Huellas

Es difícil establecer a ciencia cierta

si se trata de huellas humanas o de animales.

Ya era de noche y en casa de Akbar había mucha gente. Los vecinos iban entrando. Todos estaban convencidos de que Cascabelito formaba parte del grupo de reclusos huidos, sólo que no había confirmación.

Se rumoreaba que llevaba meses preparando la fuga. Con la lana que le proporcionaba su padre se había confeccionado ropa de abrigo, y había guardado las nueces. No obstante, resultaba difícil creerlo.

Tine estaba inquieta. Los vecinos y los hombres de la familia la rodeaban, y sus hijas Ensi y Marzi trataban de calmarla.

- Tine, no actúes como si Cascabelito estuviese muerta -le dijo Ensi-. Algo me dice que está viva. En este momento quizá haya llegado a la cumbre del monte del Azafrán.

- ¿Fugada? ¿En la cumbre del monte del Azafrán? -se preguntaba Tine, llorando desconsoladamente-. Es imposible. Conozco a mi hija. ¿Podría ir alguien a averiguar qué ha sido de ella?

- Eso es imposible -replicó Marzi-. Los guardias han estado todo el día rastreando las montañas. Nadie la ha visto. Deja de lamentarte. Además, aunque la hubiesen…

- ¡Cállate! -chilló Tine, llevándose las manos a los oídos.

Hubo un silencio. Tine cayó entonces en la cuenta de que Akbar todavía no había regresado a casa.

- ¿Aún no ha vuelto Akbar de la cárcel?

- Ya vendrá. Tal vez haya ido a la tienda.

Los vecinos conversaban entre sí.

- Si es cierto que se han escapado, ¿te imaginas lo que les espera?

- Confío en que los guardias no consigan pillarlos.

- Y si no lo hacen, me pregunto si lograrán aguantar el frío allí arriba. Cascabelito no tiene experiencia como escaladora.

- ¿Quién te ha dicho eso? Se defiende muy bien. Estoy convencido de que han recibido ayuda. Nadie en sus cabales se internaría en las montañas así como así. Tal vez hubiera un coche esperándolos fuera de la prisión.

- Dicen que Cascabelito se puso un velo negro, salió por la puerta principal como si tal cosa y se esfumó.

- ¡Eso es imposible!

- ¿Por qué? ¿Te acuerdas que dijo que estaba tejiendo una alfombra para salir de allí volando?

- El corazón me da un vuelco sólo de pensarlo.

- ¡Marzi, Ensi…! ¿Dónde están Bolfazl y Atri? -inquirió Tine-. ¿Podéis acercaros alguna a la tienda a ver si vuestro padre ha regresado?

El té ya estaba listo. Mientras una vecina preparaba sopa en una cacerola, otra lo sirvió y lo ofreció a los presentes en una bandeja. Marzi se puso el velo y fue a ver si su padre estaba en el taller.

Poco después llegaron Bolfazl y Atri, los maridos de Marzi y Ensi. Habían ido a ver al imán de la ciudad para pedirle explicaciones.

- ¿Y? -preguntó Tine, incorporándose.

- Nada -contestó Bolfazl-. Es como si se hubiesen cerrado todas las puertas del mundo. No se puede hablar con nadie.

- Tómate un té -le dijo Ensi-. Hay que esperar. No tenemos alternativa.

Se abrió la puerta y entró Marzi anunciando que Akbar no había vuelto aún.

- ¿Que aún no ha vuelto? ¡Santo Dios! -exclamó Tine-: Iré a buscarlo -dijo cogiendo el velo-. Temo que se haya caído de nuevo. Bolfazl, Atri, ¿venís conmigo?

- ¡Siéntate, Tine, y tranquilízate! -le ordenó Ensi-. Deja que se encarguen los hombres de eso.

- ¿Lo veis? -chilló Tine-. Le he dicho cientos de veces que tome el autobús, pero no me hace caso.

- Tal vez haya ido a casa de alguien para desahogarse -sugirió Ensi-. Llamaremos a todos nuestros conocidos. Si no está con nadie, los hombres saldrán en su busca. Siéntate, todo se arreglará.

