SEIS

SEIS

El método favorito de comunicación de Lilli Nissen con su director escritor co-actor era a través de Nebenzahi, su astrólogo. Si estaba descontenta con una frase o con la actuación de alguna de las actrices menores del escenario, o con la comida que le servían en sus habitaciones privadas o con la forma en que el sol insistía en salir por el este cada mañana, enviaba a Nebenzahi para que le gimiera a Detlef. Detlef comenzaba a sentir bastante pena por aquel pobre charlatán a que se encontraba con que el fácil empleo del principio se había convertido en algo tremendamente escabroso de un modo inesperado. La culpa era del hombre, suponía Detlef por no haber adivinado, mediante las cartas, estrellas o entrañas, la clase de monstruo que resultaría ser su patrona.

Los miembros de la compañía se encontraban en el gran salón del castillo, que había sido transformado en teatro. Lilli decidió hacer su entrada por el escenario ya que, como de costumbre, suponía que no había ningún asunto relacionado con la obra que fuese mas importante que su capricho del momento, y se había hecho llevar por su gigante portasilla en medio de un ensayo.

Se trataba de una de las primeras escenas, donde Oswald, en el palacio de Altdorf recibe la visita del espíritu proyectado del Gran Hechicero. Ambos discuten en verso el conflicto que se avecina, y los principales temas de la obra quedan insinuados. Detlef había hecho que Vargr Breughel leyera el papel del príncipe, con el fin de poder concentrarse en la actuación de Lowenstein y en los efectos de iluminación que podían hacerlo parecer insustancial. Con la mascara, el flaco actor parecía una criatura por completo diferente. Genevieve, que asistía al ensayo, se estremeció —probablemente porque le recordaba al auténtico Drachenfels—, y Detlef interpretó eso como un tributo a las dotes de actor de Lowenstein. Cuando pudo mirar la obra en perspectiva, Detlef se dio cuenta de que corría peligro de ser eclipsado por el villano y resolvió hacer que su propia actuación fuese de una maestría absoluta. No le importaba. Aunque se enorgullecía de sus cualidades de actor, despreciaba a aquellas estrellas, de las cuales, Lilli era sin duda una, que se rodeaban de los actores más inexpresivos y carentes de talento que podían encontrar, con el fin de parecer mejores ellos mismos.

Durante el viaje hasta la fortaleza, Lilli había intentado convencerlo a través de Nebenzahi de que escogiera a algunas de sus estatuas ambulantes favoritas para los otros papeles femeninos de la obra, y él había echado al astrólogo de su carruaje. Dado que había escrito, dirigido y concebido la obra, Detlef pensaba que podía permitirse el lujo de dejar que otros brillaran en ella. Tenía pensado figurar en último término como actor, para que el peso de su nombre resaltara como creador de la obra más que como uno de sus intérpretes.

Lowenstein, en su papel de Drachenfels, se encumbraba ante Breughel y juraba que su reino del mal continuaría mucho después de que los blanqueados huesos del insignificante príncipe se convirtieran en olvidado polvo, en el momento en que Lilli hizo su entrada no programada, seguida por su séquito. El gigante negro transportaba un sillón enorme sin quejarse, y ella se encontraba remilgadamente sentada en él como una niña a la que transporta un padre cariñoso. Su camarera tullida cojeaba unos pasos más atrás portando una cesta de dulces y frutas —parte de la «dieta especial» de la estrella—. También la acompañaban otros pocos funcionarios, cuyo cometido exacto Detlef nunca pudo dilucidar, para conferir mayor peso a la queja de su señora.

Nebenzahi avanzó hasta Detlef, visiblemente azorado pero preparándose para expresar la protesta. Lilli gruñó de modo imperioso, como un gato montés con delirios de grandeza leonina, y clavó en él sus ojos llameantes. Detlef supo que la cosa iba a ponerse fea, ya que si decidía airear el asunto ante toda la compañía la discusión sería muy sonada. Los otros actores que estaban sobre el escenario y en el patio de butacas se removieron con nerviosismo esperando que se desatara una tormenta incendiaria de proporciones de holocausto.

El afectado astrólogo tendió un puño y abrió los dedos tenía unos dientes en la mano.

—Lilli Nissen no tiene ninguna necesidad de esto, señor.

Los arrojo al suelo. Kerreth los había tallado especialmente, trabajado durante horas con astillas de marfil de colmillo de jabalí. El jefe de vestuario estaba allí en aquel momento furioso por el tratamiento dispensado a su obra, pero callado. Era evidente que no sentía ningún deseo de volver a ser zapatero, mucho menos convicto, y había medido correctamente la extensión de la venganza e influencia de Lilli Nissen.

