CAPÍTULO 2
Había un indiscutible poder en las manos de una mujer cuando se trataba de ofrecer sexo oral a un hombre, un poder que Elizabeth Fiori no tenía duda alguna en utilizar en su propio beneficio. Sonrió traviesa a su amante de esa noche, deslizó los dedos de cuidadas y pintadas uñas a lo largo del duro pene y se lamió los labios excitándolo incluso más. Todo era cuestión de manipulación, una caída de ojos, una caricia adecuada y esos idiotas se ponían de rodillas y te ofrecían la misma luna. Bajó la mirada y dejó que su lengua emergiese entre los labios para prodigarle un delicado lametón, la forma en la que el miembro se sacudió en el confinamiento de sus dedos la hizo sonreír. Sopló la punta, deslizó la lengua por la columna y dibujó una hinchada vena hasta la base donde unos pesados testículos aguardaban sus caricias.
—Joder, eres… condenadamente caliente, dulzura —gruñó él con voz ronca, hundiendo ahora los dedos en su pelo, desordenando el perfecto recogido y dirigir así sus movimientos.
Hizo una mueca al notar el tirón del pelo, pero no se amilanó. Ella era la que ponía las normas, la que llevaba la batuta y hacía lo que quería, en el momento en que quería.
—Ah-ha. Las manos en los brazos de la silla, Max —declaró con ese sensual murmullo que sabía lo enloquecía—. O no tendrás tu premio.
Lo oyó gruñir, soltó alguna frasecilla inteligible y retiró la mano dejándola de nuevo al mando de aquella sesión.
Sonrió, se pasó la punta de la lengua por el labio inferior y admiró la dura erección que retenía entre los dedos. Deslizó el puño hacia arriba y luego hacia abajo, apretó suavemente la punta, la acarició con el pulgar y finalmente se la metió en la boca para degustar la caliente y salada carne.
—Jo-der —jadeó al sentirse succionado—. Oh, nena… sí, justo así…
Sonrió interiormente. Hombres. Eran todos iguales. Los cogías por los huevos o por la polla y podías hacer con ellos lo que te diese la gana. Vació su mente como solía hacer y se limitó a disfrutar del poder que tenía entre manos y del acto en sí. No le daba vergüenza admitir que disfrutaba del sexo y lo hacía hasta el punto de poseer su propio club de danza erótica, uno que había terminado en sus manos como parte de un legado.
Su excitación comenzó a crecer al tiempo que se entregaba al placer, degustó esa dura y cálida carne como si fuese un caramelo y lo succionó arrancándole nuevos gemidos y gruñidos.
—Joder, espero que nada haga que cambie tu forma de pasar las noches en el club.
Las extrañas palabras pasearon por su mente sin prestarles demasiada atención. Se echó atrás y deslizó la lengua una vez más por el erguido pene al tiempo que jugaba con los testículos.
—¿Por qué habría de hacerlo cuando este es uno de mis fetiches favoritos? —ronroneó mordisqueándole la punta de la polla.
Su amante tembló y siseó antes de soltar abruptamente.
—Dios… —jadeó echando la cabeza atrás—. Sí, mantén ese pensamiento y todo irá de fábula.
Sonrió de medio lado y empezó a meterse de nuevo el miembro en la boca solo para detenerse para acariciarle la punta con su aliento.
—Empiezas a hablar demasiado, Max —ronroneó—, y prefiero escucharte gemir.
Lo succionó y utilizó la lengua para jugar con él.
—Apoyo la sugerencia —gimió de deleite—, prefiero tu dulzura ocasional a la cabreada fiera infernal que sueltas sobre Pietro.
Se retiró, alzó la mirada y enarcó una ceja.
—¿De verdad acabas de mencionar su nombre mientras te hago una mamada? —preguntó con absoluta ironía.
Él se encogió, hizo una mueca y deslizó la mano sobre su rostro, acariciándole la mejilla.
—Una muy mala, pero que malísima, respuesta de mi parte —aseguró—. Olvidémosla y sigamos con lo que estábamos.
Frunció el ceño y echó hacia atrás. Conocía muy bien a su amante. Maxis llevaba demasiado tiempo en su vida como para no reconocer que le estaba ocultando algo cuando lo hacía. El mejor amigo de su hermanastro, Pietro, se conocían desde hacía años y, recientemente, había entrado en la categoría de amante esporádico.
A ambos le venía bien ese arreglo y pasaban la noche juntos cuando la ocasión lo ameritaba, momentos en los que lo único que importaba era el placer y dejar el mundo en el que se movían fuera de aquellas cuatro paredes.
¿Y Max le mencionaba ahora a su hermanastro?
—¿Qué está pasando aquí?
Él pareció más fastidiado por la interrupción que sorprendido por la pregunta.
—Elis…
Enarcó una ceja ante el tono condescendiente en su voz.
—Ni se te ocurra —lo frenó en seco—. Has mencionado a Pietro y no en un momento de charla, precisamente.
—Bueno, es mi mejor amigo y vivo con él, es normal que lo tenga presente…
Entrecerró los ojos, se lamió los labios y empezó a acercarse a él de nuevo con gesto sinuoso.
—Max… —ronroneó su nombre, sus dedos deslizándose por la cara interior del muslo para finalmente cerrarse de golpe y con fuerza alrededor de su erección.
—¡Hostia puta! ¡Joder! —graznó visiblemente sobrecogido—. ¡Elis, joder!
Sonrió con dulzura, pero no soltó su agarre.
—Estoy esperando, querido —ronroneó apretándole ligeramente.
Su amante gimió, pero no tardó ni dos segundos en responder de manera acalorada.
