CAPÍTULO 5

Elis comprobó, nada más ver a aquel hombre, que el tiempo podía ser benévolo para algunas cosas y complemente inútil para otras. La niña enamorada que fue un día se quedó sin respiración. Con el corazón latiéndole a toda velocidad y mirándole embobada, pero era la mujer que era ahora, aquella que se había hecho a sí misma y había derramado amargas lágrimas por culpa suya, la que hervía por dentro.

Quince años, quince malditos años y él apenas había cambiado. El muy maldito seguía siendo un hombre arrebatador, con ese aire de elegancia y peligrosidad que siempre lo había envuelto y que la había enfatuado. Su rostro, sin embargo, poseía ahora un aire de madurez y seguridad que no había estado allí antes y que hacían que todo el conjunto fuese incluso más irresistible.

Como si los presentes presintiesen su llegada y la de Christie, los vio levantar la mirada y observarlas. Luca se levantó y su altura, acompañada de esa fuerte masculinidad que lo envolvía, consiguieron que le temblasen las piernas. No le recordaba tan alto, tan intenso y sexy.

Al verlo caminar en su dirección se tensó, se obligó a tragar el nudo que amenazaba con dejarla sin palabras y lo enfrentó, sosteniendo la mirada que él mantenía sobre ella.

—Buenas noches, Elizabeth.

No se lo pensó dos veces, no podía darse el lujo de sucumbir ahora en su presencia, no después de tanto tiempo, así que fue directa al grano.

—Sea lo que sea que te ha prometido Pietro, la respuesta es no.

—Buenas noches, señorita Fiori —lo saludó al mismo tiempo su compañero, quién se había levantado también, un hombre al que conocía perfectamente.

—Señor Cahallan —lo saludó con un seco gesto de la cabeza—. Esperaba que la cláusula de confidencialidad sirviese para algo…

Él sonrió de medio lado y miró a su compañero.

—Soy un hombre de negocios, querida —replicó—, se me debía dinero y su apoderado decidió tomar cartas en el asunto.

Entonces miró más allá de ella y pudo sentir como Christie, quién la había acompañado hasta allí, se sobresaltaba.

—Esto es lo que yo llamo un encuentro fortuito —continuó él—. Ha pasado mucho tiempo, Christie.

No pudo evitar sorprenderse ante la obvia coincidencia.

—¿Os conocéis?

—Por desgracia —masculló su compañera.

—Y esa es toda una declaración de intenciones.

—¿Es ella? —escuchó a Luca dirigiéndose hacia su acompañante.

—Lo es —declaró el hombre con gesto divertido—, la misma que me desplumó.

Notó como la mujer se tensaba y se le encendían las mejillas.

—¿Lo hiciste? —murmuró solo para los oídos de su amiga.

—Solo me cobré lo que se me debía.

—No sabía que tuviésemos una deuda, querida.

Christie sacudió la cabeza, dio un paso a un lado y se excusó.

—Te esperé fuera.

—¿Estás segura?

Ella miró al hombre con gesto irritado.

—Sí, a menos que seas tú la que quiera ayudarme a enterrar un cadáver.

El aludido se echó a reír, una sincera carcajada que reverberó en el reservado atrayendo miradas sobre ellas.

—No es sabio amenazar a alguien con quién tienes asuntos pendientes, pequeña.

Si los ojos matasen, Daniel sería ahora hombre muerto.

—Vete al infierno —la vio sisear antes de dar media vuelta y salir con paso decidido.

—Pero…

Abrió la boca y estaba a punto de seguirla cuando notó una dura y fuerte mano cerrándose alrededor de su muñeca.

—No te preocupes, querida, ya me ocupo yo…

Abrió la boca para decirle dónde podía meterse su mano, cuando escuchó un bajo gruñido un segundo antes de que su agarre se aflojase permitiéndole recuperar su brazo.

—No la toques…

Los comensales más cercanos parecían interesados en el espectáculo que estaban dando. Arrugó la nariz, dio un paso atrás y miró a su alrededor en busca del tercero en discordia.

—¿Dónde está ese perro falso?

—¿Quién? —Luca enarcó una ceja.

—Creo que habla de Pietro —comentó Daniel, quién parecía más interesado en salir tras de Christie.

—¿Vas a dejarla ir?

El hombre respondió a la pregunta de su amigo con una sonrisa soslayada.

—No.

Aquella conversación era imposible de seguir. Sacudió la cabeza y se tragó un temblor para encarar a su interlocutor.

—Pietro no tiene la potestad para tomar decisiones en mi nombre —ignoró al hombre que más la trastornaba y se centró en Daniel—. No es su nombre el que está en el contrato de…

—No, es el mío.

