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Molly abrió los ojos. No notó ninguna diferencia. Estaba tan oscuro que no pudo ver nada. Oscuro, aprestando a moho y frío, aunque no tanto como en el exterior.
¿Dónde estaba? ¿Qué había ocurrido?
Le dolía tanto la cabeza que comenzaba a sentir náuseas. La movió con cautela, apretando los dientes para contener el dolor. Se dio cuenta de que yacía de espaldas sobre lo que parecía ser tierra. No veía nada, pero tuvo la impresión de que se trataba de un lugar vasto, poblado de esos.
Susan. El pozo. Los recuerdos aparecieron en cascada. Molly se dio cuenta de que no estaba en nada parecido a un pozo. Tyler Wyland lo había descrito como un escondite subterráneo, abandonado desde los días de la Resistencia.
Tyler Wyland la había dejado inconsciente con un golpe y la había traído aquí. ¿Por qué?
—Susan — llamó Molly, con voz trémula, en las tinieblas, ayudándose con las manos para sentarse. La cabeza le dio vueltas. La sacudió, esperando que se le aclarara.
Fue un error. El dolor que le provocó fue terrible. Molly se derrumbó, preguntándose si no tendría conmoción cerebral.
—¿M...Molly?
Cuando oyó su nombre, Molly creyó al principio que se trataba de una alucinación. Aun así, luchó para incorporarse, esperando contra toda esperanza.
—¿Susan?
—¿Molly?
—¡Oh, Susan!
Molly ignoró su dolor de cabeza y gateó en dirección a la voz.
¡Susan, Susan!
—¿Molly?
Súbitamente Susan estuvo allí, con ella, en sus brazos, abrazándola como si no pensara dejarla nunca más. Molly rodeó a su hermanita con los brazos, dando gracias a Dios.
—¿Oh, Molly, también te atrapó a ti?
Susan estaba temblando, llorando, con la cabeza hundida en el hombro de Molly. Molly apretó a la niña contra su pecho. Su euforia inicial se evaporó.
No había encontrado a Susan. Ahora ambas estaban desaparecidas.