CAPÍTULO 18
Su hermana era toda una gata, podían verse poco, pero cuando coincidían saltaban chispas. Ella había llegado a su vida cuando no era más que una perdida adolescente, prácticamente la habían tirado en la puerta de atrás obligándole a tomar cartas en el asunto. La raza felina podía ser un poco extremista, especialmente cuando decidían emparejarse, pero si había algo en lo que solían coincidir era que una niña de quince años no estaba preparada para un vínculo como aquel, especialmente cuando dicha posible compañera era mestiza, predominantemente humana y ajena a todo lo que se gestaba a su alrededor.
Verla allí esa mañana lo había cogido por sorpresa, no solían frecuentarse, si bien intentaba estar siempre al tanto de sus pisadas, no eran precisamente cercanos, no hasta el punto de contarse confidencialidades. Julie lo veía más bien como a su salvador, alguien con quien compartía un vínculo sanguíneo y que había evitado que acabase siendo despedazada o algo peor. Pero su presencia no le había sorprendido ni la mitad de lo que lo hizo captar el aroma de Elis en ella.
Su hermana parecía tener una relación bastante estrecha con su compañera a juzgar por lo que había podido deducir de la previa conversación matutina, le habría gustado sacarle más información, pero ambos sabían que ella no soltaría prenda.
Tenía que admitir que estaba irritado, el despertarse y descubrir la ausencia de Elis lo había hecho rabiar, comportándose como un gato malcriado. Su felino estaba enfurruñado, había sentido la necesidad de dejarlo salir, de ceder al enfurruñamiento y había dejado su propia casa hecha un colador.
Su mal humor no había cedido gran cosa, ni siquiera la visita de Julie había logrado calmarlo llevándole a pasar el resto del día en un bucle de rabieta tras rabieta. Se dejó caer por el gimnasio en un intento por agotarse solo para coger finalmente el coche y conducir hasta las afueras dónde pudo dejar salir a su felino y correr libremente antes de encaramarse a un árbol y dedicarse a dormitar durante horas.
Necesitaba estar cerca de la pantera, en momentos así se sentía salvaje y deseaba conectar con quién era, solo entonces podía recuperar el dominio sobre sí mismo.
Atravesó la puerta principal del Dangerous con paso decidido, pasaban de las ocho de la tarde, las primeras reformas habían comenzado ya y, a juzgar por las muestras que veía aquí y allá, el decorador estaba haciendo ya de las suyas.
—¡Ni se le ocurra tocar eso!
El tono desesperado en la voz de Elis lo sacudió, su gato gruñó y desnudó los dientes a través de él.
—Mis órdenes vienen del señor Viconti.
La réplica masculina lo hizo gruñir, reanudó la marcha y atravesó la sala.
—¡Me importa una mierda de quienes vengan! —la oyó gritar—. ¡Toque esos cuadros y juro que no sale de aquí tan entero como ha entrado!
—Elis, cálmate, solo se trata de cambiar los muebles y…
La voz de Christie se impuso sobre el caos que parecía haberse desatado.
—¿Entiendes el significado de la palabra no?
—Señorita Fiori…
—¡He dicho que esas obras no se tocan! —exclamó de nuevo—. Desmantele todo el jodido club si le place, pero toque una sola de las pinturas y…
—¿Qué está pasando aquí?
Todos los presentes se giraron hacia él con distintas emociones pintadas en sus caras. Alivio, irritación, curiosidad…
—Dile a tu decorador que no toque mis cosas —exigió Elis con gesto furioso. Su gatita estaba nerviosa, desesperada y muy dispuesta a rebanar alguna cabeza si se le llevaba la contraria. Era realmente adorable.
—Señor Viconti, la señorita Fiori se niega a ver…
—Está bien, Oliver, haga lo que tenga que hacer, yo hablaré con mi socia —imitó el mismo gesto de posesión que había hecho ella.
—Cuando hablaste de hacer cambios no dijiste nada de destrozar mi club.
—Es «mi» club —le recordó—, y nadie está destrozando nada, Elis.
Su ofuscación era palpable.
—¡Quiere deshacerse de mis cuadros!
—Solo son pinturas, nena, hace falta algo más…
—No —se negó en rotundo—. Si aspiras a que cumpla mi parte del trato, no tocarás esos cuadros.
