5.35 A. M.

El último de aquellos cabrones murió antes de llegar a la colina, donde esperaban los coches patrulla. Peters pensó que un hombre normal no hubiera conseguido aguantar tanto. Al final, torció la cara hacia el mar y vomitó un poco de sangre. Lo llevaron hasta el claro, pálido como un fantasma. Peters no lo lamentó en absoluto. La ambulancia estaba allí, pero no le sirvió de nada a Caggiano, que ya había muerto antes incluso de que dejaran la playa.

En cuanto a la chica… Bueno, tendrían que esperar para ver qué ocurría. A Peters le pareció que estaba bastante mal. Iba a perder el meñique de la mano derecha. Se lo habían seccionado de un mordisco. Tenía una fractura múltiple en la pierna. Uno de los pechos estaba destrozado. También empezaba a tener mucha fiebre. A pesar de eso, era posible que sobreviviera. Todo dependería de lo fuerte que fuera. No lo parecía en absoluto. Era pequeña y flaca.

Aquello le hizo pensar en Shearing. Supuso que sería Willis el encargado de decírselo a su esposa y sus hijos. Probablemente debería ser él, Peters, quien se lo comunicara, pero estaba convencido de que no estaría a la altura. La joven le contó que creía que el tal Nick le había salvado la vida. Lloró como una cría. «Y yo lo he matado». Entonces le habló del joven encerrado. Dios. Veintitrés años y nada, absolutamente nada, que estropeara su hoja de servicio. Bueno, siempre había algunas cosas que se debían hacer y que a uno no le hacían sentir demasiado bien, claro, pero nada como aquello. Un joven inocente y un hombre que debía de haber recorrido un infierno para sobrevivir, los dos muertos. «Y todo porque la jodimos».

Sam Shearing había sido un hombre fantástico. A Caggiano no lo conocía demasiado bien, pero Shearing era un tipo genial. Incluso en un lugar como aquel nacían personas maravillosas. «Necesito dormir un poco. Tengo que escribir los informes. Dios, ¿cómo voy a ser capaz de hacerlo?». ¿Cómo se contaba que le había colocado una escopeta en la nariz a un niño y le había volado la cabeza? ¿Cómo se enfrentaba uno de un modo racional a algo así? «Teníamos salvajes en la costa de Maine, gobernador. Los eliminamos, hasta el último de ellos. Y luego, a unos cuantos más. Dios».

Le echó un último vistazo a la chica, que estaba en la parte posterior de la furgoneta, y luego se subió en el coche patrulla al lado de Willis. No sabía cómo o cuándo iba a reemplazar a Shearing. Lo cierto era que tampoco sabía quién iba a sustituirlo a él, pero Willis quizá serviría. El muchacho conocía el terreno. Al menos, tan bien como cualquier otro.

—Sácame de aquí —le pidió.