CAPÍTULO 23
«Me voy a casa con mi hija, ella me necesita mucho más que este maldito lugar».
Cuando había supuesto que Elis guardaba secretos no pensó que alguno de ellos tuviese relación con algo como la maternidad. Un hijo. Su gatita era madre.
La noche se había convertido en una verdadera locura, una que parecía hacerse más grande con cada nuevo descubrimiento que hacía. Siguió sus indicaciones, dirigiéndose a una de las vecindades que se encontraban a las afueras de la ciudad, el teléfono de su compañera volvió a sonar para dar paso a una conocida voz femenina; la de su hermana.
Por supuesto, entendió entonces, ese había sido el secreto que Julie se había negado a desvelarle. La manera en que había evitado sus preguntas y dado evasivas respuestas ahora tenía completo sentido.
Se detuvo ante un semáforo en rojo y miró a la mujer sentada en el asiento del copiloto.
—Elizabeth, pon el manos libres y déjame hablar con ella.
Lo miró con desconfianza y sorpresa.
—¿Por qué habría de dejarte…?
No tenía tiempo para dar explicaciones, ni siquiera sabría cómo empezar.
—Hazlo.
Miró el teléfono y obedeció dejando que la voz femenina se oyese en la noche.
—…tiene mucha fiebre, no consigo bajársela de ningún modo. —Julie sonaba bastante angustiada, no había escuchado ese tono en su voz desde que era una niña—. Y esas manchitas le han salido ahora también en la cara. He intentado ponerme en contacto con el especialista, pero no responde al teléfono.
—¿Le has dado las pastillas que le recetaron para la fiebre? —preguntó Elis, su nerviosismo era palpable.
—Sí, pero no le hace nada y ya no sé…
—Julie —las interrumpió a ambas—. Soy Luca, ¿qué le ocurre a la niña?
—¿Luca? ¿Qué demonios…?
La sorpresa en la voz del otro lado del teléfono era palpable.
—Julie, céntrate —ordenó—. La niña, ¿qué síntomas presenta?
Notó como su copiloto se movía en la silla en el mismo momento en el que el semáforo cambiaba por fin a verde.
—No le hables así —lo sermoneó Elis—. Ella es…
La miró de reojo.
—Mi hermana —le soltó dejándola pasmada—, con lo que le hablaré como me parezca.
—¿Tu hermana?
Tuvo que ignorarla para centrarse en su interlocutora telefónica.
—Julie, estoy esperando.
Como si aquella fuese la orden que esperaba para hablar, la muchacha soltó toda la información de carrerilla.
—Tiene fiebre, mucha fiebre… le sube y le baja…
Asintió para sí.
—A la izquierda en la siguiente intersección —le indicó al mismo tiempo su copiloto y volvió a asentir en acuerdo.
—Has mencionado unas manchas… —le habló al teléfono.
—Sí. Luca, es como la rubeola, pero las manchas no sobresalen, son como ronchitas en la piel.
—¿Manchas?
—Sí, parecen manchas, pero unas son más grandes que otras y…
Miró a su acompañante, la cual retorcía la falda del abrigo.
—¿Ha comido algo que haya podido intoxicarla?
Negó efusivamente.
—No —negó—. El pediatra también sugirió algo parecido, pero las manchas vienen y van, al igual que los accesos de fiebre.
Aquella información lo hizo fruncir el ceño.
—Julie, ¿sigues ahí?
—Sí, sí.
—¿Desde cuándo tiene estos episodios de fiebre? ¿Cuándo empezaron a aparecerle esas manchas? —insistió, su pregunta iba para ambas.
—Ha pasado toda esta última semana con fiebre alta y esas manchas parecen haberse extendido por todo su cuerpo.
Frunció el ceño y miró una vez más a Elis. Los síntomas le resultaban conocidos, pero no era propio de…
—¿Qué edad tiene la niña?
—Cuatro años.
Y la edad concordaba.
—Julie, ¿recuerdas a los niños de los Tolben? Tuvieron un episodio similar el verano pasado.
—¿Los Tolben?
—Sí —insistió—. Rosalind mencionó que fuiste a verla cuando los gemelos empezaron su cambio.
—Sí, pero… oh, mierda.
—¿Qué? ¿Qué ocurre? —la angustia en la voz de Elis era palpable.
—¿Es eso, Luca?
—¿Quiénes son esos Tolben? ¿Qué tienen que ver ellos con mi hija?
La miró alternando su atención entre ella y la carretera.
—¿Recuerdas si de bebé tuvo algún episodio parecido?
La manera en que se tensó y la expresión de asombro y culpabilidad que le cruzó por la mirada fue suficiente respuesta.
