CAPÍTULO 3

Luca localizó de inmediato a Pietro, no solo ocupaba la mesa de siempre, sino que su apariencia y presencia hacían de él alguien difícil de ignorar. Un corte de pelo inusual, una línea de aros en el arco superior de la oreja derecha y una amplia muestra del álbum de un tatuador cubriendo los musculosos brazos conferían al hombre un aire de peligrosidad y rebeldía que solía repeler y atraer por igual. Pero toda la apariencia no era más que una fachada, una forma tan buena como otra de escudarse ante el mundo y mantener su propia privacidad.

Su gato se revolvió al captar su aroma y lo reconoció como a un miembro de su especie. Su hermana no tenía la menor idea de lo que era o a lo que se dedicaba, por otro lado, la realidad era que a Elis había pocas cosas que le importasen que no tuviesen relación consigo misma o con el club que poseía. De la muchacha que había conocido ya no quedaba nada y, la mujer que ahora era, resultaba un estimulante desafío.

Pietro se había convertido en un inesperado aliado en su causa, el que ambos tuviesen una filosofía común y compartieran la misma naturaleza, les había llevado a hacer un frente único para mantener a esa polvorilla lejos de los problemas.

Atravesó la sala y lo saludó mientras ocupaba una de las sillas vacías.

—Tan puntual como un reloj suizo —lo saludó su amigo.

Se encogió de hombros.

—No hay necesidad de perder más tiempo —declaró tomando asiento—, o hacerte esperar, puesto que ya estabas aquí.

Pietro cogió su vaso y vació el contenido de un trago.

—¿Has conseguido algo de Callahan?

Se desabrochó el botón de la americana y se puso cómodo mientras echaba un vistazo por encima del hombro y llamaba a la camarera con un gesto.

—Lo cité a las siete —comentó girándose hacia él—, aunque la puntualidad no es una de sus virtudes. ¿Alguna idea de cómo demonios ha llegado Elis a tener negocios con él?

Negó con la cabeza y miró a la camarera que acababa de detenerse al lado de su mesa.

—La noticia me ha sorprendido tanto como a ti.

Asintió, podía imaginárselo.

—Un whisky con hielo —pidió entonces volviéndose hacia la empleada—, y otro igual para el caballero.

La mujer se tomó su tiempo en anotar sus bebidas mientras los devoraba disimuladamente con la mirada. Era un momento típico, ambos intercambiaron una mirada cómplice e ignoraron a la chica hasta que se marchó.

—No hay registrado ningún pago o ingreso con esa cantidad de dinero —aseguró. Él era, después de todo, el tesorero del club—. Sea lo que sea, no lo empleó en el Dangerous. Y, a pesar de ello, ha tenido que ser algo de suma importancia si decidió poner el local como aval.

Se frotó el mentón pensativo.

—¿Nunca te solicitó tal cantidad? Quizá para algo propio, no sé…

Negó de nuevo con la cabeza y señaló lo obvio.

—Si me hubiese pedido tal cantidad de dinero, créeme, lo recordaría —respondió con ironía—. Especialmente porque tendría que haberme dicho en qué iba a emplearlo.

Elizabeth no era una mujer dada a los excesos, el haberse hecho cargo del local la había llevado a convertirse en una sensata empresaria, por ello, la aparición de esa inesperada deuda y la ausencia de conocimiento de a qué correspondía los tenía en vilo.

Oh, sí. La mujer era dada a los problemas, había tenido que sacarla de ellos una y otra vez en los últimos años, pero todos se debían a la inexperiencia o a esa dulce boquita que la perdía, pero nunca había llegado tan lejos.

—No, esto lo ha hecho a mis espaldas e ignoro el motivo que la llevó a ello y en qué demonios invirtió el dinero —aseguró su amigo con un bajo gruñido que dejaba traslucir su verdadera naturaleza—. Por más que insistí no obtuve una respuesta que me gustase, solo conseguí que me asegurase que no lo había empleado en nada ilegal. Eso y que me diese a entender que ella misma se encargaría de salir del lío en el que se había metido.

Enarcó una ceja.

—¿La creíste?

Asintió.

—Sí —aceptó rotundamente—. No es estúpida, Luca, ni tampoco tiene mal fondo. No se metería en nada turbio a propósito. Pero sí me preocupa que quiera arreglarlo ella misma, ya sabemos cómo suelen acabar ese tipo de cosas con Elis.

Se contuvo de responder ante el regreso de la camarera, la cual dejó ambas consumiciones y volvió a marcharse, no sin antes dedicarle una generosa visión de su escote y un sensual guiño. No pondría la mano en el fuego por la gatita, no lo hacía por nadie, pero después de todo el tiempo que llevaba vigilándola creía en las palabras de Pietro; Elis no era una mujer que se involucrase voluntariamente en nada turbio, no estaba hecha de esa pasta. Debajo de la fachada de femele fatal existía una mujer demasiado buena y tierna, pero no podía evitar lo evidente, que, a pesar de ello, había recurrido a hacer tratos con los bajos fondos.

—Lo hizo en el momento en que pidió un préstamo a Callahan y puso el club como aval —resumió de mala gana—. Esa muñequita va a tener que dar muchas explicaciones.

Su amigo lo contempló atentamente, entonces chasqueó la lengua y sacudió la cabeza.