No necesitó mirar a su alrededor para notar las distintas reacciones de los presentes, su gatita acababa de desafiar su autoridad delante de sus empleados, algo que no podía permitirle si querían que las cosas funcionasen dentro de esas cuatro paredes.
La miró durante unos segundos, entonces indicó el otro lado de la sala con un gesto de la barbilla.
—Acompáñame a la oficina.
La ansiedad que la recorría se reflejó en sus ojos, su gato gimoteó en respuesta, no quería verla así, no quería verla herida, pero no podía darse el lujo de mostrar debilidad delante de los empleados o ella misma.
—Si algo les pasa a esas pinturas…
La fulminó con la mirada cortando sus palabras y acto siguiente se giró hacia la persona más cercana.
—Christie —continuó dirigiéndose ahora a la compañera de Daniel, la mujer seguía mirándole con recelo—. ¿Puedo confiar en que te encargarás de que los cuadros sean embalados cuidadosamente?
La mujer vaciló, su mirada se deslizó de él a Elis respondiéndole a ella.
—Me encargaré de que no sufran ni un solo rasguño.
La chica lo decía muy en serio, no dudaba que sería capaz de emprender una batalla con el decorador con tal de salirse con la suya, pero la indecisión seguía batallando en el interior de su compañera.
—Cualquier cosa, Luca —bajó la voz, sus ojos fijos en los de él—, te daré cualquier jodida cosa que quieras, pero deja esos cuadros en el lugar en el que están.
Correspondió a su mirada, pero no cedió, se limitó a hacerse a un lado e indicarle el camino.
—Después de ti.
Sabía que quería protestar, podía verlo en sus ojos, pero en vez de eso miró a Christie, quién asintió y luego se volvió hacia el decorador.
—Si toca uno solo de mis…
Tozuda hasta sus últimas consecuencias, pensó al tiempo que la enlazaba por la cintura y tiraba de ella.
—A la oficina, ahora —sentenció.
Sintió como se tensaba, como intentaba alejarse de él sin éxito para finalmente girarse de nuevo hacia el hombre y amenazarle.
—Toque uno solo de esos cuadros y será lo último que haga.
Se obligó a contener una risita.
—Camina, fierecilla, antes de que amenaces de muerte a alguien más —la empujó, arrancando risitas de sus compañeros.
Ella los fulminó a todos con la mirada obteniendo algunos silencios y ahogadas risitas, se desembarazó de su brazo y marchó como un soldado dispuesto a ir a la guerra.
Sacudió la cabeza y la siguió en silencio, entró tras ella en la oficina y cerró la puerta tras ellos, encerrándolos en una cómoda intimidad.
—Ahora, ¿por qué no me dices que es lo que pasa?
Se giró de golpe, sus ojos reflejaban sus tumultuosas emociones.
—Tú eres lo que pasa —declaró con un resoplido—. Desde que pusiste un pie aquí, todo se ha ido a la mierda. Las cosas funcionaban perfectamente tal y como estaban, ¿por qué cambiarlas?
—Si funcionasen tan bien como dices, no habrías tenido que lidiar día sí y día también con las deudas que acabo de sanear.
Sus mejillas aumentaron de color.
—Es mi club y hago lo que…
—¿Vamos a volver de nuevo con lo mismo? —la interrumpió con palpable aburrimiento—. Empiezo a cansarme de ello.
Apretó los dientes, era apreciable en la manera en que se le tensó la mandíbula.
—No tienes derecho a disponer de esos cuadros a tu antojo.
—¿Qué tienen que los hace tan especiales?
Se lamió los labios y empezó a relajarse un poco.
—Esos cuadros se pintaron expresamente para el club —le informó—. Son parte del Dangerous. Un recordatorio de que, debajo de toda la suciedad del mundo, todavía existe la luz, que la lucha a la que tienes que enfrentarte cada día no es amable, pero sigues luchando porque rendirte no es una opción. La vida es peligrosa…
—Como también lo son las mujeres.
Sacudió la cabeza y caminó hacia él con decisión.
—Remodela todo el jodido local, échalo abajo si quieres, pero no retires esos cuadros —insistió con firme resolución—. ¿Quieres mi cooperación? ¿Qué no ponga pegas a todas y cada una de las decisiones que tomes sobre mi propiedad? Pues mantén esos cuadros en tu nuevo diseño y lo haré.
