Destiny no podía apartar la mirada del hombre que tenía ante ella. El golpe que se había dado con la bicicleta debía ser bestial, era la única explicación que encontraba ante la imagen que estaba presenciando en ese preciso momento.
Cerró los ojos con fuerza y volvió a abrirlos, pero la imagen no cambió. El hombre rubio y de pelo alborotado, con cristalinos y enigmáticos ojos azules seguía delante de ella, tal y como estaba cuando pronunció su nombre sin que se lo hubiese facilitado. Pero aquello no era lo sorprendente, no era lo que estaba haciendo que su mente corriese a toda velocidad y las piernas empezasen a temblarle. No. Lo inconcebible era que él poseyera ese enorme par de extremidades aladas sobresaliendo de sus hombros, unas de un prístino color azul oscuro y que hacía escasos segundos no habían estado ahí.
Tragó. Es el golpe, nena. Te has dado un porrazo bestial, sigues inconsciente en el suelo y esto es producto de tu imaginación. Tu mente ha juntado las piezas que más te gustan y lo ha convertido en esto.
—Vaaaaaaale —alargó la primera sílaba, intentando no echarse a reír de manera histérica—. El porrazo que me he pegado ha sido tan fuerte que ahora tengo visiones.
Él no respondió a su comentario, pero su rostro hablaba por sí solo. Esas enormes extremidades se plegaron a su espalda, sobresaliendo por encima de sus hombros mientras caminaba hacia ella.
—No estás teniendo visiones.
Sí, claro. Y los ángeles bajaban a la tierra todos los días dispuestos a hablar con alguien como ella. Alguien que ni siquiera creía en toda esa parafernalia divina. Y para divino él. ¡Qué cuerpo!
—Vale, ya sé. Eres ilusionista —declaró en voz alta, quizá demasiado alta a juzgar por la forma en que los transeúntes que se cruzaron con ambos se giraron hacia ella—. O no, espera, esto es una cámara oculta, ¿no?
Antes de que él pudiese decir una sola palabra, giró sobre sus pies y detuvo a la mujer que acababa de pasar por su lado.
—Disculpe, forma usted parte de una cámara oculta, ¿verdad? —preguntó. Tenía que admitir para sí misma que las palabras salieron un pelín ansiosas—. Y él es un actor con alas de pega, ¿a que sí?
La mujer parpadeó, la miró a ella, miró al chico y frunció el ceño.
—¿De qué está hablando?
No pudo menos que sorprenderse ante el tono ominoso de la mujer.
—Él —lo señaló—. Sus alas… todo esto…
La mujer siguió su mirada y se sonrojó. La abierta apreciación que vio en sus ojos la molestó casi tanto como le crispó los nervios.
—¿Alas? Señorita, no sé de qué está hablando.
—Pero…
—Lo siento, mi novia acaba de tener un accidente con la bicicleta y temo que se haya golpeado la cabeza —la voz masculina era profunda y tan intensa que a punto estuvo de creer en sus palabras—. Destiny, cariño, ven aquí... es mejor que te lleve al hospital.
Negó con la cabeza, dio un paso atrás y miró a su alrededor. La gente ahora había empezado a detenerse y la miraba como si pensase que estaba loca.
—No… él… —volvió a mirarle y sacudió la cabeza, esas extremidades emplumadas seguían en su lugar, visibles y perfectamente claras—. Tiene alas, ¿es que no lo ven?
—Cariño, estás asustando a esta buena gente.
Frunció el ceño y lo miró acusadora.
—No me llames así, ni siquiera te conozco.
—Sería mejor que llamase a una ambulancia —declaró la mujer a la que había interceptado—. Vamos, querida. Seguro que no es nada, el golpe…
—No —se apartó de ella, impidiéndole que la tocase.
La esquivó y caminó decidida hacia él, estiró la mano y sin pensar la sumergió en la calidez de aquellas extremidades arrancándole una pluma.
—Oh, jo-der —exclamó sintiendo cómo perdía el color, cómo las piernas empezaban a temblarle de manera desacostumbrada mientras retrocedía con una larga y sedosa pluma en la mano. El calor, la textura, la dureza, el tirón cuando la arrancó... No era falso, era como arrancar la pluma de un pájaro, como tocar la pluma de una paloma—. Oh, mierda…
Los ojos azules cayeron sobre ella con tanta sorpresa en ellos como temor había en los suyos.
—Eres osada, sin duda —murmuró en voz baja, lo justo para que solo ella lo escuchase.
Sacudió la cabeza y dio un paso atrás.
—Qué… quién… —se atragantó con sus propias palabras—. ¿Quién eres? ¿Qué quieres?
Los delgados y atractivos labios se curvaron mostrando una impecable sonrisa.
—Raziel —declaró tendiéndole la mano—, y quiero hacer realidad cada uno de tus deseos.
Sacudió la cabeza una vez más y continuó retrocediendo.
