CAPÍTULO 13
Tenía que admitirlo, esa mujer se arriesgaba hasta las últimas consecuencias, pensó Luca divertido, la prueba de ello la tenía ante él orgullosa, altiva y echando fuego por los ojos mientras se quitaba las medias que acababa de perder.
Lo que comenzó como un juego, una manera de tentarla y llevarla a su terreno, se había convertido en un verdadero desafío, uno que Elis se había empeñado en seguir hasta el final.
—Y ahora, ¿qué te parece si dejamos de jugar a las cartas y pasamos a algo más interesante?
Esos bonitos y apetitosos labios se fruncieron con gesto de cabreo interno.
—Eres una rata…
Chasqueó la lengua.
—¿Qué te he dicho sobre los insultos?
Alzó la barbilla con gesto desafiante.
—Llamarte rata me parece de lo más ocurrente.
Chasqueó la lengua.
—Tienes muy mal perder.
—Suele pasar cuando tienes la costumbre de ganar.
Sonrió para sí. Sabía que estaba pensando, podía imaginárselo por la mirada que danzaba en sus ojos. Se lo había dejado claro desde el preciso momento en que se encontraron, pero no podía importarle menos. Se había mentalizado para ser paciente, cualquier cosa con tal de poder penetrar esa coraza con la que ahora se cubría.
Había esperado tanto tiempo por esto, por hacerla suya que se había convertido en un desafío personal, en una irracionalidad que no podía sacarse de la cabeza. Cuando más gruñía y se resistía ante él, más deseaba doblegarla, hacerla suya. Conocía a la niña que fue un día, pero esta mujer era una desconocida que se estaba abriendo paso a través de su piel.
Deslizó la mirada sobre su cuerpo, daba igual que llevase puesto, si estaba completamente vestida o con un coqueto juego de lencería como ahora mismo; era preciosa. Todo ese pelo suelto sobre los hombros, las curvas necesarias para resultar un sensual y adorable colchón para un hombre, le gustaba mucho más de lo que quería dejar traslucir.
—Sin duda tienes todo lo que tienes que tener y en los sitios adecuados —admitió mientras la rondaba, disfrutando de la visión de ese duro y firme culo, la larga espalda y los pechos que encajarían a la perfección en sus manos. No la tocó, algo que le costó todo un mundo, quería mantenerla en esa nerviosa expectación, fuera de balanza para que no pudiese coger la batuta que tanto necesitaba llevar y le diese con ella en la cabeza—. ¿Sabes? Me gusta ese color, te favorece.
Ladeó ligeramente la cabeza hasta que sus ojos se encontraron, curiosamente no se avergonzaba lo más mínimo por estar en desnuda desventaja.
—Entonces lo haré desaparecer de mi armario —rezongó ella—, dime cuál es el que detestas y lo vestiré todos los días.
Y sabía que lo haría, era lo bastante terca como para hacer eso y mucho más.
—¿Vas a ser tan complaciente conmigo? Que adorable.
Avanzó hacia ella, dominándola con su estatura, llevándola a dar un paso atrás sobre los altos tacones que se negaba a abandonar, entonces otro y otro más hasta que la pared puso fin a su retirada. La vio respingar al notar el frescor contra su piel caliente, el saltito hizo que arquease la espalda y sus pechos se proyectasen hacia delante. Su gato ronroneó en visible apreciación, le gustaba sentirla tan cerca, llenarse de su aroma y estaba como loco por bañarse en él.
Los pezones ya se marcaban contra la tela, duros y expectantes, podía estar realmente cabreada, hirviendo por dentro, pero el deseo estaba allí y eso le daba esperanzas.
La deseaba, tanto que casi lo consideraba una obsesión. La necesitaba, la quería por encima de todo y la posibilidad de que hubiese otro hombre en su vida, de que hubiese encontrado a alguien a quién amar, siempre había sido una dura losa sobre su alma. Se había obligado a prometerse a sí mismo que si existiese ese otro hombre, si ella ya no estuviese disponible, le entregaría las riendas del Dangerous y se marcharía para siempre de su vida, pero tenía una oportunidad. El que ella estuviese allí, frente a él y dispuesta a todo, cambiaba las cosas. Esa mujer era suya y pelearía hasta las últimas consecuencias para que ella lo comprendiese y aceptase como tal.
