SIETE

SIETE

Al igual que el resto del publico, el Emperador estaba asombrado y espantado. La muerte del enano había roto la ilusión de la obra. Allí sucedía algo. El actor que hacía de Drachenfels estaba loco o algo peor. Su mano se posó sobre la empuñadura de la espada ceremonial, y se volvió a mirar a su amigo…

Entonces sintió la punta del cuchillo en la garganta.

—Mirad la obra hasta que acabe, Karl-Franz —dijo Oswald en tono de conversación—. El fin está cerca.

Luitpold saltó de su asiento y se abalanzó contra el gran príncipe.

Con elegancia, Oswald proyectó su brazo y el corazón Karl-Franz dio un salto cuando el cuchillo destelló, pero gran príncipe se limitó a golpear el mentón de Luitpold la empuñadura. Inconsciente, el chico volvió a caer sentado en el sillón y los ojos se le pusieron en blanco.

Karl-Franz inspiró, pero la punta del cuchillo volvió a situarse junto a su nuez de Adán, antes de que pudiese soltar el aire.

Oswald sonrió.

El público estaba dividido entre la representación del escenario y el drama que se desarrollaba en el palco imperial. La mayoría estaban de pie, y la condesa Emmanuelle sufrió un desmayo. Hubermann, el director de orquesta, había caído de rodillas y estaba rezando con fervor. El barón Johahn y otros más habían desenvainado las espadas, y Matthias levantó una pistola de un solo disparo.

—Mirad la obra hasta que acabe —repitió Oswald, presionando la hoja del arma contra la piel de Karl-Franz.

El Emperador sintió que su propia sangre comenzaba a empaparle la gorguera. Nadie del público se movió.

—Mirad la obra —insistió Oswald.

El publico se sentó con aire inquieto Todos dejaron las armas y el Emperador sintió que le quitaban su propia espada y luego oyó el choque de ésta contra la pared cuando la arrojaron lejos.

Nunca se había visto en el Imperio una traición semejante.

Oswald obligó a Karl-Franz a girar la cabeza. El Emperador miró la figura del Gran Hechicero expandiéndose en el escenario Convirtiéndose en el gigante que el auténtico Constant Drachenfels debió haber sido.

La carcajada de un dios diabólico lleno el gran salón.