CAPÍTULO 4

—Capullo hijo de puta, ¡coge el maldito teléfono! —siseó Elis mientras se paseaba de un lado a otro del salón.

Iba a estrangular a alguien, preferiblemente al hombre que le cortaba las llamadas una y otra vez.

—Pietro o coges el puto teléfono o date por muerto —siseó volviendo a marcar solo para escuchar como esta vez saltaba directamente el buzón de voz—. No puedo creerlo, ¡serás capullo!

—Elis, nena, ¿podrías bajar el volumen? Los clientes empiezan a imaginarse que estás cometiendo algún tipo de asesinato aquí detrás.

Se giró para mirar por encima del hombro a una de sus camareras y se quedó atónita al ver el aspecto desaliñado de la mujer que la miraba desde la puerta.

—¿Christie, qué demonios…?

La mujer no la dejó ni terminar, levantó la mano en un gesto diseñado para detenerla y sacudió la cabeza.

—El karma —declaró con un ligero encogimiento de hombros—, el jodido karma.

Enarcó una ceja ante su respuesta. Christie no era dada a la conversación, ni a hablar sobre sí misma. Su presencia en el Dangerous se debía más bien a una serie de acontecimientos que la habían llevado a ocultarse allí, a esconderse detrás de una máscara cada vez que subía al escenario y deleitaba a los clientes con una de sus actuaciones.

La curvilínea rubia era una bailarina malditamente buena, lo que la había llevado a alternar su trabajo entre el bar y el cuerpo de baile. Toda esa voluptuosidad resultaba muy sexy sobre el escenario y sabía sacarle partido como nadie.

Comercial de una inmobiliaria durante el día y camarera-bailarina durante la noche, se transformaba como un camaleón. El eterno moño trenzado desaparecía para dejar paso a una larga cascada de pelo castaño oscuro, sus ojos verdes se encendían y resplandecían libres de las gafas, resaltados por las oscuras sombras que utilizaba. Una buena base de maquillaje, un suave rubor en sus mejillas por acción del colorete y un vivo y húmedo tono rojo vibrante para sus labios convertían a la eficiente comercial en una mujer totalmente diferente.

Le había caído bien desde el primer momento, quizá porque no se había amilanado y se había enfrentado a ella cuando le dijo que la oficina de correos se encontraba al otro lado de la calle. No se lo había pensado dos veces, se había quitado el abrigo y subió al escenario para enseñar lo que sabía hacer. Y lo hizo, al punto de conseguir la inmediata aceptación de los empleados que estaban en ese momento en el club. Su decisión y esa manera directa de actuar, se había granjeado su admiración.

Pero esa noche, el pulcro aspecto de la mujer estaba totalmente destrozado; parecía haber atravesado una línea de trincheras.

—Si el karma tiene esa mala leche, prefiero no tener que encontrarme con él —aseguró—, especialmente si es del sexo masculino.

—Por supuesto que lo es, de otro modo no habría tantos desastres.

Sonrió ante el tono en su voz y chasqueó al mirar de nuevo su teléfono.

—Sin duda los hombres son la plaga planetaria del momento —aseguró y volvió a centrar su atención en teléfono. El contestador surgió una vez más, dejando de manifiesto que el móvil al que llamaba estaba apagado.

—Maldito hijo de puta —siseó mientras escuchaba el mensaje del contestador antes de escuchar el pitido que anunciaba el comienzo de la grabación—. Será mejor que des la cara, Pietro, o eres hombre muerto.

Su compañera enarcó una ceja y señaló el aparato.

—¿Necesitas ayuda para ocultar el cadáver?

—Solo si no te importa mancharte las manos de tierra para enterrar a mi hermanastro —masculló cortando la comunicación.

Sonrió de medio lado.

—¿Qué te ha hecho el cabronazo?

Hizo una mueca.

—Joderme la vida de la peor manera posible.

Y sí, lo había hecho.

Luca Viconti era su peor pesadilla. Una que había llevado a las espaldas desde que era una adolescente ingenua y enamorada de un hombre que no la merecía. Alguien que la había tomado por una mocosa estúpida y la había rechazado sin más, dejándola en evidencia delante de la familia de ambos.

«Solo eres una mocosa enamorada de un ideal, de un sueño infantil y yo no soy la niñera de nadie. Despierta, Elis, si me caso será con una mujer, una que sepa complacerme y disfrute tanto como yo con cosas que harían ruborizar tu tierna carita».

Había sido duro y directo, se había burlado de ella, pisoteando sus tiernos sentimientos y rompiendo para siempre sus sueños de amor.