La muchacha que fue lo había querido una vez, ¿podría la mujer que ahora lo miraba desafiante recuperar ese sentimiento?
—Eres un manjar para la vista.
Su acerada mirada se topó con la propia, esa pequeña y deliciosa lengua emergió entre los labios y se deslizó sobre el inferior dejando una capa de humedad que los hizo brillar. Deseaba probar de nuevo esa boca, arrebatarle el aliento mientras sentía su cuerpo relajándose contra el suyo, disfrutando del placer que encontrarían juntos.
—Puedes ahorrarte los halagos —declaró directa.
—¿No te gusta que te halaguen? —Enarcó una ceja.
Cambió el peso de un pie al otro y adoptó una postura de sensual coquetería.
—Claro, siempre y cuando el que lo haga esté a la altura.
No pudo evitar sonreír ante el abierto insulto.
—Tienes una boquita de lo más peculiar.
—Una chica tiene que aprender a defenderse de los idiotas sin necesidad de emplear los puños —se encogió de hombros—. Las palabras suelen ser la mejor arma, son capaces de insultar sin que se enteren. Especialmente los hombres.
—Empiezo a sospechar que tienes algo personal contra mí.
Lo miró con fingida inocencia.
—¿Quién? ¿Yo? ¿Por qué habría de tenerlo? Solo me has robado lo que es mío… y acabas de dejarme en paños menores jugando al póker.
Chasqueó la lengua y deslizó la mirada de nuevo sobre ella.
—Strip-poker y te recuerdo que te di la opción de retirarte —le recordó galante—, pero no voy a negar que mirarte es algo de lo que disfruto. No pasa lo mismo con escuchar toda la mierda que sueltas por esa boquita. —Se inclinó sobre ella y apoyó una mano en la pared, al lado de su cabeza—. Así que, te propongo un nuevo juego.
Ella lo miró, su cuerpo reaccionó a su cercanía tensándose.
—¿Otro más? No gracias.
Hizo oídos sordos a su respuesta.
—Cada vez que me insultes, pagarás una prenda.
Puso los ojos en blanco.
—Ese juego podría no tener final, Luca.
Sonrió abiertamente.
—Más oportunidades para que puedas ganarme esta vez.
Dicho esto, bajó sobre su boca y la besó a conciencia. Enredó los dedos en su pelo, reteniéndola, quitándole el mando al que estaba acostumbrada y obligándola a entregarse o luchar.
Su resistencia fue admirable; durante dos segundos. Esa cosita era pura sensualidad, fuego embotellado y estaba deseando quemarse en él. Le acarició los labios seduciéndola a abrir la boca, a permitirle entrar y saborearla. Sucumbió a su sabor tanto como a su presencia, enlazó la lengua con la suya y la escuchó gemir, una pequeña victoria en una contienda demasiado importante.
Su cuerpo se encontró entonces entrando en contacto con el suyo, esas curvas se amoldaron a su dureza y las caderas acunaron la dura erección que ya empujaba sus pantalones. Era el molde perfecto para él, su gato ronroneó de placer al sentirla cerca, feliz de tocarla por fin.
Notó como sus manos, al principio inertes, subieron por sus brazos, sus dedos aferrándose a ellos, enredándose con la tela de la camisa con una obvia dualidad que luchaba entre apartarle o acercarle más.
Gruñó en su boca mientras le acariciaba la base del cuello con el pulgar, su mano libre encontró entonces sus senos y los sopesó por encima del sujetador. Notó los pezones bajo sus dedos, duros, pequeños botones sobresalientes que se moría por saborear. La necesidad hizo que abandonase su boca para permitirles respirar, pero no la dejó, ella era adictiva al igual que su piel. Le mordió la garganta, succionó la tierna piel haciéndola jadear para luego calmar el picor con una pasada de su lengua. Notó el pulso cada vez más acelerado aumentando el propio, su polla palpitaba con rabiosa necesidad, quería enterrarse en ella, poseerla, sacarse de encima esa imperiosa necesidad de tenerla para ver si así podía devolver algo de lucidez a su cortocircuitado cerebro.
