CAPÍTULO 18

 

Raziel ocupó su lugar en uno de los dos púlpitos dispuestos para aquella pantomima de juicio. No se le ocurría otra manera de describirlo. Si bien no había estado antes en esa tesitura, los rumores llegaban de vez en cuando hablando sobre una sala blanca y cálida, un lugar neutral en el que el Alto Consejo, formado por los miembros más importantes del gremio se reunían e impartían su imparcial justicia.

No pudo evitar echar un fugaz vistazo a Miguel. El arcángel era uno de los miembros destacados de las tres jerarquías que conformaban el coro angelical, uno de los pocos que transmitía las órdenes directas del de arriba y así mismo, era también el más cercano a la humanidad; su guardián. En otra época, había sido uno de sus mentores, el que le había enseñado a amar la humanidad antes de que su propia desdicha y la rabia por fallar en su propia misión, lo hubiese puesto en contra de los mortales.

—Os pongo en conocimiento de que vuestros poderes permanecerán bloqueados mientras se celebre el juicio —informó, mirándoles a ambos—. No toleraremos movimientos irreflexivos. Estáis aquí por un motivo y por él seréis escuchados.

—El único motivo por el que estamos aquí es una pérdida de tiempo —lo interrumpió su antagonista, aludiendo como siempre a su falta de paciencia—. Este arcángel hizo un pacto conmigo, sellado con su propia sangre en el que se comprometía a permanecer a mi servicio y convertirse en mi recolector de almas. Cada una de las cláusulas son perfectamente claras en su finalidad. Se estipuló una cantidad de tiempo y el número de almas a recolectar dentro de un plazo, y el recolector aquí presente, ha fallado en su tarea, lo que se traduce en una duplicación de su condena.

—¡No! —clamó Destiny, dando un paso adelante solo para congelarse cuando el agua amenazó con lamerle los pies—. Eso… eso no es verdad… no lo es.

Miguel se giró hacia ella, el arcángel había ocupado su lugar entre ellos, paseándose por encima del agua sin llegar a tocarla.

—El testigo solo hablará cuando llegue su turno.

—Pero… —quiso protestar.

—Tranquila —la aplacó Caliel.

—Como decía antes de ser interrumpido de manera tan grosera —continuó Lucifer. Su cabronaza alteza podía ser más irritante que un herpes cuando así lo deseaba—, el alma de esa humana me pertenece. Dos última entregas cerrarían el pacto, estas deberían darse en los últimos seis días, seis horas y seis minutos previos al plazo original. Dos almas, una de ellas de extrema pureza, dos almas listas para ser recolectadas y entregadas dentro del tiempo estipulado. Bien, ha presentado y entregado una de ellas, si cuento esas dos buenas para nada que me ha entregado, pero la más importante permanece aquí, ante mí, lista para ser capturada…

—Ella no te pertenece —siseó. Estaba deseoso de abandonar el maldito atril y saltarle encima. Si tan solo se le ocurría acercarse a Destiny, lo mataría—. El trato ya no es válido. He roto el contrato con ella antes de reclamar su alma.

—En realidad… el alma de Destiny ya ha sido reclamada —declaró Miguel, caminando ahora hacia la orilla—. ¿No es así, niña? Tú ya has entregado tu alma.

La vio parpadear, sus mejillas se colorearon ligeramente y desvió la mirada hasta encontrarse con la de él.

—Mi alma le pertenece a Raziel —escuchó claramente su respuesta—, él es el único que puede reclamarla.

El arcángel asintió y se detuvo ante ella, impidiéndole verla desde el lugar que ocupaba.

—Él ha hecho realidad el anhelo más importante que habita en tu interior —escuchó la voz de Miguel—, y tal y como se espera de un Recolector, obtuvo tu alma a cambio. Diría que eso suena a que el Guardián de los Secretos ha cumplido con su parte del pacto, Luzbel.

El aludido gruñó, sus ojos brillaron.

—Hace tiempo que abandoné ese nombre y lo sabes.

—Sí, sí, por supuesto…

—Y con tus palabras no has hecho más que dar validez a las mías propias —continuó el oscuro príncipe sin inmutarse—. El Recolector solo podrá obtener su libertad si me entrega ese alma pura que custodia en… veamos… —consultó su reloj de muñeca—, quince minutos, cincuenta y cuatro segundos o de lo contrario…

—¡Jamás! —Antes moriría que entregarle el alma de Destiny a ese maldito.