—Ya veo —gruñó, un sonido muy felino. Su gato estaba en la superficie, tan molesto como él mismo por aquello—. Julie, prepara una habitación, libérala de muebles y cualquier cosa que pueda caer. Cubre el suelo con mantas y prepara un par de boles de agua fresca.
—¿Para qué? ¿Qué pasa? —preguntó Elis, recuperada de su momentáneo ataque de pánico—. Luca, por amor de dios, ¿qué pasa?
—¿Qué? —oyó jadear al mismo tiempo a su hermana—. Luca, ella no es…
—No lo sabré con seguridad hasta que la vea, pero los síntomas que describes… —sacudió la cabeza y miró una vez más a Elis—. ¿Quién es el padre de la niña?
La tensión regresó.
—No es asunto tuyo.
Gruñó, no pudo evitarlo.
—Por el contrario, sí lo es —declaró con fiereza—. El muy cabrón tendría que estar aquí, encargándose de su hija y ayudándote.
Aquello pareció molestarla incluso más.
—No necesito su ayuda.
Entrecerró los ojos, pero ella siguió en sus trece.
—No la necesitamos.
Apretó los dientes sintiendo ya sus colmillos explotando en la boca. Necesitaba tranquilizarse o su gato tomaría el control.
—Y una mierda que no —declaró con fiereza—. Esa niña debería estar en el seno de la manada, protegida por los suyos y no sola.
Ella parpadeó sin comprender.
—Estás diciendo un montón de sin sentidos.
La fulminó con la mirada.
—No tienes la menor idea de lo que es tu hija, ¿no es así?
Se tensó, se giró hacia él y supo que si no andaba con cuidado le sacaría los ojos.
—Detén el coche.
—No digas estupideces.
—¡Acabas de insultarme! —declaró con fiereza—. ¡Es mi hija! ¡Mía! No necesita a nadie más.
—Eso ya lo veremos.
Durante el resto del trayecto no le habló sino para darle las indicaciones oportunas para llegar a su destino. Su felino estaba rabioso, deseando lanzarse a la garganta de alguien. Su pequeña gata tenía una hija, una personita que dependía de ella y que aún encima había una grandísima posibilidad de que fuese mestiza. Y Elizabeth no tenía la menor idea de qué estaba pasando.
¿Qué otras cosas ignoraba sobre ella? ¿Qué más secretos guardaba esa mujer? ¿Quién era el maldito hijo de puta que la había abandonado dejándola a ella y a un bebé inocente a su suerte? ¿Por qué su manada no había hecho nada para apoyarlas?
Aparcaron en una calle de las afueras, un barrio tranquilo y agradable. Ella bajó del coche casi en marcha, corrió hacia las escaleras de uno de los edificios del vecindario dejando uno de sus zapatos por el camino.
—¡Julie!
La puerta de su vivienda se abrió dejando ver a su hermana. Tenía los ojos rojos y estaba preocupada.
—No consigo bajarle la fiebre, he hecho de todo, pero no puedo… y no deja de llamarte…
Elis no esperó, pasó delante de ella y se perdió en el interior de la casa. El aroma que le llenó la nariz era una mezcla de los que la habitaban, uno de ellos tan claro que no le quedó ninguna duda de que sus suposiciones eran acertadas.
—¿Dónde está la niña? —preguntó a su hermana, cerrando la puerta tras él con suavidad.
—Luca, ¿qué es? —preguntó preocupada—. Si algo le pasa a esa pequeña… Elis no lo soportará otra vez…
Le posó la mano sobre el hombro y la calmó.
—No le pasará nada, me ocuparé de ello personalmente —aseguró empujándola suavemente—. ¿Preparaste lo que te pedí?
Asintió.
—Sí, pero no entiendo para qué necesitas todo eso a menos que ella sea… pero no puede, ¿no? Es imposible.
—No es imposible —aseguró olfateando el lugar—. ¿Me indicas el camino?
Siguió a Julie por la casa hasta una habitación al final del pasillo, la voz de Elis se mezclaba ahora con la agitada de una pequeña personita.
—Mami… tengo calor.
—Ya lo sé, mi vida, pero se irá pronto… lo prometo.
—Me pica… me pica mucho.
—No, Kimber, no te rasques…
—Quiero agua…
Se detuvo ante el umbral de la puerta y vio la escena que se desarrollaba ante sus ojos. La niña estaba tumbada en la cama, empapada en sudor, con los ojos brillantes por la fiebre y toda la piel que quedaba expuesta de su camiseta y braguitas llena de manchas.
Entrecerró los ojos y sintió como su felino se revolvía en su interior reconociendo a otro cambiante. Olfateó el aire y arrugó la nariz, no podía estar seguro, pero había algo que no encajaba del todo allí.