Siguió sembrando besos sobre su piel, su aceptación era obvia en la forma en la que ladeó la cabeza para darle acceso; Elis era una mujer sensual, una que disfrutaba del placer tanto como él mismo. Su cuerpo empezó a contonearse entonces contra el suyo haciendo más que feliz a su erección, se obligó a retirarse un poco, capturó sus manos, las cuales parecían recrearse en sus músculos y descendió con ella, guiándola hasta el premio mayor.
—No puedes negar lo evidente —le susurró mordisqueándole la oreja—, disfrutas del placer, renaces en él.
La escuchó gemir, pero también notó el sutil cambio, la vacilación, la necesidad de sacudirse de encima esa nube en la que había quedado atrapada sin ser consciente de ello.
Su gato protestó, no quería perderla, no ahora que estaba tan cerca de ella.
—No —le impidió retirarse y guio su pequeña mano hacia su duro pene—. El placer no es más que un juego y solo hay que saber elegir las cartas para erigirse como el único vencedor.
Contuvo el aliento al notar la pequeña palma contra su polla, la reticencia de sus dedos, de su propio cuerpo antes de que le arrancase un nuevo gemido al morderle el arco superior de la oreja.
—¿Lo notas, Elis? Esto es por ti —ronroneó lamiéndole el lugar mordido—, estoy así de duro por ti.
Se apartó lo justo para permitir que entrase un poco de aire entre sus cuerpos y buscar sus ojos. Los encontró llenos de deseo, las mejillas encendidas y los perlados dientes atrapando a duras penas el labio inferior en un intento, no le cabía duda, por ahogar sus propias respuestas.
—Eres una cosita sumamente sensual —declaró sin dejar de mirarla, rozándose contra su mano al tiempo que bajaba la mirada sobre su cuerpo—, hecha para el placer. Um, sí… deseaba verte así, semidesnuda y excitada, con la respiración acelerada, la piel sonrojada y ese halo de arrebatado placer en los ojos.
—Eres un… —empezó a farfullar y la contuvo posando un dedo sobre sus labios.
—No —la interrumpió—, nada de insultos, ¿recuerdas? No a menos que quieras pagar una prenda.
—En estos momentos lo que quiero hacer es extirparte los huevos —siseó ella con voz agitada.
Empujó su erección contra la mano que todavía retenía contra él.
—Yo por el contrario quiero que los cuides como si fueran la jodida joya de la corona —se rio, la miró a los ojos y se relamió al ver la lucha en sus facciones—, quiero tus dedos alrededor de mi polla, tu boca chupándome con fruición…
Notó el temblor que la recorrió, vio la reacción que trajeron consigo sus palabras y el desnudo hambre que bailaba en sus ojos mezclado con la irritación, así como olió la excitación que la humedecía.
—Y puedo ver que la sugerencia es tan apetecible para ti como para mí.
Ella se lamió los labios y alzó la barbilla con esa obstinación que le divertía y excitaba al mismo tiempo.
—No contengas la respiración.
Sonrió de medio lado, bajo de nuevo sobre ella y capturó su boca, arrollándola sin previos, besándola con fuerza, furioso y rápido.
—No, gatita, no la contengas tú —jadeó en sus labios y deslizó la mirada hacia abajo, sobre su cuerpo—. Ambos sabemos que te excita la perspectiva tanto como a mí. Dime, ¿ya estás mojada? ¿Has empapado ese pequeño pedacito de tela? —continuó torturándola con palabras, retiró la mano que sujetaba la suya contra su sexo y sonrió secretamente al ver que ella no solo no la retiraba si no que deslizó los dedos, buscando una postura más cómoda—. ¿Notas lo duro que estoy? Me muero por hundirme entre tus piernas. Quiero follarte y hacerte gritar hasta que no puedas hacer otra cosa que correrte… —se lamió los labios, haciendo una pausa—. Dime, Elis, ¿qué es lo que deseas tú?