—¡Joder! ¡Pietro se ha citado en el Giovannis con intención de buscar una solución a tu reciente problema con el club!
Se levantó de golpe, sus pechos se bambolearon por encima del corsé. Había perdido todo interés en lo que estaba haciendo después de escuchar lo que acababa de decirle.
—¿Qué ha hecho qué?
Él la taladró con la mirada y saltó fuera de su alcance al tiempo que se metía la dolorida polla en los pantalones.
—Lo que hace siempre, sacarte las castañas del fuego —escupió sin más.
El dardo fue certero, pero más que avergonzarla la cabreó.
—¿Quién te crees que eres…?
Dio un paso hacia ella, entonces otro y otro más obligándola a retroceder, a perder el deseado control que ostentaba en el dormitorio. Aquel ya no era su amante o su amigo, era el implacable abogado que no perdía un solo jodido caso, el que poseía un aire letal que lo hacía comparable con un fiero lobo hambriento.
—Si dejases de pensar solo en ti misma y abrieses los ojos a lo que te rodea, te habrías dado cuenta de las muchas cosas que suceden y de las que no tienes ni puta idea —le espetó sin contemplaciones—. Tu hermano…
—Hermanastro —puntualizó alzando la barbilla. Lo único que la unía a Pietro era el matrimonio de sus respectivos padres.
—…ha echado mano de sus contactos para rescindir la deuda que tienes con Callahan.
Parpadeó visiblemente sorprendida, entonces arrugó la nariz.
—¿Qué contac…?
Él la interrumpió sin más.
—¿Te suena el nombre de Luca Viconti?
Se le quebró la voz cuando ese nombre abandonó los labios masculinos. Esas dos palabras se filtraron en su mente con aplastante contundencia dejándola sin respiración.
—¿Qué… qué acabas de decir?
Max no cesó en su crudeza, del hombre divertido y despreocupado que conocía no quedaba más que el recuerdo. Sus ojos se oscurecieron adquiriendo un tono letal, poseían un color entre castaño y dorado que a menudo le resultaba hipnotizante.
—Lo que has oído —respondió un poco más calmado, pero igual de crudo.
Perdió el color, tropezó con sus propios pies y casi se tuerce el tobillo al vacilar sobre los altísimos tacones que seguía llevando. Se le escapó el aire, alzó la mirada y lo contempló incrédula.
—No. Pietro no puede haber ido a él. No puede…
¿En qué diablos estaba pensando ese imbécil? ¿Por qué había acudido a ese hombre? ¿Cómo tenía siquiera contacto con él después de tanto tiempo? ¿Había perdido la cabeza por completo? ¡Le había dicho que ella arreglaría las cosas! De algún modo, esperaba poder llegar a algún acuerdo con Daniel Callahan y aplazar la deuda que pesaba sobre el club.
—Claro que puede, lo ha hecho —insistió su irritado amante—. Deberías darle las gracias en vez de echar pestes como acostumbras a hacer. Él es quién siempre te está salvando el culo. Por no variar.
Sin más, recogió la chaqueta, se la puso y cruzó el dormitorio dispuesto a marcharse.
—Maldita sea —siseó. Se pasó las manos por el pelo y se encogió por dentro al ver como su amante de esa noche se marchaba cabreado—. Max… joder, espera…
Él solo se detuvo al llegar a la puerta del dormitorio y le dedicó una fría y salvaje mirada por encima del hombro.
—Te daré un consejo, Elis, a sabiendas de que no lo has pedido —le dijo mirándola a los ojos—. Bájate del pedestal en el que estás subida antes de que alguien te derribe, porque la caída puede resultar fatal para tu orgullo.
Sin más salió por la puerta.
—Max, espera, esto no… —lo llamó y finalmente soltó un bufido cuando la puerta se cerró con contundencia—. Mierda.
Fantástico, Elis, sencillamente fantástico. Acabas de cabrear al único tío que tiene neuronas funcionales y que aún encima folla bien.
Era todo culpa suya. Estaba tan desesperada ante la posibilidad de perder el local y por la falta de soluciones propias que había recurrido a su hermanastro en busca de un préstamo o alguna idea que pudiese sacarla de este problema. Pietro debía habérselo contado a Maxis, algo que tenía que haber visto venir.
—Mierda, mierda, mierda… ¡Mierda!
Había sido un error, un jodido error. Tenía que habérselo callado, intentar arreglar las cosas por su cuenta y no pedir ayuda, pero estaba tan desesperada… ¡Si no conseguía ese dinero o hacía algo iba a perder el Dangerous!
Sacudió la cabeza.
«Pietro se ha citado en el Giovannis con intención de buscar una solución a tu reciente problema con el club».
Tenía que haberlo supuesto. Pietro no se quedaría de brazos cruzados. Podía haberle gritado, llamado tonta y mil cosas más, pero al final siempre era el primero en acudir en su ayuda.
«¿Te suena el nombre de Luca Viconti?».
¿Pero Viconti? ¿Por qué había acudido a ese hombre? ¿Cómo es que seguía en contacto con él?
«¿Acaso te dijo en algún momento que había dado la espalda o dejado de ver, al que una vez fue, su mejor amigo?».
—No, no, no… no puede haberlo hecho.
No podía haberla traicionado de esa manera, no sabiendo lo que había pasado por culpa de ese maldito hombre.
Su mundo empezaba a venirse abajo como un castillo de naipes y, en medio de todo, se encontraba el infame Luca Viconti, el puñetero causante de todas y cada una de sus desgracias.
—¡La madre que te parió, Pietro Fiori!
Iba a matar a su hermanastro y a la mierda las consecuencias.