Los pulmones iban a salirle de un momento a otro por la boca, estaba convencida de ello. Destiny echó un vistazo por encima del hombro y respiró aliviada al ver que no la había seguido. Sacudió la cabeza, intentando obtener una respuesta lógica a lo que había ocurrido minutos atrás, pero todo lo que podía conjurar era a ese desconocido y unas enormes alas azules a la espalda.
—Los ángeles no existen —se repitió en voz alta por enésima vez—. Lo que has presenciado es una alucinación provocada por el golpe. Esos malditos frenos han vuelto a jugártela y… ¡oh, mierda! ¡Mi bici!
El aire se le estancó una vez más en la garganta impidiéndole respirar al darse cuenta de que había dejado atrás su medio de transporte.
—¡Recórcholis, recórcholis, recórcholis! —empezó a patalear como una niña pequeña a la que le hubiesen negado un juguete. Solo le faltaba revolcarse en el suelo de un lado a otro lanzando patadas al aire—. Esto no puede estar pasando, ¿es que no me has jodido ya bastante la vida? —clamó ahora a los cielos.
Quería echarse a llorar, patalear como nunca lo había hecho, comportarse como la niña que a menudo su familia argumentaba que era, a pesar de estar por cumplir los veintinueve y dejar salir así toda la frustración que llevaba acumulada.
¿Por qué tenía que ser ella el pilar central de su familia? ¿Por qué no podía serlo su madre o su hermano? No, todo tenía que caer sobre ella. Destiny era la única que podía arreglar los desastres, la única que sabía coger un teléfono y llamar un taxi, incluso cocinar sin que se le quemase el agua. ¡Estaba harta!
—¡Por una maldita vez en mi vida me gustaría que se valiesen por sí mismos! ¿Qué pasa? ¿Creen que yo no necesito también apoyo y soporte? ¡No soy tan fuerte!
Después de dejar escapar la frustración a voz en grito en el solitario callejón en el que se había refugiado, se dejó ir contra la pared hasta caer sentada en el suelo. Rodeó las piernas con los brazos y ocultó el rostro en las rodillas.
—Yo también quiero que me mimen, que me digan que todo saldrá bien y que ya no tengo que preocuparme más del mañana —farfulló—. ¡Para que me envías un tío raro con plumas azules! ¡Quiero un médico, un empresario, alguien que me mantenga!
Y ahora gritaba a los cielos como si allí alguien fuese a darle una respuesta. Resopló. Si incluso era más atea que creyente. La vida la había hecho así y a estas alturas no había encontrado nada que le proporcionase una buena razón para hacerla cambiar de idea.
—Plumas.
El solo recuerdo hizo que se estremeciera. Había acariciado ese suave entramado, hundido los dedos en ello y extraído…
—Una jodida pluma —musitó, al tiempo que se llevaba la mano al bolso que todavía conservaba cruzado sobre la cadera y volvía a estremecerse al extraer el objeto del delito—. Una pluma de verdad… azul. Es de verdad… una jodida pluma… de verdad.
—La sola duda me ofende.
La inesperada voz la empujó a levantarse con un ahogado grito. Retrocedió a trompicones, tropezando con varios cubos de basura y cayendo entre ellos, solo para empezar a reptar por el suelo.
—¡No te acerques a mí! ¡Vete! ¡Fuera!
Él no solo la ignoró sino que la sorprendió dejando su, ahora completamente restaurada, bicicleta apoyada contra la pared e introdujo las manos en los bolsillos.
—Supuse que querrías recuperar tu vehículo —le dijo, ignorando su diatriba—. Tengo que reconocer que corres como el mismísimo diablo.
Ella entrecerró los ojos, concentrándose en él y en la ausencia de aquello que la había impulsado a correr a toda velocidad.
—¿Qué has hecho con ellas?
Él siguió su mirada, echando un vistazo por encima del hombro como si esperase ver a alguien más.
—¿Qué hice con quién?
