CAPÍTULO 12

 

Dos días después…

 

—Nunca pensé que el suelo sería tan cómodo.

Raziel se echó a reír.

—¿El suelo? Destiny, me estás usando a mí o a mis alas de colchón.

Destiny sonrió y se apretó más contra el cuerpo desnudo de su amante. Tumbada contra su costado, con una de sus piernas entre las de él, su ala izquierda sirviéndole de suave colchón y su mano jugando con el suave vello que espolvoreaba su pecho, estaba en el séptimo cielo.

De hecho, había estado allí las últimas cuarenta y ocho horas. Lo que comenzó como una loca y poco meditada invitación, se convirtió en los dos mejores días de su vida. ¿Cuándo se había sentido así de plena?

La cama fue descartada por su estrechez y terminaron en el suelo. No es que Raziel no se hubiese ofrecido a permanecer en su forma más humana, pero después de ver cómo sufría cada vez que sus alas hacían acto de presencia y lo aliviado que parecía cuando estas se desplegaban a su espalda, supo que no podía hacerle pasar de nuevo por algo así.

Y a su ángel privado le encantaba el chocolate, le gustaba especialmente lamerlo sobre ella lo que le provocaba un sinfín de cosquillas y que terminasen las sábanas embadurnadas.

Después de esa inesperada reunión en su pastelería, no volvieron a separarse, él se negó a dejarla sola ni siquiera por un instante. Habían cenado juntos, comido, desayunado, incluso le ayudó con los últimos toques de la decoración, probando los postres que tenía pensado poner en la inauguración y la acompañó a la imprenta para recoger toda la cartelería. Pero más allá de su compañía, eran sus interminables charlas y su paciencia al responder a sus interminables preguntas.

Con todo, todavía existían cosas que se guardaba para sí mismo, cada vez que le preguntaba se limitaba a sonreír, besarla y mirarla con esos atractivos ojos azules antes de responder: Vine a llevarme tu alma, pero como la encuentro tan atractiva y yo soy un cabrón egoísta, he decidido quedármela para mí.

Suspiró y se apretó más contra él.

—¿Raz? —había empezado a utilizar ese diminutivo cuando se hizo evidente que no podía ni pronunciar dos palabras seguidas cuando él jugaba con ella.

—¿Sí?

—¿De verdad te quedarías con mi alma?

La mano que la había estado acariciando la espalda se deslizó por su costado hasta acunarle el pecho.

—Si me la entregases, sí, me quedaría con ella —respondió en voz baja—. Merece la pena ser resguardada y atesorada, al igual que tú, conejita.

Puso los ojos en blanco, había perdido la cuenta de las veces que se habían peleado, medio en broma, por ese sexista apelativo.

—Dijiste que eres un ángel caído o algo así —insistió, trayendo de nuevo al presente una de sus muchas conversaciones—. ¿Qué hizo que cambiases… de estatus?

Sintió el inmediato cambio en su cuerpo, la tensión y el voluntario movimiento de su ala bajo ella.

—¿He dicho algo que no debía? —preguntó, incorporándose para poder mirarle a la cara.

—No.

Pero no dijo nada más, se limitó a reanudar sus caricias en silencio.

—Ni siquiera los ángeles estamos exentos de meter la pata —murmuró después de un largo silencio—. Y yo la metí hasta el fondo. Por mi culpa, por culpa de mi ingenuidad, otros pagaron caro mi error. Y en mi necesidad de venganza, encontré también mi propia caída.

Sus ojos azules cayeron entonces sobre ella, le acarició el rostro con los dedos e hizo una mueca.

—Y entonces apareces tú, me asaltas en plena calle, me amenazas y… todo cambia.

Parpadeó, su tono de voz era tan lejano que parecía hablar más para sí mismo que para ella.

—Es curioso cómo el símbolo de tu libertad puede convertirse también en tu condena.

Frunció el ceño ante sus palabras y sacudió la cabeza.

—¿Qué quieres decir?

Él se incorporó entonces hasta quedar sentado, le acunó el rostro entre las manos y la miró a los ojos.

—Hagas lo que hagas, jamás entregues tu alma a nadie, Destiny —le dijo con una desacostumbrada intensidad en su voz—. Esto —posó la palma de la mano entre sus senos—, no debe ser utilizado como moneda de cambio, no hay nada en el universo que pueda pagar su precio.

Parpadeó, sorprendida por sus palabras.

—Er… vale, lo tendré… en cuenta —respondió con diversión. No sabía muy bien cómo tomarse sus palabras.

Él debió darse cuenta de su incomodidad, pues la atrajo de nuevo contra él, y la giró de modo que terminase con la espalda en el suelo y su cuerpo sobre ella.

