—Tía Helen, no es tan malo.
La mujer, que poseía el mismo tono rojizo de pelo que ella, enarcó una delgadísima ceja y la acribilló con sus ojos claros.
—¿Que no lo es? Querida, si estoy aquí ahora mismo y no acompañando a tu madre, tal y como ella quería, es para no ahorcarla con el velo de su vestido.
Destiny hizo una mueca al escucharla. Helen era la única hermana de su madre, de hecho, era su gemela, pero el único parecido terminaba ahí. Su tía siempre se jactaba de que cuando estaban en el útero, ella se había quedado con todas las neuronas útiles. A la vista de los últimos sucesos, no podía encontrar una negativa para ello.
—Mamá no es tan mala.
La mujer repasó las cartas que tenía en la mano con gesto concentrado antes de soltar una sobre la mesa. Esa mañana se había reunido con sus amigas para su partida semanal de Bridge.
—No me oirás decir que lo sea. Tu madre es un alma cándida, sin seso en la mollera —aceptó, hurgando en los caramelos que tenía a un lado de la mesa, los mismos que se estaban apostando—. Prueba de ello es que se ha casado seis veces. Siete, si contamos la que está organizando ahora mismo con el novio de la que en su momento fue tu mejor amiga.
—Err... —No existían palabras para refutar esa enorme verdad.
—¿Qué? ¿Vas a decirme que no? ¿Dónde has oído tú que dos amigas se peleen porque la madre de una le robe el novio a la otra?
La verdad es que no sabía que decir. Ni siquiera entendía cómo habían llegado a aquel punto. Un día estaba pasando la tarde con Ruth, mientras ella le hablaba de su maravillosa nueva conquista y lo muy enamorada que estaba y una semana después, era su propia madre la que soltaba el bombazo diciendo que había conocido a alguien especial, alguien que llenaba su vida por completo y con el que había decidido comprometerse una vez más. El que dicho novio tuviese quince años menos que ella y hubiese estado saliendo hasta entonces con su mejor amiga, fue un detalle que omitió hasta que Ruth se presentó en su casa y las llamó de todo.
—Y ahora, con Doni también enfermo…
Hizo una mueca ante el tono fatalista de su tía.
—Doni no está enfermo —refutó, con un suspiro.
—¿Cómo llamarías tú entonces al hecho de que quiera ponerse tus zapatos y tu ropa interior?
Puso los ojos en blanco.
—No le sirve.
La mujer chasqueó la lengua con ese gesto tan característico en ella.
—Claro que no, tú tienes tetas y él una polla que no sabe ni para qué sirve.
—Tía Helen…
—No me digas que se ha vuelto guay.
—Gay, Sylvie, se dice gay.
Sacudió la cabeza y miró al grupo de cuatro mujeres sentadas alrededor de la pequeña mesa del centro cívico.
—Doni no es gay —resopló, al tiempo que fulminaba a su tía con la mirada.
—¿Y cómo llamas al hecho de que utilice cosméticos y se maquille incluso mejor que tú?
Abrió la boca para defender a su hermano, pero no le dejaron decir ni mu.
—Rarito —añadió otra de las presentes, echando una carta al centro de la mesa.
—No, eso tiene un nombre, Martha —aseguró Silvy—. Drácula King.
—Se dice Drake Queen y no, Doni no es… —se ofuscó, pero al instante tuvo que contener su perorata cuando la imagen de su hermano entrando en su casa a primera hora de la mañana, para cambiarse antes de ir al trabajo, le pasó por la cabeza.
Su tía le palmeó la mano a modo de consuelo.
—Cariño, se viste de mujer —le recordó—, le gusta mucho más tu ropa que la suya y tiene mucho más pelo que tú.
Destiny se llevó la mano a la melena.
—Pero no es pelirrojo —rumió, defendiendo el rasgo tan característico de los O´Neil.
—A Dios gracias —repuso Sylvie—. Pelirrojo y guay… eso sí que sería una mala combinación.