—…su condena se duplicará y el recuento empezará de nuevo desde cero con las mismas condiciones —concluyó, ignorando su intervención—. Y antes de que lo pidas, chispitas, permite que presente el contrato original ante el consejo.

¿Chispitas? ¿Acababa de llamar Chispitas al Arcángel Miguel? Sí, desde luego su Jefe era un cabrón hijo de puta, pero tenía que reconocer que tenía agallas.

—El Alto Consejo acepta la prueba presentada, Luzbel —respondió el aludido, girándose hacia él con una suave sonrisa curvándole los labios—. ¿Desea la defensa presentar alguna prueba que desvirtúe lo aquí planteado?

—Pues ahora que lo mencionas...

Todos los presentes se giraron hacia Caliel. Su vigilante abandonó la postura de absoluto aburrimiento que portaba y caminó hacia ellos, al contrario que el arcángel, su viejo amigo penetró en el agua, mojándose con ella y levantando pequeñas salpicaduras a medida que avanzaba.

—La defensa desea aportar una prueba que corroborará mi papel de vigilante y que el recuento de almas del Recolector que está siendo juzgado se llevó a cabo en su totalidad antes del final del tiempo que estipula el contrato —declaró, mirando ahora a Lucifer, quien lo contemplaba como si desease añadirlo a su colección de alas disecadas—, y me permito además, pedir al Alto Consejo que lea la cláusula, palabra por palabra, a la que ha hecho referencia la acusación.

El Arcángel abandonó a Destiny, permitiéndole ahora verla. Ella seguía en el mismo lugar, retorciéndose las manos con nerviosismo mientras miraba el agua de refilón, intentando buscarle a él. Su pequeña y valiente conejita.

—Si existe esa prueba, me gustaría poder verla —declaró Miguel.

—Es imposible que exista —rezongó Lucifer—. Pero adelante, no tengo la menor de las prisas… catorce minutos, diez segundos y contando…

—Serás hijo de…

—Destiny, el tarro —le recordó oportunamente. No deseaba que llamase la atención de Lucifer. No se fiaba de él, aquí podría estar sin sus poderes, pero en cuanto los recuperase. No, necesitaba acabar con todo eso.

Ella jadeó y lo miró incrédula.

—Eso ha sido un golpe bajo.

—Solo cuido de tus ahorros, amor.

Ella parpadeó, se ruborizó y durante un instante no entendió el motivo. “Amor”. La has llamado amor.

—Caliel, si tienes algo que pueda ayudar y terminar con esto de una buena vez, ahora sería el momento perfecto para sacarlo.

Su antiguo mano derecha se giró hacia él.

—Lo tengo, pero necesito de tu permiso expreso para poder entregarlo en manos de la única persona que has estipulado puede tenerlo en sus manos.

Frunció el ceño ante sus palabras.

—¿De qué estás hablando?

—Solicito permiso para depositar en manos de Destiny, el alma pura que has elegido, el Sefer Raziel HaMalach, comúnmente conocido como El Libro de los Secretos.

Su libro. Uno de los dos manuscritos sagrados que el Jefazo le había entregado cuando era demasiado joven, aquel que contenía todos los secretos de la naturaleza y el universo. Esa había sido una de sus principales tareas, la de bajar a la Tierra y mezclarse con los humanos, buscar el alma más pura y confiarle los secretos que se ocultaban entre sus páginas y que darían sentido a las distintas vidas y cambios por los que pasaría la raza humana. Un libro que había dejado en las manos de aquel en quien más había confiado, el único que sabía lo guardaría incluso dónde él mismo no tuviese acceso a él. En manos equivocadas, el HaMalach no haría ningún bien.

—Arcángel, necesito tu permiso y lo necesito cagando leches —declaró su amigo, haciéndole consciente de la urgencia del momento.

Deslizó la mirada de Caliel a una sorprendida y también aprensiva Destiny, para luego volver de nuevo sobre su camarada.

—Espera, ¿has guardado ese libro todo este tiempo? —preguntó, sorprendido—. ¿Por qué? Yo… yo fui la causa de vuestra desolación.

Él enarcó una ceja, sin dejar de mirarle.

—Estás de coña, ¿no? —insistió, sin dejar de contemplarle. Entonces jadeó—. Joder, no lo estás.

