Raziel arriesgó un vistazo atrás nada más traspasar las puertas, esta no había respondido a su palabra, de hecho parecía incluso apagada, sin vida, como si el alma que acogía en su interior se hubiese extinguido o marchado. En su fuero interno esperaba que fuese esto último.
Solo cuando acercó uno de los cristales de almas esta reaccionó y se abrió, pero incluso ese cotidiano gesto parecía extraño. Al traspasar las puertas sintió frío, una helada sensación que penetraba en su interior como si esperase encontrar allí un sustituto. Pobre del infeliz, cuya alma todavía le perteneciese, que se arriesgase a comparecer ante la puerta, algo le decía que no la conservaría durante mucho tiempo.
—Oye, jefe, ¿has decidido darle vacaciones a la guardiana de la puerta o es que no has pagado la factura de la luz? —dejó que su lengua buscase el infierno por sí misma.
Volvió la mirada hacia delante y para su sorpresa encontró el trono vacío, incluso la sala estaba silenciosa, sin gritos de condenados o de aquello que habían jodido a ese cabrón.
—¡Ad el castillo! —alzó la voz—. ¡Papi, tu nena ha vuelto!
Silencio. Un ominoso y absoluto silencio. Vale, eso era, muy, muy raro.
—¿Hola? Aquí un recolector de almas interesado en acabar con el trabajito —exclamó, esperando que de un momento a otro lo fulminase un rayo o apareciese algún esbirro demoníaco para hacerle callar.
El silencio empezaba a ponerlo nervioso.
—Vale, esto empieza a mosquearme de…
No pudo ni terminar la frase, pues la espalda empezó a dolerle como si se la estuviesen abriendo a base de latigazos. Cayó hacia delante, jadeando de dolor y sintiendo al mismo tiempo el peso de sus alas cuando estas abandonaron su salvaguarda y se desplegaron por completo. Aventuró un vistazo por encima de su hombro y las encontró intactas, las plumas tan azules como siempre y sin rastro alguno de sangre, sin embargo, el dolor había sido tan atroz como lo fue la primera vez que su jefe decidió hacerle prescindir de ellas convirtiéndolas en tatuajes.
—Joder —siseó, escupiendo al suelo la sangre que había inundado su boca después de haberse mordido el interior—. Si llego a saber que estabas de tan buen humor, habría venido antes.
Sí, sin duda era un suicida. Destiny tenía razón al sugerirlo una y otra vez. No había otra explicación para que soltase tales perlas cuando el Príncipe del Inframundo estaba de pie en medio de la sala y con un humor que era mejor evitar por su alta tasa de mortandad.
—Llegas en el mejor de los momentos, Raziel —declaró. Podía ver las puntas metálicas de sus botas a medida que caminaba hacia él, incluso en sus pisadas se palpaba la nobleza, el atractivo y el aura de supremo poder que envolvía al ser ante el que comparecía—. Estoy de ánimo de recompensar a mi mejor recolector con una sesión privada.
—Te agradezco la invitación, mi señor —escupió el trato protocolario—, pero voy a tener que declinarlo. Ya he probado las instalaciones del spa déjate la piel y la sangre mientras yo me río y no las he encontrado de mi gusto.
—No era una sugerencia, recolector.
No, por supuesto que no. Nunca lo era.
—He venido a traeros mi última encomienda —ignoró sus palabras y fue directo al grano.
Podía sentir su mirada sobre él, el peso de su poder agitándole las plumas y haciendo que su piel se apergaminase ante su sola presencia.
—Dos almas en el tiempo de una sola recolección —resumió lo pactado—. Un alma pura, sin mácula, ¿es eso lo que me traes?
Apretó los dientes y se aventuró a alzar la mirada al tiempo que abandonaba la posición servil que le había llevado de rodillas y se incorporaba. Sus alas se plegaron a su espalda, protegidas de aquel maníaco homicida. Su sola visión le dejaba sin aliento, lo hacía temblar hasta los huesos y era algo que detestaba casi tanto como lo deleitaba.