Se giró hacia Luca, quién había decidido intervenir sin invitación. Su rostro impasible y sus ojos fijos en ella la hicieron estremecer. Alzó la barbilla dispuesta a contraatacar.

—Sea lo que sea que te haya prometido ese hijo de puta, la respuesta es no —declaró con frialdad, entonces se giró hacia Daniel—. Y en cuanto a usted, tenga por seguro que saldaré esa maldita deuda.

Daniel enarcó una ceja y le habló con suavidad.

—Su socio en el Dangerous ya se ha encargado de saldar esa deuda.

Frunció el ceño con profunda sorpresa.

—¿Pietro ha…?

—No estoy hablando de Pietro Fiori —aseguró y señaló a su acompañante con un gesto de la barbilla—. Si no del nuevo dueño.

—Gracias, Daniel. —Había un toque irónico en la voz de Luca.

—Estabas tardando demasiado y la gatita se está poniendo cada vez más nerviosa.

—¿De qué diablos estáis hablando?

Lo vio respirar profundamente, mientras Daniel se despedía sin quitarle la mirada a la puerta de la calle.

—Luca te pondrá al corriente de todo, querida —le dijo, le dedicó una inclinación de cabeza a su amigo y se marchó sin más.

Totalmente sorprendida y descolocada, se giró hacia el último hombre con el que le habría gustado verse esa noche.

—¿Pero…? ¿Qué significa todo esto?

Le indicó el asiento del reservado que habían estado ocupando hasta ese momento a modo de invitación.

—Sentémonos, querrás escuchar cómo están las cosas.

—Estoy bien de pie —declaró con frialdad—, no tengo intención de alargar esta conversación, así que vayamos al grano. ¿Qué ha hecho el gilipollas de mi hermanastro?

—Deberías ser un poco más respetuosa con la persona que se preocupa lo suficiente por ti como para buscar el modo de sacarte de los problemas.

Entrecerró los ojos.

—Mis asuntos no son de tu incumbencia.

—Ahora sí —declaró con firmeza—, ya que soy el actual propietario del Dangerous. He pagado la deuda que tenías con Callahan y, teniendo en cuenta que he sido el socio capitalista del club desde el momento de su inauguración, eso hace que todo lo que pase en ese local sea asunto mío; incluida tú.

—¿De qué diablos estás hablando? —negó con decisión—. El socio capitalista es Pietro.

—No querida, Pietro ha sido solo mi apoderado —la noqueó con sus palabras—. El que ha aportado la inyección económica necesaria para poner en marcha el local, siempre he sido yo.

Se quedó sin respiración, el color la abandonó y durante unos segundos, lo vio todo negro.

—No, eso no es verdad… —se resistió a creer algo así—. Eso es absurdo. ¡Es imposible!

—Siéntate, Elis —insistió y le señaló una vez más el asiento que había quedado vacío al otro lado de la mesa—. Hay mucho de lo que hablar.

Sacudió la cabeza.

—No pienso sentarme —se negó—. ¿Dónde está Pietro? Lo quiero aquí. No me fío de ti, ¡no te creo ni un ápice!

Los profundos ojos verdes se clavaron en ella una vez más. No pudo evitar estremecerse bajo su intensidad y apenas logró mantenerse en pie cuando lo vio deslizar unos papeles sobre la mesa, dejándolos delante de ella.

—Veamos si esto hace que te convenzas de mis palabras.

No quería hacerlo, solo deseaba irse de allí, dejarle plantado como él lo había hecho con ella mucho tiempo atrás, pero ya no era una muchachita inexperta y soñadora, ya no huía de los problemas. Cogió los documentos y empezó a ojearlos comprobando la veracidad de sus palabras en los mismos y palideciendo al ser consciente de lo que significaba.

Se vio obligada a tomar asiento, era eso o caerse al suelo, al ver las facturas de las reformas, los justificantes de los préstamos y los permisos legales, todo ello firmado con un único nombre; Luca Viconti.

—Esto…

—Esta es la actual situación del negocio que regentas —le dijo con seriedad—. No solo poseo mi parte, sino que ahora también la tuya al haber saldado la deuda que contrajiste con Daniel. Quince mil dólares, Elis, ¿para qué tanto dinero? ¿En qué andas metida?

La mención a esa cantidad tabú, el motivo que la llevó a solicitar esa cifra y poner su local como aval cayeron sobre ella como un jarro de agua fría arrancándola de su momentánea parálisis.

—No es asunto tuyo.

—Por el contrario, como ya dije, todo lo que tenga que ver contigo es asunto mío.