—Gay, Sylvie, Gay —la corrigió de nuevo la tercera de las amigas de su tía. De todas ellas, Margarite era la que más imponía, quizá debido a una ascendencia criolla que la hacía destacar entre todas—. Yo mantendría a tu novio lejos, cariño.
Arrugó la nariz, ¿era necesario que sacasen el tema cada vez que se reunía con ellas?
—La pazguata de mi sobrina no tiene novio —soltó abruptamente Helen, haciéndola sonrojar—. Empiezo a dudar seriamente que sepa para que sirve una polla.
—¡Claro que lo sé! —se defendió. Aquello era demasiado.
La mujer enarcó una ceja y la miró.
—¿Cuándo fue la última vez que te echaron un polvo?
Abrió la boca para decirle lo que podía hacer con sus comentarios, pero una vez más se vio interrumpida.
—¿Ya? ¿Hay que ponerse a limpiar? —preguntó Sylvie, mirando a las demás con gesto sorprendido—. Yo no traje mi bayeta.
Todas las mujeres se giraron hacia la mayor de ellas.
—Sylvie, de verdad, dile a tu hijo que no sea un tacaño y te compre un audífono bueno —le dijo Margarite, sentada a su izquierda.
—Cariño, el sexo está recomendado incluso por el instituto de salud —aseguró Martha—. Solo tienes que preguntarle a mi médico.
Hizo una mueca al pensar en una señora de la edad de Martha teniendo relaciones sexuales. Esa mañana no podía volverse todavía más deprimente, ¿verdad?
—El mío dice que, a mi edad, debería viajar más con el IMSERSO y joderle menos.
Las cuatro mujeres se echaron a reír ante su atónita cara. Sí, era deprimente el ver cómo un grupo de cuatro damas de entre los cincuenta y sesenta parecían tener más vida sexual que ella. Sin embargo, esa era una reunión típica del club de Bridge de su tía. Una vez a la semana se juntaban en el Centro Cívico de la ciudad y pasaban el día parloteando y disfrutando de su mutua compañía.
—Lo que te estaba diciendo —continuó su tía, volviendo a recuperar el hilo principal de la conversación—. Tu madre debería pensar en tener nietos y no en ponerse modelitos de quinceañera cuando tiene casi cincuenta.
—No aparenta la edad que tiene —se apresuró a defender lo indefendible. ¿Qué diablos le pasaba hoy? Por regla general, sería ella la que estuviese diciendo esas cosas y dándole la razón a su tía.
—Tampoco yo y no voy por ahí robándole los novios a las amigas de mi hija —declaró. Entonces bajó las cartas que todavía conservaba en las manos y la miró atentamente—. Necesitas un cambio urgente en tu vida, no puedes seguir dejando que ella te arrastre a todas sus locuras como si nada.
—Yo no dejo que me arrastre…
—Te leeré las cartas.
Todas se quedaron en silencio al escuchar la voz de Margarite. La criolla fijó sus oscuros ojos sobre ella y sintió un escalofrío.
—Te lo agradezco, Margarite, pero no creo en esas cosas.
La mujer enarcó una ceja, silenciándola al momento.
—No te lo estaba preguntando —aseguró y miró a sus compañeras—. Vamos, despejad la mesa.
Hizo una mueca y gimió para dentro. ¿Por qué diablos había accedido a acudir a esa cita con las mujeres cuando tenía que estar en menos de media hora en el otro lado de la ciudad? Echó un rápido vistazo al reloj y se giró con intención de recuperar su bolso y poner pies en polvorosa.
—No, en serio, no os molestéis —pidió de manera atropellada—. No puedo quedarme más tiempo.
Su tía la cogió de la mano y la obligó a sentarse cuando prácticamente ya se había puesto en pie.
—Siéntate —le dijo y la miró con fijeza—, no llevará más de unos pocos minutos.
—Tía Helen, mamá me espera en la maldita boutique para la última prueba del vestido de novia.