—Te traigo aquello que está estipulado en el contrato que firmé por propia voluntad —respondió, al tiempo que extraía los dos cristales y se los lanzaba—. Dos almas en el plazo de una recolecta. Las dos almas que faltaban para llenar el cupo.
Cogió los cristales al vuelo, lo miró y un instante después se pulverizaron entre sus dedos, dejando tras de sí el grito agónico de dos almas caídas en el infierno.
—Eso no es lo que te pedí.
Los labios se le curvaron por sí solos mientras extraía la rosa del interior de su chaqueta y la hacía arder delante de sus propias narices. Fue perfectamente consciente de la forma en que sus fosas nasales se ampliaron, de la dilatación de sus pupilas e incluso de esa palpitante vena que surgió en su frente. Demonios, alguien iba a fregar el suelo con sus intestinos.
—Oh, eso también lo conseguí —aceptó, con gesto petulante—, pero he decidido quedarme con ello. Su alma… bueno, digamos que brilla demasiado para meterla aquí dentro. Desluciría la decoración, ya sabes…
Un latigazo de luz le atravesó la espalda, rasgándole las alas y haciendo brotar la sangre.
—Quiero ese alma, Raziel —lo oyó sisear. El olor era tan salvaje que tenía que luchar incluso para poder respirar.
Se obligó a apretar los dientes incluso más y encontró su mirada.
—No —declaró con fiereza, permitió que sus labios se estiraran una vez más y deslizó una mano a través de la sangre que le empapaba la espalda y dejó que esta gotease de sus dedos hasta caer sobre el suelo, uniéndose a la ya existente—. Aquí y ahora. Yo, Raziel, Arcángel de los Misterios y Jefe de los Ofaním solicito la revisión del pacto y la ejecución de la cláusula de rescisión. Presento y doy fe con mi sangre de que las condiciones se han cumplido, por la misma, solicito mi libertad.
Lucifer parecía al borde de una apoplejía.
—¿Se ha instaurado hoy el día de Jode con Lucifer y he matado al mensajero antes de dejarle emitir su mensaje?
Había verdadero fastidio en su voz. ¿Quién lo había llevado hasta tan punto de cabreo antes de su aparición? Un nombre apareció en su mente y no pudo menos que sonreír ante las agallas y los huevos del antiguo príncipe regente.
—Declino tu petición.
Entrecerró los ojos y bufó.
—No puedes hacer tal cosa…
Lo vio alzar la barbilla, un gesto de absoluto desafío.
—Yo soy quien escribe las reglas, esclavo, tu misión es obedecerlas —le informó con absoluta satisfacción.
—Incluso tú sabes que no puedes ir en contra de las leyes que has instaurado —murmuró, sin dejar de mirarle—. Tienes la obligación de comparecer en juicio y acceder a la revisión del contrato por parte del tribunal.
Sus ojos brillaron, adquiriendo ese tono rojizo que prometía muerte y desmembramientos a la carta.
—¿Testigos?
Apretó los labios, luchó por respirar y conservar la calma a pesar de que lo que realmente deseaba hacer era borrar esa mirada satisfecha en su rostro.
—Necesitarás de alguien que atestigüe que tú has recolectado esas almas, que atestigüe que las has presentado y que has cumplido con el cupo establecido en el contrato —ronroneó, con absoluta placidez—, así como del cumplimiento del tiempo de servidumbre a mi servicio.
—Tú mismo eres testigo de ello.
Lucifer chasqueó la lengua con gesto afectado.
—Considérame el fiscal de este juicio, arcángel —declaró con risa en la voz—, lo último que tengo en mente es testificar en tu favor. Por el contrario, empiezo a barajar las distintas formas de castigo a las que puedo someterte por tu desafío.
Maldito hijo de perra.
—Yo seré su testigo.
La sala retumbó con rayos y truenos cuando el señor de los dominios del inframundo posó los ojos sobre el recién llegado. Raziel no tuvo que girarse para saber de quién se trataba.
—¡Qué haces tú aquí!
