Escritura cuneiforme
Aquí culmina la historia de Aga Akbar. Su cuaderno de textos en escritura cuneiforme tiene más páginas, pero son ininteligibles.
No queda claro dónde las escribió.
¿En su casa?
No, es poco probable.
Son absolutamente incomprensibles. Quizá las escribiese en la montaña. Junto a aquella escarpada pared de roca, hasta donde habría llegado con la intención de ayudar a Cascabelito a escalarla.
¿Ayudar a Cascabelito?
Imposible.
Se nota que le costó redactarlas.
Las escribió en el frío. En la nieve.
De los presos fugados nunca más se supo. La suerte que corrieron sigue siendo un misterio. Es posible que Akbar los encontrase en las montañas. Tal vez les dijese que debían eludir las vías del ferrocarril y les indicase qué camino tomar para llegar al monte del Azafrán.
Quizá le aconsejase a Cascabelito:
- Intérnate en la cueva hasta el fondo, hasta que ya no puedas caminar de pie. A la derecha, sobre un saliente, encontrarás frutos secos, uvas pasas y bolsitas con dátiles. También ropa abrigada y una linterna para los escaladores que no conocen el terreno. Coge las bolsitas. Luego adentraos aún más en la cueva, hasta que ya no podáis seguir ni siquiera agachados. Allí estaréis a salvo. Podéis quedaros a dormir unas noches hasta que se hayan marchado los guardias.
Ésas fueron, probablemente, las últimas frases de los apuntes de Akbar.
Luego debió de besar a Cascabelito:
- Y ahora, corred. No os preocupéis por mí. Cavaré un hoyo en la nieve y me quedaré allí sentado, vigilando; y si vienen los guardias, gritaré bien alto para preveniros. Mañana regresaré a casa. ¡Buen viaje, hija mía!
¿Llegarían Cascabelito y los otros presos fugados a la cueva?
Es posible. Y quizá durmieran allí, en lo más profundo de la gruta. Y quizá aún no hayan despertado.
Dentro de cien años despertarán. O tal vez dentro de trescientos. Como los hombres de Kahaf, cuya historia figura en el libro sagrado:
Y así continuaron su marcha los hombres de Kahaf, hasta que por fin buscaron refugio en la cueva, diciendo: «Tened misericordia de nosotros.»
En esa cueva, Nosotros les tapamos los oídos y los ojos durante muchos años.
Y cuando saliera el sol, lo verían levantarse a la derecha de la cueva.
Y cuando se pusiera, lo verían retirarse hacia la izquierda.
En el medio, en la cueva, se encontraban ellos.
Pensaban que estaban despiertos; sin embargo, dormían.
Y Nosotros los hacíamos volverse hacia la izquierda y hacia la derecha (…).
Unos decían: «Eran tres, y el cuarto era quien velaba por ellos.»
Otros afirmaban: «Eran cinco, y el sexto era quien velaba por ellos», aventurando una posibilidad.
Y había quienes aseguraban: «Eran siete.» Nadie sabía nada.
Nosotros los despertamos, para que pudiesen interrogarse mutuamente.
Uno de ellos dijo: «Hemos permanecido aquí un día o menos de un día.»
Otros replicaron: «Vuestro Dios es quien sabe mejor cuánto tiempo ha pasado. [Conviene] que enviemos a uno de nosotros a la ciudad con esta moneda de plata.»
Nosotros tenemos que obrar con cautela. Si descubren quiénes somos, nos lapidarán.
Al cabo de la conversación, Yemilija abandonó la cueva con la moneda de plata en la palma de la mano.
Cuando llegó a la ciudad, notó que todo había cambiado y que no entendía la lengua.
Habían dormido trescientos años en aquella cueva y no lo sabían. Después añadieron otros nueve años a los anteriores.
Un día, Cascabelito despertará.
Con una moneda de plata en la palma de la mano, abandonará la cueva.
Y cuando llegue a la ciudad, verá que todo ha cambiado.