CAPÍTULO 16
—Vete a casa… ¡Y una mierda! ¿Quién se piensa que es? —rezongó mientras daba cuenta de su tercer whisky—. Y tiene el descaro de… de… ¡joder! Ponme otro.
El camarero rellenó el vaso y la miró sin mucho interés, aquella noche parecía tener más bien pocas ganas de trabajar.
Vete a casa. ¡Ja!
Lo primero que había hecho nada más abandonar el club fue cruzar la calle y entrar en el primer bar que encontró abierto. No podía quedarse en el Dangerous, los empleados harían demasiadas preguntas y en el estado en el que estaba ahora mismo, rodarían cabezas.
Cogió el vaso y tomó un sorbo. No le gustaba especialmente ese licor, pero necesitaba algo fuerte, algo que adormeciera sus sentidos lo suficiente durante algunas horas.
—Hijo de puta —masculló para sí—. No tiene ningún derecho, ¡ninguno! Todo se ha ido a la mierda. Todo. ¿Por qué ha tenido que volver precisamente ahora? Yo estaba bien… siempre he estado bien sin él. Y ahora aparece como si nada y quiere apropiarse de mi vida… ¡Y de mi club!
Apretó los dientes, siseó y volvió a tomar otro sorbo sintiendo como el líquido le quemaba la garganta.
—Mi vida apesta —rezongó de nuevo—. No importa lo que haga, estoy destinada al desastre. Y ahí lo tienes a él, tan guapo e imponente como siempre. ¡Y folla bien! ¿Por qué diablos no le ha salido al menos alguna cana? Oh sí… doce años. ¡A la mierda la diferencia de edad! Habría cumplido los dieciocho un año después, ¿y tuvo que esperar casi quince? ¡Vete al infierno, Luca Viconti! ¿Qué manera es esa de tratar a una mujer? Será capullo.
Se bebió el resto del contenido del vaso de golpe e hizo una mueca al notar cómo le quemaba.
—Ponme otro…
—No le pongas nada —dijo alguien a su lado.
Se giró al reconocer el tono masculino y frunció el ceño al ver a Luca allí de pie, impoluto y sexy.
—Elizabeth, ya has bebido bastante.
—Yo decidiré cuando he bebido suficiente —rezongó molesta y miró al barman—. Ponme otro.
—Deberías hacerle caso a tu novio.
Arrugó la nariz ante la presunción del barman.
—¿Novio? No es mi novio, en todo caso sería mi chulo. Me chantajea para que me acueste con él.
—Ya está bien, es suficiente —decidió él. Pagó y la levantó del asiento—. Te vas a casa. Ya.
Se escabulló de sus brazos y volvió a ocupar su sitio.
—No —declaró decidida—. Voy a quedarme aquí, me tomaré otro whisky y brindaré por perderte de vista.
—¿Te das cuenta de que estás dando el espectáculo?
—Yo no doy espectáculos —declaró, se levantó de golpe y frunció el ceño—. Mierda. Tengo que hacer pis.
—Al final a la derecha —ofreció el barman solícito.
—Uy, me hago pipí —chasqueó, apretó las piernas y le clavó el dedo en el pecho—. ¡Y no me sigas!
—Si fuera mi chica, lo haría —sugirió el empleado al ver como se tambaleaba—, o no llegará a su destino.
Se giró de golpe.
—Claro que llegaré.
Tanta vuelta le provocó mareos y a punto estuvo de tropezar con una mesa.
—Elis…
—Vete a la mierda…
—¿Qué te he dicho sobre los insultos?
—Estoy borracha, así que pienso hacer y decir lo que me dé la santa real gana y a la mierda todo lo demás.
Él no iba a censurarla, no tenía ningún derecho sobre ella, los había perdido todos quince años atrás.
—No soy una puta —masculló—. No soy su puta.
Se metió en el baño y se encargó de sus necesidades. La cabeza empezaba a darle vueltas al igual que su estómago y, al final terminó vomitando.
Luca arrugó la nariz ante el acre olor de los baños. Su gato se revolvió agitando la cola, quería sacar a su hembra de ahí y hacerlo ya. Había tomado una mala decisión al jugar con ella en esos términos. Necesitaba conquistarla no encabronarla más.
Estaba decidido a entrar y sacarla cuando la vio salir cabizbaja y arrastrando los pies, rodeándose el estómago con el brazo.
—¿Has tenido ya suficiente?
Todavía tuvo fuerzas para levantar la mirada y fulminarlo con esos bonitos y cansados ojos.
—Vete a la mierda y no salgas de ella.
—Elis, tus insultos empiezan a perder consistencia.