—Está claro que te gusta el peligro —comentó Pietro—, estás a punto de meterte en las fauces de una fiera. Si no supiese que es totalmente humana…

Sonrió de medio lado ante la apreciación de su amigo. Ambos eran cambiantes de la raza felina, mientras que la pequeña Elis era totalmente humana. La muñequita había llegado a la vida de Pietro en un momento inesperado, cuando su madre se casó con el padre viudo de su amigo y ampliaron la familia.

—No te preocupes, soy un buen gladiador.

El gesto en el rostro masculino lo decía todo, pero no tuvo tiempo a darle una respuesta pues el teléfono que tenía sobre la mesa empezó a sonar y vibrar al mismo tiempo.

—Hablando de la reina de Roma… —declaró con un mohín. Miró el teléfono y cortó la llamada. Sin embargo, volvió a sonar con insistencia.

—Cógelo o seguirá insistiendo.

Puso los ojos en blanco.

—Cógelo tú.

Esbozó una perezosa sonrisa.

—Lo haría, pero dudo que quiera hablar conmigo.

Su amigo resopló y contestó a la llamada.

—Elis estoy ocup…

No puedo terminar la frase, pues una serie de gritos y chillidos inundó la línea llegando hasta sus sensibles oídos.

—¿Cómo has podido? —escuchó claramente su voz—. ¡Te dije que yo me encargaría de solucionarlo! ¿En qué demonios estabas pensando para citarte con Luca Viconti? ¡Pero qué clase de maldito perro traidor eres!

Ouch —gesticuló con palpable diversión—. Las noticias vuelan.

Pietro puso los ojos en blanco, respiró profundamente y cortó la llamada sin más.

—¿Crees que ha sido un movimiento inteligente?

Si algo había descubierto de esa mujer era que no se tomaba nada bien que la dejasen con la palabra en la boca. Estaba acostumbrada a hacer su voluntad, a obtener lo que deseaba al precio que fuese y a no ceder ante nada.

—¿Colgarle el teléfono? —preguntó—. No. Pero la otra opción era quedarme sordo.

No pudo hacer otra cosa que asentir mientras le daba un nuevo sorbo a su bebida.

—¿Cómo ha podido enterarse de nuestra cita?

Estaba claro que ella sabía que estaban juntos o al menos que se habían citado para algo y, a juzgar por el gesto que hizo su interlocutor, diría que sabía perfectamente cómo había llegado a tal conclusión.

El teléfono volvió a sonar poniendo de manifiesto lo que recordaba de Elizabeth, que era una mujer insistente.

—Elis tiene una manera única de descubrir hasta los más turbios secretos —masculló al tiempo que cogía el teléfono y lo miraba como si fuese un animal peligroso—, y de hacerte pagar por ocultárselos.

—¿Ya sabe la verdad?

Pietro compuso una mueca.

—No me corresponde a mí decírselo y parece que Margaret decidió guardarse ese pequeño detalle para sí misma.

Margaret era la madre de Elis, ella había sido consciente de con quién se estaba casando y dónde se estaba metiendo, sin embargo, había decidido mantener esa realidad lejos de su hija en su estúpida necesidad de protegerla de él.

—¿Durante casi quince años?

Se encogió de hombros.

—Esa tarde cambió todo para ella, Luca —lo acusó—, de la chiquilla que conociste no queda ni el recuerdo. La propia Elis se encargó de ello. Se alejó de todos, incluida su madre. Yo fui el único al que le permitió acercarse y, aun así, sigue manteniendo las distancias.

Lo vio cortar de nuevo la llamada y no pudo evitar enarcar una ceja.

—¿Quieres que conteste yo?

Le miró y sonrió de medio lado.

—¿Tienes tantas ganas de morir?

Sí, posiblemente estaba de un ánimo suicida.

—Qué puedo decir, ardo en deseos de escuchar su voz y responderle… como se merece —aseguró con doble intención—. Es algo que sin duda debiste haber hecho tú mismo desde hace tiempo, eso habría evitado que se descontrolase de este modo.

Se limitó a negar con la cabeza.

—No soy su niñera, ese dudoso honor te lo has concedido, tú mismo, años atrás —le recordó antes de coger de nuevo el teléfono y responder—. Elis…

—¡Eres un cabrón hijo de puta! —La voz de la mujer volvió a sonar alta y clara—. ¡Ni se te ocurra volver a colgarme el teléfono, capullo! ¿Dónde estás? Dime que no estás con ese hijo de puta. Pietro, te juro que…

Resopló y volvió a colgarle.

—Y eso es una muestra de lo que te espera…

El teléfono volvió a sonar, colgó una vez más y optó por desconectarlo.

—Las mujeres son a menudo fuente de complicaciones —comentó recuperando su propia copa para beber de ella—, pero esta… —levantó el vaso y le dedicó un brindis—, de verdad espero que sepas en lo que te estás metiendo, Luca.

Hizo lo mismo y le dedicó su propio brindis.

—¿Dónde estaría la emoción de la caza si las mujeres se comportaran siempre como se espera de ellas?

—Un pensamiento que sin duda comparto —los interrumpió una voz masculina—. Caballeros.

Ambos se giraron para ver al recién llegado. Vistiendo de manera informal, con tez bronceada y pelo corto, Daniel Callahan acababa de hacer su aparición.