—No quién, si no qué —declaró, al tiempo que se levantaba en medio de las bolsas de basura—. Tú… tú tenías… ¡Dios mío, me estoy volviendo loca! Tenía razón, fue el golpe… me di un buen porrazo y eso ocasionó toda clase de alucinaciones.
Lo vio dar un par de pasos en su dirección y reaccionó instintivamente cogiendo una bolsa de basura y enarbolándola como si fuese un arma.
—¡No des un solo paso más!
Él alzó las manos y se mostró como un tipo inofensivo. Un tipo que la doblaba en tamaño y casi en altura.
—Destiny, no voy a hacerte daño —le dijo con voz sensual, un tono profundo que la hizo estremecer de pies a cabeza—. Por favor, deja eso en el suelo. No es… higiénico.
No se le escapó la ironía presente en sus palabras.
—No-des-un-paso-más —pronunció muy despacio, articulando cada palabra a la perfección—. No sé quién eres, ni cómo has averiguado mi nombre, pero… oh, no. Por favor. Dime que no es verdad.
Una repentina idea penetró en su mente, una que tenía grandes posibilidades de convertirse en una certeza.
—Por supuesto, ¿pero cómo no se me ocurrió antes? —declaró con estupor, para luego apuntarle con un dedo de forma acusatoria—. ¡Esto es cosa de mi tía y su grupo de bridge! ¡Te ha contratado ella! ¿Pero cómo no me di cuenta antes? Toda esa historia de las cartas, sobre el ángel, sobre las alas azules… ¡Es todo un montaje! ¡Las mataré! ¡A todas y cada una de ellas! ¡Voy a quitarles todos los pelos de la cabeza!
—Una amenaza sin duda ingeniosa, pero temo que con una base infundada —aseguró, reanudando el paso.
—No des ni un paso más —lo advirtió por última vez—. Sea lo que sea que te hayan dicho o prometido, olvídalo. No me gustan esta clase de juegos.
Él no solo no se detuvo, sino que mantuvo los ojos en los suyos a medida que avanzaba.
—Esa sería sin duda una buena explicación a mi presencia, pero dado el hecho de que el vínculo que ahora me une a ti me impide mentirte, tengo que decirte que tus suposiciones son erróneas —concluyó, deteniéndose ante ella—. De hecho, tienes la prueba de la única verdad en tus manos.
Le cogió la mano y la levantó obligándola a ver la pluma que todavía sostenía.
—O me sueltas o te doy con una bolsa de basura en la cabeza —siseó, sintiéndose repentinamente incómoda ante su contacto.
Él frunció el ceño y le apartó un mechón de pelo de la cara.
—¿Eres siempre tan belicosa?
—Tienes tres segundos para soltarme —ignoró su pregunta—. Uno…
—Creo que este es un buen momento para que sepas algo sobre mí.
—Dos… —continuó, apretando ahora los dientes.
—Tiendo a tomar represalias.
—Dos y medio… —tiró de su mano y buscó con el rabillo del ojo una bolsa de basura cercana.
—No haría eso si fuese tú…
—Por fortuna para mí, no soy tú —declaró, cogiendo la bolsa de basura—. ¡Tres!
El contenido se derramó sobre él en el mismo momento en que la bolsa le golpeó el hombro. Para su mala suerte, el contenido no se limitaba a cartones y latas usadas, por el contrario, toda una cantidad de maloliente y diversa comida pasada de fecha cayó sobre él, pringándolo todo.
—Puaj —no pudo evitar musitar al tiempo que soltaba la bolsa y daba un rápido paso a un lado—. Apestas.
Los ojos azules en ese perfecto rostro se entrecerraron hasta formas dos delgadas rendijas, el conjunto consiguió dotar su mirada de un aspecto mortal.
¿Represalias, había dicho? Hora de poner pies en polvorosa.
—Lo siento —murmuró antes de saltar a un lado, evitar sus manos y tras recuperar su bicicleta, montar en ella y escapar como un rayo.
Si bien no tuvo tiempo a escuchar sus palabras, podía imaginárselas dado el gesto de su cara.
“No tanto como vas a sentirlo tú”.
Oh, dios. ¿Podía el día ir a peor?