—Me falta el puñal, pero no encontré ningún cuchillo de cocina y la escobilla de baño es poco higiénica y no tan efectiva.
—Si tienes tantos microbios como huelo, no sabría decirte.
Se llevó la mano a la cabeza y se tambaleó de nuevo.
—Me duele la cabeza.
—Normal.
—Y el estómago.
—Has vomitado —constató un hecho—, mañana te encontrarás mejor. Vamos, te llevaré a casa.
Sacudió la cabeza.
—No puedo ir a casa, así no —se negó con energía. No podía entrar en casa con ese aspecto—. No quiero que me vea así.
¿Qué la viesen así? ¿Acaso vivía con alguien más?
A pesar de todas sus pesquisas, había cosas que seguían siendo una incógnita para él, esa mujer guardaba su vida privada con celosa inteligencia haciendo que muchas respuestas siguiesen siendo una incógnita.
—De acuerdo, te vienes conmigo entonces.
Arrugó la nariz y lo miró.
—No quiero ir contigo a ningún sitio —negó con efusividad—. No eres bueno para mí. Mira lo que he hecho. Te he dado las llaves de mi club, he aceptado jugar según tus reglas, ¿y para qué? ¿Para qué me hagas daño de nuevo?
Chasqueó la lengua.
—Solo me quieres para follar.
Enarcó una ceja ante esa lamentable declaración. Su felino gimoteó en su interior, tan dolido como él mismo por esas palabras.
—Oh, gatita, te quiero para mucho más que para eso —le aseguró, enlazándole la cintura y conduciéndola fuera del local—. Para muchísimo más, Elis.
—No es verdad —protestó clavando los tacones en el suelo—. Si significase algo para ti, por muy pequeño que eso fuese, no te habrías marchado. No me habrías rechazado con la crueldad con la que lo hiciste.
—Elizabeth, tenías diecisiete años y yo casi treinta —intentó que comprendiese—. No podía hacerte eso, no podía privarte de la vida que estabas empezando. Si me hubiese quedado contigo, las cosas no habrían salido bien, eras muy joven y yo… —sacudió la cabeza. ¿Cómo explicarle qué era él sin que saliese huyendo?—. No era el momento para iniciar una relación contigo o algo más.
—Pero yo te quiero —protestó, entonces frunció el ceño y sacudió la cabeza—. No. Te quería entonces, ahora ya no… Puedes estar bueno, incluso follar bien, pero oh, eres malo… un maldito hijo de puta. ¿Cómo has podido? ¡Eso no se le hace a una chica! ¡A mí menos que a nadie!
No pudo evitar sonreír ante la inherente arrogancia femenina.
—Prometo compensarte por ello.
Hizo un mohín, sus labios frunciéndose en un coqueto puchero.
—Sí, más te vale que lo hagas, pero ahora no, todo me da vueltas —arrugó la nariz y empezó a andar de nuevo—, y apesto. Quiero irme a casa.
Y aquella era sin duda la chica que recordaba. La inocente, la curiosa y traviesa gatita que lo había conquistado quince años atrás.
—Por ahora tendrás que conformarte con la mía.
—¿Y eso por qué?
—Porque ignoro dónde vives —confesó—. Es el secreto mejor guardado de todos los que tienes.
Se detuvo una vez más y lo miró.
—¿Tengo secretos?
—¿Los tienes?
Desvió la mirada en un obvio intento por esquivar la suya.
—Ninguno que debas conocer tú o cualquiera —declaró sin más—. Especialmente tú. Tú menos que nadie debe saber cuál es mi precioso secreto.
Salieron al exterior y el aire frío le refrescó el rostro haciendo que se encogiese de frío. Luca se quitó la chaqueta y se la puso sobre los hombros. El gesto la sorprendió, pues se giró hacia él y articuló un suave «gracias».
—Vamos, anda, necesitas descansar —la instó a caminar y la condujo al coche—. Por hoy ya has tenido suficientes emociones.
—No te vas a marchar otra vez, ¿verdad?
La vulnerabilidad que escuchó en su voz te atenazó el corazón.
—No, gatita, ahora que te tengo por fin, no voy a marcharme.
Asintió y se apretó contra él, sin que supiese si ella era consciente de lo que decía o no.
Luca no se cansaba de mirarla, era preciosa y tierna de una manera que lo volvía loco. La había conducido a la ducha para que se aseara, luego la había metido en la cama y se había tumbado a su lado. Notaba el ronroneo de su felino emergiendo de su garganta, estaba encantado de tenerla allí, tan cerca y toda suya. Ese es el lugar al que pertenecía, ahora solo tenía que convencerla de ello y de que él era lo único que nunca le fallaría.