Caliel se encogió de hombros.
—Soy su vigilante, puedo dar fe de que ha cumplido con su contrato —declaró, al tiempo que estiraba la mano y al instante aparecía atada a ella una más que sorprendida Destiny—, y ella atestiguará que su alma le pertenece a él.
—Destiny —jadeó al verla. ¿Qué hacía ella aquí? ¿Por qué la había traído?—. Caliel, ¿qué demonios has hecho? ¡Sácala de aquí!
—¡Ni se te ocurra!
—¿Y arriesgarme a otra patada en los huevos? No gracias, amor. —respondió el aludido, alzando las manos. Entonces le miró—. Ella es la única que puede atestiguar el cumplimiento de la cláusula de rescisión. Le dije que con que firmase una declaración con su sangre era suficiente, pero se negó… de forma muy contundente.
—¡Oh, dios mío! ¿Esto es sangre? Estás sangrando… —jadeó ella, buscando la herida de la que posiblemente manase. Entonces se giró hacia Lucifer y lo apuntó con un dedo—. Tú… maníaco modelo de pasarela… ¿cómo te atreves? ¿Quién te crees que eres para hacerle algo así a una persona?
Lucifer ladeó la cabeza y estiró la mano, dispuesto a fulminarla o peor aún, recuperar el alma que había caído y se le había negado.
—Tu alma me pertenece…
—¡No! —en un acto reflejo, la envolvió en sus brazos y la giró, dejando su espada sangrante y sus alas masacradas expuestas a ese demente.
—¡Basta! —clamó al mismo tiempo Caliel.
El estruendo sacudió la sala unos segundos antes de que un nuevo látigo de luz le atravesase la espalda, seccionándole una de las alas. El dolor era demasiado, unos puntos negros empezaron a bailar ante sus ojos y posiblemente habría sucumbido a la oscuridad de no encontrarse ella entre sus brazos. Si caía, la dejaría desprotegida.
—No, no, no, no —la escuchó musitar, luchando por liberarse de su abrazo—. Raziel…
—Shhh —la apretó contra él, acariciándole la cabeza a pesar de que sus rodillas cedieron y acabó cayendo al suelo con ella—. Todo está bien, Des, todo está bien…
—¡Y una mierda que lo está! —lloró ella, intentando zafarse de su abrazo, llegando incluso a asombrarse por encima de su hombro solo para increpar a Lucifer—. ¡Eres un enfermo hijo de puta! ¡Cómo puedes hacer esto! ¡Te odio! ¡Te odio con toda mi alma!
—Destiny, no —la atrajo de nuevo hacia él, obligándola a mirarle a los ojos—. Él no se merece tu odio, todo lo que merece es compasión.
Ella sacudió la cabeza, las lágrimas deslizándose por su rostro.
—Tu… tu ala… —intentó girar el rostro en una obvia indicación, pero no se lo permitió.
—No, cariño, mírame a mí —la obligó—, solo a mí. Así… tranquila.
Apretó los labios y vio cómo luchaba por recuperar la compostura.
—Vuelve a casa conmigo —le suplicó—. No me importa quién eres, ni lo que has estado haciendo, solo me importa quién eres cuando estás conmigo. Vuelve a casa conmigo, quédate conmigo.
Caliel avanzó entonces, posicionándose frente a ellos, sus alas blancas totalmente extendidas y vestido con la armadura de los Ofaním, dispuesto para la batalla.
—El recolector se ha presentado ante ti y ha solicitado con sangre la revisión del contrato —proclamó con voz fría, llena de un poder que había ignorado hasta el momento—. Estás obligado a concederle su petición.
El rostro de Lucifer reflejó en aquel preciso instante todo lo que era, el ser hermoso y supremo, el más amado de Dios y el primero en darle la espalda para seguir su propio destino.
—Atenta contra ella una sola vez más y tendrás a toda la corte celestial llamando a tu puerta y no precisamente para invitarte a tomar el té —declaró con fiereza.
—Que se convoque el juicio —siseó, obviamente nada complacido con todo aquello.