—¡Así que ahora crees que soy una bruja desdentada, Detlef Sierck! —chilló Lilli con el rostro enrojecido. El esclavo la dejó en el suelo y ella se levantó de un salto del sillón y se puso a deambular por el escenario al tiempo que apartaba a Breughel y Lowenstein a golpes. Detlef imaginó unos ojos furiosos que miraban a través de las rendijas de la mascara de Lowenstein. Esa mañana, Lilli no se estaba ganando más admiradores.

¡Y, por supuesto, era algo muy tonto para que se pusiera hecha una bruja!

—Lilli, el hecho de que quiera que te pongas estos colmillos nada tiene que ver con la opinión que tengo de tus dientes. Es el papel que haces…

Lilli mordió el anzuelo.

—¡El papel que hago! ¡Ah, sí, el papel que hago! ¿Y quién me asigno ese papel, quién creo esa repulsiva caricatura de la feminidad pensando en mi, eh?

Detlef se pregunto si Lilli habría olvidado que Genevieve estaba presente. Sospechaba que no. Era evidente que las mujeres —la vampiro autentica y la vampiresa—, no se caían bien.

—Jamás, en toda mi carrera me han pedido que haga un papel semejante. De no haber sido por la implicación de mi querido, querido amigo, el príncipe Oswald, que me imploró personalmente que me aviniera a completar su insignificante reparto, habría hecho pedazos tu manuscrito y lo habría arrojado de vuelta a la alcantarilla que es donde pertenece por derecho propio. He hecho papeles de emperatrices, miembros de la corte, diosas. ¡Y ahora tú quieres que represente a una sanguijuela muerta!

Detlef sabía que ponerse razonable no iba a servir de nada, pero era la única táctica que se le ocurría…

—Lilli, nuestra obra es histórica. Tú representas a un vampiro porque Genevieve era… es… un vampiro. A fin de cuentas, ella vivió esta historia. Tú sólo tienes que recrearla…

—¡Bah! ¿Acaso el teatro se ciñe de modo inevitable a la historia? ¿Quieres decirme que no has cambiado nada para darte importancia, para exhibirte en la mejor de las aventuras…?

Ahora se oyeron murmullos en la parte trasera de la sala. Nebenzahi tenía un aire realmente apocado y se acariciaba la ridícula peluca, cohibido al encontrarse sobre el escenario de cara a un público desconocido situado detrás de los focos.

—Por supuesto, pero…

Lilli era imparable. Su seno subió y bajó como un fuelle cuando inspiró para continuar.

—Por ejemplo, ¿acaso no eres un poco demasiado viejo y gordo para representar a mi buen amigo el futuro elector de Ostland cuando era apenas un muchachito?

—Lilli, el propio Oswald me pidió que lo representara en la obra. Si tuviera elección, y no es ninguna crítica dirigida a ti, Laszlo, probablemente preferiría representar a Drachenfels.

La estrella saltó hacia las luces y avanzó tanto que su rostro quedó en sombras, momento en que se encendieron las luces de la sala.

—Bueno, si has transformado a Oswald en un niño prodigio gordo y avejentado, entonces puedes transformar a Genevieve en algo más adecuado a mi personalidad.

—¿Y qué podría ser, si se me permite preguntarlo?

—¡Una elfa!

Nadie rio. Detlef miró a Genevieve, cuyo rostro era insondable. Las fosas nasales de Lilli se dilataban y contraían, y Nebenzahi tosió para romper el silencio.

Probablemente Lilli había tenido una figura élfica en el pasado, pero en la actualidad se inclinaba hacia las formas voluptuosas. Su ultimo marido se había referido a ella como a alguien que tenía «pechos de paloma, pulmones de doncella espectral, moral de gata de callejón y un cerebro como un queso de las Montañas Negras».

Lowenstein poso una mano sobre el hombro de Lilli y la hizo girar para encararla con él. Era unos buenos treinta centímetros mas alto que ella, y las botas con alzas que llevaba para el papel de Drachenfels lo igualaban en estatura al silencioso gigante esclavo a su servicio.

No habituada a semejante tratamiento, Lilli alzo una mano para abofetear al imprudente actor, pero él la aferró por la muñeca y comenzó a susurrarle con voz baja, premiosa y atemorizadora. El color abandonó el semblante de la mujer, que ahora parecía muy asustada.

Nadie mar dijo nada Detlef se dio cuenta de que tema la boca abierta de asombro y la cerró.

Cuando Lowenstein acabo de hablar, Lilli tartamudeo una disculpa —cosa inaudita en ella— y retrocedió arrastrando consigo esclavo, satélites y astrólogo. Nebenzahi parecía espantado cuando lo sacaba a tirones del gran salón.

Pasado un momento se produjo un espontáneo aplauso general, Lowenstein hizo una reverencia, y el ensayo continuó.