Tres hombres -los yernos de Tine y un vecino- se pusieron sus gruesos abrigos, cogieron linternas y se lanzaron en plena oscuridad en busca de Akbar.

Decidieron recorrer a pie el camino hasta la prisión, por si el anciano se había caído sobre la nieve congelada. A todo el que encontraban, le preguntaban por él.

- ¿No habrá visto por casualidad a Aga Akbar?

- ¿Aga Akbar?

- Sí, el tejedor de alfombras mudo.

- ¿El que siempre va caminando a la prisión?

- Exactamente.

- Lo veo a menudo pasar por aquí, pero hoy no lo he visto.

Continuaron, y tropezaron con un viejo campesino que empujaba por la nieve una carretilla cargada de leña.

Salam aleikum!

- ¡Buenas noches! ¿Qué hacen por aquí con este frío?

- Buscamos a Akbar, el tejedor de alfombras.

- Ah, sí, ese que va con un bastón…

- El mismo. ¿No lo habrá visto hoy por casualidad?

- Pues no. Hoy he estado todo el día encerrado en casa.

A los pocos minutos vieron llegar el autobús, procedente de las montañas. Alzaron las linternas y el vehículo se detuvo lentamente junto a la cuneta.

- ¿Suben? -les preguntó el conductor desde la ventanilla.

- No, buscamos a Aga Akbar.

- ¿Aga Akbar?

- El tejedor de alfombras, seguro que lo conoce.

- ¿Se refiere al mudo? ¿El que tiene la hija en la cárcel?

- Sí. ¿Lo ha visto?

- Creo que sí.

- ¿Dónde? ¿Cuándo?

- No recuerdo. Esta tarde… ¿O ha sido esta mañana? Hacia las once… ¿O eran las doce? No me atrevo a decirlo con certeza. Creo que iba hacia arriba, hacia el pueblo… -Se volvió hacia los pasajeros-: ¿Alguien ha visto hoy al tejedor de alfombras sordomudo? ¿No? ¿Nadie?

El autobús continuó la marcha, y ellos siguieron su camino.

- Ha debido de ocurrirle algo grave -dijo el vecino-. Quizá deberíamos avisar a la policía.

- ¿A la policía? ¿Tú crees que va a ayudarnos?

- Sigamos unos kilómetros más -propuso Atri-. Cerca del pueblo hay un taller mecánico que tiene un surtidor de gasolina. Podríamos preguntar allí. Alguien lo habrá visto.

De la montaña soplaba un viento frío que arrastraba nieve.

- No entiendo cómo una persona enferma como Akbar puede hacer todo este camino a pie -se preguntó el vecino.

- Akbar es fuerte.

- Pero está enfermo.

- Él sabe lo que hace. Se toma su tiempo para llegar a los sitios. Camina despacito -respondió Bolfazl-. Además, casi nunca ha cogido un autobús ni un taxi… Sí, puede que esté enfermo, pero es más fuerte que yo.

- Me parece que la gasolinera está cerrada -dijo Atri-. Con tanto hielo en las calles, la gente no se atreve a coger el coche.

No obstante, siguieron andando. En efecto, allí no había ni un alma.

- Mira, ahí hay una cabina -dijo Bolfazl-. Llamaré a casa; a lo mejor ha vuelto.

Respondió Marzi al teléfono.

- Soy Bolfazl. ¿Todavía no ha regresado? Nosotros hemos preguntado a todo el mundo, y nada, pero seguiremos buscando. Te llamaré en cuanto sepamos algo.

- El dueño de la gasolinera vive en el pueblo -dijo Atri-. Seguro que él lo ha visto. Vayamos allá.

En la tienda de comestibles preguntaron por la dirección del dueño de la gasolinera. Les dijeron que vivía unas calles más allá, en una casa con una gran puerta de hierro. El timbre no funcionaba. Atri dio unos golpecitos en la puerta con una piedra, y un perro empezó a ladrar.