—Tribulaciones demasiado espesas para una hora tan temprana, conejita —aseguró al tiempo que recorría su cuerpo con la mirada, encendiendo su propio deseo como si no hubiese sido saciado—. Prefiero otras formas de dar la bienvenida a un nuevo día.

—¿Sí? ¿Alguna interesante?

Sus labios se curvaron dejando ver de nuevo esa traviesa sonrisa que la enamoraba.

Un momento, ¿enamorarla? No, no, no, no.

—Sí, mucho… —la besó en la punta de la nariz—, más —la besó de nuevo, ahora en los ojos—, interesante.

Terminó reclamando su boca, haciéndola olvidarse al instante de la fugaz pregunta que se había colado en su cerebro o sin duda lo habría logrado si en ese momento no se hubiese abierto la puerta de su habitación de par en par.

—Oye, Des, ¿puedo cogerte prestado ese indecente top de cuero rojo que compraste el año pasado y que nunca te pones? Si cogen dentro tus tetas, las mías también.

Jadeó y se incorporó de golpe. Allí de pie y llenando el umbral de la puerta de su habitación, su hermano… er… más hermana que nunca… balanceaba la susodicha prenda.

—¿Qué narices…? —aferró la sábana que todavía quedaba sobre el colchón y tiró de ella hasta cubrirse.

—¿El suelo, en serio? —ronroneó, sin molestarse en disimular los fugaces intentos que hacía por ver detrás de ella.

Un agudo gritito emergió de su garganta en el mismo instante en que se giraba en busca de algún arma arrojadiza solo para encontrarse con un cojín.

—¡Sal de mi habitación ahora mismo, cabronazo!

Él se limitó a chasquear la lengua, se enderezó y cruzó unas piernas totalmente depiladas enfundadas en unas botas altas de tacón. ¿No era realmente injusto que su hermano tuviese unas piernas más bonitas que las suyas?

—Vamos, cariñito, no tienes nada que no haya visto ya —argumentó al mismo tiempo que entraba en el dormitorio y se dirigía al tocador, para ponerse a revolver entre su maquillaje.

—¡Sí, cuando tenía tres años! —exclamó empezando a desesperarse. Un rápido vistazo a su amante lo encontró tumbado en el suelo intentando contener la risa.

—¿Te parece gracioso?

—¿A mí? Sí —aceptó, fallando estrepitosamente en contener una carcajada.

—Prometo no mirar —comentó al mismo tiempo su hermano—. ¿Puedes dejarme el rizador de pestañas? Te juro que después me voy.

—Donal Louise Cassidy o abandonas en este mismo instante mi dormitorio o no necesitarás pasar por quirófano para obtener tu jodido deseo —siseó, al tiempo que arrancaba una manta de debajo de su amante y se la echaba por encima, cubriendo esas jodidas alas azules—. ¡Hablo muy en serio!

—Ya, ya, ya —declaró él, levantando las manos a modo de rendición—. Ya encontré lo que buscaba. Entonces, ¿me dejas tu top?

—¡Quédate el maldito top y lárgate!

Solo le faltaba ponerse a patalear. Se envolvió lo mejor que pudo con la sábana y saltó sobre el colchón, dispuesta a bajar por el otro lado.

—Gracias, Sis —le sopló un beso, entonces se puso de puntillas, para poder vislumbrar algo al otro lado de la cama—. ¿A qué hora es la inauguración?

Aquello la detuvo en seco.

—¿Vas a venir?

La duda que escuchó en su voz pareció ofenderle.

—Por supuesto que voy a ir, eres mi hermana —respondió con un bufido—.  ¿Y bien? No me gustaría llegar tarde. Todavía tengo que ir a la peluquería y…

—A las cuatro de la tarde —lo atajó, impidiéndole seguir parloteando—. Ahora, ¡fuera de mi habitación!

Su hermano soltó un profundo y femenino suspiro antes de dejar caer su última bomba.

—Raziel, cariño, fóllatela otra vez a ver si así se le aclaran las neuronas.

El aludido se echó a reír a carcajada limpia, su hermano esbozó una divertida sonrisa, le sopló un nuevo beso y se marchó, cerrando la puerta tras él.

—Voy a matarle, te lo juro, voy a cometer un fratricidio y quedarme tan ancha—musitó al tiempo que bajaba del colchón y le pasaba el cerrojo a la puerta.

—Tu familia es muy interesante, cariño.

Puso los ojos en blanco y resopló.

—Sí, supongo que puedes decirlo —rezongó—, has conocido a lo más selecto de ella.

Raziel se echó a reír, sus alas se habían desplegado por completo para luego volver a plegarse de una manera más cómoda.

—Tu hermano es admirable.

La veracidad que notó en su voz la tomó por sorpresa.

—¿Por qué lo dices?