—¿Por qué crees que cambié la partida de Bridge de los viernes a este lunes? —le soltó sin más—. Se ha casado seis veces, Destiny, no necesita que nadie le ayude a buscar un vestido de novia.
—Sí, cielo, Deborah se ha casado ya seis veces y tú ni una —añadió al mismo tiempo Martha, quien la conocía desde que iba casi en pañales.
—Es hora de ver si hay un bombón en tu futuro —aseguró Margarite, quien ya había dispuesto un nuevo tapete sobre la mesa y se entretenía deshaciendo ahora el paquetito que sacó del bolso. Una baraja de tarot envuelta en seda púrpura.
—¿Un camión? ¿La niña también va a repartir tartas?
—Sí, eso sin duda sería también útil —aseguró su tía, indicando el mazo de cartas que quedó al descubierto con un gesto de la cabeza—. Sería un buena añadido para tu nueva tienda.
Gimió y dejó caer la cabeza entre las manos. ¿Por qué no lo había visto venir? Llevaba una temporada funesta, cada día había surgido algo nuevo que volvía su mundo del revés y la enloquecía sobremanera. Tal y como estaban las cosas, era incapaz de ver la luz al final del jodido túnel.
Cuando su madre la sacó de la cama el viernes a primera hora de la mañana, presentándose en su piso con sus pancakes favoritos, supo que había ocurrido algún cataclismo. Su madre no cocinaba y tampoco hacía visitas a domicilio a su hija sin avisar primero. La bomba cayó media hora después de su llegada, entre una taza de café y un bocado con el que casi se atraganta.
—Cariño, voy a casarme dentro de quince días.
El café y algunas migas del pancake salieron disparadas hacia el otro lado de la mesa, bañando el impecable vestido azul cielo de su madre. Sí, eso había sido solo el comienzo de su descenso al infierno.
—Muy bien, querida, corta la baraja.
Bajó la mirada sobre el mazo de cartas e hizo una mueca.
—No pienses, Des, solo hazlo —la empujó su tía—. Hay momentos en los que a veces se necesita un pequeño empujoncito.
Puso los ojos en blanco y cortó la baraja con desgana. Su mente estaba ya puesta en todas las cosas que tendría que hacer esa mañana. Había encontrado el local perfecto para establecer su nuevo negocio, un bonito bajo, con unas agradables vistas y en una calle destinada al comercio. Desde que había terminado el módulo profesional de secretariado, solo para hacer callar a su madre, se dedicó a lo que realmente le gustaba, la cocina. Hizo algunos cursos online, asistió a varios seminarios y finalmente, tras ahorrar durante algunos años, consiguió el capital necesario para realizar uno de sus sueños; tener su propia Bakery.
—Um… interesante.
La profunda voz de Margarite llamó su atención. La mujer ya había distribuido las cartas sobre la mesa y ahora las miraba con estudiada concentración.
—¿Qué es interesante? —murmuró Helen, inclinándose hacia delante.
—Su camino.
Ahora fue ella la que se inclinó hacia delante, pero en la mesa no veía más que cartas.
—¿Tengo un camino?
La mujer levantó la mirada y la clavó en la suya, provocándole un escalofrío.
—Sí, y está lleno de espinas.
Fabuloso. ¿Podía irse ya?
—Genial —declaró y miró a su tía—. Ya sabes que regalarme por navidad. Una podadora eléctrica.
—Hay un ángel a tu alrededor.
¿Ahora nos vamos a meter con la religión? Geeeeeeeeeeeniallllllllll.
—Tendrás un encuentro fortuito con un ángel. Él te dará lo que siempre has buscado.
Puso los ojos en blanco.
—No creo en esas cosas.
—¿Eres atea? —disparó sin salvas de aviso.
Se encogió de hombros.
—Soy práctica —aseguró, restándole importancia—. Solo creo en aquello que puedo ver, oír y tocar.