Su sensual voz, la ternura presente en sus palabras, todo ello contribuyó a despertar emociones olvidadas y catapultarla a un lugar de su pasado, a un momento que lo había cambiado todo. Se incorporó de golpe y lo azotó con su desprecio.

—¡No lo es! ¡Nunca lo ha sido!

Su exaltación atrajo de nuevo la atención de algunos comensales sobre ella y maldijo para sí misma. Quería marcharse, huir de allí, pero no podía hacer tal cosa, no podía darle esa satisfacción así que volvió a sentarse.

—No puedes quitarme lo que es mío…

—¿Preferirías que el club esté en manos de Daniel? —la golpeó con sus palabras y con la despreocupación que había en ellas—. Eso puede arreglarse fácilmente…

—No —negó al instante, no podía permitirse perder el club—, pero tampoco quiero que esté en las tuyas. Ese local es mío. MÍO.

—Debiste pensar en ello antes de cometer una estupidez de semejante tamaño.

—No eres nadie para decirme lo que debo o no hacer. Nadie —estaba furiosa. Furiosa con él, con ella misma y con toda esa situación—. Voy a matar a ese cabrón.

Chasqueó la lengua y se recostó contra el respaldo de la silla.

—Olvídate de Pietro, él no ha hecho más que cuidar de ti —insistió—. Ahora, tus asuntos son conmigo.

Sacudió la cabeza.

—No quiero tener nada que ver contigo —tembló, pero no sabía si de ira o de temor—. Nada en absoluto.

Enarcó una ceja y la miró de arriba abajo.

—Estaba equivocado.

Ahora fue su turno de mirarle inquisitiva. Recurrió al sarcasmo, un manto que solía utilizar para escudarse.

—Menos mal, un hombre que piensa…

Él esbozó una renuente sonrisa.

—No has cambiado un ápice, sigues siendo la misma chiquilla voluble de antaño.

Esa mención a su pasado desencadenó todo un mundo de emociones, entre las que primaban las dolorosas.

—No tienes ni puta idea de quién soy —aseguró muy digna—, nunca lo supiste y nunca lo sabrás.

—Elis…

—Es mi local —insistió poniendo punto y final a esa indeseada reunión—. Te devolveré hasta el último centavo y, cuando lo haya hecho, tú volverás a desaparecer como lo hiciste antes.

Enarcó una ceja.

—¿Estás pensando en pedir otro préstamo para eso?

—Lo que haga o deje de hacer no es asunto tuyo.

Chasqueó la lengua.

—Lo es, Elis, tú, ahora más que nunca, eres toda asunto mío.

Se tensó y tuvo que aferrarse al asiento para no saltar de nuevo.

—¿Por qué haces esto?

—Porque puedo.

—Eso no es una razón…

—Y porque ese local tiene algo que yo quiero.

Parpadeó.

—¿El qué?

Se inclinó hacia delante.

—¿Qué estarías dispuesta a dar por ser la única propietaria del Dangerous?

Tragó saliva. ¿De qué iba todo aquel juego?

—¿Qué me estás proponiendo?

—¿Qué estarías dispuesta a hacer para recuperarlo?

Tragó de nuevo. Cualquier cosa. Estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para recuperar ese local, se lo debía a ella, era su legado y no dejaría que nadie se lo quitase.

—¿Qué es lo que quieres?

—A ti.

La respuesta no pudo sorprenderla más.

—¿Cómo?

—Ya me has oído —aseguró con tranquilidad—. Te quiero a ti. Bajo ciertas condiciones, por supuesto.

—No puedes estar hablando en serio.

—Nunca he sido más serio en mi vida —aseguró, entonces señaló los papeles que tenía delante de ella—. Puedes quedártelos, son copias.

—No quiero nada de ti.

Él sonrió de medio lado, se levantó y esperó a que ella hiciese otro tanto.

—No te queda otra salida, gatita mía.

Apretó los dientes.

—No soy tu gatita.

—Todavía —declaró con pereza, algo que la encendió.

—Si piensas que…

—Mañana a las dos en la entrada del Dangerous —la citó—. Te recogeré a esa hora e iremos a comer. Entonces hablaremos con tranquilidad y te expondré mis condiciones.

—No estoy disponible.

—Si quieres recuperar el club, lo estarás —declaró con firmeza—. No te retrases.

—No puedes…

—Ve pensando en ello, Elis —le dijo inclinándose sobre ella, acariciándole la mejilla con el dorso de la mano—, piensa en lo que estarías dispuesta a dar para recuperar el local que tanto deseas.

Sin más, le dedicó un sencillo gesto de despedida y se marchó dejándola allí de pie, alucinada y temblando por su contacto.