CAPÍTULO 10

 

—¿Quieres hacer el favor de poner otra cara?

Levantó la mirada de la revista que estaba ojeando y enarcó una ceja.

—Es la que tengo, mamá —rezongó—. No pienso ponerme a hacerle carantoñas a nadie solo para que tú te sientas mejor.

—Señor, cada día te pareces más a tu padre —rezongó al tiempo que le daba la espalda y se miraba una vez más al espejo.

—Algo bueno tenía que heredar de él —rumió. Dejó la revista a un lado y se levantó—. ¿Dónde están exactamente los cambios que le iban a hacer al vestido?

Por más que se esforzaba en mirar el traje de novia de dos piezas en color marfil, era incapaz de ver diferencia alguna con respecto al que se probó la semana pasada.

—Las flores, el bordado, el bajo de la falda —empezó a enumerar como si fuese algo demasiado obvio para ser pasado por alto—. De verdad, Destiny, no sé qué te pasa últimamente, no haces más que ponerle peros a todo y si te pido algo, lo haces a desgana. Se supone que este va a ser un día muy importante para mí, ¿por qué no puedes alegrarte?

Enarcó una ceja y abrió la boca, pero su tía, la cual había aparecido incluso antes que llegase su madre, se la tapó con la mano.

—No quieres hacerlo —le susurró—, sé lo que te está pasando por la mente pero no quieres hacerlo.

Cogió su mano, le besó la palma y asintió.

—Tienes razón, sería una pérdida de tiempo —suspiró. Dijera lo que dijera, a su madre le entraría por un oído y le saldría por el otro—. De hecho, debería estar ultimando los preparativos para la inauguración de la pastelería y no estar aquí, perdiendo el tiempo, mirando un vestido que es idéntico al de la semana pasada.

—No es idéntico —se quejó su madre.

—Por supuesto que no. —La diseñadora se unió a la ofensa—. Se han hecho todos los arreglos necesarios para que quede perfecto.

—En realidad, creo que no arreglasteis lo que realmente es necesario —murmuró, haciendo un gesto hacia el estrecho corpiño—. Si respira un poco más fuerte de lo normal se le saldrán las tetas.

—¡Destiny! —ladró su madre—. Si vas a seguir con esa actitud, es mejor que te marches.

¡Al fin algo sensato!

—Con muchísimo gusto, señora mía —se burló, fue hacia el perchero y recogió su chaqueta y el bolso.

—De verdad, no sé qué te pasa, hija, no estás siendo tú misma —se quejó de nuevo, haciéndola sentirse mal con tan solo sus palabras. ¿Había dicho ya que su madre era una experta en el chantaje emocional?—. Ayer llegaste una hora tarde y protagonizaste una bochornosa escena de la que todavía se comenta. Y hoy, desde el mismo instante en que pusiste un pie aquí, no has dejado de protestar y actuar con acidez. Ni siquiera te has probado tu vestido de dama de honor.

—¿Qué escena? —se interesó su tía, quien sabía a la perfección que ella no era mujer de hacer escenas. Por el contrario, si podía pasar desapercibida, no se lo pensaría dos veces.

—Es una historia muy larga —musitó, mirándola de reojo—, de hecho, al principio pensé que había sido todo cosa tuya.

—¿Cómo?

Su madre, quien a veces tenía la parabólica puesta, se metió en medio.

—Enfadó a su novio y este la dejó caer dentro del estanque que hay en el centro de la recepción —añadió, poniendo los ojos en blanco—. Todo el centro comercial no deja de hablar de la representación teatral que se dio ayer al mediodía.

—No es mi novio.

—¿Qué estanque? —Ella, al igual que su progenitora, era consciente de su pequeño problema con el agua.

—La piscina que han puesto en medio de la entrada, ya sabes, esa toda cubierta de flores y plantas —insistió su madre.

—¡Será desgraciado! ¿Pero no le has dicho que tienes hidrofobia?

Puso los ojos en blanco.

—¿Cuándo? No es como si hubiese tenido mucho tiempo para charlar entre el momento en que le atropellé con la bicicleta y decidió lanzarme a la piscina.

—Cariño, eso ni siquiera puede considerarse piscina —aseguró su madre, quien se había apeado del altillo en el que le arreglaban el vestido y se unió a la discusión—. Y a juzgar por su aspecto y vuestro olor… bueno, no tengo más que conocerte para saber que sí le dejaste caer encima una bolsa de desperdicios. Por cierto, ¿todo bien en casa? Espero que Bruce le pudiese dejar una muda limpia.

—Espera, espera, espera. —Una vez más, su tía era la que ponía el freno e imponía el orden—. Vayamos por partes. ¿Atropellaste a tu novio con la bici?

Resopló.

—No es mi novio —insistió irritada. A decir verdad, ni siquiera sabía cómo calificar lo que quiera que había ocurrido entre los dos. ¿Un polvo de represalia? ¿De reconciliación? ¿Un polvo húmedo? No, más bien un polvo sobrenatural… Dios, había echado un kiki con un ángel. De forma literal. Un bicho con alas. Alas azules.

