Verla tan serena y feliz lo llenaba de dicha, su sola presencia, la calma que la rodeaba mientras descansaba desnuda, enredada entre las sábanas que ambos habían compartido, era un aliciente más para dar fin a sus planes y hacer, por una vez, lo correcto.
Quién iba a decirle después de tanto tiempo que terminaría enamorándose de una pequeña y beligerante humana. Él, quien en otra hora fue uno de los más grandes arcángeles, ahora estaba de rodillas al lado del lecho mientras la observaba dormir.
Pero, al igual que antes, la felicidad volvía a serle esquiva. Todavía tenía un largo trecho que recorrer ante sí, un camino que muy posiblemente acabase encharcado con su propia sangre o su vida.
Se removió en la cama, su curvilíneo cuerpo encogiéndose y estirándose en busca de su calor.
—Duérmete —le susurró, al tiempo que le acariciaba el pelo—. Cuando despiertes por la mañana, todo habrá terminado. De una manera u otra, nuestro pacto habrá llegado a su fin.
—¿Raziel? —escuchó su murmullo, su intento por emerger del sueño—. ¿Qué ocurre?
—Nada, conejita —se inclinó sobre ella, rozándole los labios con los suyos—. Vuelve a dormirte, no dejaré tu lado hasta que lo hagas.
Frotó su mejilla contra la mano que la acariciaba y suspiró con placidez.
—No quiero que te vayas —musitó de nuevo, volviendo a sumirse en el sueño—, no quiero perderte ahora que te he encontrado.
Sonrió, sintió cómo su pecho se llenaba de calidez y cómo su corazón latía con más fuerza.
—No me perderás, Destiny —le susurró al oído—, eres la única que puede reclamarme, la única que me ha tenido en realidad. Eres el alma que deseo, pelirroja, la única por la que entregaría mi propia eternidad. Deja que viva en tus recuerdos como tú ya vives en los míos.
Una pobre forma de dar voz a sus sentimientos, a las emociones que le inspiraba. Un te quiero no era suficiente, demasiado mundano y al mismo tiempo demasiado pobre como para expresar lo que era para él.
—Vive por mí, Destiny —la besó con suavidad—, vive por ambos.
Dejó su lado y se incorporó. La rosa que había mantenido a buen recaudo, signo de su pacto, apareció en su mano y sus dedos se cerraron en torno a ella. Las espinas se clavaron con saña en su carne, pero le dio la bienvenida al aguijoneante dolor, el mismo que ya ardía en su nalga.
La miró una última vez y sonrió con absoluta ironía. Allí estaba, su deseo hecho realidad, un alma que sucumbía al pecado y estaba lista para ser recolectada.
—Has conseguido lo que buscabas.
Ni siquiera se inmutó, empezaba a acostumbrarse a las inesperadas visitas de su así autonombrado vigilante. Sintió la presencia de Caliel a su espalda, un aura resplandeciente llena de calor y autodeterminación.
—Todavía no —negó. Le dio la espalda a la mujer que amaba y se enfrentó a su viejo amigo—. Pero lo haré.
El hombre lo calibró con esos profundos ojos dorados, como si pudiese sondear en un alma que hacía tiempo había entregado a cambio de venganza.
—Renuncias a su alma a pesar de que ya es tuya.
Sonrió. Sus labios se curvaron por sí solos, no se le había escapado la ironía presente en la voz del vigilante.
—¿Te presentarás ante él con las manos vacías?
Se encogió de hombros.
—Tengo en mente un par de candidatos instantáneos, eso debería cumplir el cupo.
Sacudió la cabeza, el pelo negro le cayó sobre los ojos pero no hizo gran cosa para escudar la expresión que dominaba su mirada.
—Sigues olvidando quien eres, Raziel.
Y él seguía insistiendo en hacérselo notar.
—Quizá he pasado demasiado tiempo en el otro lado como para tener un recuerdo claro de mis días en el Piso de Arriba.
Caliel acortó la distancia entre ambos y echó un vistazo por encima de su hombro hacia la cama en la cual dormía Destiny.
—No le va a hacer ni pizca de gracia el que la dejes ahora.
No se atrevió a mirar atrás, no podía permitirse vacilar.
—No esperaba que se la hiciera.
Los ojos verdes del hombre se clavaron una vez más en los suyos.
—Renuncias a ella.
Enarcó una ceja.
—Creo que eso ya es algo que dejaste claro nada más hacer acto de presencia.
—Supongo que sí —aceptó al tiempo que curvaba los labios en una renuente sonrisa cubierta de misterio—. Pero es… asombroso verlo, después de tanto tiempo. Llegué a pensar que estabas perdido… ahora, estoy convencido de ello.
—Me ofendería si significasen algo para mí tus palabras.
Su sonrisa se amplió.
—No sé si compadecerme de ti por tu estupidez o darte la enhorabuena —bufó. Entonces estiró la mano hacia él y le presentó dos cristales en cuyo interior podía verse una especie de líquido rojo. Dos almas recolectadas. Dos almas caídas—. Preséntate ante él y completa el cupo.
Miró su mano y las almas allí presentes.
—Has dicho que eras un vigilante —murmuró, alzando la mirada hasta encontrarse con la de él.
Caliel se limitó a encogerse de hombros.
—Dije que era tú vigilante y el suyo —resumió, girando la mano para que los cristales cayesen—. No necesitabas ni necesitas saber más.
Su palma interceptó los cristales antes de que estos cayesen al suelo y se hicieran pedazos.
—¿En qué bando estás realmente, Ofaním?
Él enarcó una ceja en muda respuesta, entonces dio un paso atrás y extendió los brazos.
—Dímelo tú.
Su voz quedó tras él como un silencioso eco después de desaparecer. Había algo en sus palabras que tiraban de él y de su mente, pero al igual que en otras ocasiones era incapaz de llegar a ese significado que permanecía oculto y esquivo.
La marca grabada en su nalga intensificó su intensidad, recordándole que el tiempo se agotaba y debía presentarse ante su cabronaza alteza.