—No eres real.
—No soy real.
—Eres un producto de mi imaginación.
—Soy un producto de tu imaginación.
—¡Deja de desnudarme y repetir cada cosa que digo!
Raziel la ignoró y terminó con su tarea, empujándola al instante bajo la alcachofa de la ducha. Los había trasladado a ambos en un parpadeo desde el centro comercial al portal de la casa de la mujer que le había dado las llaves. La primera reacción de Destiny fue quedarse sin aire, solo para recuperarlo y ponerse a gritar como una verdadera histérica.
Empezaba a hacerse una costumbre el tener que echársela al hombro y acarearla como si fuese un saco de harina.
—Necesitas un baño y yo también.
Después de pelear con su histérica carga y el juego de llaves, había conseguido entrar en la casa y atravesarla sin mayores complicaciones que un bufante minino y un sorprendido muchacho que resultó ser el prometido de la madre de Destiny.
‹‹Esto no está pasando. Él no es real. Bruce, él no es real. No nos ha hecho desaparecer y reaparecer en el espacio de un parpadeo del centro comercial a casa de mamá. Y tiene alas. Unas enormes y jodidas alas azules. Pero yo me golpeé la cabeza. Le atropellé con la bici y tuve que golpearme la jodida cabeza. Esto no está pasando, no puede estar pasando››.
El muchacho se había limitado a ladear la cabeza y examinar su carga.
‹‹¿Destiny? ¿Qué mierda ha consumido? Está alucinando a lo grande —comentó el muchacho, quien no debía de tener más de veinticinco o veintiséis años—. Y ese olor… joder. Apestáis, no te ofendas. Por cierto, ¿tú eres…?››.
Una breve presentación matizada de continuos “eso no puede estar pasando. Él no es real” los condujo al piso de arriba, dónde Bruce le proporcionó una muda de ropa para ambos y le explicó dónde estaban las toallas.
—Arg, ¡está caliente! —se quejó, pero a pesar de ello seguía temblando. Su curvilíneo cuerpo quedó totalmente expuesto a su mirada y disfrutó observándola. Era voluptuosa en los lugares justos, tenía unos pechos grandes coronados de rosados pezones y el recordado vello que le cubría el pubis proclamaba que el rojo era su color natural. Tal y como había imaginado, su cuerpo estaba salpicado de pequeñas pecas, los hombros, el valle de los senos y curiosamente la parte superior de sus nalgas, parecían espolvoreadas por polvo de hadas.
Era algo más baja que él, que rondaba el metro ochenta y cinco, pero no le molestaba su falta de estatura, por el contrario, la encontraba deliciosa y perfecta.
Con su ropa fue mucho más diligente, un pensamiento y las prendas se desvanecieron de su cuerpo provocando un nuevo jadeo en ella y que su espalda chocase con fuerza contra la pared.
—Oh, dios, oh, dios, oh, dios…
La atrapó contra la pared, colocó ambas manos a los costados y permitió que el agua le acariciase ahora también a él.
—Deja de repetir su nombre una y otra vez, conejita, no va a responder —le dijo, acariciándole la mejilla—, nunca lo hace.
Ella gimió, sus ojos abiertos de par en par, las lágrimas colgando de sus pestañas sin atreverse a descender. Estaba más allá del temor, de la comprensión, deslizándose en un estado de catatonia que no le iba a servir de mucho.
—Destiny, mírame —utilizó su voz para atraer su voluntad y unirla a la suya, dejó que lo que era se deslizase a través del vínculo que la unía a él—. Quiero que respires muy profundamente.
Ella sacudió la cabeza, pero sus ojos no se apartaron ni un segundo de los suyos.
—No puedo —jadeó—. Creo que he olvidado cómo se hace.
Sonrió, no podía evitarlo. A pesar de todo, su ingenio seguía vivo.
Posó una de sus manos entre sus senos, empujando suavemente, disfrutando de ese primer contacto y observando al mismo tiempo su reacción.
—Coge aire —la instruyó.
Ella obedeció y aspiró por la boca.
—Ahora suéltalo.
Una vez más, siguió sus órdenes. Satisfecho asintió.
—Una vez más.
