CAPÍTULO 14
Elis deseaba matarlo.
Primero lo violaría, oh, sí, se daría un festín con él por todo lo que le estaba haciendo y luego lo mataría.
Sus palabras la volvían loca, su sensual y profunda voz la estremecía de placer, obrando como lo haría un potente afrodisíaco nublándole el sentido. El pasado empezó a mezclarse con el presente confundiéndola, sacando a la luz esas emociones juveniles que creía haber extinguido hacía años. Mierda. Lo deseaba, maldita fuese su estampa, lo deseaba con desesperación, la presión en la parte baja de su vientre aumentaba sin demora y le empapaba el tanga. Se sentía hinchada, anhelante y febril, la idea de arrancarle los pantalones y follarlo era la mayor estupidez que podía pasársele cualquier día por la cabeza, pero ahora mismo, la consideraba la mejor de las ideas.
Estaba totalmente perdida, lo supo desde el instante en que sus miradas volvieron a cruzarse después de todos esos años, no importaba lo mucho que quisiera odiarle, la verdad yacía en su corazón, uno que había sangrado por él en el pasado y que, sin embargo, seguía latiendo.
Ya no se trataba de la expectación o de los nervios propios de la juventud ante su primer amor, era el deseo, la lujuria y la necesidad propia de una mujer que disfrutaba de lo que podía ofrecerle el sexo masculino. Y lo deseaba, ese estúpido baile que había protagonizado la noche anterior había sido como firmar su propia sentencia. Se había excitado, había disfrutado al saberse vigilada y contemplada, su cuerpo había reconocido su presencia y estaba más que dispuesto a dejarse seducir.
¡Y entonces se había marchado! La había dejado caliente y frustrada, tan excitada que había tenido que recurrir a su amiguito a pilas bajo la ducha.
¡Maldita fuera su estampa! Quería que la follase, quería esas fuertes manos sobre su cuerpo, la lujuriosa boca en su sexo, lo quería todo de él y ese deseo era lo que lo convertía todo en una colosal estupidez.
—Deseo que cierres el pico —jadeó respondiendo a su pregunta e intentando recuperar el aliento—. Hablas demasiado y actúas muy poco.
Se echó a reír, una risa profunda y masculina que la recorrió como un relámpago. Su cuerpo reaccionó de inmediato humedeciéndose y excitándose aún más. Le dolían los pezones, sentía los pechos pesados y oprimidos en el confinamiento de la ropa interior.
Demonios, estaba jodidamente caliente.
—Quítate el sujetador —le susurró al oído—, y el tanga. Te quiero completamente desnuda.
¿Acababa de acompañar sus palabras de un suave ronroneo gatuno?
—¿Por qué no lo haces tú mismo?
No le gustaba recibir órdenes, especialmente en la cama, por el contrario, estaba acostumbrada a darlas, a llevar el control y decidir así hasta dónde estaba dispuesta a llevar.
Sin embargo, él debía ser de su misma opinión, ya que dio un paso atrás y la privó de todo contacto mientras se tomaba su tiempo para contemplarla.
—Porque yo soy el que da las órdenes aquí y tú quién las acata.
No pudo evitar mirarle con arrogancia. Si esperaba que se doblegase a él, la llevaba clara.
—Creo que no has comprendido bien lo que dije al respecto de quién recibe las órdenes y quién debe acatarlas.
Sonrió, esa perezosa mueca que la irritaba y excitaba al mismo tiempo.
—Y tú que, en este juego de poder, yo soy el que tiene todas las cartas —aseguró con petulancia. Entonces la señaló con un gesto de la barbilla—. El sujetador y el tanga. Fuera. Ahora.
Apretó los labios y se mantuvo firme, desafiante, no estaba dispuesta a doblegarse ante él.
—Elis… no lo repetiré —declaró con voz baja, tranquila y, aun así, con una clara advertencia—. Desobedece y pagarás la prenda que tantas ganas tienes de ganar.
No cedió, se preparó para pelear y demostrarle a ese hombre que no podía volver a su vida después de quince años y arrasar con todo.
