CAPÍTULO 9

Hacía mucho tiempo que no pisaba el club. A pesar de haberlo financiado todos estos años, no lo había visitado por ella, para no encontrársela y revivir la tentación. Tenía que admitir que Elis tenía buen gusto, caro y elegante, con un femenino toque de glamour y sensualidad. No dejaba de resultar sorprendente que una mujer estuviese al mando en un local como aquel.

El bar estaba bien surtido, los vasos cristalinos y había una limpieza impoluta. El vestuario femenino era sagrado, los baños estaban relucientes, todo estaba en orden y al mismo tiempo seguía necesitando un toque masculino, algo que le diese al Dangerous ese algo que marcase la diferencia.

Se movió por el local como si fuese el amo, los empleados lo habían mirado con recelo, pero nadie le había preguntado nada directamente, aunque todo el mundo parecía saber perfectamente porqué estaba allí; las noticias volaban.

Christie se había encargado de dejarlo claro con su cara de pocos amigos nada más traspasó la puerta. La mujer estaba tan nerviosa como enfadada y olía palpablemente a Daniel; el lobo la había marcado para que cualquiera que se le acercase supiese exactamente a quién pertenecía y, por si todavía le quedaba a alguien alguna duda, el delicado collar cerrado con un coqueto candado que le rodeaba el cuello, era suficiente aviso.

—Eres un capullo.

—Me han llamado cosas peores, querida —aseguró mientras la mirada de arriba abajo, molestándola abiertamente y poniéndola en una posición vulnerable—. Si has venido a trabajar, adelante, si vienes con intención de tocarme las narices, estaré más que encantado de avisar a Daniel y que te acompañe a tu casa.

Sus palabras habían hecho diana confirmando sus sospechas.

—No te metas dónde nadie te llama.

Sus ojos se habían encontrado entonces con los suyos en un silencioso entendimiento.

—Lo mismo digo.

Habrían seguido batallando si no hubiese aparecido su peligrosa gatita por la puerta.

Era deliciosa, su esbeltez juvenil había dado paso a unas llenas curvas de mujer, elegancia y altivez que le gustaban más de lo que debían; y a su gato también. Sonrió interiormente al verla, ella reunía todos y cada uno de sus requisitos. Si era sincero, después de la divertida reunión de la comida y su reacción, pensó que se echaría atrás, pero este local parecía ser un aliciente para ella, uno al que no quería renunciar.

Vestía con absoluta elegancia, una mezcla de sensualidad y profesionalidad que lo ponían jodidamente duro. Cuando apareció por la puerta delantera vistiendo una blusa, falda y unos altísimos tacones que le daban los centímetros extra que necesitaba, se le secó la boca. Sus pasos eran seguros, su postura recta, incluso esa manera de alzar a barbilla presentaba batalla. Era la «ama» allí, se escondía tras esa necesidad de llevar la batuta, de tener todo bajo control y eso era precisamente lo que tenía que derribar. Si bien le gustaba esta Elizabeth, estaba convencido de que había mucho más y que estaba oculto bajo una coraza.

—Llegas tarde —la recibió.

Lo miró con insultante seguridad.

—No, eres tú el que llega temprano.

Sonrió para sí, estaba guerrillera.

—¿Lista para hablar de negocios?

Lo miró con fingido hastío, podía oler su nerviosismo y eso hacía que su gato se pasease de un lado a otro.

—Más bien, lista para que me devuelvas lo que es mío.

—No contengas la respiración —la invitó a acompañarle—. Si me acompañas…

—Puedes decirme lo que sea aquí mismo…

Se detuvo y la miró con toda intención.

—¿Quieres permanecer en el Dangerous?

La forma en que apretó los labios y entrecerró los ojos fue casi cómica.

—Eres un cabrón hijo de puta.

—Estamos insultante el día de hoy —le dijo—. ¿Por qué no me enseñas esto?

—A juzgar por las miradas que veo —declaró haciendo alusión a los empleados—, has tenido tiempo más que suficiente para darte una vuelta y verlo todo por ti mismo.

—Oh, lo hice, pero tengo interés en ver las cosas desde tu perspectiva —declaró con sencillez—. Háblame de los dos escenarios adyacentes y ese sistema de cortinajes.

—Son para bailes privados.

—¿Has protagonizado alguno?

Podía ver como se esforzaba por articular las palabras sin escupirlas.

—Yo no bailo.

—Eso podría cambiar.

—No en esta vida.

Sonrió ligeramente.

—Haciéndome eco de tus palabras —ronroneó—, no contengas la respiración.

La forma en la que se tensó fue el preludio de lo que intuía sería una interesante batalla verbal.

—¿Qué quieres?

