CAPÍTULO 15
Luca sabía que las mujeres eran las reinas de los cambios de humor, pero aquella en concreto, pasó de llorar como una niña en sus brazos a amenazarlo con toda clase de torturas medievales.
—¡No vas a volver a ponerme un dedo encima nunca mas, maldito hijo de puta!
Puso los ojos en blanco y terminó de arreglarse la ropa. Tenía que admitir que no había sido suficiente, necesitaba más, quería mucho más de ella, deseaba marcarla, reclamarla, algo que su felino le recordaba con irritado ahínco.
—A eso se le llama negación de orgasmo y está diseñado tanto para castigar sin causar daño o premiar haciendo que el placer sea incluso más intenso… cuando llega.
—¡Eres un sádico!
Enarcó una ceja ante su absoluta seguridad.
—En absoluto —declaró comprobando que no se había dejado nada—. Me he limitado a cumplir con mi palabra. Te avisé, Elis, no toleraré más insurrecciones e insultos de tu parte y ahora, ya sabes cuál es el castigo. Espero que lo tengas en cuenta la próxima vez.
—No habrá próxima vez —siseó mientras se vestía a toda prisa—. No habrá nada en absoluto entre tú y yo.
Ignoró su pataleta y fue a ella, la cogió de la cintura y le dio la vuelta, haciéndola tropezar con sus tacones para luego ayudarla con la ropa.
—Ya lo hay —declaró besándola en el cuello, deleitándose con su aroma y excitándose una vez más—. Siempre lo ha habido y ahora también está el Dangerous. —La giró y le apartó el pelo de la cara—. No has cambiado tanto como pretendes aparentar, la Elizabeth que conocía sigue ahí…
Lo fulminó con la mirada y lo empujó poniendo distancia entre ellos.
—Esa chiquilla murió hace quince años —declaró con pasión—. Desapareció en el mismo momento en que tú la humillaste.
Vio el dolor en sus ojos, lo escuchó en sus palabras, así como la rabia que los acompañaba y se encogió por dentro. No quería lastimarla, por el contrario, daría lo que fuese por llevársela con él a casa, meterla en su cama y resarcirla por esa pequeña jugarreta. Pero no podía, si quería recuperarla, debía ser firme y poner sus propias normas. Elis estaba acostumbrada a hacer su santa voluntad, se había convertido en una mujer dura y autosuficiente, una que había enterrado su dulzura y ternura bajo capas y capas de autodeterminación.
—No podía hacer otra cosa, Elis —aseguró poniendo de manifiesto el motivo principal por el que la había apartado de él—, te llevo doce años. En aquel momento… no podía quedarme a tu lado. No sería correcto, solo eras una niña y…
Alzó la barbilla, recogió la chaqueta, se la puso y lo enfrentó furiosa. Su felino ronroneó de placer, le gustaba esa fiereza en ella, tanto que quería lamerla como un helado y tumbarse a su lado.
—Pues ahora ya es tarde, Luca, llegas quince jodidos años tarde —dijo con total firmeza—. Yo ya no soy la misma mujer.
Lo miró con odio y rencor, uno motivado por el dolor que le había causado, una herida que jamás pensó sería tan profunda.
—Voy a recuperar lo que es mío —declaró encendida, sus ojos brillantes por las lágrimas que había derramado—, recuperaré el Dangeorus así tenga que destruirme a mí misma en el intento.
Se obligó a permanecer impasible a pesar de que todo en él gritaba por ir a ella, callarla a besos, darle el orgasmo que le había negado, tres o cuatro más y convencerla de que su lugar estaba a su lado.
—Ya sabes lo que quiero a cambio, Elizabeth —le recordó, alzó el mentón y la enfrentó con la misma suficiencia que esgrimía ella—. A ti. Completamente. Durante el mes que estaré a cargo del club.
Dio un paso atrás para evitar tocarla, se abrochó la chaqueta y recogió el abrigo que había dejado doblado sobre el respaldo de una butaca y la miró por última vez.
—Puedes irte a casa si lo deseas, cerraré yo —le informó sin más—. Mañana te quiero aquí a las 8 en punto. Quiero que eches un vistazo a la gama de colores que llevará la nueva decoración.
No esperó por respuesta, ahora era ella la que tenía la pelota en su tejado, solo esperaba que tuviese el suficiente valor para ponerla de nuevo en juego.
Era un capullo integral, un maldito hijo de puta y ella una completa estúpida por creer siquiera en sus palabras, por pensar, durante un solo instante que podría enfrentarse a él. La niña que había sido una vez seguía enamorada de él, no importaba que la hubiese desdeñado cuando la encontró con un sugerente conjunto de ropa interior y perfectamente maquillada esperándole en su cama, la había echado con frialdad y le había dicho toda clase de cosas que le hicieron pedazos el corazón.
Había estado tan ilusionada, había ahorrado durante meses para poder comprarse ese bonito conjunto, estaba decidida a que él fuese el primero y lo había ideado todo con perfecto cuidado.
Luca había estado pasando unos días en aquel entonces en su casa, era un buen amigo de la familia de Pietro, se conocían desde que eran críos y, cuando le vio por primera vez en el porche, supo que había encontrado al hombre de sus sueños.