—Esto se pone interesante —murmuró Miguel, cruzándose de brazos.

—Raziel, tú me diste el libro antes de nuestra batalla, me dijiste, que pasase lo que pasase custodiase el libro con mi vida y que nada más terminase la batalla, sin importar el resultado leyese la página 421.

No era posible, ¿o sí? La verdad era que no recordaba gran cosa de lo acontecido en aquel fatídico día, más tarde, cuando pudo pensar con claridad, llegó a la conclusión de que Tamiel lo había estado drogando o haciendo alguna cosa que provocase sus lagunas de memoria.

Pero, el libro. Sí, recordaba haberle dejado el libro a Caliel, estaba seguro de que eso era lo que había hecho, pero al mismo tiempo era incapaz de formar una imagen de ese momento.

—Página 421 —repitió, intentando buscar en su mente, en sus recuerdos la información que contenía ese poderoso libro. Un manuscrito que iba cambiando con el paso del tiempo, de los siglos, de los milenios, aumentando sus páginas y desechando aquellas que quedaban obsoletas.

—Por qué no me sorprende —resopló, poniendo los ojos en blanco—. Página 421, capítulo décimo, párrafo cuarto. Cito textualmente: “Y el arcángel será traicionado solo para obligarle a traicionar a los suyos. La culpa recaerá sobre su alma y lo conducirá a la caída, clamará venganza y solo encontrará desdicha y esclavitud”.

Se quedó sin aliento. Recordaba ese párrafo. Recordaba haberlo leído… días antes de la batalla. Ella lo había negado, había llorado… y entonces lo había apuñalado con esa hoja envenenada. Lo había engañado, lo había obligado a olvidar lo importante y concentrarse solo en ella.

—¡Maldita perra!

—Ya está muerta, Raziel, no agraves tus crímenes yendo tras los espíritus —comentó Miguel, solo para sus oídos.

—¿Lo… lo sabías? —se giró ahora hacia él, de manera acusadora.

—No son mis crímenes los que se valoran en esta sala, sino los tuyos, Arcángel de los Misterios.

Apretó los dientes y se giró entonces hacia su antiguo camarada.

—Lo sabías —no era una pregunta—. Lo has sabido todo este tiempo.

—¿Por qué crees que me convertí en tu guardián? Te aseguro que no fue por aburrimiento —respondió con sequedad. Entonces hizo un gesto con la mano, como si indicase un reloj imaginario sobre su muñeca—. ¿Te importa si vamos al grano? Tu permiso. Para ella. Ahora. ¡Ya!

Asintió y deslizó la mirada sobre Destiny.

—Tienes mi permiso —declaró con voz firme, con todo el conocimiento de su alma perdida—. Abre el libro de los Secretos.

—¡Aleluya! —declaró Caliel.

El ángel desplegó las alas al mismo tiempo que extendía las manos, una diminuta bola de luz empezó a hacerse cada vez más grande en sus manos mientras escuchaba un antiguo y olvidado cántico. En el momento en que terminó de recitar, la bola de luz se extinguió como un fogonazo y en sus manos apareció un inmenso tomo de tapas de un blanco inmaculado.

—Luz, ¿tienes hora? —preguntó Miguel, mirando con diversión a Lucifer.

—No vas a ganar esta vez, Chispitas —rugió él. Su mirada cayó sobre él y Raziel pudo ver en esos rojizos ojos un inusitado odio—. No vas a ser libre, arcángel y pagarás muy caro este desafío.

—No contengas la respiración —declaró y miró de nuevo a su amada—. Destiny, por favor, abre el libro y revela la verdad.

El Arcángel extendió la mano, evitando que Caliel diese un solo paso en su dirección.

—Ella debe recibir el libro de tus propias manos, arcángel —le dijo, su voz una baja advertencia—, y solo podrá leer su contenido bajo tus auspicios. Conoces las reglas.

Malditas reglas y maldito él por someterla a ella a todo esto. Si conseguía abandonar ese lugar con vida, iba a pasar el resto de su eternidad cumpliendo cada uno de sus deseos.

Recogió el libro de manos de Caliel y la buscó con la mirada.

—Testigo —habló ahora Miguel, atrayendo su atención—, el tiempo de tu arcángel se agota, en tus manos está su condena y su absolución. ¿Cuál deseas entregarle?