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Un centímetro. Dos. Tres.

Sabe que ha superado a la americana de origen portorriqueño.

Thereza Rebell le saca un metro.

Un mundo.

La distancia de la Tierra a la Luna.

Por primera vez la americana vuelve la cabeza y la mira a través de sus ojos tan enfermos como los suyos. No ven los detalles de sus rostros, pero los intuyen. Es un pulso entre dos luchadoras, entre dos mujeres que quieren ganar. Están sufriendo. Están llegando al límite, al momento en que hay que darlo todo, reventar si es necesario. Son los quince, los diez metros decisivos.

Plata. Plata. Plata.

Segunda. Segunda. Segunda.

Pero lo que quiere es escuchar el himno, subir a lo más alto, tocar ese oro con las manos y llevárselo a casa.

Wynona Díaz se recupera, se pone a su altura.

Y las dos a un suspiro de Thereza Rebell.

Diez metros.

Bronce. Plata. Oro.

Ya no puede controlar a las otras dos. Sólo a sí misma.

Y explota.

Sus cinco últimas zancadas son más largas. Sus cinco últimos latidos son más poderosos y capaces de enviar su sangre hasta lo más recóndito de su cuerpo. Sus cinco últimas centésimas son un prodigio.

Ni siquiera está segura de si es tercera, segunda… o primera, en el momento de cruzar la meta.

Es una carrera de 100 metros.

Todo es posible.

Pero grita como si hubiera ganado, porque es el fin real de su pesadilla y el comienzo de su nueva vida.