—¿Quién es el padre? ¿Lo sabes? —murmuró solo para oídos de Julie.
Ella sacudió la cabeza.
—Llevo cuidando a Kimberly desde hace un par de años —comentó—. Elis no habla de él.
Arrugó la nariz, el olor era demasiado fuerte.
—¿Para qué quieres las mantas?
La miró.
—Para evitar que afile las garras en el suelo.
Su hermana acusó una vez más la sorpresa que ya había acudido a sus ojos antes.
—¿Estás seguro? Quiero decir, no creo que…
Sacudió la cabeza.
—Lo estoy, Julie —declaró y señaló a la figura de la cama con un gesto de la barbilla—. Esa gatita está muy cerca de su naturaleza felina, está a punto de iniciar el primer cambio importante de su vida.
El primer cambio de un cachorro siempre era peligroso, pero los padres solían estar preparados. Sin embargo, nada más entrar en la casa y a medida que se acercaba a esa habitación, supo que, en este caso, las cosas no iban a ser de esa manera.
—¿Puedes hacer un poco de manzanilla y echarle unas hojas de menta? —pidió a su hermana—. Y ponla a enfriar.
Miró hacia el interior de la habitación y luego a él.
—¿Estás seguro?
Enarcó una ceja.
—¿Me lo preguntas en serio?
Resopló.
—Elis es humana.
Él asintió.
—Lo sé.
La aludida se levantó entonces de la cama y se giró hacia ellos, estaba visiblemente aterrada.
—Está ardiendo en fiebre —musitó acercándose a ellos, visiblemente trastornada—, nunca ha estado tan caliente. Y su médico no coge el teléfono…
Decidió ir al grano y no andarse con rodeos, la niña no tenía tiempo para sutilezas.
—¿Dónde está su madre?
Elis reaccionó como una leona, dejó la cama de la niña y se enfrentó a él.
—Yo soy su madre.
La miró a los ojos, sosteniéndole la mirada, esperando a que se tranquilizase un segundo.
Sí, sin duda era su madre, pero no su progenitora. Esa niña no guardaba semejanza alguna con Elis, su aroma solo estaba en ella de forma superficial, evidenciando el tiempo que pasaban juntas, pero no compartían la misma sangre. Esa criatura era un felino y necesitaba mutar, encontrarse por primera vez con su naturaleza y así poder seguir adelante.
—No pretendía ofenderte, Elis —declaró con tranquilidad—, pero esa criatura necesita algo que tú no puedes proporcionarle, que solo puede hacerlo su progenitora.
—Esa criatura tiene nombre y es Kimberly —siseó, empujándole, obligándole a salir de la habitación—. Y es mi hija. ¡Mía! ¿Puedes entender el significado de eso? Solo me necesita a mí.
La desesperación estaba presente en sus facciones y en su aroma. Estaba sobrepasada, no sabía qué hacer, como ayudar a esa pequeña que la necesitaba y esa impotencia la estaba destrozando.
—Mira, gracias por traerme, pero no hace falta que te quedes —declaró sin más—. Seguiré intentando contactar con su médico, él sabrá que hacer…
—Ningún médico va a poder ayudarla, Elis, no se trata de…
—¡No digas eso! —gritó llamando la atención de la pequeña.
—Mamá… mami…
Se giró como un huracán, bajó el tono de voz y volvió con ella.
—No pasa nada, mi amor…
—Kimberly no está enferma, Elis —declaró yendo directo al grano—, es algo biológico, algo… normal en una niña de su edad… y características.
Aquello la sulfuró.
—¿Qué no está enferma? ¡Está ardiendo en fiebre y mira todas esas manchas!
—Y la temperatura le subirá todavía más antes de que todo termine y se asiente su segunda naturaleza —declaró y entró en el cuarto para acercarse a la niña, cuyos ojos se clavaron al instante en él. No lo pensó, se sentó a un lado en la cama y le acarició la carita con un bajo y gatuno ronroneo. La respuesta fue inmediata, un felino y pequeño ronroneo replicó al suyo, los ojos infantiles se aclararon y empezaron a reflejar su naturaleza.
—Sí, gatita, sé lo que se siente.
—¡No la toques!
La fiera maternidad salió a la superficie al instante, entró en tromba a la habitación y no tenía duda de que lo habría destrozado si Julie no la hubiese detenido.
—Déjale, Elis —le pidió—. Luca sabe lo que hay que hacer, es el único que lo sabe. Te lo juro.
La mujer se giró hacia ella, visiblemente traicionada por verla ponerse de parte de él.