- ¿Quién es? -preguntó una mujer.

- Ya sé que es un poco tarde para…

Se abrió la puerta y apareció el dueño de la gasolinera en persona.

- Perdone que lo molestemos a estas horas de la noche -se disculpó Atri-, pero estamos buscando al tejedor de alfombras que suele ir andando a la prisión. ¿Lo conoce usted?

- Sí, cómo no, Aga Akbar. Lo conozco muy bien. Una vez nos reparó una alfombra. Siempre que pasa por delante del taller camino de la cárcel, me saluda. ¿Qué le ha ocurrido?

- Hoy ha ido a visitar a su hija a la cárcel, pero aún no ha regresado a casa. Padece del corazón…, y estamos muy preocupados. ¿Lo ha visto usted, por casualidad?

- Sí, esta mañana ha pasado por delante del taller, pero no sabría deciros si ha vuelto. ¿Por qué no vais a la plaza de la penitenciaría y preguntáis en el salón de té? ¿Habéis venido en coche? ¿No? Pues os queda un buen trecho. Esperadme, voy a buscar el abrigo.

El hombre sacó su jeep y subieron todos a él.

- Akbar es un buen tipo -dijo mientras conducía-. Todo el mundo dice que da suerte. En una ocasión me arregló una alfombra, y me la dejó como nueva. Está atravesando momentos difíciles. Esto es el mundo al revés. ¿A quién se le ocurre encarcelar a muchachas y mujeres? Alá nos va a castigar de verdad. ¡Ni el sha se atrevía a hacer esas cosas! Sin embargo, los imanes hacen lo que les da la gana.

En el salón de té ya no había luz, pero el dueño de la gasolinera sabía dónde vivía el propietario. Siguieron en dirección a las montañas, y al cabo de unos kilómetros divisaron las luces de un pueblo. Cuando llegaron a la plaza, el hombre detuvo el vehículo delante de una casa.

- Mashadi… ¡Eh, Mashadi! ¿Estás ahí? -gritó hacia una ventana iluminada en la primera planta.

El aludido se asomó y, al reconocer el jeep, bajó enseguida.

- Bienvenidos, adelante. ¿Qué se os ofrece?

- ¿Podrías ayudar a esta gente? -le pidió el dueño de la gasolinera-. Están buscando a Aga Akbar, el tejedor de alfombras, ya sabes, el mudo que anda con bastón, el que tiene a la hija presa.

- Sí, ya sé a quién te refieres.

- Aún no ha vuelto a casa. Sufre del corazón, y temen que le haya ocurrido algo. Lo han buscado por todas partes. He pensado que a lo mejor tú lo habías visto.

- Efectivamente. Suele esperar a su mujer en el salón de té. Esta mañana ha desayunado allí, y luego han entrado los dos en la prisión, pero no sé dónde han ido después. Un momento, déjame pensar… Ah, sí, he vuelto a verlo más tarde hablando con una mujer en la parada del autobús.

- ¿Y luego? -inquirió Bolfazl.

- El autobús se ha ido, pero él se ha quedado allí, contemplando las montañas. No sé más.

- ¿Dónde puede haberse metido? -dijo Bolfazl.

- ¿Habrá ido a visitar a alguien? -se preguntó Atri.

- No lo creo, sabiendo el estado en que se encontraba Tine.

- Tal vez haya vuelto ya a casa -sugirió Atri.

- Lo dudo mucho.

- Entonces ¿qué? -preguntó el vecino.

- Pienso que no ha ido hacia abajo, sino hacia arriba.

- ¿Hacia arriba?

- Sí, a las montañas -recalcó Bolfazl.

- ¿A las montañas?

- Quién sabe… Es posible -dijo Atri.

- ¿Puedo preguntarle una cosa? -dijo Bolfazl, dirigiéndose al propietario del salón de té-. Se rumorea que se han escapado unos presos. ¿Sabe usted algo de eso, por casualidad?

El hombre miró primero al dueño de la gasolinera y luego a Bolfazl.