La miró con intensidad.
—¿Por qué son tan importantes para ti?
Una luz de tristeza atravesó su mirada con rapidez.
—Son todo lo que me queda de otra vida —declaró con suavidad, su voz lejana como si se perdiese en algún recuerdo—, una a la que jamás podré volver.
Sus palabras lo sorprendieron y avivaron su curiosidad. Esa mujer tenía demasiados secretos y él era un gato curioso, uno que estaba dispuesto a llegar al fondo de ese nuevo misterio.
—Elis…
—Estoy dispuesta a darte lo que quieres —lo interrumpió—, pero solo si se mantienen ciertos aspectos del club intactos.
—Vuelves a imponer condiciones cuando no estás en posición de hacerlo.
Alzó la barbilla, no se amilanó.
—Nuestro acuerdo se ceñirá al tiempo que tengamos que pasar juntos en el club —continuó sin hacerle caso—. Solo obtendrás lo que esté dispuesta a darte, nada más. Así que disfruta del placer mientras puedas, porque cuando termine el tiempo estipulado, te quiero de fuera de mi vida y, esta vez, que sea para siempre.
La decisión estaba presente en sus ojos y en su voz, había una determinación inquebrantable en su voluntad, lo que decía lo decía en serio. Solo había un problema al respecto, él deseaba más, mucho más e iba a hacer todo lo que estuviese en su mano para conseguirlo; incluso jugar sucio.
Se relamió por dentro, había estado igual de excitado que un jodido adolescente desde que la había visto paseándose por el club con esa indumentaria, le había faltado sacar la lengua fuera y jadear como un perro. Después de haberla probado la noche anterior, no había podido quitársela de la cabeza, si antes estaba obsesionado con ella, ahora, era incluso peor.
—Un encuentro sexual —repitió, manteniendo esa fachada anodina que contrastaba estrepitosamente con cómo se sentía realmente—, ya veo que te gusta poner etiquetas.
—Oh, sí. Tú serías el cabrón gilipollas.
Enarcó una ceja, aunque tenía ganas de reír.
—¿No te quedó claro anoche cuál es el castigo por insultarme?
Compuso su cara más inocente.
—Oh, no era un insulto, sino un apodo cariñoso.
No pudo evitarlo, se le curvaron los labios y decidió optar por recorrerla con la mirada e ir directo al grano.
—Perdonaré tu falta siempre y cuando sigas mis instrucciones al pie de la letra —declaró señalando su falda con una obvia mirada sensual—. Y puedes empezar dejando tu ropa interior en los vestuarios cuando estés conmigo.
—Cuan magnánimo —rezongó ella, le dedicó esa caída de ojos y se apoyó contra el mueble con gesto insolente—. Tienes suerte de que mi vena cabrona se haya quedado en casa, pero si fuese tú, no contendría la respiración.
Una perezosa sonrisa le curvó los labios, no dejaba de sorprenderle que tuviese respuesta para todo.
—¿Contigo? —chasqueó la lengua—. Acabaría muerto si esperase a que cumplieses cada una de mis directrices sin más.
Ahora fue su turno de mirarle con curiosidad.
—Vaya, inteligencia en un hombre, es toda una novedad.
La recorrió con la mirada con abierta sensualidad.
—¿Tanto te ha gustado la privación de orgasmo?
La manera en que abrió los ojos fue suficiente respuesta.
—Eso me parecía.
Y dicho eso, acortó la distancia entre ambos y la acorraló contra el mueble más cercano.
—No busco tu sufrimiento, Elis, solo tu placer —le acarició el labio inferior con el pulgar—, porque en él encuentro yo el mío.
Los ojos femeninos se encontraron con los suyos.
—No te creo —declaró, pero su voz no sonaba tan firme como debería al hacer tal declaración.
Le acarició la mejilla.
—Entonces deja que te lo demuestre.
Aprovechó el momento para descender sobre su boca y penetrarla con la lengua. Deseaba probarla, no había podido pensar en otra cosa desde que la vio dormir en su cama. Quería tenerla y completamente, algo que sabía llevaría tiempo.