Al igual que la primera vez, se preparó para coger aire pero acabó atragantándose y sus ojos se abrieron todo lo que daban. Raziel había aprovechado ese intervalo para desplegar sus alas, haciéndolas de nuevo visibles para ella.
—¡Ay dios, ay dios, ay dios! —empezó de nuevo con esa pesada letanía.
La ignoró y se acercó más a ella, dejando que el chorro de agua caliente cayese ahora sobre sus plumas, una sensación casi orgásmica.
—Oh, sí… fantástico —gruñó, con tono puramente sexual.
Ella gimió, atrayendo su atención.
—No hagas eso, por favor, por favor, por favor, no hagas eso —insistió ella, sin dejar de mirar sus alas.
Él echó un vistazo por encima del hombro e hizo una mueca al ver la suciedad sobre sus plumas.
—Debiste pensar en ello antes de tirarme esa bolsa de desperdicios encima —declaró. Entonces volvió a inclinarse sobre ella, quien parecía hacerse más pequeña por momentos—, y ya que has sido tú la causante de este desastre, a ti te va a tocar limpiarlo.
Si giraba la cabeza con mayor rapidez podría competir con la niña de El Exorcista.
—¡No! ¡Ni hablar! ¡No pienso tocar… tocar eso! ¡No! ¡Ni loca!
Sus labios se estiraron en una perezosa mueca.
—¿Te has olvidado ya de quién metió la mano en ellas y arrancó una pluma sin pedir siquiera permiso?
Palideció, si es que era posible volverse más pálida de lo que ya estaba.
—Pensé que estaba soñando… que eras producto de mi imaginación —se quejó, con un bajo sollozo—. Esto no puede estar pasando, no puedo tener un ángel metido en la ducha.
Raziel arrugó la nariz al sentir la desolación y el temor a través de su vínculo, estaba asustada, pero también perdida, tanto que se hacía pedazos por no encontrar una explicación lógica a lo que veía.
Sin pensárselo mucho, recogió una botella de gel de aloe del soporte en la pared y lo depositó en sus manos.
—Empieza por arriba y ve bajando —la instruyó—. Ten cuidado con los arcos, son muy sensibles… y ni se te ocurra arrancarme una sola pluma más, ¿te ha quedado claro?
Su rostro perdió el color mientras sus mejillas adquirían un furioso tono rojo.
—¿Has perdido el juicio? —jadeó, mirándole como si fuese un caimán rabioso o algo peor—. No… no voy a poner mis manos sobre eso… ni sobre nada… no, ni hablar…
—Claro que lo harás —aseguró y le dio la espalda, relajando los músculos y sus alas, de modo que quedasen estiradas hacia abajo—, considéralo terapia de choque.
Esperó paciente, el tiempo pasaba y todo lo que sentía era el agua caliente empapando sus plumas y la piel de su espalda. Entonces, una suave caricia resbaló por sus sensibles extremidades. Sonrió para sí y permaneció inmóvil, esperando.
—No… no sé cómo… cómo hacerlo.
Ladeó la cabeza y la miró por encima del hombro.
—Enjabónate las manos y deslízalas por las plumas, no se van a romper, lo juro —rio, incapaz de evitar el tono divertido ante la precaución que escuchaba en el de ella.
—Parecen… reales.
Puso los ojos en blanco. ¿Cuánto tiempo más le iba a costar hacerse a la idea de que él era real y no producto de su imaginación? De veras, prefería la época antigua, dónde alguien veía a un tipo con alas y sabía al momento que era un ángel y no lo cuestionaban. La era de la tecnología había hecho más daño que bien. Él lo sabía mejor que nadie, era un conocimiento que venía impreso en su libro.
—Son tan reales como tú y yo —aseguró. Cerró los ojos y se dedicó a disfrutar de las caricias.
La curiosidad empezó a ganar la batalla al recelo tal y como había previsto, lo que comenzaron siendo pequeños toques aquí y allá se convirtieron en el deslizar de sus manos por cada centímetro de sus alas, su sexo ya erecto podía dar fe sobre lo que su contacto le provocaba.