—¿Destiny?

Sacudió la cabeza y volvió a centrarse en el aquí y el ahora.

—Fue un accidente —extendió los brazos con gesto cansado—. Ya sabes que salí tarde. Con todo ese asunto de las cartas y lo del ángel… acabé pedaleando como una loca por la calle y… bueno, al girar a un par de manzanas del centro comercial, la rueda delantera chocó contra el bordillo y yo acabé volando por los aires, para terminar sobre él —frunció el ceño—. Supongo que eso hace que fuese yo y no la bicicleta quien le pasó por encima.

Su tía parpadeó y la miró fijamente.

—Te he dicho mil veces que al final acabarías rompiéndote algo o lastimando a alguien —rumió su madre, al tiempo que negaba con la cabeza y volvía de nuevo a la plataforma para seguir con la prueba del vestido—. Aunque no hay mal que por bien no venga. Tenías que haberle visto, Helen, ese hombre es un bombón. Y fíjate que he dicho hombre, no niño. Exuda masculinidad y sexo por cada poro.

—¡Mamá!

Su madre se encogió de hombros.

—No estoy ciega, cariño, tengo ojos en la cara —se justificó.

—Así que, ahí lo tienes, un encuentro inesperado —continuó haciendo una mueca—. Un atropello en toda regla, ¿te suena de algo?

Su tía sacudió la cabeza, como si necesitase despejarse.

—Oh, Destiny —chasqueó la lengua—. Cielo, las cartas solo son cartas. Se trata simplemente de una coincidencia.

Sí, ya. Una con pelos y señales. Pensó para sí. No podía decirles que ese hombre era además un ángel, si ella misma no hubiese terminado en la ducha y con las manos hundidas en esas enormes alas jamás se lo habría creído.

Dios, dime que todo esto no es más que una alucinación enorme provocada por un golpe en la cabeza.

—El caso es que… su aparición… su aspecto… —intentó dar una explicación que sonase coherente y al mismo tiempo no la llevase a ingresar en un psiquiátrico—. Bueno, me llevó a pensar que quizá él había sido contratado por ti y las chicas.

—¿Cómo? —la respuesta llegó al unísono por ambos miembros de su familia.

—Y, bueno, digamos que su insistencia y mis ideas preconcebidas nos condujeron a una especie de… contienda… en la que yo le eché por encima una bolsa de desperdicios y él se vengó dejándome caer en la piscina, estanque o como queráis llamarlo.

—Cielo, te juro por lo más sagrado que ni yo ni las chicas tenemos nada que ver en todo eso —aseguró Helen, con gesto sorprendido—. Se trata sencillamente de una casualidad. Si llego a saber que iba a pasar todo esto…

Negó con la cabeza y se encogió de hombros.

—Como dije, todo resultó en una sucesión de malos entendidos.

—¡Ay dios! —La exclamación de su madre, atrajo la atención de las dos—. ¡Y yo le di las llaves de mi casa! ¿Por qué no dijiste que no era tu novio?

Jadeó.

—Pero si te lo repetí hasta la saciedad —se quejó.

Su progenitora entrecerró los ojos y la recorrió de los pies a la cabeza.

—No te ataste el pelo para dormir.

¿Qué?

—¿Te fuiste a la cama con él? Dime al menos que has usado protección.

Aquello no estaba pasando.

—Deborah, tienes una forma un tanto peculiar de sacar conclusiones —aseguró su tía, quien entendía de la misa, la mitad—. Sabes tan bien como yo que Destiny no es así.

En realidad, la coletilla “no es como tú” sonó casi más alto que sus propias palabras.

—Pues debería serlo, aunque solo fuese un poquito —aseguró y volvió a mirarla—. No te estoy censurando, cariño, de hecho, ojalá que te hayas acostado con ese monumento. Necesitas un poco de acción, has estado demasiado amargada.

Parpadeó, era incapaz de dejar de hacerlo.

—No he oído nada de lo que acabas de soltar —declaró con firmeza.

Ella chasqueó la lengua y se giró hacia su tía.

—Si hubieses visto la forma en que ese hombre la miraba, no tendrías duda alguna al respecto —insistió Deborah—. Lo dicho, sexo a raudales y en un envase de lo más atractivo.

—¿Y dices que él te tiró en la piscina?

—Raziel no sabía…

—¿Raziel? —Su tía frunció el ceño, y se quedó pensativa—. Es un nombre… poco común.

—Oh, Helen, todo en Raziel Sepher es poco común.

Su tía arrugó el ceño incluso más al mirar a su madre.

—Sepher —repitió y sacudió la cabeza—. ¿Ese es el nombre que os dio?

—Es un nombre poco común, sin duda, pero le queda al dedillo.

—¿Qué tiene de extraño su nombre?