—Me encanta tu sabor —comentó rompiendo el beso y dejándolos a ambos jadeantes. Entonces bajó la mirada sobre su cuerpo y deslizó la lengua por el labio superior—, casi tanto como la forma en que estos puntiagudos pezones se marcan en la blusa.
Le amasó los pechos incluso antes de reparar en tal pensamiento, rozó el pequeño botón sobresaliente con el pulgar maravillándose con la forma en que se endurecían bajo su contacto.
—¿Para qué negar lo evidente, Elis? —murmuró solo para sus oídos—. Tu cuerpo habla por sí solo, desea lo mismo que yo.
Ella se arqueó bajo sus caricias, su cuerpo reaccionaba maravillosamente, entregándose al placer sin reservas. Era una mujer sumamente sexual, sabía que le gustaba el sexo y a menudo lo habían comido los celos al pensar en ella con otros hombres. Pero ahora era suya y pensaba conservarla costase lo que costase.
Volvió a probar sus labios, bajó por su cuello y le mordisqueó la cremosa piel mientras jugaba con sus pechos, sopesándolos, retorciéndole los pezones y arrancando de la poco dispuesta garganta quejidos de placer.
—Esa es una sinfonía que sin duda apruebo —murmuró alejándose ahora de ella, viendo la confusión en su mirada y sonriendo al mismo tiempo—. Pero hoy estoy de un humor peculiar —le acarició la boca con los dedos, probando su textura y blandura—, algo que creo que disfrutarás tanto como yo. Pero todo a su debido tiempo.
Volvió a asaltarle la boca, le rodeó la cintura y la hizo retroceder empujándola contra la pared dónde la aprisionó con su cuerpo. Sin quitarle la mirada de encima, sus ojos presos en los de ella, le metió mano, deslizó los dedos por debajo de la falda y le acarició el muslo mientras desabotonaba la blusa y la dejaba tan solo con ese pequeño pedazo de lencería que a duras penas le cubría los pechos.
—De nuevo ese bonito color azul —ronroneó, delimitó la tela con un solo dedo y terminó soltándole el cierre para dejar sus senos al aire, expuestos a su mirada. El pequeño piercing que ya había visto anoche y le perforaba el pezón izquierdo volvió a llamarle la atención. Era un pequeño gesto de rebeldía, algo muy de la muchachita que lo había traído por la calle de la amargura con tan solo diecisiete años—. Eres toda una rebelde debajo de ese atuendo sexy y conservador, ¿eh?
—Nunca dije que fuese un ángel.
Se rio por lo bajo.
—No, gatita, no lo has hecho y me gusta este pequeño diablillo que empiezo a descubrir.
Se contoneó bajo él, sus pechos saltaron libres de la tela, invitantes, con los pezones duros y apetecibles. Tanto que no se privó ante el placer de probarlos.
—Oh… joder.
Sonrió contra su pecho y succionó con fuerza la tierna carne, lavándola con su lengua y ejerciendo una adecuada presión sobre ese pequeño broche que le parecía de lo más sexy en ella. Notó su estremecimiento y la tensión que la llevó a apretar los muslos, pero eso no lo detuvo, por el contrario, los gemidos que escapaban de sus labios era suficiente aliciente para continuar. Le apretó las nalgas, le rodeó los muslos y tiró de la delgada y fina tela del tanga hasta arrebatárselo. Ya estaba mojada e hinchada, caliente y oliendo a ese seductor aroma de mujer que hacía salivar a su bestia.
Abandonó sus senos con un lánguido lametón y se incorporó, encontrándose de nuevo con sus ojos y esa mirada ahora llena de deseo.
—Sí, esa es justamente la expresión que quería ver en tus ojos —comentó con voz ronca y la acarició íntimamente, empapándose los dedos con su excitación—. Sexy y caliente.
Y lo estaba, toda su piel había adquirido un bonito rubor, la respiración se le había acelerado y apretaba los muslos amenazando con atraparle la mano que jugueteaba ahora con su sexo. Pero no era la única excitada, la dura erección que destacaba en sus pantalones hablaba por sí sola.
—Creo habértelo dicho ya, pero lo repetiré —la escuchó jadear—, hablas demasiado.
Su acusación lo hizo sonreír.
—En ese caso, pongámosle remedio —declaró con contundencia y deslizó la mano hacia atrás, cubriéndole el sexo para luego penetrarla muy lentamente con un dedo.