Destiny estaba sumergida hasta las orejas en una delirante fantasía. No existía otra forma de explicar lo que estaba ocurriendo, lo que había ocurrido desde el mismo momento en que lo atropelló con la bicicleta. Nada de esto era real, no estaba en el cuarto de baño de la habitación de invitados del piso de arriba de la casa de su madre, él no tenía unas enormes y sedosas alas azules, oscurecidas por la humedad y que eran lo más suave que había tocado nunca. Pero, por encima de todas las cosas, el duro pene que exhibía una gloriosa erección y que ahora quedaba anidado entre su estómago y el bajo vientre masculino, no estaba haciendo que se le aflojasen las rodillas y se muriese por tenerlo en su interior.
Recuperó el aire en un breve paréntesis que le permitieron sus labios, las enormes manos le recorrían el cuerpo, jugaban con sus pechos, le torturaban los pezones y la excitaban más allá de lo imaginable.
Estoy teniendo el mejor sueño erótico de mi vida, por favor, que nadie me despierte.
Echó la cabeza atrás y gimió cuando su boca encontró ese pequeño punto en su garganta, que no sabía ni que existía, que la hacía contorsionarse y humedecerse cada vez más.
El sonido del agua era un eco lejano, solo las salpicaduras que caían sobre su sensibilizada piel y el húmedo y frío azulejo a su espalda le recordaban ocasionalmente que se estaba teniendo sexo en la ducha.
Deberías tener más a menudo esta clase de sueños, o mejor aún, convertirlos en realidad.
—¿Siempre hablas contigo misma en voz alta?
¡Glup! ¿Había dicho aquello en voz alta?
—Sí, nena, lo has dicho. Varias veces, en realidad —aseguró él. Dejó su cuello un breve instante y la miró a los ojos—. Y, por lo que a mí respecta, me gusta demasiado este sueño tuyo como para querer que te despiertes.
Se quedó sin palabras, pero tampoco es que le hicieran falta. Su lengua volvió a penetrar en su boca, succionando la suya y obligándola a entablar un erótico baile. Sintió una vez más sus manos moldeándole los pechos, bajando por sus costillas, acariciándole el ombligo para que finalmente, una de ellas, recalase entre sus piernas.
—Suave, mojadita y calentita —ronroneó, tras dejar un sendero de besos que recaló en su oído—. El sueño húmedo de cualquier hombre.
—¿Y tú eres un hombre?
Un bajo bufido de absoluta ofensa escapó de sus labios.
—Ah, la sola duda ofende, Destiny —pronunció su nombre con una cadencia que le provocaba escalofríos de placer.
—No pretendía ofenderte, es solo qué… —jadeó, perdiendo el hilo de las palabras cuando uno de los largos y gruesos dedos la penetró—. Oh, dios mío.
—Recurres demasiado al Jefe de la Planta Superior y créeme, está demasiado ocupado como para responder a cualquiera de los millones de personas que claman su nombre en algún momento de sus vidas —se burló. No dejó de mordisquearle el lóbulo de la oreja mientras jugaba con su dedo, entrando y saliendo de ella, extendiendo la humedad natural que manaba de su coño—. Me gusta cómo me aprietas. Me pone a cien. Hace que quiera hundirme hasta las pelotas en tu interior. ¿Vas a dejarme? ¿Me permitirás entrar y disfrutar de ti? Quiero verte disfrutar, quiero oír tus gemidos y notar cómo te corres.
Su cerebro se había convertido en papilla para bebés y poseía su mismo intelecto. Todo lo que pudo hacer fue girar la cabeza, encontrar su boca e iniciar un lánguido beso al que él respondió con absoluta generosidad.
—¿Eso es un sí, Destiny?
¿Un sí a qué? ¿Qué diablos le había preguntado? ¿Importaba acaso? Todo lo que deseaba en esos momentos era deleitarse en el calor del cuerpo masculino, en la dureza de sus músculos y el ardor que le provocaban sus manos. Él la trataba con delicadeza, sabía qué teclas presionar para obtener una nota perfecta y no podía más que obedecer sus demandas como un instrumento bien afinado.