Se estiró con estudiada languidez, moviéndose con una sensualidad destinada a atrapar su atención y, al igual que todos los hombres, picó el anzuelo. Su mirada se volvió más intensa, se lamió los labios y parecía estar calculando cual sería la mejor manera de abordarla.
—Pagar una prenda —chasqueó la lengua, modulando las palabras con lentitud sin quitarle la mirada de encima—. Si eso va contra tus órdenes, adelante. La pagaré con sumo placer.
Entrecerró los ojos, sus labios se curvaron en una perezosa sonrisa de suficiencia.
—Y lo harás, gatita, me ocuparé personalmente de que la pagues… con sumo placer.
El tono en sus palabras debió ser suficiente advertencia de que se estaba metiendo en terreno peligroso, pero no estaba en su naturaleza ceder y mucho menos ante él.
—No vas…
Le sujetó la barbilla privándole de movimiento y sorprendiéndola por ello.
—Silencio —la censuró. Le acarició el labio inferior con el pulgar un segundo antes de introducirlo en el interior de su boca y acariciarle la lengua brevemente—. Has perdido el derecho a replicar. Ahora eres mía. Mía para hacer lo que yo desee, para seguir mis instrucciones y gritar con el placer que yo te brinde.
No pudo siquiera replicar, el dedo abandonó la húmeda cavidad solo para ser sustituido por su lengua. Su sabor especiado la embriagaba, la pericia que tenía al besar la desarmaba por completo, para ser sincera, jamás había disfrutado tanto con un beso hasta él.
Tan rápido como cayó sobre ella, se apartó. El sujetador y el tanga abandonaron su cuerpo incluso antes de que se diese cuenta de que él la estaba desnudando, sus manos cayeron sobre su piel, pellizcándole los pechos, recorriéndola sin dejar un solo recoveco, memorizándola para algo que solo él parecía saber. Se encontró apretada contra su cuerpo, jadeando en busca de aire mientras una mano dura y fuerte le acariciaba las nalgas y los dedos descendían entre sus mejillas acariciando su mojado sexo desde atrás.
—Mojada y caliente —enumeró con una practicidad que la estremeció—. Me empapas los dedos.
No dejó de mirarla a los ojos mientras esas intrusas falanges se deslizaban por sus chorreantes labios, acariciando y hundiéndose finalmente en su anhelante carne al punto de llevarla a ponerse de puntillas. La tensión que ya sentía en el vientre se incrementó exponencialmente, aumentó el placer y su cuerpo empezó a transpirar a causa del placer.
—Sí, ese es el rostro que quiero ver —ronroneó, sus ojos fijos en los suyos—. Desnudo, sincero y preso del placer.
—Si esperabas otra cosa no deberías meter las manos dónde no debes.
Se rio entre dientes.
—Oh, la mía está justo dónde quiero que esté —aseguró y empujó sus dedos un poco más arrancándole un gemido—, es la tuya la que todavía no se acerca a su destino.
Lo miró con fingida inocencia.
—Sobre mi polla, gatita —declaró sin tapujos—, introdúcela en el interior del pantalón y acaríciame hasta que te diga que dejes de hacerlo.
Se lamió los labios y bajó la mirada entre sus cuerpos, pegado a él como estaba, era un poco difícil cumplir con su petición.
—Se te da de lujo dar órdenes.
—Y a ti se te dará de lujo obedecerlas —declaró, se echó hacia atrás y le dejó espacio para que pudiese llevar a cabo su petición.
Sus dedos encontraron la dura y caliente carne y no pudo evitar que se le hiciese la boca agua. Estaba muy bien dotado, largo y ancho, una definición que llevaba el sello de «perfecto» en su diccionario. Lo rodeó con los dedos, lo acarició y se lamió los propios labios al notar una gota de humedad en la cabeza del miembro. Se le hizo la boca agua, no podía evitarlo, le gustaba el sexo oral y la perfectiva de tener ese miembro que estaba acariciando en su boca la ponía incluso más caliente y cachonda de lo que ya estaba.
—Despacio, gatita —ronroneó él, su voz mucho más ronca y profunda—, cuando me corra quiero estar profundamente enterrado dentro de ti.