—A él podrás verlo, oírlo y ponerle las manos encima —aseguró la mujer, al tiempo que deslizaba otras cartas sobre la mesa—. Aunque… esto es extraño.
¿Más que el poner un ángel en su vida?
—¿Qué es? —se interesó su tía.
La mujer rellenó las líneas de cartas existentes con más naipes.
—Alas azules —musitó y tan rápidamente como había colocado las cartas, las deshizo.
¡Fantástico! Y eso era sin duda, su señal para marcharse. Sin esperar un segundo comentario absurdo y desquiciado, se levantó se aseguró el bolso a modo de bandolera y se apoyó sobre el hombro de su tía para besarle la mejilla.
—Tengo que irme, no te olvides de la inauguración del viernes.
—¿No celebra esa noche tu madre la fiesta de compromiso? —se levantó, para acompañarla a la puerta.
—Le dije mil y una vez que la cambiase de fecha y todavía no me ha escuchado. Yo no puedo cambiar las cosas, está todo encargado para la inauguración.
—¿Y al final que pasa con ese ángel? —preguntó Martha, atrayendo la atención sobre la criolla.
—Él ha salido en las cartas —declaró, recogiendo la baraja—. Un hombre mayor que ella, envuelto en color azul y con ascendencia divina.
—¿Azul? ¿El pijama de un cirujano? —empezaron a elucubrar.
—¿Un médico?
—¿Veterinario? A la niña no le gustan los animales.
—Le tiene alergia a los gatos, ¿ya no recuerdas cómo se hinchó la última vez que estuvo en casa?
Las mujeres siguieron con sus conjeturas mientras se despedía rápidamente de ellas y hacía una mueca al consultar una vez más su reloj.
—Pero un médico no puede ser un ángel.
—Y este se ha dado el batacazo.
—¿Quién se ha dado el batacazo, el médico o el ángel? —preguntó divertida, al tiempo que besaba la mejilla de Margarite.
—El ángel —aseguró, sonriéndole y acariciándole el pelo como solía hacerlo—. Le han cortado las alas y necesitará de tu más profundo deseo para poder volar de nuevo.
—Un ángel sin alas —chasqueó la lengua—. Mi suerte mejora por momentos, ¿eh?
—Así no podrá escapar —le dedicó un guiño—. Ve con cuidado, el tráfico es horrible estos días y no sabes con quién puedes acabar chocando.
Ella puso los ojos en blanco y miró a su tía.
—A mí me lo vas a decir —rezongó—. ¿Por qué crees que voy en bici a todos lados?
—Tienes que comprarte un coche —aseguró Helen, acompañándola hacia la puerta, dónde había dejado su bicicleta y el casco.
—Lo haré cuando la gente de esta ciudad aprenda a conducir —le dijo, al tiempo que retiraba el candado y la cadena de la bicicleta—. ¿Tengo que recordarte qué pasó la última vez que mamá y tú cogisteis el coche?
Su tía desechó el recuerdo con un gesto de la mano.
—La culpa fue suya, Des —refunfuñó—, ese imbécil se saltó el stop.
En realidad, las que se saltaron el stop y casi atropellaron al pobre hombre fueron ellas. Cuando este les llamó la atención y las increpó, a su tía no se le ocurrió mejor cosa que coserlo a bolsazos, lo que las llevó a ambas a terminar en la comisaría de policía. Eso había ocurrido tan solo dos meses atrás.
—No pienso coger un coche hasta que ambas abandonéis la carretera —aseguró, al tiempo que se ponía el casco—. Nos vemos el viernes. No se te ocurra faltar.
Ella puso los ojos en blanco, la besó en la frente y la observó mientras montaba en la bici ya en la acera y empezaba a pedalear. Tenía veinte minutos para recorrer media ciudad y llegar al maldito centro comercial dónde su madre esperaba para probarse su nuevo vestido de novia.
Resopló, ¿por qué tenía la sensación de que la desastrosa semana todavía no había llegado a su fin?