—Sí.
Sí a todo lo que quisiera hacerle. Sí a que siguiese cortejándola de esa manera y la cuidase con el mimo que ponía en cada una de sus caricias. Había extrañado tanto sentirse querida de esa manera, sentir que era algo más que un mero objeto. Una chica quería sentirse deseada y atesorada aunque solo fuese una vez en la vida y el que ella lo consiguiese con ese completo desconocido la dejaba tan estupefacta como el hecho de le estuviese permitiendo tanto.
¿Por qué había accedido a esto? ¿Por qué anhelaba sus caricias como si estuviese toda la vida esperando por ellas?
—Estás obligando a tu cerebro a hacer horas extra, pequeña —escuchó su voz, alta y clara en su oído—, y este no es momento para pensar. Todo lo que tienes que hacer es dejarte ir. Permítete sentir, disfruta de lo que te doy y no pienses en nada más. Deja que haga realidad tus deseos, que te dé aquello que anhelas. Soy el único que puede hacerlo, Destiny, el único que ve en lo más profundo de tu alma.
—Sí. —De nuevo un monosílabo que escapaba de sus labios. Dos letras que brotaban por si solas en respuesta a lo que deseaba su cuerpo, a la necesidad de una liberación a tanto tiempo de cautiverio—. Por favor, más…
Le mordisqueó el labio inferior, lo chupó con fuerza y lo dejó ir.
—Más —repitió con esa voz melosa y sensual que la deshacía por completo—. Esa es una palabra que me gusta mucho. Más.
Y más fue lo que obtuvo al sentirle abrirse paso entre sus piernas, al notar la punta de su pene empujando en su abertura, abriéndose paso en su interior, deslizándose hasta que la sensación de sentirse repleta por esa dura polla le arrebató el aliento.
—Más —jadeó, echando la cabeza hacia atrás, aferrándose a sus hombros y apretando la cadera contra la suya mientras escalaba su cuerpo, enroscándose alrededor de su cintura.
—Más —escuchó una vez más de sus labios, antes de sentirlo abandonar su ceñido sexo para volver a penetrarla con suavidad.
Su unión se convirtió en un lento vaivén, un baile íntimo lleno de besos y caricias que la fueron desarmando hasta dejarla totalmente desnuda y a su merced. Clavó los dedos en sus hombros y se recreó en la intensidad compartida, en la marea de sensaciones que la arrastraban sin remedio hacia un demoledor orgasmo que casi podía acariciar.
—Sí… —gimió, sacudiendo la cabeza, buscando de nuevo su boca y envolviendo su lengua con la de él—. Sí… justo así… oh, sí…
Le lamió los labios y la apretó contra la pared, utilizando esta como punto de apoyo, mientras entraba y salía de su cuerpo incrementando ahora la velocidad.
—¿Más? —le susurró al oído.
Ella asintió.
—Pídelo —insistió él—, pronuncia mi nombre. Di, “Raziel, quiero más”. Dime que lo quieres todo.
—Raziel —pronunció su nombre sin necesidad de más incentivos—, quiero más. Quiero todo.
—Otra vez —ronroneó él, empujándose en su interior.
—Raziel, más.
Una y otra vez pronunció su nombre y pidió más de ese exquisito placer, de la ternura con la que la envolvía y la hacía ascender a las nubes. El orgasmo llegó sin previo aviso derribando las barreras que había instalado en su interior, arremetiendo con todo hasta dejarla totalmente expuesta a su amante y a lo que él quisiera hacer con ella.
Lo sintió tensarse en su interior un instante antes de notar cómo abandonaba su sexo y eyaculaba sobre su estómago.
—La próxima vez —escuchó su voz jadeante al oído—, espero poder correrme dentro de ti.
Gimió. La próxima vez. Él esperaba que hubiese una próxima vez mientras que ella en todo lo que podía pensar era en dónde había quedado su cerebro durante esta.