Siguió acariciándola, sus dedos entraban y salían de su apretado sexo con facilidad, la lubricación natural que le ofrecían sus jugos ayudaban a la tarea de enloquecerla. Intentó acercarse a él, quería más, necesitaba más, pero cada vez que parecía estar un poco cerca de lo que deseaba, se retiraba.
—No —la frenó una vez más, impidiéndole lo que deseaba, correrse—. Todavía no.
Soltó un pequeño chillido.
—¿Estás intentando volverme loca? Porque joder, lo estás consiguiendo.
Se limitó a seguir con esas lentas y enloquecedoras caricias.
—No dejes de acariciarme, nena o no tendrás lo que deseas.
El muy maldito se detenía también cuando dejaba de acariciarle, no importaba que la estuviese volviendo loca, que su mente se hubiese convertido en papilla y perdiese el ritmo, si dejaba de ordeñarlo, él dejaba de penetrarla y la frustración la estaba haciendo perder la cabeza de verdad.
—Eres un maldito hijo de puta —siseó al tiempo que le apretaba el pene con saña.
Lo oyó succionar el aliento, pero por lo demás ni se inmutó, siguió con sus cadenciosas caricias unos minutos más, empujándola una y otra vez hacia el borde y manteniéndola allí sin permitirle la ansiada liberación.
—Maldita sea, Luca, necesito correrme —siseó ya desesperada—, deja de jugar de una jodida vez y dámelo…
Él chasqueó la lengua, retiró los dedos de su interior y se apartó librándola al mismo tiempo de su contacto.
—Te daré lo que yo crea conveniente, cuando yo lo crea conveniente —aseguró sin perder ese borde arrogante de siempre—, si quiero que te corras, te correrás, si no lo deseo… no alcanzarás el orgasmo.
Lo fulminó con la mirada.
—Como si pudieses impedírmelo.
Esa soslayada sonrisa debió haberle advertido de lo que estaba por llegar, pero, estúpidamente, su orgullo seguía llevando las riendas e iba a preceder a su caída.
—Ahora soy yo el que tiene las riendas, Elis —le dijo inclinándose sobre su oído—, y tú la que está al otro lado. Aprende a apreciar esa perfectiva, nena, pues vas a tener que acostumbrarte a ella.
Sin más, se sintió vapuleada, su boca bajó sobre la suya en un breve y ardiente beso antes de que le sujetase por la cintura y la girase.
—Manos sobre la pared, encanto —le susurró al oído mientras sentía su erección, ahora libre de la restricción de la ropa, acariciándole las nalgas antes de sumergirse bajo ella hasta su húmeda entrada—. Respira profundamente.
—Si esperas que… —Las palabras le quedaron atascadas en la garganta cuando se sintió penetrada por esa dura polla. No fue suave, se introdujo en ella con fuerza dejando que lo succionase hasta las pelotas—. Oh… ¡joder!
—Cuando te diga «respira profundamente» hazlo, encanto —se burló él, apretándose contra ella, aferrándole la cadera con una mano mientras le pellizcaba un pezón con la otra—. Sí, deliciosa. Apretada, húmeda. Va a ser un verdadero placer joderte.
—Pues deja de hablar y hazlo —gimió desesperada.
Una inesperada palmada en la nalga la hizo respingar, el movimiento lo impulsó más adentro aumentando el placer que ya sentía.
—¿Que te he dicho sobre quién da las órdenes aquí?
Apretó los dientes y apoyó su peso contra las manos, estaba tan caliente, tan cachonda, que le daba igual lo que dijese con tal de que se moviese de una buena vez.
—Eso está mejor —declaró acariciándole la nalga que había golpeado previamente antes de volver a ceñirle la cintura y retirarse muy lentamente de ella—. Oh, sí, justo así.
—Dios…
Le escuchó reír.
—Con Luca será más que suficiente —aseguró volviendo a penetrarla una vez más, en esta ocasión con mayor lentitud—. Respira profundamente… sí, justo así —volvió a penetrarla con fuerza un instante antes de volver a salir—, buena chica. Recuerda respirar, Elis, cuando creas que ya no puedes aguantar más, acuérdate de respirar…
Se lamió los labios y sacudió la cabeza.