—Tiene el alma de una mujer y ha estado viviendo la vida de un hombre —respondió, como si eso fuese algo que viese todos los días—. Lo sabe y no solo no se esconde, sino que ha decidido enfrentarlo. No hay muchas almas que tengan tanta fuerza dadas las circunstancias.

Sus palabras la golpearon con fuerza, directas al corazón. Las lágrimas empezaron a resbalar por sus mejillas y ella ni siquiera era consciente de ello.

—Destiny, ¿qué ocurre?

Arrugó la nariz cuando esta empezó a picarle, su imagen empezaba a hacerse borrosa por las lágrimas.

—Que soy una tonta, eso es lo que pasa —murmuró, entre hipidos—. Tú… tú has sido capaz de verlo en apenas unos segundos y mi familia… incluso yo misma… —sacudió la cabeza, incapaz de encontrar las palabras—. Donie fue el que me sacó de la piscina en la que casi me ahogo cuando era una niña.

Y así había sido.

—Fue un juego de niños que salió mal, uno que me llevó a permanecer bajo el agua durante más de quince minutos —explicó. Ella no guardaba recuerdos de aquella época, pero había escuchado demasiadas veces la historia de boca de su madre y su tía como para olvidarla—. Mi madre me dijo que era un milagro que no hubiese muerto ese mismo día.

Se lamió los labios y prosiguió.

—Sucedió en verano, en la piscina de la que entonces era nuestra vecina —explicó—. Ella tenía una hija de mi edad, Stelle y la verdad es que nunca nos llevamos nada bien. Yo era la nueva y a su modo de ver una intrusa, no le gustaba que yo fuese a su casa, de hecho, cuando mi madre iba a charlar con la vecina, yo prefería quedarme sentada a su lado. Pero ese día, la vecina insistió en que fuese a nadar y le encargó a su hija que cuidase de mí.

‹‹Yo no recuerdo qué pasó exactamente, pero por lo que me contaron, ella me empujó y yo resbalé cayendo a la piscina. Me di con la cabeza en el bordillo y la herida empezó a sangrar. Quedé inconsciente y boca abajo. Stelle se había asustado tanto que fue corriendo a buscar a nuestras madres, pero estas se habían metido en casa y no la escuchaban. Mi hermano, se había quedado en casa, tenía la ventana abierta y al escuchar los gritos salió corriendo. Fue él quien me sacó de la piscina.

Los nueve años que le llevaba Donall y el cursillo de primeros auxilios que había llevado acabo ese mismo verano, le habían salvado la vida. O eso no dejaba de repetirle tiempo después, cuando despertó en una habitación de hospital.

—Él me salvó ese día, aunque a partir de entonces le tengo un terror atroz a cualquier masa de agua. Soy incapaz de darme un chapuzón, incluso me aterra el meterme en una bañera por temor a quedarme dormida y ahogarme. Si bien he conseguido reducir el congelante terror que me atenazaba al caminar por la orilla de la playa, soy incapaz de meterme en el agua, ni siquiera de mojar los pies. Me paralizo, me entra el pánico. Bueno, has tenido una prueba de ello cuando me lanzaste a esa piscina.

Él hizo una mueca.

—Un movimiento irreflexivo por mi parte y que revivió un trauma infantil —aceptó—. Te pido disculpas.

Ella negó con la cabeza, restándole importancia y clavó los ojos en los suyos con agonía.

—Él me salvó la vida, ¿entiendes? Y yo… yo… yo he sido incapaz de comprenderle realmente, hasta ahora mismo yo… no me di cuenta de que… —sacudió la cabeza—. Vino a mí, yo fui la primera a quien se lo confesó y yo nunca me di cuenta de lo mucho que ha tenido que sufrir por todo esto.

Raziel la abrazó, atrayéndola contra su pecho.

—Él… no… ella, ella es mi hermana.

Le acarició el pelo y le besó la cabeza.

—Y ella lo sabe, Destiny —le aseguró—. Siempre lo ha sabido, por eso acudió a ti antes que a nadie.

¿Cuántos más errores había cometido? ¿Qué tan intransigente había sido con aquellos a los que quería? Había acusado a su madre de no ser lo que su familia necesitaba pero, ¿y ella? ¿Lo había sido?

—Quiero que venga a la inauguración —musitó entre lágrimas—, quiero que ellas estén allí, quiero que entiendan lo mucho que significa su presencia allí, especialmente hoy.

Les necesitaba allí, a todos ellos.

—No sé cómo te las apañas, Raz, pero siempre acabas haciéndolas llorar.

Destiny se giró como un resorte al escuchar una masculina y extraña voz cerca de ellos, pero cualquier pregunta que pudiese haber articulado murió en sus labios al ver las dos amplias y sedosas alas blancas que se plegaban a la espalda del recién llegado.