Siempre había sido amable con ella, divertido y ocurrente, estúpidamente pensó que podía sentir lo mismo que sentía por él, pero no tardó en sacarla de su error.
Esa noche le dejó todo perfectamente claro. No dudó en tratarla como una niña estúpida, una mocosa consentida que, según él, necesitaba madurar. La desdeñó con un tono que jamás había usado con ella, la amedrentó hasta hacerla llorar y salir de ese dormitorio sin mirar atrás; Pietro los había escuchado discutir y se la había encontrado saliendo del dormitorio del hombre. En vez de apoyarla a ella, su hermana, se había puesto del lado de su amigo.
Se marchó de casa, se pasó toda la noche vagando sola por la ciudad solo para volver a la mañana siguiente, recibir una reprimenda de su madre y ver la desaprobación en los ojos masculinos.
No le permitió hablar, se negó a mirarle a los ojos o a escuchar siquiera alguna palabra procedente de su boca, la semana siguiente cumplía los diecisiete y con la carta de la universidad que la había aceptado en la mano, abandonó su hogar para siempre.
Esa había sido la última vez que había visto a Luca Viconti y, estúpidamente, ni siquiera el tiempo que había pasado hizo que dejase de amarle.
Luca estaba preocupado por ella. Conocía esa mirada, la había visto la primera vez que la hirió; un momento que llevaba grabado en su alma y que lo torturaba sin remedio. Encontrarse a ese ángel en su cama quince años atrás casi lo vuelve loco, había tenido que recurrir a toda su voluntad para rechazarla y no dejar que su felino hiciese lo que realmente deseaba; devorarla entera. Era una niña, apenas cumpliría diecisiete a finales de semana y él le llevaba doce años, doce malditos años que formaban una barrera demasiado grande que salvar en esos momentos.
Había sido un duro golpe verse en esa situación, sentir como su felino despertaba con ella, como se revolvía inquieto reconociéndola como una posible pareja. La había deseado nada más verla, al principio había pensado que sería mayor, pero su dulzura e inocencia pronto reveló a la adolescente que todavía era. No podía privarla de su juventud, de vivir su vida, ir a la universidad y hacer sus sueños realidad. Cuando la vio en su cama, vestida con aquellas dos piezas de lencería, maquillada y arrebatadora se sintió como un canalla por desearla, la rabia contra sí mismo y contra el destino que lo tentaba de esa manera acabó volcándola sobre ella, desdeñándola, hiriéndola con sus palabras y apartándola de él.
«Solo eres una mocosa enamorada de un ideal, de un sueño infantil y yo no soy la niñera de nadie. Despierta, Elis, si me caso será con una mujer, una que sepa complacerme y disfrute tanto como yo con cosas que harían ruborizar tu tierna carita».
Elis había huido entonces, Pietro le había convencido para dejarla ir, que se le pasaría, pero cuando empezaron a pasar las horas y ella no aparecía no pudo seguir inmóvil.
Su gato la había encontrado, estaba convencido que podría seguirle la pista en cualquier lugar. Apostado en la rama de un árbol, oculto por el follaje, la había vigilado y acompañado para evitar que le ocurriese daño alguno. La escuchó llorar, maldecir y prometerse a sí misma que nadie volvería a lastimarla, que no confiaría jamás en los hombres. Vio como sus actos la habían lastimado, lo que jamás pensó era que lo que debería haber sido una rabieta juvenil se convertiría en el mantra de su vida.
Él se había ido a la mañana siguiente, Pietro había intentado convencerle de que se quedase, de que hablase y se sincerase con ella, pero el verla llorar la noche anterior lo había cambiado todo. Gracias a él siguió estando al tanto de su vida, supo que se había ido a la universidad poco después abandonando su hogar y estableciéndose por su cuenta. Siguió sus pasos a lo largo de los años, vigilándola y cuidándola desde las sombras, muriéndose de celos cada vez que quedaba con algún amigo o compañero de universidad, cerrando los ojos y rabiando por dentro cuando tuvo su primera relación seria. Al final se había visto obligado a poner distancia pues su vida tampoco era vida, había dejado el país y se había concentrado en sí mismo hasta que su viejo amigo lo contactó cinco años atrás pidiéndole consejo y ayuda para el nuevo proyecto de Elis; el club Dangerous.
Esa mujer había sido su obsesión, las hembras que había encontrado por el camino nada tenían que ver con ella, humanas y cambiantes por igual, nadie podía compararse con su Elizabeth.
—Y ahora has vuelto a lastimarla —chasqueó la lengua.
Había sido un juego, sabía que no se moriría por estar un poquito frustrada, de hecho, tenía toda la intención de resarcirla tan pronto pudiese tenerla de nuevo en sus brazos, pero quería que ella sintiese durante unas horas lo que había sentido él todos esos años.
Elis era suya y estaba dispuesto a hacer lo que hiciese falta para que ella lo aceptase, incluso recurrir al chantaje.
Su felino seguía así mismo intranquilo y sabía que no se tranquilizaría hasta que él mismo lo hiciese, así que no le quedaba otro remedio; tendría que seguirla y confirmar que llegaba bien a casa.
Aquel era sin duda uno de los secretos mejor guardados, pensó con ironía, pues ni siquiera Pietro sabía a ciencia cierta dónde vivía exactamente su hermanastra.