Se imaginó ya en su forma felina, siendo acariciado por ella, sentir sus manos sobre su pelaje, rascándole la cabeza y entre las orejas… solo había un pequeño problema, al contrario que su hermanastro, Elizabeth era completamente humana y no tenía la menor idea de que existían en el mundo más razas que la humana.
Se movió inquieta en sus sueños, murmuró alguna cosa ininteligible y se giró acurrucándose contra él y haciéndole el felino más feliz del mundo.
—Haré todo lo que esté en mi mano para compensarte, Elis, todo lo que sea necesario para mantenerte junto a mí.
Elis se desperezó, sentía la cabeza un poco embotada y la boca pastosa. Hizo una mueca y se revolvió sabiendo que aquello solo tenía una explicación posible; resaca.
Abrió un ojo y volvió a cerrarlo, remoloneó un poco más y se encontró con otro ocupante en su cama. Sonrió, Kimberly se ha colado de nuevo en su habitación. Estiró la mano y se congeló al encontrar un cuerpo mucho más grande, una presencia nada infantil que la atrapa por encima de la manta.
Abrió los ojos de golpe y se quedó sin aire al ver de quién se trataba.
Como si se abriese una compuerta, los recuerdos de la noche anterior saltaron de nuevo a su mente reproduciendo lo sucedido.
Se quedó alucinada, sin respiración. ¡Qué diablos había hecho!
Culebreó con rapidez y resbaló de la cama, cayendo al suelo y gateando hacia atrás en clara intención de poner distancia entre ambos. Luca ni siquiera se inmutó, se acomodó mejor e incluso diría que emitió un felino ronroneo antes de conciliar el sueño completamente.
—Mierda, mierda, mierda, mierda, mierda.
Con el corazón en la boca, los nervios a flor de piel y totalmente culpable por haber pasado la noche fuera, recogió su ropa, se vistió a toda prisa y se escabulló del desconocido apartamento masculino que se encontraba al otro lado de la ciudad sin que su anfitrión se despertase.
Una vez fuera comprobó horrorizada que estaba amaneciendo, buscó rápidamente el móvil en su bolso e hizo una mueca al ver la cantidad de llamadas perdidas de Julie y los mensajes de texto. Agradeció que todavía le quedase algo de batería antes de pedir un taxi y volver a casa.
Respiró profundamente y deslizó la llave en la cerradura, pero no llegó siquiera a girarla cuando la puerta se abrió dando paso a la preocupada y sorprendida niñera.
—Gracias a dios, ¿dónde diablos estabas? —le dijo nada más verla—. Te he llamado incontables veces.
Pasó adentro y cerró la puerta tras de sí.
—¿Kimberly está bien? —Su amiga le había asegurado en el último mensaje que la niña estaba bien, pero que estaba preocupada porque no le daba cogido el teléfono y ella nunca llegaba más tarde de las tres.
La muchacha no tardó en asentir aliviando la punzada de culpabilidad que surgió inmediatamente en su pecho.
—Sí, sí —la tranquilizó al momento—. Le subió un poco la fiebre al principio de la noche, pero volvió a bajarle y ha dormido con total tranquilidad.
Asintió agradecida de que al menos su niña hubiese tenido buena noche. Al ver tantas llamadas perdidas de su amiga, el mundo se le había venido encima pensando que quizá le hubiese pasado algo a su hija.
¿Cómo podía ser tan irresponsable? ¿Cómo podía haberse olvidado por completo de ella, aunque fuese durante unas horas? No quiso volver inmediatamente para no la viese tan vulnerable, pero el resultado había sido incluso peor.
—Elis, ¿qué ha pasado?
Dejó escapar un profundo suspiro y la miró. Julie había demostrado ser una gran amiga y un enorme apoyo en los últimos tiempos, era la única con la que se permitía sincerarse mínimamente y, ahora, quizá fuese la única con la que pudiese desahogarse por todo lo que le estaba sucediendo.
—La respuesta más corta sería, ¿qué no ha pasado? —se pasó la mano por el pelo y suspiró—. Ay Julie, no sé ni lo que estoy haciendo. Todo ha empezado a irse a la mierda y el único culpable de ello, es también el único que tiene la solución.
Su amiga frunció el ceño visiblemente confundida.
—¿De qué estás hablando?
Se mordió el labio inferior, respiró profundamente y se lanzó a contarle lo ocurrido.
—Del Dangerous —murmuró—. Lo puse como aval para obtener el préstamo con el que poder pagar el tratamiento de Kimberly y ahora, la única manera que tengo de recuperarlo, está en manos de mi nuevo socio.
—¿Cómo?
Se lamió los labios y suspiró una vez más.
—Será mejor que hagas café —sugirió—. Vamos a necesitarlo.