Esa misma semana había decidido que no quería continuar en casa, no quería escuchar los «te lo advertí» de su madre ni la cara de desilusión de su padrastro. La decisión no había sido complicada de tomar, necesitaba poner distancia, lamerse las heridas sin que nadie la viese y decidió irse a Europa dónde continuó sus estudios y conoció a la persona que la empujaría a volver a los Estados Unidos y hacerse cargo del Dangerous.

Se estremeció al pensar en que su mundo, aquel en el que se había refugiado, podría estar también en manos del hombre que más daño le había hecho.

Pero, ¿cómo había pasado todo aquello? ¿Cómo era posible que Pietro supiese del paradero de Luca, que tuviese siquiera contacto con ese hombre?

A decir verdad, no sabía gran cosa de las costumbres de su hermanastro. Ignoraba a qué se dedicaba o en qué invertía su tiempo, solo sabía que había estado allí cuando lo había necesitado, prestándole el dinero que le hacía falta para el local y ofreciéndose a ser el socio capitalista.

Nada de lo ocurrido tenía sentido, ¿por qué había tenido que reunirse con Callahan? ¿De dónde había salido Luca? ¿Qué mierda estaba pasando? Max no le había dado demasiada información al respecto.

—Maldita sea. —Volvió a repetir la operación solo para exasperarse aún más al escuchar el contestador—. Coge el maldito teléfono, capullo —gritó—. ¡Me debes una maldita explicación! ¿Qué has hecho con mi local? ¡Eres hermanastro muerto!

—Ey, ey, ey —la frenó Christie, le quitó el teléfono, apagó y lo dejó a un lado de modo que no pudiese llegar a él—. Respira, Elis, respira antes de que te dé un síncope.

—Ya me ha dado —declaró con fervor—. ¿Por qué mi madre no podía sencillamente regalarme un perrito? No, tuvo que volver a casarse y hacerlo con un hombre que ya tenía un hijo.

La mujer enarcó una ceja y sacudió la cabeza.

—No sabría decirte…

Gimió y empezó a pasearse de un lado a otro.

—Tengo que hablar con él. Tiene que explicarme qué demonios significa todo esto —se desesperó—. ¿Qué mierda ha hecho? ¿Qué ha pasado con mi club?

Eso era lo que más miedo le daba, perder el Dangerous.

Cerró los ojos y respiró profundamente. Si estaba metida en un lío de tales proporciones era única y exclusivamente culpa suya, era la única responsable de sus actos, unos que la habían llevado a tratar con un hombre de dudosa reputación para pedir un préstamo, uno que no había podido devolver en el plazo estipulado. Había sido tan estúpida, había estado tan confiada en que podría saldar su deuda que no dudó en poner el local como aval.

—Ay señor, lo mato, hermanastro o no, yo lo mato.

Su compañera sonrió, sacudió la cabeza y la acompañó en sus locas idas y venidas.

—De acuerdo, tú lo matas y yo te ayudo a enterrarle —se ofreció Christie.

Sacudió la cabeza.

—No puedo esperar más —declaró con un resoplido—, tengo que saber lo que ha pasado.

—¿Tienes algo ya en mente?

Resopló, lo único que se le ocurría era matar a Pietro y dudaba mucho que eso solucionase nada.

—¿Además de matar al capullo de mi hermanastro?

—Sí, además de eso.

—Dado que el muy cabrón no me coge el teléfono, solo me queda una opción —asintió—. Ir a ese maldito club y poner punto y final a lo que quiera que se esté orquestando.

—¿Necesitas soporte moral?

La miró de reojo.

—Solo si viene con un arma automática y mucha munición.

Su compañera sonrió de soslayo.

—Tu conduce mientras yo disparo.

Se pasó una mano por el pelo y suspiró.

—No me lo digas dos veces.

Su buen humor se había extinguido bajo el peso de un nombre y la aparición de un nuevo jugador en ese campo de juego que resultaba ser su vida.

No había vuelto a pensar a Luca desde que regresó a casa. Ese hombre estaba fuera de su vida, se había obligado a eliminarlo de su alma y de su corazón a fuerza de voluntad y, desde que había vuelto, no se le había pasado por la cabeza siquiera interesarse en él o en qué había sido de su vida.

Ahora, se había cruzado de nuevo en su camino o, más bien, en el de Pietro e ingresaba en su vida de la peor de las maneras. Volvió a coger el móvil de dónde lo había dejado Christie y se limitó a enviar un mensaje para pedirle al imbécil una explicación sobre esa supuesta reunión clandestina que estaba teniendo a sus espaldas.

—Nadie va a tocar lo que me pertenece —musitó para sí más que para cualquier otro—, así tenga que empeñar mi jodida casa o hacer un pacto con el diablo, lo haré, pero nadie tocará el Dangerous.

Era una promesa, una que había hecho a alguien hacía demasiado tiempo y que pensaba mantener sí o sí.