Raziel la arropó en la cama de aquel mismo dormitorio, había utilizado sus poderes para secarle el pelo antes de secar el resto de su cuerpo con una toalla. Se había quedado dormida en sus brazos, ni siquiera se dio cuenta de que la sacaba de la ducha y la depositaba en la cama.
¿Cuánto tiempo habría estado reprimiendo sus emociones, suprimiendo a la mujer que habitaba en su interior? Había algo en ella que no dejaba de llamarle, de atraerle… Quería pensar que era debido a su vínculo, al hilo que creaba el contrato entre el Recolector y el alma que deseaba, solo eso podía explicar la absurda necesidad que sentía en ese mismo instante de tumbarse a su lado y abrigarla en sus brazos.
—¿Problemas en el paraíso, arcángel?
Fantástico. Justo lo que necesitaba ahora mismo. Se giró y enarcó una ceja ante el recién llegado. Caliel vestía con la armadura propia de los Ofaním, una que él mismo había llevado mucho tiempo atrás. Con la mano izquierda descansando encima de la empuñadura y las alas blancas plegadas a la espalda parecía cualquier cosa excepto inofensivo, pero por otro lado, la expresión curiosa en su rostro dejaba clara que su intención no era entablar batalla alguna.
—Más de mil años sin ver tu emplumado culo y eliges justamente ahora para presentarte dos veces en un mismo día —chasqueó al tiempo que se cruzaba de brazos—. ¿Me echas de menos o es que te aburres?
El ángel de pelo negro e intensos ojos verdes ladeó la cabeza para echarle un vistazo a la figura dormida bajo las sábanas.
—Vengo a verla a ella, no a ti —le soltó, arriesgando finalmente una mirada en su dirección—. Me preocupaba que tu nuevo deporte, “lanzamiento de mujer al agua”, trajese consigo algo más que una enorme irritación por su parte.
Su mención al irracional temor de Destiny le llamó la atención.
—¿Por qué le tiene tanto miedo al agua?
Su antiguo compañero de armas se encogió de hombros, haciendo que sus alas acusaran el movimiento.
—De niña casi se ahoga en una piscina —ofreció voluntariamente—. Un juego de niños que pudo haber terminado muy mal. Como consecuencia, ha desarrollado una aguda hidrofobia.
Frunció el ceño y volvió a mirarla. Hidrofobia. Un temor agudo a cualquier masa de agua, en su caso, parecía que todo venía propiciado de un incidente en una piscina. Ahora comprendía el rastro de terror que notó a través de su vínculo, su exagerada reacción y la agónica necesidad de aferrarse a algo que la salvase.
—Pareces conocerla muy bien.
Él se encogió de hombros.
—Sé cosas que tú no sabes, eso es verdad —murmuró con tono jocoso—. Pero dónde estaría lo divertido si todos supiésemos todo de todo el mundo, ¿eh? No es como si algún idiota tuviese un manual para ello.
Entrecerró los ojos y dejó que su poder actuase a su voluntad, enviando al indeseado huésped contra la pared del otro lado del cuarto.
—No me jodas, Caliel.
El ángel se echó a reír, sentado en el suelo.
—Descuida, ya lo hará ella sin necesidad de que yo me manche las plumas —respondió, levantándose sin más—. Te lo advertí, ¿recuerdas? Te advertí que te mantuvieses alejado de ella… y no lo decía por ella, Raz, lo decía por ti.
Con un gesto de la mano se desvaneció dejando tras de él un fogonazo de luz que casi lo deja ciego.
—Maldito ofaním —masculló, apretando los dientes para evitar empezar a soltar una larga e interminable lista de blasfemias.
Echó entonces un último vistazo a la cama dónde descansaba su nuevo encargo, le apartó un par de mechones de la cara y se desvaneció.
Necesitaba reagruparse consigo mismo si quería obtener su alma y con ello la libertad de su esclavitud.