- Discúlpenme, pero yo no quiero saber nada de esos asuntos. Tengo cinco hijos y… No, no sé nada de eso. Al tejedor de alfombras lo he visto en la parada del autobús, pero no sé nada más, de verdad. Discúlpenme.

- Está bien -dijo el dueño de la gasolinera-. Ya les has dicho lo que sabías. Yo tampoco quiero meterme en líos. Pero el tejedor de alfombras es un tipo de buen corazón… Por eso he traído aquí a esta gente. Ya nos vamos.

El hombre entró en la casa y echó el cerrojo.

El dueño de la gasolinera arrancó el motor del jeep y dijo:

- No sé qué pensáis hacer ahora, pero yo me vuelvo a casa. Espero que no os lo toméis a mal.

- Usted ha hecho lo que ha podido, muchas gracias -le respondió Bolfazl-. Si fuera tan amable de dejarnos otra vez en la plaza…

Los llevó hasta allí y se apearon del vehículo.

Allí estaban los tres, en la parada del autobús, deliberando sobre cómo proceder.

- Podríamos coger el camino de la montaña y buscar un poco más -sugirió Bolfazl.

- Eso es de locos -replicó el vecino.

- Conozco a Akbar -dijo Bolfazl-. Si sospecha que Cascabelito se ha escondido en el monte, habrá ido tras ella.

- No lo creo, con la nieve que ha caído.

- Yo, en su lugar, lo haría.

- No discutáis -terció Atri-. Podemos subir un trecho. Akbar no puede haber llegado muy lejos con el bastón.

Tomaron el sendero del monte, examinando a la luz de las linternas las pisadas en la nieve congelada.

- Éstas, ésas y aquéllas son de botas militares -dijo Bolfazl.

- ¿Y éstas? -preguntó Atri.

- Ésas son de zapatos normales. Podríamos seguirlas.

- Los guardias deben de haberlas rastreado también.

- Lo dudo -replicó el vecino-. Ningún fugado escogería este camino.

- ¿Por qué? -inquirió Bolfazl.

- Pues porque dejaría marcadas sus huellas en la nieve.

- Cuando uno corre peligro y no tiene opción, coge el camino que sea.

- No estoy de acuerdo. Yo creo que habrán ido por la carretera hasta llegar al primer pueblo, y de allí al siguiente, y luego habrán cambiado de ruta. Si son inteligentes, permanecerán escondidos unos días antes de subir a la montaña.

En un punto del camino, las huellas de las botas militares se interrumpían y sólo se veían las de una persona, entremezcladas con las de las cabras monteses.

Los tres hombres ascendieron un poco más, hasta llegar a una bifurcación de la que salía una senda transitada solo por las cabras. Era la que tomaban los escaladores, pertrechados de cuerdas y garfios, para llegar a la cueva de la inscripción en caracteres cuneiformes.

- Akbar ha pasado por aquí -afirmó Bolfazl.

- ¿Con el bastón? -repuso Atri.

Bolfazl se hincó de rodillas en la nieve para examinar las huellas a la luz de la linterna.

- Las cabras bajan hasta aquí en busca de comida -dijo-. Es difícil distinguir pisadas humanas entre tantas de cabra. Creo que será mejor que volvamos.

Los tres hombres llegaron a casa de Tine a altas horas la noche con las linternas apagadas en las manos. Las mujeres los recibieron en silencio. Nadie se atrevía a llorar, nadie se atrevía a decir nada. La noche se había tragado a Akbar y a Cascabelito.

• • •

Los primeros rayos del sol se abrieron paso lentamente por las ventanas. Sin embargo, el nuevo amanecer no llegaba con ninguna noticia. Los días fueron transcurriendo, al igual que las noches. No hubo novedades.

Una de las primeras mañanas de primavera, el perro de un pastor que conducía a su rebaño por el monte en busca de pasto tierno echó a correr hacia un peñasco y comenzó a ladrar. El hombre lo siguió. Junto a la roca yacía el cuerpo sin vida de un anciano.

Su cabellera canosa brillaba como la plata labrada en la nieve recién caída.