—Es mi niña… —gimió y se volvió hacia él para verle cogiendo a la bebé en brazos. La pequeña no pesaba nada y estaba ardiendo en fiebre—. Luca, por favor, es mi niña… es todo lo que tengo.
El dolor en su voz lo aguijoneó, acercó más a la niña a su pecho y sintió como ronroneaba contra él, reconociéndole. Esa criatura estaba tan desvalida, tan necesitada de guía y a Elis se la veía tan desesperada, la manita se coló bajo su camisa y escuchó un suspiro al sentir como tocaba su piel.
—Está bien, gatita —la tranquilizó—, no dejaré que nada le pase.
Y no lo haría, ese bebé acababa de ganarse sin saberlo un lugar en su mundo, en su vida y no le cabía duda que pronto lo haría en su corazón.
Se levantó y se le acercó con la niña en brazos.
—Mami —murmuró la pequeña mirándola con visible cansancio—. Tengo calor.
La preocupación en sus ojos intentó ocultarse tras una forzada sonrisa destinada a quitarle importancia ante su hija.
—Ya mi amor, mamá hará que te pongas buena muy pronto —aseguró acariciándole la cara.
La pequeña se giró entonces hacia Luca y ladeó suavemente la cabeza.
—¿Eres mi papá?
La infantil y tierna pregunta lo cogió por sorpresa y lo desarmó por completo. Miró a Elis, quién había contenido la respiración y luego a su hija.
—Él es Luca, tesoro, es un amigo de mamá.
—Y va a hacer que te pongas bien muy pronto, calabacita —aseguró Julie, quién se acercó de nuevo para ocuparse de Elis—. Ven, cariño, deja que Luca se encargue de esto.
Ella vaciló, pero negó con la cabeza.
—No, tenemos que localizar al doctor…
Acunó a la pequeña en brazos y se alejó de ambas mujeres. Julie le mostró la habitación que había arreglado con un gesto de la barbilla.
—Estará bien, Elis, te lo juro —insistió su hermana—. Luca no dejará que le pase nada.
El pánico empezó a inundarla al ver que se llevaba a la pequeña, estaba realmente asustada, acongojada, podía oler su nerviosismo y miedo como si los llevase impreso.
—No, ¿qué haces? Luca, devuélvemela.
Terminó por darle la espalda, entró en la habitación que había acondicionado rápidamente su hermana y cerró la puerta, asegurándola por dentro. Había cosas que no eran necesarias que Elis presenciase, no de momento.
—¿Luca? ¡No! ¡Luca! ¡Abre la puerta! ¿Qué haces?
Escuchó los sonidos procedentes del otro lado mientras aporreaba y tiraba del pomo con fuerza.
—Elis, tranquila —intentaba calmarla Julie—. Kimber está en buenas manos.
—Es mi hija —declaró ella con fiereza y visiblemente aterrada—. ¡Luca! ¡Abre la maldita puerta! ¿Qué estás haciendo? ¡Es mi niña! ¡Luca Viconti abre la jodida puerta!
Sus gritos los acompañaron unos momentos más poniendo nerviosa al infante.
—¿Mamá está enfadada?
El puchero en su voz y esa carita de ángel le encogió el corazón. Estaba colorada, tenía fiebre y esas manchas a las que habían aludido ambas mujeres le acariciaban ahora también el cuello.
Le sonrió y la sentó en el suelo, sobre las mantas.
—No contigo, gatita, está enfadada conmigo —le aseguró, sentándose con ella, estirándose con indolencia sobre el suelo—. Está preocupada por ti.
—Me pica mucho —rezongó empezando a rascarse.
—¿Quieres que deje de picarte?
La niña lo miró y asintió, a pesar de ser un completo extraño, reconocía en él un alma afín.
—Puedo enseñarte un truco, ¿quieres verlo?
Ella asintió una vez más. Parecía totalmente asombrada de que un adulto se hubiese tirado en el suelo con ella para jugar.
—Ronroneas como un gato —musitó Kimberly—. Quiero tener un gatito o un perrito, pero mamá no me deja.
Sonrió.
—Te gustarán más los gatos —aseguró convencido—. Ahora, ¿quieres ver un truco de magia?
Sus ojos se abrieron de par en par.
—Sí.
—Bien, pues tienes que estar muy pero que muy atenta —le dijo sin dejar de mirarla, calibrando sus reacciones—, porque es un truco que también podrás hacer tú.
Ella parpadeó, se incorporó y lo miró entusiasmada.
—Sí, quiero hacer magia.
Sonrió confiado y le tendió la mano.
—Vamos a hacer que aparezca un gatito —le aseguró y dejó que su felino tomase el mando, arrastrando consigo la juvenil naturaleza y arrastrándola a aquel nuevo mundo que estaba a punto de abrirse ante ella.