—Por favor, solo muévete, joder, muévete…
Se inclinó sobre ella y le acarició la oreja con su aliento.
—Veo que empiezas a comprender cómo funciona el juego —le mordió el apéndice—, pero me debes una prenda y ya es hora de pagar.
Se inclinó sobre ella y la mantuvo prisionera con su cuerpo, entrelazó una mano con la de ella para mantenerla anclada en la pared y le sujetó la cadera con la otra para evitar que se moviese mientras la usaba a conciencia.
La montó sin piedad, su pene se deslizaba dentro y fuera de su ansioso sexo con fuerza y facilidad, estaba tan mojada que le facilitaba la intrusión. El golpear de la carne contra carne empezó a sonar de fondo poniendo la banda sonora a aquella exquisita tortura, la folló sin medidas, rápido, con fuerza, lento y más suave cuando creía estar a punto de alcanzar el orgasmo. La torturó durante lo que a ella le parecieron horas y seguramente no sería otra cosa que minutos sin permitirle correrse. La llevó al borde, haciéndola rogar, suplicar por algo que no acababa de llegar, la despojó de su arrogancia, de la coraza con la que se vestía reduciéndola a una simple mujer sobrepasada por el placer…
—Luca, por favor, no puedo más —a estas alturas ya lloriqueaba—, por favor, deja que me corra, por favor…
Notó el cambio de posición, como abandonaba su cadera y las manos se cernían ahora sobre sus pechos, amasando y pellizcando sus pezones, enviando una descarga eléctrica directa a su sexo, desencadenando el final que deseaba solo para sentir como se retiraba de ella dejándola vacía y frustrada y eyaculaba sobre sus nalgas.
—¡No! —gritó desesperada, el orgasmo escapándosele de nuevo entre los dedos, la frustración convirtiéndose en un agudo dolor que la enloquecía—. No, no, no… ¡maldito seas, no!
Se revolvió en sus brazos, dispuesta a pegarle, a arrancarle los ojos, pero solo consiguió ser retenida de nuevo de espaldas a la pared, con las manos ancladas por las suyas y su caliente muslo presionando su chorreante, dolorido e insatisfecho sexo.
—Quieta, fierecilla —la retuvo dominándola con su cuerpo, su tono de voz hablaba de diversión masculina y profunda satisfacción—, te advertí que te tocaría pagar una prenda.
Los ojos se le llenaron de lágrimas, la frustración a la que estaba sometido su cuerpo era insoportable, podía sentir como le picaba la nariz y empezaba a congestionarse.
—Te odio —musitó con voz rota—, te… odio…
Para su sorpresa él le acarició con suavidad la mejilla, la atrajo contra su cuerpo y la acunó mientras rompía a llorar.
—Te odio, te odio, te odio, Luca, te odio —recitaba sin parar, sus palabras ininteligibles por los sollozos—, ¡te odio!
—Shhh —la acunó contra su pecho—, déjalo salir Elis, déjalo salir.
—¿Por qué has tenido que volver? ¿Por qué? —seguía barboteando, ahora contra su pecho. Él ni siquiera se había quitado la camisa—. ¿Por qué tienes que seguir haciéndome daño? Yo te quería, Luca, te quería tanto y tú me desdeñaste. Maldito seas, Luca, maldito…
Ese suave ronroneo volvió a envolverla mientras sus brazos se ceñían a su alrededor.
—Shh, todo eso ha quedado atrás, Elis. Ahora estoy aquí. Estoy aquí y no voy a dejarte ir.
Se aferró a él y dejó que el dolor que llevaba quince años guardando en su corazón encontrase por fin la salida.
—No renunciaré a ti de nuevo, gatita, nunca.
Apretó los ojos y sacudió la cabeza. No quería escuchar eso de sus labios, no quería escuchar nada de él, solo quería perderlo de vista, quería olvidar que alguna vez le había amado y que, muy probablemente, seguía haciéndolo.