—Sabes lo que quiero —declaró sin dejar de mirarla—, la pregunta correcta es, ¿debo detallártelo una vez más aquí?

Su alusión a los empleados que no les quitaban ojo la hizo reaccionar. Se enderezó, fulminó a unos cuantos con la mirada y señaló uno de los escenarios a los que había hecho alusión antes de correr la cortina y aislarlos de todas las curiosas miradas.

—Debería haberme imaginado que te gusta ser el centro de atención —le soltó ella con un resoplido—, dar el espectáculo, marcar tu territorio… solo te falta levantar la pata y mear una mesa.

Chasqueó la lengua, pero contuvo una sonrisa.

—Así es como yo juego —confirmó recorriéndola con la mirada—. Deberías acostumbrarte a ello, si deseas ganar.

Se limitó a fulminarlo de nuevo con la mirada, sus tacones resonaron en el suelo mientras iba subiendo hacia el escenario y se acercaba al sistema de sonido para accionarlo, ahogando así su conversación para cualquier oído indiscreto. Solo entonces se giró hacia él, con las manos en las caderas y pose desafiante.

—¿Qué demonios quieres?

—Sabes lo que quiero —le dijo sin más. La miró de arriba abajo, de manera sexual, dejando perfectamente claras sus intenciones—. A ti. En mi cama, contra la pared, en el suelo… dónde surja.

Notó la reacción en su cuerpo, el sutil temblor que la recorrió, el cambio en su respiración y se relamió interiormente. Aunque se esforzase en ocultarlo, la idea le parecía perturbadora pero no desagradable.

—Típico en los hombres —rumió con fiereza—. No veis más allá de vuestros propios deseos.

Continuó observándola y anotando cada una de sus reacciones, su felino reaccionó a ella, ronroneando encantado de notar su olor, la vacilación y el nerviosismo propio en una mujer frente a un hombre cuya presencia le resultaba cuando menos estimulante. Sus labios se entreabrieron ligeramente, el brillo de la humedad dejada por la caricia de su lengua lo llevó a dar un respingo, su sexo se endureció y tuvo que tragar saliva.

—Habla la mujer que tiene un único deseo en mente, recuperar el local que tan estúpidamente ha perdido —declaró sin más—. ¿O te lo has pensado mejor y vas a renunciar?

Volvió a lamerse los labios y se encontró incluso más duro, su sexo empujando contra los pantalones en un palpable recordatorio para que dejase de hablar y la tomase.

—No —declaró con firmeza sacándole de su momentáneo acaloramiento con ella—. Necesitarás mucho más que esto para que decida renunciar a lo que es mío, algo que he levantado por mí misma.

Él dio un paso hacia ella, su mirada cruda, sensual, totalmente descubierta.

—Entonces, ¿eso es un sí a mí propuesta?

La vio alzar la barbilla.

—No veo que me hayas dejado otra alternativa.

Sonrió de medio lado.

—Desafiante y altanera —comentó recorriéndola de arriba abajo—. Va a ser un verdadero placer enseñarte un poquito de humildad.

Alzó la barbilla con testarudez.

—Necesitarás de algo más que palabras para conseguir tal milagro.

Sonrió perezoso y deslizó la mirada sobre ella.

—Podríamos empezar sellando nuestro acuerdo de una forma… especial.

Su mirada se deslizó por el escenario y la barra.

—¿Por qué no empiezas quitándote la ropa?

Lo miró con cara de pocos amigos.

—¿No quieres también que baile para ti o, ya puestos, te hornee unos cuantos pastelillos?

Su sonrisa se amplió.

—No te veo como la clase de mujer que disfrute haciendo pasteles.

Entrecerró los ojos sobre él, alzó el mentón y sonrió a su vez.

—Bien, porque se me daría mucho mejor reunir los ingredientes para una bomba y volar el jodido coche, que hacerte un postre.

Chasqueó la lengua.

—El postre ya lo tengo delante de mí, Elis, solo estoy esperando a que… me lo sirvas.

Podía ver cómo hervía a fuego lento, estaba realmente cabreada, no quedaba en ella nada de la muchachita cándida que había conocido hacía años. Esta era una mujer, una que se serviría y con placer sus intestinos en una bandeja.

—Tú has sido la que ha dispuesto el escenario perfecto para ello.

Apretó los labios, ese coqueto e irritado mohín lo encendió, se llevó las manos a los bolsillos y se sentó con tranquilidad a esperar.

—Y la idea del baile me resulta bastante apetecible —ronroneó—. ¿Por qué no me muestras qué es lo que sabes hacer?

Su respuesta fue cruzarse de brazos.

—Lo repetiré ya que pareces tener audición selectiva. No bailo y mucho menos para ti.

Se apoyó en el decorado que contenía el equipo de música y la miró con abierta diversión.

