustos cercanos a la casa. Eran de alguna especie de ligustro, demasiado crecidos, con una urgente necesidad de ser podados. Ofrecían una protección perfecta para cualquier merodeador o ladrón que anduviera por ahí.
Por un instante, Will creyó que había llegado tarde: cualquiera hubiese estado rondando la casa, ya se habría ido.
Entonces, al dar vuelta en una de las esquinas, vio una silueta oscura que se arrastraba por la parte trasera. De hecho, se arrastraba hacia la ventana de la alcoba de Molly.
Will se sintió repentinamente furioso.
Agachado, con la pistola en alto, Will corrió tras la figura. El intruso miró a su alrededor, lo vio y salió corriendo.
—¡Alto!
Will apuntó la pistola hacia la figura que huía, que no dejó de correr.
Lanzando maldiciones, Will guardó la pistola bajo el cinturón y corrió tras ella. Sería el desgraciado que Susan había visto la noche aquella que bailó con Molly, no le cabía duda. Podría ser, incluso, el degenerado que había herido a la yegua. Quienquiera que fuese, no tenía nada que hacer bajo la ventana del cuarto de Molly.
Sus días como salteador de caminos, y de casas, habían terminado cuando Will le dio alcance en una carrera típica del juego de policía ladrón.
En cuestión de minutos estuvo a la par del sujeto y lo derribó con una zancadilla, no muy lejos de la carretera.
Sólo cuando tuvo al merodeador dominado bajo el peso de su rodilla sobre la columna vertebral y uno de los brazos sostenido fuertemente contra la espalda, advirtió que había capturado a un chico.
Mike, para ser preciso. La oscura cola de caballo y el brillante pendiente lo hacían inconfundible.
—¡Estúpido mocoso de mierda! — dijo Will, aflojando ligeramente la presión, pero sin soltarlo, dando gracias a Dios por no haber sido nunca uno de aquellos que disparan primero y preguntan después—. ¿No sabes que debes detenerte cuando alguien te da la voz de alto? Podría haberte disparado.
—Sal de encima mío, cretino — jadeó Mike por encima del hombro.
—¿Qué estás haciendo afuera a esta hora? Es más de medianoche.
—Lo que esté haciendo afuera no es de tu incumbencia. El que te estés follando a mi hermana no te da derechos sobre mí.
—Eh — dijo Will, apretando nuevamente la llave con que lo tenía sujeto.
—¡Suéltame!
—No hables así de tu hermana.
—Es mi hermana, y voy a hablar de ella como me salga de las narices.
Ahora déjame...
—¿O qué, muchacho duro? — Will cambió de posición y lo cacheó rápidamente con una mano. Los bolsillos del chico estaban repletos.
—¡No puedes hacer eso! ¡Te mataré! ¡Juro por Dios que lo haré!
Mike se debatió inútilmente mientras Will sacaba de sus bolsillos un variado surtido de objetos. El último de los tesoros que apareció fue un condón abierto, conteniendo lo que parecía ser una pequeña cantidad de tabaco. Will hizo una mueca y balanceó el condón frente a la cara de Mike.
—¿Qué es esto, campeón?
Mike dio un tirón particularmente violento, y cuando vio que no había servido para sacarse de encima a Will, lanzó una sarta de palabrotas que habrían impresionado a la propia Madonna. Will ni se movió.
—Nada que te interese, eso es lo que es — dijo finalmente Mike, vencido.
—Muy bien — Will mantuvo la rodilla sobre la espalda de Mike. Sosteniendo firmemente el brazo de Mike con la mano, quedó un momento en silencio y luego dijo—: Según mi punto de vista, tienes tres opciones: puedo llamar a la policía en este mismo momento, y entregarles esta interesante sustancia; o bien, podemos despertar a Molly, contarle toda esta historia y dejar que ella decida qué hacer; o puedes venir conmigo e intentar convencerme de por qué no debería hacer nada de todo eso.
Mike pareció considerar lo que acababa de escuchar. De todos modos, dejó de debatirse.
—¿Ir contigo adónde? — preguntó, suspicaz. Al igual que su hermana, no era precisamente confiado.
—A mi coche. Está aparcado al costado de la carretera.
—¿Qué, eres alguna clase de pervertido? Si crees que voy a darte una mamada o algo por el estilo a cambio de tu silencio, puedes ir olvidándolo.
Will apretó la presión sobre el brazo de Mike, y este lanzó un grito.
—Otro comentario como ese y te quedarás sin opciones — dijo seriamente Will.
—¡Muy bien, iré a tu coche! — dijo Mike, con la voz entrecortado.
—No oigo ninguna disculpa.
—¡Lo siento!
—Eso está mejor.
Will soltó a su prisionero y se puso de pie. Mike también lo hizo, y volvió a poner en sus bolsillos las pertenencias que Will había requisado. Sin embargo este conservó el condón, que guardó en su bolsillo.
—Cretino — musitó Mike.