—El Sefer Raziel es un libro del misticismo judío atribuido al arcángel Raziel —comentó su tía, quien era una entusiasta de todo lo relacionado con lo sobrenatural.

Las palabras se convirtieron en un nudo de saliva en su garganta.

—¿Ar… arcángel?

La mujer la miró y asintió.

—Sí. De hecho, se le conoce con el Arcángel de los Misterios o de los Secretos —comentó, su rostro adquirió un gesto pensativo—, de hecho lo representan como un ángel de alas azules con una gran aura dorada a su alrededor.

Ay, dios. Ay, dios. ¡Ay, dios! ¿Un arcángel? ¿Se había acostado con un jodido arcángel? No, no, no. Tenía que ser solo una coincidencia más, solo eso.

—¿Ha podido darle un nombre falso? —rumió su madre, cuya indignación empezaba a crecer—. ¡Y yo lo invité a mi casa! Destiny, te prohíbo que lo vuelvas a ver.

—Por si todavía no te has dado cuenta de ello, ya no tengo cinco años —le recordó oportunamente—. He dejado atrás el tiempo en el que podías permitirme o prohibirme hacer algo. Además, ¿por qué no iba a ser ese su nombre? No será el primero cuyos padres estén obsesionados con el misticismo o la religión.

Su madre entrecerró los ojos y entonces asintió.

—Lo sabía, te has acostado con él.

No iba a soportar más aquello. Comprobó que tenía todo en el bolso, buscó las llaves de su nueva pastelería y las sacó.

—No voy a quedarme un segundo más a escuchar tonterías —declaró.

—Pero, ¿y el vestido? Tienes que probártelo, querida —comentó entonces la modista, quien había permanecido en segundo plano hasta el momento.

—No he engordado ni un gramo desde la semana pasada, a lo sumo los habré adelgazado, así que no se preocupe —resopló y se giró a su madre—. Y tú recuerda que el viernes es la inauguración, falta a la cita y no voy a tu boda.

Su madre jadeó.

—¡El viernes es la cena de compromiso! —le recordó—. Lo sabes, te lo dije innumerables veces.

—Y tú también sabes que te dije que la cambiases, cosa que podías haber hecho y no te dio la santa real gana —le espetó. Toda la tensión de aquella última semana le estaba pasando factura, ya no podía más—. Porque como siempre solo piensas en ti y nadie más que en ti. Esta pastelería es mi sueño, mi meta y ni siquiera tú vas a estropear mi día.

Su madre boqueó, sus mejillas empezaron a adquirir un intenso rojo.

—¿Cómo puedes hablarme así? ¡Soy tu madre!

—Y ese es el único motivo por el que no te he apartado todavía de mi vida —replicó mordaz—, aunque estás haciendo méritos para ello, mamá. Cada vez más méritos.

—Destiny, no —la detuvo su tía.

Pero ella no quería detenerse, quería dejar salir todo lo que tenía dentro, quería decirle todas las cosas que tenía guardadas.

—¿Crees que te has comportado como una madre? —continuó—. Le has robado el novio a la que era mi mejor amiga, un chico quince años menor que tú. ¡Si es casi de mi edad! Gracias a ti, Eva terminó una amistad que venía casi desde la infancia y ahora vas a casarte de nuevo, ¡por séptima vez! No tienes ningún derecho a llamarme la atención cuando tú has sido incapaz de comportarte como una madre.

Le estaba haciendo daño, lo sabía, podía verlo y se odiaba por ello, pero al mismo tiempo, alguien debía poner por fin las cartas sobre la mesa.

—Esta última semana ha sido un completo infierno, ¿y qué has hecho tú? ¡Nada! —insistió con palpable agotamiento—. Ni siquiera te has molestado en acercarte a tu hijo y hablar con él y de lo que le está pasando, has metido a un imbécil en tu casa que babea cada vez que tiene un par de tetas delante…

—¡No te permito que…!

—¿Qué? ¿Qué no me permites? —la hizo callar—. Sabes que digo la verdad, tú misma has tenido que verla, pero prefieres escudarte detrás de todas estas fruslerías. Pero se acabó. Ya no puedo más. Yo también tengo una vida, ¿sabes? Un sueño y tú, en vez de alegrarte por mí, lo único que has hecho es criticar que quiera dedicarme a la cocina, que haya decidido hacer la inauguración el viernes cuando lleva planeada más de tres meses, no así esa maldita cena de compromiso.

Se detuvo para coger aire, sacudió la cabeza y la miró una última vez.

—¿Sabes qué? Da igual… quédate con tu preciosa fiesta, tu maravilloso vestido y esa estúpida boda —sentenció por fin—. Yo no voy a ir.

Sin decir una sola palabra más, dio media vuelta y se dirigió a la puerta.

—¡Destiny! Destiny, espera.

La voz de su tía quedó acallada en cuanto abandonó el local y se dirigió hacia las escaleras mecánicas. Se obligó a sujetarse al pasamanos, pues las lágrimas le inundaban los ojos impidiéndole ver qué había por delante.