Se lamió los labios, la idea de degustar esas llenas curvas le gustaba más de lo debido y sabía que a ella también le gustaría. No se le había escapado la manera en que lo miraba, cómo se encendía, excitándose y reaccionando a cada avance por su parte o su sola presencia. Sí, Destiny O´Neil era una fruta lista para ser recolectada.
¿Cuál sería ese secreto anhelo que lo llevaría a su alma? ¿Qué haría que ella se entregase por completo a él? La pequeña pelirroja era todo un misterio, uno que estaba más que dispuesto a desentrañar.
Sus dedos se enredaron en una zona particularmente sensible y no pudo evitar que sus extremidades aladas reaccionasen por si mismas con un breve temblor.
—¡Lo siento! —escuchó su rápido jadeo y notó la pérdida de calor que le proporcionaba su cuerpo—. No quería hacerte daño. Ay, dios. Lo siento mucho.
Se giró hacia ella lo justo para mirarla.
—No me has hecho daño, pequeña —negó, suavizando su voz, persuadiéndola a volver sobre él—. Continúa, casi has terminado.
Sus ojos se encontraron y vio una mezcla de vacilación y anhelo en ellos. Sí, ya la tenía en la palma de la mano.
—¿Estás seguro?
Replegó las alas, permitiéndole mejor acceso al borde final de las mismas.
—Absolutamente.
Las pequeñas manos reanudaron su tarea, cada nueva caricia era un aliciente más para darse la vuelta, empotrarla contra la pared e introducirse en su interior. El deseo nunca había sido tan intenso como ahora, su luz interior lo llamaba como una polilla a la luz. Si no tenía cuidado, podría terminar quemándose él también.
Sus dedos alternaron ahora entre la piel de su espalda y las plumas que encontraba en su camino, siguió bajando hasta el punto de acariciarle las nalgas.
—Um… interesante tatuaje —la escuchó musitar.
La mención al tatuaje que llevaba grabado en la nalga derecha restó intensidad al momento. Odiaba ese maldito grabado con toda su alma –en caso de que todavía la tuviese en el cuerpo y no le perteneciese a un hijo de puta-. A su jefe le parecía graciosísima la idea de plasmar su sello personal sobre sus Recolectores, un sello que había traído consigo una buena cuota de carcajadas.
—¿Es un diablillo? —casi podía sentir su aliento contra el culo. ¿Qué narices? Se giró por encima del hombro y efectivamente, la encontró inclinada sobre su trasero, examinando de cerca ese infernal dibujito.
—Cariño, si llego a saber que tenías tanto interés en mi culo, te lo habría enseñado mucho antes.
Aquello pareció devolverla a la realidad, pues su rostro se volvió del color de las amapolas y dio un inmediato paso atrás. Ocultó una satisfecha sonrisa y se giró, de modo que sus alas quedaran bajo el chorro del agua y eliminase el rastro de jabón de su plumaje.
—¿Quieres seguir con la parte de delante?
¿Podía una mujer ponerse más roja que ella? Sus ojos, ya de por sí oscurecidos por el deseo que había despertado su propio cuerpo, reflejaban una intensidad de la que carecían hasta el momento. La vio lamerse los labios, morderse el inferior cuando su mirada cayó directamente sobre el mástil de una dura y contundente erección.
—Yo diría que sí quieres, pero de una manera distinta.
Sacudió las alas, lanzando pequeñas gotas de espuma y agua contra los cristales de la mampara, el gesto la sobresaltó y le arrancó un pequeño quejido.
—Veamos si puedo devolverte el favor, conejita.
Ella parpadeó y lo miró a los ojos.
—No me llames así.
Asintió, se inclinó sobre ella y le acarició los labios con el pulgar.
—¿Cómo deseas que te llame?
Esos bonitos y rosados labios lo llamaban a un beso.
—Destiny.
Asintió y sustituyó el dedo por su boca.
—Destiny, entonces.
La acarició con suavidad, deleitándose en la dulzura que habitaba en su interior, la tierna calma que precedía a una pasión sin medidas. Ella era delicada, toda luz, un alma tan pura que se reflejaba en cada poro de su piel.
No estaba seguro de qué buscaba cuando tropezó con ella y descubrió lo que era, lo que podía ofrecerle, pero fuese lo que fuese, no se acercaba ni un poco a lo que empezaba a descubrir.