OCHO
OCHO
Genevieve se encontraba en las almenas, desde las que contemplaba cómo se ocultaba el sol mientras sentía que aumentaban sus fuerzas. Había luna llena y el paisaje tenía suaves sombras. Con su visión nocturna vio lobos corriendo por el bosque y silenciosos pájaros que ascendían hasta sus nidos de la montaña. En el pueblo brillaban las luces. Ella estaba desperezándose, saboreando el anochecer y preguntándose cómo bebería esa noche, cuando Henrik Kraly la encontró.
—Mi señora —comenzó—, ¿podría implorar un favor…?
—Desde luego. ¿Qué deseáis?
Kraly parecía inseguro, lo cual era impropio del eficiente empleado de Oswald. Su mano se posó con descuido sobre el puño de la espada de un modo que inquietó a Genevieve. Durante el viaje desde el convento, había deducido que no todos los servicios que aquel hombre prestaba a los von Konigswald, implicaban la simple entrega de mensajes.
—¿Podríais reuniros conmigo dentro de media hora y traer con vos al señor Sierck? En la sala del banquete envenenado.
Genevieve alzó una ceja. Había estado evitando aquella estancia por encima de todo. Para ella la fortaleza guardaba demasiados recuerdos.
—Es un asunto de cierta urgencia, pero os agradecería que lo hicierais sin alertar a nadie. El príncipe heredero me ha encomendado discreción.
Intrigada, Genevieve accedió a los términos del mayordomo y se marchó rumbo al gran salón. Suponía que, a esas alturas, debían haber retirado a los muertos de la mesa para darles adecuada sepultura. Con toda probabilidad, apenas si reconocería la estancia, y hasta el momento no se había tropezado con ningún fantasma en Drachenfels, ni siquiera en su imaginación No había fantasmas, solo recuerdos.
Los ensayos habían acabado por ese día, y estaban sirviendo la comida a los actores en la improvisada cantina Breughel regañaba al cocinero bretoniano acerca de la ausencia de cierta especia en el estofado, y el cocinero defendía la receta que le habían legado sus ancestros.
—¡Enano bufón, no sabes lo que es la vida hasta que no has probado la Casserole a la Boudreaux!
Jessner e Illona Horvathy estaban en un rincón, haciéndose mimos mientras bromeaban con otros miembros del reparto. Menesh mantenía una seria charla con Gesualdo, el actor que lo representaría en la obra, y gesticulaba de modo extravagante con su único brazo mientras el otro enano, asentía con la cabeza. Sobre el escenario, Detlef y Lowenstein con el torso desnudo se secaban con toallas el sudor debido a la practica de las escenas de lucha.
—Me has hecho sudar, Laszlo. ¿Dónde aprendiste esgrima? —Sin el traje y la máscara, Laszlo era más pequeño y parecía bastante insignificante.
—En Nuln. Tomé clases con Valancourt, en la Academia.
—Ya me pareció reconocerla parada vertical. Valancourt también enseñó a Ostwald. Serás un oponente formidable.
—Eso espero.
Detlef se puso una chaqueta y se la abotonó. Aunque estaba regordete sus músculos estaban bien definidos, y Genevieve dedujo que también él era diestro con la espada. Tenía que serlo, dada su afición a los papeles heroicos.
—Detlef —dijo ella—. ¿Podemos hablar? En privado.
Detlef miro a Lowenstein, que hizo una reverencia y se marchó.
—Es un tipo raro —comentó Detlef—. Siempre me sorprende. Tengo la sensación de que hay algo que no esta del todo bien en nuestro, amigo Laszlo. ¿Sabes a qué me refiero?
Genevieve lo sabía. Sus agudizados sentidos captaban a Laszlo como un vacío absoluto, cómo si fuese una carcasa ambulante a la espera de un alma. Sin embargo, había conocido a mucha gente así, y en un actor, no era algo sorprendente ya que carecía de importancia quién era Laszlo fuera del escenario.
—Bueno, ¿qué quieres, dama elfa? ¿Que despida a Lilli y contrate a un ser humano para el papel?
—No, se trata de algo misterioso.
—Me intrigas —dijo el con una sonrisa.
Sonrisa que ella le devolvió, al borde del coqueteo.
—Kraly quiere verte. Bueno, a nosotros dos. En la sala del banquete envenenado.
—Ojalá no te lamieras los labios de esa manera Genevieve. —Ella se cubrió la boca y profirió una risilla.
—Lo siento.
—¿La sala del banquete envenenado, eh? —pregunto el tras dedicarle una amplia sonrisa—. Parece encantador.
—¿Conoces la historia?
—Oh, si. Niños torturados, padres que murieron de inanición. Otra de las encantadoras bromitas del Gran Hechicero. Habría sido una buena pareja para la señorita Nissen, ¿no te parece? Imaginate como se habrían divertido intercambiando recetas para el mejor uso de los bebés. «¡No sabes lo que es la vida hasta que no has probado el Enfant a la Boudreaux!». Vamos allá.
Ella lo tomo del brazo y salieron del gran salón. Detlef le hizo un guiño a Kerreth, el jefe de vestuario, cuando atravesaban la puerta, y el hombrecillo rio y se frotó el cuello. Genevieve se ruborizó. Podía imaginar las historias que se contarían durante los ensayos del día siguiente. Bueno después de tantos años, su reputación difícilmente empeoraría por sus relaciones con un actor.
En el corredor continuaron hablando. Detlef estaba haciendo un esfuerzo consciente por mostrarse encantador, y ella no le presentaba demasiada resistencia. Si iban a contarse sus historias tal vez debería hacer un esfuerzo por justificarlas, pensó ella.
—¿En cualquier caso que se siente cuando uno tiene esos colmillos? ¿No te cortas siempre los labios?
A ella se le ocurrió una respuesta ingeniosa, pero entonces entraron en la sala del banquete envenenado y vio los rostros de la gente reunida entorno a la mesa… y el horror que había sobre ella.
Cuando Detlef acabó de vomitar, Kraly le explicó de quién se trataba.