—¿Una mujer que lleva un club de pole dance dice que no sabe bailar? —chasqueó la lengua—. Vuelve a intentarlo, gatita.

Los ojos femeninos se encendieron aún más.

—No he dicho que no supiera, he dicho que no pienso bailar para ti.

Cambió de posición, se inclinó sobre el reproductor y tras echar un vistazo a las pistas que podía reproducir, eligió una de ellas y la puso.

—Hazlo… —le dijo mirándola a los ojos—, y dejaré que te salgas con la tuya por esta noche.

Vio como enarcaba una ceja.

—¿Cómo sé que puedo fiarme de ti?

Se encontró con sus ojos y sonrió perezoso, tenía ganas de ronronear y también de comérsela a besos.

—No lo sabes —canturreó—, tendrás que arriesgarte.

—No corro riesgos innecesarios.

La contempló con abierta sensualidad.

—Toda una ironía viniendo de la mujer que ha puesto su club como aval en un préstamo de naturaleza dudosa.

La vio apretar los labios una vez más, la tensión en su mandíbula era obvia.

—Dices que eres la dueña de mi club…

—Es club.

Ignoró su salida de tono.

—Demuéstramelo —señaló el escenario—. ¿Tienes lo que hay que tener?

Llegó a pensar que iba a dar media vuelta y lo dejaría con un palmo de narices, pero Elizabeth Fiori era una gatita desafiante y como tal, no se rendiría. No iba a dar marcha atrás.

—No tengo porqué demostrarte absolutamente nad…

Se limitó a encogerse de hombros, entonces acarició el reproductor con pereza y dio media vuelta dispuesto a dejarla con sus dudas… al menos, durante unos instantes.

—Si esa es tu decisión final, me pasaré el lunes para que firmes los papeles de la cesión…

Sus ojos destellaron y la vio gesticular para sí.

—Maldito capullo—masculló ella.

Se llevó las manos a la cintura y extrajo la blusa de la falda en forma de tubo que llevaba, desabotonó algunos botones y la ató dejando a la vista el ombligo. Solo entonces se inclinó, sus senos asomando por la abertura de la tela mientras abría una de las cremalleras que servía de adorno en la falda y dejaba a la vista parte de una media con liga consiguiendo así mayor movilidad.

La canción de salsa que había elegido, Que locura fue enamorarme de ti, seguía sonando a través del sistema de audio del escenario mientras la mujer que le traía por la calle de la amargura y a la que deseaba con locura, empezó a bailar sorprendiéndole con esa sensualidad propia del baile latino al tiempo que coqueteaba con la barra de metal situada en el centro.

Se vio obligado a apoyarse en la pared, todo su ser reaccionó a ella, su felino se desperezó y arañó su propia piel, reflejándose en sus ojos, deseoso de unirse a ella. La forma en la que se movía, la sensualidad que creaba en esa combinación de música y sensualidad, era abrumadora y endiabladamente sexy.

Lo sedujo con sus movimientos, con cada giro, mostrando esa breve porción de piel, insinuándose con su cuerpo y al mismo tiempo mostrándose distante. Era como una reina subida en su pedestal, dejaba que la mirasen, que la adorasen, pero nadie podía alcanzarla.

Se perdió mirándola, se relamió una y otra vez luchando por permanecer inmóvil, deseándola cada vez más hasta que el baile terminó dejándole a él sin aliento y a ella con esa mirada altanera presa de la suya.

—¿Suficiente? —lo enfrentó con la respiración agitada y esa mirada desafiante que lo llamaba a doblegarla.

La miró con hambre, sabía que podía ver el deseo en sus ojos, así como él mismo podía sentir la involuntaria excitación calentando el cuerpo femenino. El baile no solo lo había excitado a él, sino también a ella.

La llamó con un dedo y la vio arrugar la nariz con desagrado, notó su titubeo unos segundos antes de verla caminar hacia él. Demonios, quería devorarla, quería saborear esa boca, probar su piel, hundirse entre sus piernas, pero eso era precisamente lo que esperaba ella, que la envolviese todavía más rompiendo la palabra dada.

—¿Y bien? —preguntó con tono sensual al tiempo que se lamía los labios, provocándole.

La miró sin llegar a tocarla, entonces buscó sus ojos y declaró sin más.

—El lunes a las ocho en punto —le informó—. Procura no llegar tarde.

La sorpresa se reflejó en sus ojos durante unos instantes, la vio abrir la boca, pero no llegó a escucharle decir ni una sola palabra pues dio media vuelta y se perdió por detrás de las cortinas, dejándola sola.

Ya era hora de que esa gatita comprendiese que quién llevaba la batuta en aquel juego, no sería ella.