—¿Sí? —comentó, casi con una risita histérica—. Entonces aquí tienes uno de ellos. ¡Esfúmate!
No se detuvo a comprobar si lo hacía, giró sobre los talones y echó a correr como si su vida dependiese de ello cuesta abajo. Atrás quedaba su bicicleta, el casco y aquel extraño ser con alas.
“Tendrás un encuentro fortuito con un ángel de oscuras alas azules, el único que podrá darte aquello que siempre has buscado”.
—¡Y una mierda!
El tarro de los tacos iba a alcanzar su récord aquella misma semana.
—Interesante manera de trabajar —escuchó una inesperada voz a su espalda—. Pero es más sorprendente aún que este método os funcione.
No se giró, no quería mirarle a la cara o considerar siquiera cuán real era la presencia que conjuraba esa voz.
—Márchate.
El recién llegado, sin embargo, era de otra opinión. Poco a poco entró en su campo de visión, haciendo que su presencia cobrase tanta realidad como la que experimentó al tener a Destiny en sus brazos.
—Si me marcho ahora, después de lo que me ha costado obtener este trabajo, el esfuerzo y el sacrificio habrían sido en vano —declaró con voz profunda y clara—. Me alegra ver que sigues de una pieza, Raz.
Se estremeció. Él era el último ser que esperaba volver a ver alguna vez en toda su larga existencia. Caliel había sido su mano derecha, uno de los cuatro Ofaním que dirigía, uno de los ángeles más extraños y místicos del coro angelical que servía al del Piso de Arriba. Y fue también el primero en renegar de él, en darle la espalda después de que los traicionase.
¿Qué hacía aquí? ¿Por qué justo ahora?
Su apariencia no había cambiado un ápice. A excepción de la ropa moderna y el desordenado corte de su pelo negro, el cual enmarcaba un rostro duro e inexpresivo, su apariencia era la que recordaba. Esos ojos de un intenso dorado seguían siendo tan sagaces como siempre y la cicatriz que le curvaba la mejilla no había desaparecido. Y a pesar de ello, había algo más, algo que no conseguía descifrar y que ahora envolvía al ángel.
—¿Qué haces aquí?
El recién llegado curvó los labios, mostrando una sonrisa desganada.
—Vigilarte.
La sola respuesta le causó risa.
—¿Cómo?
Caliel indicó con un gesto de la barbilla el lugar por dónde se había marchado Destiny.
—Y también a ella.
Entrecerró los ojos y sondeó al que, en otra hora, fuera su mejor amigo y hermano de armas.
—No te interpongas en mi camino. —La advertencia era clara, si era inteligente, la cogería al vuelo—, y mantente alejado de ella. Es mía.
Sacudió la cabeza en una evidente negativa.
—No, todavía no lo es —respondió con un ligero encogimiento de hombros—, motivo por el cual estoy yo aquí. Destiny está fuera de tu alcance, no te está permitido corromperla. Es un alma pura, una que debes proteger, no destruir.
La ironía de sus palabras no se le escapaba.
—Últimas noticias, Caliel —pronunció su nombre con irritación—. No sé dónde has estado metido los últimos mil años y , con sinceridad, me importa una mierda, pero tengo noticias para ti; soy un caído. Uno que trabaja para el hijo de puta del Sótano. Ella tiene un contrato conmigo, es mi próxima presa.
El ángel sacudió la cabeza y chasqueó la lengua.
—Últimas noticias para ti, hermano —le dijo, haciendo hincapié en una palabra que pensó que jamás volvería a escuchar de labios de sus antiguos compañeros—. Las cosas no son como eran antaño. Tú ya no das las órdenes a los Ofaním, en realidad, nadie las da. Nuestro gremio se disolvió poco después de que fuésemos traicionados y nadie ha vuelto a ver a nuestros hermanos desde entonces.
La noticia fue como un dardo envenenado en su corazón. Incluso ahora, después de tanto tiempo, seguía echando de menos a los suyos, a la única familia real que había conocido; una a la que había traicionado y abandonado por una zorra.
—Como ya te he comunicado, estoy aquí para vigilarte, nada más y nada menos —aseguró, con un ligero encogimiento de hombros—. Considérame tu nueva conciencia.
Bufó, sus alas se estremecieron a su espalda antes de recolocarlas. Le gustaba sentir su peso, hacía que recordasen quién era él.
—Soy un Recolector de Almas, estoy fuera de tu jurisdicción.
Caliel lo miró de arriba abajo y después asintió.
—Sé mejor que tú mismo lo que eres, Raziel —declaró, elevando esos ojos dorados hasta encontrarse con los suyos—. Nos seguiremos viendo, caído. Procura no volver a estrellarte de una manera tan contundente, soy tu Vigilante, no tu chica de la limpieza.
Sin una palabra más, el ángel se desvaneció delante de él, dejándole solo en plena calle con un montón de preguntas y ninguna jodida respuesta.