CAPÍTULO 10

Iba a matarlo suavemente, muy despacio, poco a poco, sin anestesia y hasta que suplicase. ¡Maldito cabrón hijo de puta! Elis era un hervidero de emociones encontradas y la mayoría de ellas se habían unido bajo un denominador común: despellejar vivo a Luca Viconti.

—¡Mami, mira!

Se obligó a pegar una sonrisa en sus labios mientras miraba a su hija subiendo al tobogán y la saludaba con la mano. Los fines de semana solían pasarlos en el parque o en el zoo, procuraba buscar siempre nuevas alternativas en las que Kimberly pudiese disfrutar del aire libre y de su infancia.

—Muy bien, Kimber —la animó.

La pequeña se encaramó a la cima del pequeño tobogán y se dispuso a bajar con el cuidado propio que ponía en cada una de las cosas que hacía. Era una niña tímida, a la que le costaba interactuar con otros niños, de hecho, disfrutaba mucho más estando a su aire que entre un nutrido grupo de niños.

—¡Voy a bajar! ¡Foto!

Sonrió. Su pequeña había visto como una madre grababa con el móvil a su hijo bajando por el tobogán y ahora ella quería lo mismo.

—Tú baja que yo te la saco.

Puso el móvil en modo cámara y le sacó un par de instantáneas.

—¡Este parque es genial!

Rio al verla reír y la siguió con la mirada mientras volvía a subir la escalerilla que la llevaba a la rampa. Ella era toda su vida, por esa pequeña se guardaría sus ganas de asesinarle y cooperaría.

No podía evitar pensar en la noche anterior y en cómo se había desarrollado todo. La había pinchado de tal manera que acabó haciendo lo que se había prometido a sí misma no hacer, sucumbir a él. Ahora que lo veía en perspectiva se avergonzaba de su propio comportamiento. Maldito fuera. La había encendido el hecho de bailar para él, de tener esos profundos ojos pendientes de ella mientras se movía sobre el escenario. En realidad, había creído que intentaría algo, que le pediría una muestra de su conformidad, de la aceptación de su trato y, en contra de su buen juicio, se encontró deseándolo.

No había podido sacarle de su sistema, la realidad era tan clara como eso. A pesar del paso de los años, de sus intentos por convencerse de que él no era para ella, que nunca lo había sido, de aferrarse con uñas y dientes al dolor que le había causado siendo tan solo una adolescente, su caprichoso corazón seguía preso del pasado y del amor juvenil que había sentido por ese hombre.

Pero ahora ya no era una niña, sus emociones nada tenían que ver con la juventud, la inocencia y los sueños de una adolescente y sí con las de una mujer que desea a un hombre sensual y arrogante, uno que prometía las más placenteras fantasías en su cama.

Estaba hundida en el lodo hasta las rodillas y no estaba segura de sí podría salir de allí por sus propios medios, especialmente, si podría hacerlo tan entera como lo estaba ahora mismo.

La inesperada vibración del móvil la tomó por sorpresa, miró la pantalla e hizo una mueca al ver el nombre de su hermanastro en el identificador de llamadas.

—Así que al fin te atreves a dar la cara, capullo —masculló para sí. Comprobó una vez más dónde estaba su pequeña y respondió a la llamada—. Comadreja almizclera, ¿has decidido salir por fin del agujero en el que te has escondido?

—Veo que estás de mucho mejor humor —escuchó su respuesta—. ¿Puedo suponer que ya se te han pasado las ganas de cometer un asesinato?

Ni mucho menos, pero ahora no era él el primero en su punto de mira.

—Difícilmente —le soltó cortante. Kimberly había dejado el tobogán para subirse a uno de los columpios—, aunque otros han ascendido en la lista posicionándose en los primeros puestos.

Resopló a través de la línea.

—Pobre Luca.

¿Pobre Luca? ¡Y una mierda! Pobre ella, que se habían confabulado ambos para tenderle esa trampa.

—¿Cómo has podido recurrir a él, Pietro? ¿Cómo has podido hacerme esto después de todo lo que pasó?

Hubo un momento de silencio.

—Eso ocurrió hace quince años y eras una cría…

—No sigas por ahí.

—Te llevaba doce años.

Apretó los labios. No quería escucharle, no quería tener que escuchar de nuevo toda clase de razones por las que, lo que le había hecho, era justificable. Solo ella sabía la verdad, lo que había ocurrido esa noche, cómo la había desdeñado y roto sus sueños de juventud.

—Y sigue llevándomelos —escupió e intentó no alzar la voz para alertar a Kimberly. Su hermano, así como el resto de su familia no tenían la menor idea de la existencia de su hija, a decir verdad, su familia, la cual se reducía a su madre, había dejado de formar parte de su vida muchos años atrás—, y eso no ha impedido que se haya hecho dueño de mi club. ¿Cómo has podido mentirme así? ¿Por qué no me dijiste desde el principio que no podías contribuir como socio capitalista con el Dangerous? ¡Me vendiste, Pietro! ¡Me vendiste a mí y mi legado a ese mal nacido!

Un profundo suspiro inundó la línea.

—Nadie te ha vendido, Elis —escuchó su firme y seria respuesta—. Si hubieses abierto los ojos, si te hubieses molestado, aunque solo fuese un momento, en mirar realmente a tu alrededor, te habrías dado cuenta de cómo eran las cosas. Si conservas el local de baile es gracias a Luca, porque él decidió seguir apostando por ti desde las sombras.

Apretó los dientes y sacudió la cabeza.

—Y apostar es sin duda algo que se le da muy bien —declaró en un bajo siseo—. Es un hombre acostumbrado a jugar y a salir vencedor, pero yo no soy el premio de nadie, Pietro, deberías tenerlo en cuenta antes de utilizarme como moneda de cambio.

—Elis, eso no es…

No quiso escuchar más, cortó la llamada y apretó el móvil con fuerza mientras bullía por dentro presa de una inusual rabia motivada por las palabras de su hermanastro.

—Idiota —masculló incapaz de encontrar las palabras adecuadas para dar rienda suelta a su frustración.

—¡Mami, mami! —la llamó Kimberly.

La buscó en parque y la vio riendo mientras intentaba balancearse, sin mucho éxito, en el columpio.

—¡Empújame!

Se levantó, devolvió el teléfono al bolso y caminó hacia ella. Este fin de semana los problemas tendrían que ser puestos a un lado, tenía que concentrarse en su hija y brindarle toda la atención y compañía que no podía ofrecerle durante el resto de la semana.

Ya habría tiempo el lunes para volver al tablero de juego y esta vez, sería ella la que movería ficha.